• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
Revisa mis ojos:algo se mueve dentro de ellos en enmarañada trama.Me siento separado de la tierra,con fuego en las pupilas.Acabo de matar a un hombre.No sé qué designio me guió,pero hubo una luz trágica en mi puño,una pasión insatisfecha,una pluma de ave tocando el fondo de mi garganta,voces desatadas destinadas para cubrir mis silencios-atributos de poseído-bailando sobre palabras desesperadas.Oye,revisa mis ojos.Qué idioma debo hablar sino el de mis entrañas.Maté a un hombre. A Sebastián.No me arrepiento.Aquí está la sangre ineludible, el duro pozo.Fue una tropilla de angustias acosándome el pecho(tan investido de tiempo,de terror de hombre solo),y un momento pequeño en que apreté el gatillohasta la fiereza inflexible de la bala.Maté a un hombre. Mira ahora mi cuerpo lánguido lejos de cualquier paraíso.Mira la nieve caer sobre mis ojos.Me llamo Sebastiány mis ojos lloran. GuillermoODirec.Gral del Derecho de autor             
      I  manos que nombraron a mis ojos en la ligera noche de abrilcariciasque hicieron huír a los hacedores de la muertelabiosque besaron a otros labios que besaron a otros labiosmanoque guió mi mano en llamas y la llevó al encuentro apacible de los sexos  II   ni la belleza de Antinoo te hace sombrani la fuerza de Adriano te es extrañapues belleza y fuerza te ennoblecenun poco más y has caminado el mundo(el jardín que cada noche pongo bajo tu almohada) Yo te distingo cada vez que te nombroentonces tu nombre aquieta las cosas y las vuelven únicastengo abierta la puerta para compartir la música que fatigan los navíos carcanoscuando pasean al borde de tus colores y te dan vida te regalo mi perro de cobrey mi corazónque hace tiempo gira alrededor de la tierratambién el ave que canta en la siesta diciendo sus amores vencon tus largos dedos mojados en la lluviay échate al ríodeseo la desnudez de tu cuerposentir cómo tu cuerpo habla en cada rincón del míomientrasanimales de ojos titilantes te observan y recitan aquellos versos que inventamos en dos noches seguidascuando el frío se retirabapobre y vencido. Guillermo0D:N: del derecho de autor             
Alabanza ( .a M.)
Autor: Guillermo Capece  639 Lecturas
                                       a mi amiga Clarisa F. Largamente,como si hubiera sobre la tierra una mujer oscura,que permaneciera vestida de dulce certidumbre,guardando pájaros en el mar herido,dotada como una lluvia  predestinada y triste, largamentehe pensado en ella.Sombría, recorre mi memoria,en un gran bosque donde se pierde deletreando flores.Maderas nutrientes son sus largos brazos;yo la he visto lllorar en su red.Tan silenciosamente,Tan largamente,me he mirado en ella.  GuillermoD.N. del derecho de autor                  
     desata la boca de los pecesadolescente mueve tus iluminados rosespara que las cuerdascon los que anudaste los ocasosadolescentesiembren el relato de tus caricias dí que amaste a una espadaa una ventana abierta castigada por la arenaa una soga anudada a un tremendo grito antiquísimopor las vías rueda un tren ocioso que no lleva a ninguna parte de las que quieras pues el paisaje siempre es el mismo:esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen tus sueños adolescente dí que en el planeta aguahas de mirarlos amados y útimos ojosy que si han de volver los cubrirás con  la manta bermejaaquella que te deparó caloren tu infancia.háblales    dales la pequeña luz de tu niñezdiles tu vozaunque la tristeza de la mañana debilmente iluminadate confunday te cueste aceptar que los ojos  que te miranhan abierto la puertay te traen la paz que tú tanto deseas. GuillermoOD.N.del Derecho de autor    
 recompongo mi traje blanquecinoy de a poco monedas doradas se obscureceny vuelan a cumplir su finmuy quieto observola enramada luzmiro la lluvia que me siguey me doy por muertome enmaraño en hojas de la noche,y en la plaza, soy Juan  el sucio  con sus manos llagadasy también la cantante locaque allí se aplaudesoy todosy tambien yoque llevo hacia tí mi pensamiento:si volvieras como una gota de lluviacomo un palacio   o una tardecita apenas                             Guillermo Capece
En la plaza
Autor: Guillermo Capece  671 Lecturas
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 marzo siempre es nievey el espejo retrocede hasta encontrarlos fugaces trenes que vienen desde el río los cuerpos se atan a las viejas cuerdasque saltan del pasado una y otra vez hemos cerrado los ojosal furor de las ausencias debo hallar un día   una revoluciónun cofreque contenga todas las nochesen que fuimos capaces de ser felices       Guillermo Capece
Marzo
Autor: Guillermo Capece  328 Lecturas
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 "perdoname Majo", de un graffiti en Carranza y Paraguay (Bs. Aires) Majo, perdóname: la sombra de una rosa no es la rosa.(Me voy retirando, Majo:en las inmediaciones de mi alma un pájaro devora su altura.)¿En qué año nací, Majo?¿Hace un año? ¿Acaso un mes?Soy un ciego en algún punto del paraíso.Contempla tú como nunca mi destino.Abárcame, hasta que se levante mi obscuridad y vuelva a serel absurdo caminante que te esperaba, el corazón en mi pecholevemente en marcha:"bienvenida, Majo". No me compares con el aire ni con el final de un cuento nunca leídoa la luz del sol en plena noche,porque aire y sol son partes del universo,y yo estoy -hace apenas dos minutos- más alla de todo cosmos,viendo con ojos de ciegolos cuerpos untados con aceites chinos para huír del poderoso olor de la muerte. (Labio de la muerte, aléjate.) Así y todo, cuando apague este poema no sé qué quedará de tí.De mí, te dije que lloré sobre mis pies con mis ojos de viejo hace sólo dos minutos.La vida es ésto: un bodegón desierto donde hasta el vino es ausente,un gran tiempo que pasa entre caricias duras.El decapitado amor. Tú estuviste más allá, junto a los árboles que barrían mi montón de estigmas.Conoces la forma de decir adiós, un sábado en la pequeña tarde que llovía.Yo conozco la zeta,úlima letra con la que escribozálvenme.                      Guillermo Capece      que
Arma blanca
Autor: Guillermo Capece  944 Lecturas
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En la belleza de quien ya no está se forja el poema primero,mientras hablo de suertes pasadas,de paisajes altivos -Praga-y de alguna caricia que el placer conserva. Tengo la fortuna de querer la oscuridad como esos castillos volantes quieren la suya. Entonces recupero lo que dijeron desde adentro las palabras,y las suelto como a un violín que repite melodías en tardes ausentes y lluviosas.Esas tardes de Malá Strana. Siento mis deseos cuando sueño cierto barco en el Moldavaque no termina de naufragar. Encontrémonos.    Encontrémonos. Dónde nació este lazo cuyo amor es la zona mas hermosa de mi saqueda playa.                                                                Guillermo Capece        
En Praga
Autor: Guillermo Capece  738 Lecturas
mínima es la tarde mañana  -único en el universo- el sol entrará por esa ventana tú eres único tambien la desición es en la hora de las estrellas                                             Guillermo Capece
Estampa
Autor: Guillermo Capece  261 Lecturas
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               -Buenos dias, papá- y era la tercera vez que lo decía; -buenos dias, papá- volvía a repetir. Entonces saltaba de su cama, recorría el flaco pasillo y se internaba en el baño. La ducha, el agua fría, no le daba la grata euforia que necesitaba. Trataba de secarse con la amplia tohalla, y se envolvía en ella creyéndose el Marajá de Kapurtala, y mientras orinaba en el bidet, pensaba en cómo pasar ese día, vigésimo de diciembre.Ese diciembre que le calcinaba la piel, porque se presentaba caluroso y húmedo como ninguno, y ya podía ver que lo había jodido bastante al pelarle la espalda el sábado anterior, en la pileta de Ricardo.Volvió a tener ganas de orinar, pero eran ganas, nada más,porque al enfrentarse con el bidet, un chorrito indeciso se asomo por su pijita. Se la metió dentro de su calzoncillo, se miro en el espejo, se hizo alguna pregunta íntima que no contestó, y salió otra vez para atravesar el pasillo.-Buenos días, papá- dijo esta vez con voz más firme. Y siguió hasta la cocina: el mate, el té, el café, el vino. EL VINO. El vino era exactamente lo que conformaba su paladar aquella mañana de diciembre. Y mientras saboreaba su aspereza se le ocurrió pensar en el viejo, en la navidad que ya llegaba, en lo llagado de su espalda, en Leticia,(en la costosa Leticia) que todavía se negaba a todo, y por último en él. Aquí se sirvió otro vaso de vino. Pero, ¿quién era él? ¿El amador de Leticia, el macho de Ricardo, el hijo del viejo que aún dormía?-Buenos días,papá- pensó esta vez, y tragó apurado el vino. ¿Quién era él? Sí. Le gustaba vestir bien. Andar por el centro mostrando exactamente lo que se debe, y lo que no se debe dejarlo para Leticia (cuando se decidiera), o para Ricardo siempre que mediara un golpe de teléfono.Y mientras tanto qué? Ir al bowling, caminar hasta el puerto, o tomar sol en la costanera, y soñar con ese viaje a Río en Carnavales que le había prometido Ricardo. Después...., su vida estaba ocupada con tantos sueños...; quería navegar: irse, tal vez a Europa. Pero no por el hecho de conocer Europa. París, Roma, Milán, eran, sin duda, hermosos lugares. Pero no era eso lo que realmente importaba. El hecho substancial era viajar en barco; sí, en barco..., a semejanza de esos barcos que mamá le hacía a los ocho años, doblando con ternura la hoja de diario y dejándolo reposar en la bañera. Creía que el fondo del mar era blanco, y que las fuerzas de las olas tenían , exactamente, el ritmo que le marcaban sus pequeñas manos.Pero ahora había pasado tanto tiempo...-Buenos días, papá- dijo esta vez con bronca, mientras se servía hasta el borde otro vaso de vino. -Buenos dias, papá- gritó mientras pensaba decir cálidamente (queriendo deshacerse de ese remolino de angustia), -Buenos dias, mamá; buenos días , mamá... cómo estas hoy buena y linda como siempre, mamá, mi mamá; aquí traje el papel para los barcos...Pero la memoria de las tardes encerradas en el baño, viendo viajar ilustres barcos a los que mamá bautizaba con extraños nombres, no conseguía atenuar la tristeza grande que tenía, ni su gastada melancolía actual.Él era un hombre simple, gozador de las cosas sencillas, amante de la naturaleza, leal para los amigos...; pero había cosas en lo íntimo de su vida que no entendía, no entendía...No estaba claro para él, por ejemplo, por qué al pasar por la habitación del viejo debía saludarlo, siendo que siempre dormía, o en el mejor de los casos leía el diario, y no le contestaba. Jamás le contestaba, y había llegado a pensar que el viejo estaba sordo. Pero no. Algo golpeaba en su cabeza, y en el sentido literal de la palabra. Algo se doblaba y rompía cuando saludaba al viejo. No era importante que no lo oyera, o que lo oyera y no le contestara. Entonces, ¿qué era lo que en realidad lo perturbaba? Aquella mañana lo había descubierto en la cocina, mientras llenaba otra vez el vaso con vino: el lugar vacío al lado de la cama que ocupaba el viejo era la clave: el  lugar que ocupaba mamá en vida.-Buenos días, papá- dijo esta vez entre sollozos.-Buenos dias, hijo- dijo el padre apareciendo en el marco de la puerta.Y él se entregó a sus brazos y lo abrazaba, lo abrazaba, mientras pensaba en viajes lejanos y múltiples, en viajes claros y magníficos.-Buenos días, papá- y lo miró a los ojos llorando plenamente.-Buenos días, hijo- dijo el viejo casi con miedo, sin entender, -buenos días, hijo.                                                                              Guillermo Capece   (año 1973)     
En viaje
Autor: Guillermo Capece  1269 Lecturas
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 pero de tanto mirar tus ojoshe perdido los míos en tus manos de tanto acariciartesupe que mi tacto dominaba el universo de tanto amarte te perdírecuperandola aventura triste de estar solo apenas sé si tu boca se abrecuando besas (prolijamenteun tigre hurga el fondo de tu gargantay te mueres muriendo como yovencido)                         Guillermo Capece  
Pero de tanto
Autor: Guillermo Capece  348 Lecturas
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  desata la boca de los pecesadolescente mueve tus iluminados rocespara que las cuerdascon que anudaste los ocasosadolescentesiembren el relato de tus caricias di que amaste a una espadaa un tren ociosoa una ventana abierta donde la arena castigaa una soga anudada a un grito antiquísimopor las vías ruedaun círculo que te llevaa ninguna parte el paisaje siempre es el mismo:esa cara soledad impiadosay los bellos rostros desaparecidos y aparecidosen tus sueños adolescente dí que en el planeta aguahas de mirarmis amados y últimos ojos tus largos brazos sobre el cuerpoterminan en manosque yo beso
Palabras
Autor: Guillermo Capece  524 Lecturas
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 marzo siempre es nievey el espejo retrocede hasta encontrarlos fugaces trenes que vienen desde el río los cuerpos se atan a las viejas cuerdasquie saltan del pasado una y otra vez hemos cerrado los ojosal furor de las ausencias debo hallar un día   una revoluciónun cofreque contenga las nochesen que fuimos capaces de ser felices
marzo
Autor: Guillermo Capece  329 Lecturas
  Fueron ojos los ojos que se entronaronpor el golpe de lo blanco de la espuma.Y me amaste como agua mansa que convoca a las plegarias,a la insondable busca del instinto. Matinales,tus trajes rumorosos vuelven a las blancas casas de Santorini.He oído tu voz,y en ella están los mástiles desaparecidos,las viejas cuevas y los trazos de gracia del viejo griego;y una noche en que míré el mar como quien se olvida                                            de sí para siempre.                                   Guillermo Capece                                   
Isla de Santorini
Autor: Guillermo Capece  364 Lecturas
 Toma esta voz apremianteque te ofrezco;este asesino que bebe su embate de hielo,sólo para comprender,la mezquina sombrade estar vivo.
Mi destino
Autor: Guillermo Capece  544 Lecturas
 ojos enamorados pero llorantessobre mis hombros -próximos suicidas- el ataúd prorrumpe y llamala sed que despierta tu cuerpo requerido  romper las reglas hasta siemprehasta que el mundo se haga chiquitoy por fin podamos tragarlo dulcemente tragarlo    
Ojos
Autor: Guillermo Capece  372 Lecturas
 Los extraviados buscan sensaciones, no su condenación. El problema de ser distinto radica en el mundo. De pronto el desvarío tortura la gran casadonde habita el silencio,y ausentes nos miramos en la cara de los otros. De este lado del muro sentimos aún más la soledad.                              Atilio Jorge Catelpoggi        
              REPARTO DE COSA AJENA EN EL MERCADO DE LOS LADRONES Nos han dicho que el Poder Ejecutivoes el Primer Podery que el Poder Legislativo que se repartenun grupo de sinvergüenzas fraccionado en "Gobierno" y "Oposición"es el Segundo Podery que la prostituída (pero siempre Honorable)Corte Suprema de Justiciaes el Tercer Poder.La prensa y la radio y la TV de los ricosse autonombran el Cuarto Poder, y desde luegomarchan tomadas de la mano de los demás poderes.Ahora nos salen con que la juventud nuevaoleraes el Quinto Poder.Y nos aseguran que por sobre todas las cosas y todos los poderesestá el Gran Poder de Dios."Ya están todos los poderes repartidos-nos dicen a manera de conclusión-no hay ya poder para nadie másy si alguien opina lo contariopara eso está el Ejército y la Guardia Nacional".Moralejas:1) El capitalismo es un gran mercado de poderesdonde sólo comercian los ladronesy es mortal hablar del verdadero dueñodel único poder: el pueblo.2) Para que el verdadero dueño del Podertenga en sus manos lo que le perteneceno deberá tan sólo echar a los ladrones del Templo Comercialporque se reorganizarían en los alrededores:por el contrario, deberá derribarel mercado sobre la cabeza de los mercaderes.                                  Roque Dalton
Soy el camino de mí mismo y la desolación que se abraza a su senda, y tiembla, y borra las huellas para que no lo persigan. Estoy vacío de esos animales etruscos que me regaló la partida de unos ojosgirando al viento.   No puedo confiar en los sueños porque alguien les pone un asesino dentro.  Me acuno cuando no me veo pues la vergüenza tiene el ropaje largo de los locos.  Hoy es domingo, y he estado todo el día ausente.  
 como una lluviacuyo telar manifiesto mojalos resquicios del almaasi   me exculpo de mis ayeresy busco determinaciones para saber quién soy:las voces de los seres que me han acompañadoel pasadoel presentey el juego incierto de lo veniderosiempre la antigua obsesiónde mirar los límites que se disuelven vacío de espumasen letras transparentes escribo un poemay mi tabaco cae en un platillo grishasta mañana estaré aguardando-ceremoniosamente-que la ceniza formeuna pequeña gruta donde cobijarmede estos resabios de amorestan cobardesdecepciones más o menos embozadasque ahora son orillas de mantasgatos al carbóngolpes de frutas celestesy un solo amora vino viejo y a caricia yo   desiertoreclinado hacia unos ojos distantescuya memoria incito                            Guillermo Capece
En un amanecer
Autor: Guillermo Capece  322 Lecturas
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delgadacomo un camello que unta su hocico en la nieve,loca y verazcomo la frase que acompaña siempre los recodos de su instinto...,así,bajo unos añosos versos con caricias agónicas,me conmueve tu figura ausente,Leonor. Quiero quererte pero ya estás muertaaunque más viva que los que fueron a tu muerte descascarándose sus trajes.Ahora, ya bebiste las mortajas del amor. Eras la "arboleda que divaga" (1)el llanto que nutre lo lejanola leche de los árboles de higo Quise querertepero me distraje, Leonor Entregaste tu cuerpo    sin miedos a esa cueva estabas apurada por saber quién eras Pero yo lo sabía:eras la princesa de aquellos tangos,el ladrillo cerúleo"adiós adióssoy la que se retira sin experiencia del desastre" (1) Adiós, Leonor"no hay buenas palabras" (2)no hay palabras Afuera   el lado de tu corazón florece.  Vienen a beber la sopa tibia que dejaste,                           el silencio de las habitaciones y la sombra pura de los plátanos.                                                  Guillermo CapeceNota: (1) del libro: Tangos del orfelinato-tangos del asesinato (L.G.H.)(2) del libro: La enagua cuelga de un clavo en la pared (L.G.H.)       
Estás en mí como un color pintado para el campo. No estás en mí como una moneda fugada. Huyes de mí como la canción que se quiere evocary el tiempo detiene. No me amaste y te amé sin que nos diéramos cuenta;todas las manos ausentes se aunaron para acariciarme.                                                 Guillermo Capece    
Frases
Autor: Guillermo Capece  232 Lecturas
 del mástil donde las bestiascuelgan sus nidos,saturada de pájaros amados,construí mi casa  con plumaje hondamente interior,estaba allíel espacio entre la vida y la muerte de un color casi olvidadomientras yo agonizaba-así como una luz busca a su presa-busqué un habitante para mi casa;y fue el rudo cristal echado a pique oun lobo azul que espera: él mi zarpazo, yo su herida (los cantores nocturnos veníana narrarme su infortunioen mi estanque ataviadocon rincones de hojas amarillas) la mano mínima que escondosabrá que los lobos se lanzantambién de noche,cuando los aullidos se acercan,y que no habrá salvaciónni siquiera en el momento frágilde la duda                Guillermo Capece 
Soy un hombre encerrado en su cuarto de espejos.Soy José.Estoy cargado de bramidos, de adioses insolentes.Me abruma el miedo a la tormenta.Tiemblo cuando sale el sol,me apuñalan las sombras.La risa ajena me daña,me divide la lluvia.Soy José.Me aman las tinieblas cuando ofrendoal dios escandaloso de la angustiami corazón lleno de presagios.Oigo un grito inmenso: "eres José,el que tuvo el corazón de extrañas mariposas enjauladas en el miedo,el que con su ausencia quemó la luz de los campos, e hizo vibrar sus deseosen consonancia con la fragilidad de los altos navíos!"Oigo extrañas cuitas narradasque el aire duplica y devuelve en iguales sinrazones.Todo es la magia invertida:el pozo mostrando su fondo como principio inevitable.La sangre tironeando al corazón;el proceso ineludible del castigo,porque soy un hombre preso y extrañamente libre.Soy José, mal de la noche, rabioso en una espera que no terminarásino cuando cuaje mi garganta. Tal vez todo suceda mañana.                           Guillermo Capece
Destino de José
Autor: Guillermo Capece  446 Lecturas
                                                 Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta que papá lo escondía.Antes no había pensado que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin permiso en mi pieza, hurgando y hurgando.Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía. Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda o los guantes de cabritilla marrón.-Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme eso a mí? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo. Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas de sitio, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomaba el botellón, me servía agua, pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asutaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.) Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis. Aunque sea nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba. Pero ella no se hubiera ablandado si le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá. Una noche antes de navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no hiciera ruido porque el nene podía despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. " irá a tomar agua", me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero, más difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos.A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá.Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda. Revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podía esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia, no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los largos viajes que hacíamos por Copacabana, Acapulco y otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos a los casinos, llenos de luces y caireles; yo con esos vestidos elegantes y sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombre me miraban. Pasando, es cierto, por el momento ... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo negándome, negándome, diciéndole por favor aquí no, aquí no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios,no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no la hagas Juan Carlos, amor mio.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo esto estaba escrito en el diario, y ahora papá iba a tomarlo.Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada.Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos medecían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera. Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba otra vez que no lo hiciera allí, por favor que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años y estaba segura que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo , él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el dario que papá tomaba entre sus manos , y yo le decía por favor papá, no lo hagas, no lo hagas, si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá, por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis, y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros. Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera. De todas formas papá quería ayudarme. No había duda de eso.  ¿Pero cómo?"La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espíritu vale". "Dios es santo" , me contestó; "sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta,pronunció a continuación don Simón. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizó. Me dijo que papá quería ayudarme pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder. "Dios siempre es santo", pronunció. Y a la noche debía dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste.Al otro día entre al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo, pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua; puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo. Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana.Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar."¿Papá, sos vos?", pregunté."¿Sos vos?"Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios.Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo,casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana sigiente.- G.C.        
¿Sos vos, papá?
Autor: Guillermo Capece  409 Lecturas
  Corre lo gris del díala libertad no se viveel parque suma lo infinito a tu penay por cierto no te ha ocurrido nadapero todo pesaporque abandonaste tu corazónentre las hojas torturadasy no quieres volverte avanza este viejo día y hoy tampoco cumpliste con tu deseo de besarlo.  G.C. 
   La suave brisa me convierte en pájaro. La hora de la tarde ayuda a pensar que estoy soñando, y que cerca de mi tumba, los cazadores, en duermevela, colocados alrededor del vino, cantan. Cazadores y pájaro, lo mismo. El dibujo gris de mi ventana habla a mi memoria como si yo fuera un pájaro que sueña.   GuillermoO  Direc.NAc.del Derecho de autor   
Ver pasar
Autor: Guillermo Capece  407 Lecturas
 (continuación)Pero las fugas eran de ambos. Ambos pertenecían a esa clase de animales asustados que queriéndose encontrar, escapaban, intentando liberarse de algo incierto que pesaba sobre sus espaldas. Muy por debajo de estas ideas, sabían, como en una bruma, que los asustaba la vida, y si bien creían en la posibilidad de un día luminoso, no era esto de mucho auxilio, porque la pasión se les escapaba a cada momento, y a cada momento querían asirla. El rostro de Sergio parecía enflaquecido. Su voz era débil, aunque esto bien podía ser intencional:sabía que Julia estaba adentro, y quería demostrarle que aquello lo había afectado, y se sonrió por lo convencional que sonaba la frase.En realidad estaba cansado de que todo en su vida fuera una serie de serpentinas arrojadas al azar.Tocó el timbre del departamento de Callao al 800, e inspiró. Ella no estaba mejor. Tiempo atrás Carol la había acompañado al cirujano, hablándole como si fuera una niña, protegiéndola, tratando de eludir la conversación cuando el tema era Sergio.Para peor el temor le impedía formalizar situaciones en la tela, escrutar colores y transcribirlos.Los paisajes que le parecían delineados se le escapaban. No lograba pintar un solo trazo en el lienzo.Cuando él entró, Julia sonrió tristemente. Estaba confundido pues no era ése el recibimiento que esperaba. Temió que Julia le hiciera alguna pregunta que él no deseaba.El viejo asunto se entrometía. Pero no sucedió, y Julia se sentó en el sillón sin decir nada. Sergio comenzó a jugar con su llavero. Después de todo él se sentía un hombre libre, y nadie tenía derecho a tomarle su vida, y ese hijo le hubiera quitado su libertad. Claro que necesitaba a alguien que lo quisiera, pero no terminaba de entender la sonrisa de Julia que permanecía sentada y había empezado a fumar. Él hubiera querido que le ofreciera como antes una taza decafé, o que el disco del Gato Barbieri empezara a sonar de repente.Intentó acariciarla. Subiéndole el pelo le besó la nuca, le recorrió el rostro con los labios, quiso besarle la boca, atado al carmín de sus labios veía el beso que deseaba darle, quiso acercarse de mil maneras, y ella no respondió.Por fin él estiró su brazo para alcanzar el llavero y terminó balanceándolo sentado en ese sillón vagamente inglés. Ese sillón donde tantas veces se habían amado, que había tomado las formas de los cuerpos desnudos, y observado las caricias de Julia y la fuerza de Sergio. Ese sillón pasaba ahora a participar del desamor, de esa rencilla sin palabras.
Vivo embarcándome entre lobos./ Mi rostro   copiado me acecha./ Yo fui el que corrió sin remedio traficando despojos./ Dos minutos de cielo solamente./ Lo demás fue un pan zurcido para que alcanzara.  Guillermo0  Direc. Nac. del Derecho de autor
Días
Autor: Guillermo Capece  587 Lecturas
 (continuación)Empezó a sonar una música fuerte en el parque que salía de una ventana cercana.Sergio necesitó distanciarse de esa vieja historia de locura, y apresuró el paso. Robertito que lo seguía comenzó a tomar otra dimensión para él, como si recién descubriera su presencia, porque ya empezaba a sentir desconfianza. Cuando se acercaban a la ventana desde donde salía esa música recurrente, las campanas del reloj de carrillón dieron las diez, y la música cesó.Los árboles del parque eran viejos ejemplares, algunos verdes, otros zizgueando el otoño. El césped estaba descuidado. Cercana, había una fuente de piedra de la que surgía a intervalos, chorros indecisos de agua.Por la ventana se asomó un hombre gordo, calvo, con el rostro enrojecido, y saludó:-Buenas noches a los dos.-Es el viejo jardinero -dijo por lo bajo Robertito- pero no lo saludó.-Buenas noches a los dos -repitió el viejo.-Buenas noches- saludó Sergio-¡Tonto!-  lo increpó Robertito- ahora no te dejará, te seguira como un perro fiel.Sergio quiso preguntar a su amigo pero caminó más ligero, casi comenzó a trotar, alejándose de la ventana.-¡A los dos! -gritaba el viejo- ¿quién es el maricón? ¡la puta madre!  ¡la puta madre!-¡Se ha enloquecido otra vez! ¡Está en pleno brote! -exclamó Robertito. Y por un momento fue su único comentario.En el camino un cantero medio deshecho les dió la oportunidad de sentarse.Robertito lió un cigarrillo. Entre los dos fumaron.-Era el jardinero de la casa- se llama Fuego; aquí nació, aquí enloqueció, y aquí morirá.-¿Cómo dijiste que se llama? -inquirió Sergio-Fuego- es un nombre extraño, como es él. A veces está en el cielo, pero las más en el infierno, pero refulge. -Escribe extraños poemas con tinta roja -añadió Robertito- tienen algo de desconsolable, de estupor, a veces son decadentes, a veces tiene la luz y la verdad.-Rober- y cayó en la cuenta que por primera vez lo llamaba así- Rober- repitió Sergio- parece que los has leído bien.-Sí. Junté unos cuantos cuando Fuego los tiraba por la ventana, y se los mostré a un amigo de un bar de Palermo que algo entiende de estas cosas. Me dijo que eran poesía en estado puro. Que escribe no sólo con el alma, sino con todo el cuerpo, incluyendo el alcohol que toma .De manera que los guardé.-Pero...¿no tiene familia?Sergio creyó ver una ligera turbación en su amigo.-Su familia somos los Botante. Pero ahora que le hablaste no te dejará en paz. Te reconocerá y querrá que seas portador de sus mensajes.-No me verá más -dijo extrañado Sergio- no vendré más.Pero no había seguridad en sus palabras. Estaba seducido por la situación. No sabía de qué mensajes le hablaba.
 he cultivado la flor más difícil golpeaban sus pétalos y no quise oírlos entonces me adueñaba de todos los silencios ahora soy el que en vano busca algún deseo: acercarme a su boca y beberla como un vino sexual pero soy el amante pobre que recibe caricias prestadas quien corre con su angosto perro hacia un sueño plateado  no me arrepiento de no callar en cada poemade enterrar mis pies en humedalespero todo el que tenga amor en su mano izquierday en la derecha fuerza para darlo deje resplandores   soles finos   algunas abejas libadoras sobre la vegetación que lentamente me cubreasí estaré feliz de tener poco: lo delicado de tus aguas que me ciñentu belleza que no se atenúa con las sombras  yo las amé con ventura celeste.          Guillermo Capece                                                                                           
Aquellos momentos
Autor: Guillermo Capece  308 Lecturas
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          Esa puerta está cerrada para mí.          Tal vez un golpe de viento,          o quizás tu no deseo.           Mi libertad hace que me cuele          por el ojo de la cerradura. Trato de abrirla por dentro.          Pero me acostumbro a mi encierro.                            Guillermo Capece    
El cristal despedazado es otra vez la copa vieja.El ave lateral vuela hacia atrás y es el gorrión que era.El agua se levanta y en la ceniza gris hay llamas. El cielo desnublado recupera la lluvia,y el muerto se intercala en el mundo por la grietaque trazó un descuidado.La mano desclava el oxidado puñaly César es. Recuperados por el pasado, los libros regresan a Alejandría. Es la absolución pretérita,la de Cain milagrosamente puro otra vezpor la magia de la piedra que vuelve,de la frente ya íntegra de Abel resucitado. También el desamor, el agrio desamor se triza                               y me quieres de nuevo.                      Daniel Herrendorf (de su libro El sueño de Dante) (1999)                                                (Editorial Sudamericana)
  Ardo en deseos de ver el arma que me mató.Pero los lobos se adueñaron de míy me arrojaron al fondo de la fiebre.Como en un acto falso de amor tomaron mi olvidada cabeza y la tiraron bajo calles, puertas,paredes vacías.Yo sabía de sus bellezas y sus culpas,pero nada pudo atravesar mi perpetuo abrazo endemoniado. Sin embargo:hoy soy mi corazón sustraído de la bolsa más austral;soy el olor, la mano que no acaba.Soy el sobresalto de la luna y el alimento primario de un consuelo que no llega.Hoy ellos son hiedras pegadas a mi saqueado cuerpo.Dientes blancos que fueron mis verdugos. Aquí mi desolación, mi urgente llamado a esas plantas que nacen en nuestras almascuando el cuerpo se ha acallado,y sólo queda el fruto silencioso de lo que no fue.                                                  Guillermo Capece
Lobos I I
Autor: Guillermo Capece  679 Lecturas
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 Oigo a un lobo aullar como hijo del sufrimiento,y en sus lágrimas hay espejos de todo lo que fue pasado.Bajará de su árbol a beber conmigo,a compartir mi modo de amar en las fuentes echadas sobre el bosque,y sus dos hermosos ojos infinitamente tendrán una cascada invisiblepor donde caen los pájaros ajenos.Frente a él estoy yo, trastocado, erguido,pero más pequeño que mi fatiga, y aún más:como un viejo ojo de lobo, esperando.Tengo frío. Y debo decirlo.Extenuada como arenas movedizas mi cabeza se vuelve crepusculary duele en el centro mismo del mundo.Oigo el silencio. Pero no es el silencio.Es el lobo que con sus suaves dolores de lobotrepa al árbol y baja como en un juego que solo mi corazón entiende.Aquí hemos de estar: yo con mis viejos botines de muérdago,él engalanado para un breve carnaval,con rincones de árboles y hojas de instantes de verdad y mentiras.                                                 Guillermo Capece
Lobos III
Autor: Guillermo Capece  834 Lecturas
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      El lobo me escribe en letras amarillas,     y es grato sentir el miedo provocado por sus fauces,     por sus párpados en vuelo de su mirada de lobo.     Es el amor esperándome irrenunciable.     Pero yo no pido mucho:     sólo el retumbo de su aullido y su piel de nieve:     todo es gélido menos la boca del lobo.                                        Guilermo Capece    
Lobos IV
Autor: Guillermo Capece  649 Lecturas
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Desapareció,como la noche frente al alba,mientras yo esperaba todavía su frente librehacia la conquista de lo nuevo,y sus brazos de alucinado buzo de mar en el mar, en el esfumado huracán de los días,y ahora, en el agudo espectro de la espera.Vendrá o no vendrá.Se fue con silenciosa voz valiente;hermoso,como una piedra caliente entre los dedos,oliendo aún a los últimos besos de mis labios, diciendo un adiós anónimo;se fue quien me alzaba en los penosos días de lluviahacia la fuente mágica del deseo.La noche entre las noches en que estoy viviendoestá llena de preguntas, pendientes de conquistar enigmas.  Estaré donde él está.Iré hacia algún puerto con mi contraído rostro,conducido por la mano obsesiva del miedo.Quedan entre sus manos los pájaros sagrados del primer encuentro.                                    editado (reescritura del 14-09.12)
   Sobre grandes sentidos: mi olfato, mi vista, mi tacto,descansa este amor por tu cuerpo. Tu cuerpo tiene invisibles obscenidades,marcas de lucha de amor,grandeza y dolor de peregrinaciones. Yo lo sostuve fundido en los límites de los singulares astros.Era el umbral para despertar los aleteos del deseo,como lentas aves bravas en busca del estío. Yo amaba tu gozosa imagen que provenía de un vuelo humano,de una fiebre con tiempo envuelto,saliendo de un reino habitado por la hierba.Hervido en frutos suspendidos en paraísos inabordables,obscuro,como si tu boca pudiera inclinarse hacia la muerte. Nacido entre duras raíces insomnes,debajo de entreabiertas poblaciones,debajo de la niebla y sobre ella,dónde colocarás los conciertos de música serenaenterrados en las sendas por las que el tiempo vierte su equipaje. Ahora mi pecho yace sobre alucinaciones:un amanecer de madera,el naufragio narrado por boca de algún hechicero. Acaso viva entre sueños a los que es imposible ponerles nombres,porque se derrumban si alguien se acerca, me contiene,y es como un toque vacio.                                            Guillermo Capece
El toque vacío
Autor: Guillermo Capece  331 Lecturas
Los pobres comen su pan de arrozy Dios está arriba, arribaEl canto de los pájaros disminuye,y desde el entretejido de las ramas,la inutilidad del verde, caeNadie lo veLa existencia es un pozo de aire,una sumisión entre muros;quizá,quizá,también la aspereza del desesperadoque no comprenda que la carencia tendrá su finalcuando el sol vengaa bien aventurarlo todo        Guillermo Capece                                                              
Asediando al mar, buscando su oscuro rincón donde yacen los peces durmientes de la vida,saltando sobre brechas, sobre mentiras inmóviles,voy hacia tu encuentro como quien dispone de una moneda dorada.No seré yo quien te halle.Para otros quedará guardada tal tibieza. Apenas un pedazo de cal entre mis dedos.                             Guillermo Capece
Los cuerpos
Autor: Guillermo Capece  301 Lecturas

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