• Guillermo Capece
GuillermoO
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  • País: Argentina
 
Transcurren los días,y los datos recogidos se asemejan a envíos de la noche.Tiñen el corazón de hiel.Quién acude a tu llamado?Hombre o mujer, quién?Esa música reincidentete aturde como un sismo.Nada de lo que quieras oír sera dicho.La sombra quedará para tu sangre,profeta de ti mismo.Vestido de caballo de humo fino-relinchos o cánticos antiguos-buscas ese lugar,ese tiempo,donde dormir parado. No absuelves a la muerte,a tus padres atados a los paños fríosde la muerte;y tú llevándoles flores que no son floressino números, y rostros y reclamos.Te absuelves tú sólobuscando revancha para tu vida.Sin embargo huyes con los brazos vencidos;y sueñas con poseer el viejo sueño aquél,inútilmente vestido de caballo de humo fino.Y ya sólo esperasuna voz, para urdir las palabrasque darán comienzo a tu eco; una voz que te acerque sólo a un abrazo,que dé significado al cielo ardiente que con sus alas te abarca.    
Autobiografía
Autor: Guillermo Capece  342 Lecturas
pronto vendrá la noche y hace falta olvido  pequeña aguja de cristal mi amor quiso izarse en el agua  a veces un toque de seda sólo por eso pregunto a todos si el corazón duele o sus pulsos lo condenan pregunto,y dicen que sí:tiene su mirada latente y roja y triste sangrando visiones   entro en una sala vacía: es el cuerpo de un animal viviente que intuye su hallada borrasca   rondan solitarios los mastines  en ese instante la cosa sucede: en lo más inesperado en el momento más salvaje de la sed -cuando nos bebemos el rostro- mi cabeza desmontada queda colgando  entonces   el poema claudicante   se diluye.   G.C.      
Se diluye
Autor: Guillermo Capece  437 Lecturas
Investígame la bocay verás las marcas de todos los besos no dados... Yo que tatué tus ojos en el árbol sereno que da a mi casa,y que te dí a beber por gotas para que el mar durara lo que el amor,conservo para tí la nube parca y el temblante viento,y las magníficas flores que derrochaban sus ansiasal ver el flujo de tus celestes ojos... Nada.Ni el contorno de tu cuello cuando lo moja la lluvia podrá decircuánto te quise.                                                        G.C. 
Noche en que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio terrestre se estira y se acomoda a la noche misma,noche en que la quietud de los árboles perecía al borde del abismo y el abismo todo era la noche;noche en que las cavernas más oscuras, temerosas, se volvieron blancas;noche en que saludé tu figura por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los sentirescaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no morir de hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el último maullido de un gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la oscura Noche Bestial,entre noches eternas de basura.  
Es la tarde,y estoy ansioso al no poder encontrarteentre tanta gente que se busca.Por qué fijamos este destino que nos atadonde no sabemos si en definitiva hemos a ser uno. En silencio te amo. Inmenso y complejo mi amorbaja por las vías de un tren desorientado,y a secas muerde unos labios no habitadosque no son los tuyos.Pasa gente sin calmar mi dolor porque no te hallo;pasan vendedores de frutas, de globos, de cinturas, de malogrados días;y la esquina de pronto se abre hacia un pationunca perdonado,igual a la esquina donde te esperé y donde no estuviste.Ahora los vendedores de ilusionespasan riéndose de mi pesar,mientras yo,secretamente los maldigo.   
Desencuentro
Autor: Guillermo Capece  696 Lecturas
Para títengo un ratoncito blanco en mi bolsillo izquierdoguardado entre mis abrazos;y tengo también la brisaque envuelve con finura de niñoaquellas palabras que alboraban en la noche. Tengo también un firmamento. Un color de rosas me recuerda los pájaros que se recuestan cuando escriben sus cartas a las nubes. Y las nubes, como porcelanas blancas,diciendo sus secretos. Para tíla proa de un barcogira nupcialmentecuando ocurren los amoresy despiertan. Háblame con esa ternura adueñadaa las voces de los árboles.Cuéntame cómo las risas y sus ecosse amontonan en tus ojos.No importa que la lluvia cubra algunas palabras.Todo se dirá después. Pero deseo,con el infinito sosiego de la música,que no te olvides nunca de quererme. G.C.    
Deseo
Autor: Guillermo Capece  371 Lecturas
 Soy inocente.Los altos cementerios de la duda,el aire viejo,el humo, el desolado puerto,han visto nacer y crecer mi inocenciacomo un callado grito que todavía aturde.Soy inocente y lo sé.¿Lo sabrán otros?¿Querrán que yo me marche desoladamente?¿Que coloque mi pie en blanca sementeracomo una estaca bien  profunda y allí me detenga? Mañana, es decir, hoy, ya,los buitres volarán sobre mi libre cabeza. Para devorar la carne impredecible pelearán entre sí.Yo sabré acompañar tanto misterioy bajaré a repetir en silenciolo que demasiado sé:soy inocente.De culpa y cargo.Inocente. G.C. 
Inocente
Autor: Guillermo Capece  401 Lecturas
 Desapareció,como la noche frente al alba,mientras yo esperaba todavía su frente librehacia la conquista de lo nuevo;sus brazos de alucinado buzo de mar en el mar,en el esfumado huracán de los días y ahora, en el agudo espectro de la espera.Se fue con silenciosa voz valiente;hermoso, como una mariposa caliente entre los dedos,oliendo aun a mis últimos abrazos,se fue, diciendo un adiós anónimo;se fue quien yo alzaba en los penosos días de lluviahacia la fuente mágica del deseo. Estaré donde él está.Iré hacia algún puerto con mi contraído rostro,conducido por la idea obsesiva del miedo. Quedan entre sus manos los pájaros ocultos de nuestro primer encuentro. G.C.    .
Desapareció
Autor: Guillermo Capece  592 Lecturas
 Hay instantes en que reconozco mi instinto, y vuelo sobre el tiempo:pesadillas de un demente arropándose en el miedo. Así, lo viajes  son refugios para medir la sangre,o días en que se esparce el hastío flotando en parcelas del alma. Sin embargo percibo los designios:esa mano hechizando al hombre que se miró en su espejo,la mesa  abandonada por el arrebato de la enajenación del hambre,y el cuerpo destrozado para que la vida reconozca su propio límite. Cuando lo líquido de mi piel escapa,el pálido inventario al que acudo en sitios como éste,me enardece,porque suena un humo triste entre los dedos,y fatigosamente lloro repitiendo frases ajenas, sin destino ni perduración. Con los rastros de mi última sonrisa me concedo la tentación de ser otro. G.C.    
   Baco  me sumo a tu impacable quererdame de beber el enigma   piedra o pastosonidos de aquellos encuentrospara que sostengas el díacomo en un culto secreto    no me he ocupado de mísino cuando tiemblocuando sospecho que ultiman mis deseosentonces  Baco  me beboa grandes sorbos   a grandes miedos a grandes huracanes o pensamientos  dibújame tu cuerpoy has de mí brebajespara aliviar  verdades o supersticionesdonde los ríos se abrigany crecen los racimos para tus plenas cosechas. Guillermo DC.Nac. del cderecnho de autor   
A Baco
Autor: Guillermo Capece  706 Lecturas
     llueve,el día atardece, marchito.mi soledad, junto a la luz que muere,se cubre de memorias.quiero ser nube,pero me hermano con la roca. soy algo de fuego y lluvia.piso la tierra y mi culpa al mismo tiempo.las nubes se unenformando el deseo, el olvido perdurable una gran furor cubriéndome el alma,estoy cansado;debo huír ya del aullido en reposo. hoy soy el río que muere ahogado,y ya es demasiado tarde:no escucho a los que cantan,pero a la vez pido que no me dejen.  GuillermOD.N.del derecho de autor       
Digo
Autor: Guillermo Capece  665 Lecturas
Me asombra tu llamado, Picodiribibí. Me habías dicho que te ibas a matar, que esto era lo último. Eso dijiste: es el final. Hoy amaneció el día con un sol radiante, pero más tarde llovió. Y la lluvia y tu voz por teléfono eran dos susurros que confluían equivocadamente, Picodiribibí; porque hoy no debía llover, y vos deberías estar muerta.Sí, Picodiribibí. Tantas veces me lo dijiste, me acobardaste tantas veces, y en tantas te colgue el tubo gritándote que estaba cansado de tus amenazas, que ese juego ya no servía. Y que nos hacía pedazos a los dos.Después, me dormía con miedo. Y el miedo se hacía presente en mis sueños, y a la mañana estaba deshecho: me miraba en el espejo y no era yo. Era otro Juan Manuel, con ojeras, con barba mal crecida, arremolinándose la angustia en cada parte del cuerpo. Y sin lavarme la cara corría hasta el teléfono, y tu voz me contestaba:-Sí, Juan Manuel. Pasé mejor la noche. Creo que hoy iré al cine con Inés, despúes de la peluquería... Porque ir a la peluquería hace sentirse bien, ¿sabés querido?Sí, ya lo sabía. La peluquería y esas cosas. Tus amenazas de suicidio. Todas falsas. Como el nombre con que te había bautizado una mañana en el Tigre jugando con el sonido de las palabras.Ahora me siento muy mal, Picodiribibí. Casi despojado, desierto; con un único dolor en el centro de la cabeza, como si el viento, zumbándome en los oídos me acusara de algo, persiguiéndome."Cuando una mujer embarazada te mira a los ojos, es porque desde lo más profundo quiere que su hijo se parezca a vos", me dijiste en otros de tus juegos.Y yo me reí porque nunca sospeche que Inés me mirara fijo, y menos por ese motivo. Siempre desconfié de los fatalismos, de las predestinaciones, de los horóscopos.Pero tu insistencia fue tan grande que me lo hiciste creer. Y a lo mejor también se lo hiciste creer a Inés. Tuve la confirmación cuando el hijo de Inés y de Carlos se llamó Juan Manuel.-Qué linda coincidencia-dijiste.Y yo estuve a punto de pensar que sí, porque no sabía hasta entonces qué impropio demonio te doblegaba hasta ser otra, Picodiribibí. El día en que salimos los tres, un brillo especial había en tus ojos. Pero no importaba la gravedad del asunto. Debíamos pasar bien el día. Distraernos.Vivir por encima. No meterse el uno con el otro. Charlar. Sonreír.Entonces comimos los tres en la costanera. Fumamos entre cafe y cafe, y tu mano no dejaba de hurgar en la cartera para sacar los sedantes, esas pastillitas pequeñas e imbéciles, con las que tantas veces me habías asustado.Inés se mostró muy complaciente conmigo durante todo el almuerzo; más todavía cuando vos decidiste retirarte porque tu presión arterial estaba altísima, segun dijiste. Al tomar otro café invite a Inés a beber una copa de coñac, y coincidimos en la marca; un rato más tarde me halagaba el hecho de que le gustara Malher y el cine de Bergman. A la tarde volví a  estremecerme cuando dijo que también ella prefería las ensoñaciones de Delvaux.Un poco antes de la noche estábamos compartiendo la misma cama de hotel de Viamonte y Paraná.Pero algo estaba allí. Presagiando no sé qué derrota. Haciendo cálculos malignos. Tratando de destruír: eras vos. Pero no tu presencia física, sino tu forma de estar entre nosotros, seguro de que habías dispuesto todo para que ese encuentro entre Inés y yo, se diera de esa forma en aquella tarde de domingo. Y ahora ella: casi quejándose, sobre la cama, desnuda, casi un ángel. De espaldas, como si fuera una cometa descendida, parecía descansar de un viaje breve pero fatigoso. ¿Quién la había traído hasta allí? ¿Quién le había puesto ese sello de adolescente, de faltante, de apenas comenzada que parecía tener? Pero tan hermosa en su desnudez, tan descalza, tan ángel.En un principio pensé en algunas de tus burlas. Picodiribibí. (Otra vez el viento zumbándome en los oídos, persiguiéndome; el viemto diciéndome cosas tuyas.)Después, cuando la vi moverse en la cama, no me acordé más de vos, y creí que decía alguna palabra, toda ella mujer, no ya adolescente.Y sí: decía "te quiero, te quise desde el primer día que te vi." Todas esas cosas que dice una mujer cuando en realidad puede creer que las dice de verdad, sobre todo cuando estaba tu sombra en todo esto, Picodiribibí.Yo la miré sonriente, y sin contestarle la volví a besar e hicimos el amor nuevamente, esta vez con violencia,  porque sabía que estaba metido en el juego maldito que vos habías inventado. Durante seis meses fui el amante de Inés, y vos ibas preparando uno a uno nuestros encuentros. Pero ya me parecía inútil y torpe tener que besarla, rodearla con mis brazos, llevarla hasta la cama, en una ceremonia que me fatigaba en lugar de alegrarme. Sin embargo pensaba todavía en ella, en el vibrar de su piel como una mariposa moviéndose. Sin embargo recordaba cuando sus brazos depositaban en mi sexo movimientos tenues, apenas creíbles, y eran como luces que me perseguían, luces alrededor de mi almohada.Y recordé, cuando una madrugada, exaltadamente, como un loco, le propuse que nos fuéramos, que abandonáramos todo, con tal de huir de la muerte a la que me sometías. (Pues otra vez oía al viento soplando lejos al principio, para ir acercándose de a poco, pero con insistecia. El viento que decia: me mato, ya vas a ver, me mato, mañana seguramente,mañana.) Y ahora Inés había faltado a la cita, porque de algún modo ella también comprendía que era otra pieza de la pluralidad siniestra a la que dolorosamente nos habíamos acostumbrado.Sí, Picodiribibí: no sé por qué tengo que decírtelo. Tal vez por el vino que tomé desde temprano.Lo cierto es que no voy a contestar a ninguna de tus preguntas, y espero que no tientes frases entrecortadas para hacerme sentir que lo comprendés todo. Y quizas lo comprendas, y el único que no entienda sea yo, que trato de explicármelo, pero sale una pregunta que es Inés y otra pregunta que es Picodiribibí, y el viento empieza a pasearse en mi cabeza, me martilla, me martilla las sienes, y ya no soy yo, ya no soy Juan Manuel, sino otro, otro total e insignificante, un minúsculo hombre con mucho miedo de que te mates, un hombre pobre y nauseabundo,el mismo que sabe que Inés no vendrá, porque en el último encuentro que tuvimos, entre besos mal dados y caricias, yo le acerqué ese revólver y la obligué a usarlo.                                                     Guillermo Capece (año 1972)    
       Cada uno está solo sobre el corazón de la               tierra       traspasado por un rayo de sol;        y de pronto es la noche.
  Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte,sed de sal y angustiado pensamiento,podrán borrar lo que en el alma sientomás cercano a mí mismo que tu suerte. Ahora que descansas toda inerte,que lloras sobre el agua y sobre el viento,iré a ti y con suave movimientohe de sacarte de ese sueño fuerte. Y te diré despacio y quedamente:¿no me viste señero, duro, ardiente,a solas con el alma dolorida? Y de repente el corazón vencido,vacío de impiedad y estremecido,ha de volcarse al fondo de tu vida.                        Guillermo Capece (escrito a los 17 años,                                     después de leer la obra de Alfonsina.) 
          Mercurio,    Venus,    Tierra,    Marte,    Júpiter,    Saturno,    Urano,    Neptuno.    8 planetas, (Plutón fue excluído por pluto.)                              Guillermo Capece
Discriminaciones
Autor: Guillermo Capece  260 Lecturas
En la medianoche la novia de la muertecabalga.Nueve horas buscando los marfiles,el perfil fino del agua indecisa.Nueve horas en que los designiosfueron acequias de lo oculto. Pude morir pero ardí en mis ojos inexistentes,oh, garra.  Oh, vida.¿Qué quedará de mí?¿A quién acudir con mi soliloquio de penitente? Me sujeta la insistencia de mi sangre.Aún así, tengo la sensación marinera de los largos viajes.    Guillermo Capece                                                 
Medianoche
Autor: Guillermo Capece  446 Lecturas
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 Detrás de mi garganta un destello juega a morirse.Lo busco y es curvatura de páramo, lo mantengo entre mis dedos.A veces me sorprende porque mi llamado es su llamado,y entre los dos imaginamos un bálsamo en la siesta.Pero lo definitivo rueda la pie de los recuerdos que todavía protegen.Entonces sobrevivo cuando imagino bañado por rocío aquello que una vez fue:la luz que perdura en melancolía al enfrentarme con manifiestos, dudas, sobresaltos, que amenguan mis labios en el azar de un beso. Si yo fuera otra vez el que recorrió las espinas y sus lucesenmancipando los colores de la lluvia,el que viendo morirse al fuego entregó su violenta mano para su devoración;el que existió sobre relámpagos y los apagó para locura del amor. Pero se acerca mi remoto mar transformado en vegetaciones inventadas por la suerte.Solamente mi asombro me conduce al inefable juego del olvido:el tiempo o la resignación, me llaman.                                          Guillermo Capece            
 Nocheen que maullaron los célebres gatos de la victoria,noche enjaulada por el único poder de mi mano,noche en que el espacio celeste se estiray se acomoda a la noche misma,noche en que la quietud de los árbolesperecía al borde del abismoy el abismo todo era la noche; noche en que las cavernas más obscuras,temerosas, se volvieron blancas;noche en que saludé tu cabeza por vez postreray tu cabeza no se volvió para rescatar los silencioscaídos al fondo ciego de la noche;noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojospara no sentir el hambre;sucia noche estrellada.Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:y entonces, parado en mitad de un estupor,soy un gran gato filosofante,de esos agudos, elementales, pero sabios gatos silvestres,que al pie de siniestros basuralesbuscan amores, noches y comida.Soy el único maullido de un magnífico gato insolente,su espasmo de supremo goce,su celeste ojo nocturno,su vientre inmolado a la purísima Noche Bestial,entre noches eternas de basura.                                   Guillermo Capece
 Yo,el que duerme por tus ojos,el que recita sólo las estrofas aquellasaprendidas en remotos momentos:ese romance que tuvimos con el preciado vino azul;    yo,porque ahora estás hecho de memorias,vengo a tu sombra y digo:no lloraré;la fiesta ha terminado.Nada vale la penasi estas tan lejos y perdido,tiritando, bajo los capiteles de la nocheo en los arcos claros de la mañana.Dame la libertad.La necesito.Para construírte cercano a míbusqué la tierra más desierta.Todos los misterios del mundo son inciertoscuando tu recuerdo llama.  Como miel, maná recién caído del cielo, frutas con formas ridículaspara llegar al límite de tu corazón lujoso,pero no puedo. Quiero estar cerca de tíy a la vez lejano. Ahora una definitiva forma nos envuelve;nos sostiene el náufrago que estos versos me dicta.       Guillermo Capece
El más ausente
Autor: Guillermo Capece  1269 Lecturas
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 Es inútil: no me despertará la mañana ni el goce de la noche me traerá su calma:estoy hecho de trincheras, de incendios tan distantes que parecenpequeñas jugadas al borde del universo.Soy opaco a los guiños de la vida; no conmueven mi pesada substancialos relámpagos que mueven la tormenta. Así he pasado los años.La ciudad que tanto amé ha quedado cercada como una barca a punto de caer:alguien se apodera de ese pájaro que rompe el sol y seduce. Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia,me interné en la selva entreabierta a esperar el sermón a los muertosy las brasas apagadas de las despedidas. Obtuve, sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito, y el calendario de agua visitado por el tiempo.  Sospecho que algún ángel brotó su sangre en un sedoso camino,y me baña de color hasta sangrarme.                                          Guillermo Capece 
Digo
Autor: Guillermo Capece  311 Lecturas
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 Hijo de la carencia,inmensamenteme es necesariala libertad.El tiempo escapay mi encierro duele como una borracheracometida que me toca.Los dueños del mundo cagan en las almas.Y sus torturas son enmascaradas:juegan a la muerte con sonrisas,fabulan rosas donde hay escombro,no hay ruedas que girenal canto de la verdad.Pero los dueños del poderno sabenque el mundo continuará haciendo sonar piedras ambarinas que canten como grillos y pesen como muros para contemplar una nueva realidad, donde ellos vean que están ciegos, y que cada vez, un viento loable que sopla despacio pero sostenidamente, los enmudece para siempre.                        Guillermo Capece   
Estafa
Autor: Guillermo Capece  340 Lecturas
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 NO TENGO nunca más, no tengo siempre. En la arenala victoria dejó sus pies perdidos.Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas. Alguien sabrá tal vez que no tejí coronassangrientas, que combatí la burla,y que en verdad llené la pleamar de mi alma.Yo pagué la vileza con palomas. Yo no tengo jamás porque distintofui, soy, seré. Y en nombrede mi cambiante amor proclamo la pureza. La muerte es sólo piedra del olvido.Te amo, beso en tu boca la alegría.Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña. 
 Y la ciudad, ahora,es como un planoDe mis humillaciones y fracasos;Desde esta puerta he visto los ocasosY ante este mármol he aguardado en vano.Aquí el incierto ayer y el hoy distintoMe han deparado los comunes casosDe toda suerte humana, aquí mis pasosUrden su incalculable laberinto.Aquí la tarde cenicienta esperaEl fruto que le debe la mañana;Aquí mi sombra en la no menos vanaSombra final se perderá, ligera.No nos une el amor sino el espanto;Será por eso que la quiero tanto.
Esclavo,encadenado al cobre,abstemio y ciego para el vino,ni con un lazo de miel te herí,ni mis soldados te hirieron.Sólo fue una batalla desgarrada en el coral de los sueños de la pequeña mano mágica del olvido.   
 Elegimos un rito cualquiera de la calle:ese de la vieja que da comida a los gatoscomo si fueran hijos legítimos de su sangre.Por lo demás, otras ceremonias nos llaman:el estar bajo la lluvia hasta empaparseel doblez de aquel recuerdo,una memoria inasible que ahora aletea en el agua.La verdad es que estos actos simplestienen mucho de estoica santidad.                       Guillermo Capece
Ceremonias
Autor: Guillermo Capece  706 Lecturas
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 Aquella manera de mirar la aurora,de ver el mar oscurecido,ese mar que me domina y sigue,que tiene los atributos de la muerte,devorador de misterios,caballo sonoro de innúmeras cabezas,que también golpea con la cresta porfiada de la vida;esa manera de mirar el mar,como pidiendo socorro desde lo más profundo,como saltando sobre el vacío entre dos islas,esa manera salada y doloridapor amarlo demasiado,hoy está aquí, me pertenece.Después,en todos los sueñosel mar es un hechicero que pasea su sentencia de eternidad,que engaña con viejas sales de viejos terremotos;y vuelvo a perseguirlo,a sentir su mentida pureza.No puedo dejar de mirarlo.Me atrae cuando se nutre del viento,cuando se vacía en olas opuestas,a cada instante,cuando vomita los mástiles de majestuosos jardines hundidos,cuando con sus gritos evoca antiguas catástrofesde las que fuera dueño.Vuelvo a mirarlo como una vez lo vi:enarcándose como una dulce fiera;en el aire, en el aire, en el aire.            Guillermo Capece                      
El hechizo
Autor: Guillermo Capece  471 Lecturas
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 Domingo por la tarde El cielo se aproximapara oír las campanasde la iglesia¡Ah, tan distantey tan presente en micorazón! ¿Cuál será tu nombredespués de la lluvia?  Bajo el arcola cruz dice PAXconfiadamentepero sólo tus ojoscumplen hoysu promesa ¿Qué dirá la lluviadespués de tu nombre?
 Para descansar, mi corazóndeja  de latir de a ratos.Pienso, mido su locura, le reprocho.Entonceslos golpes asustadosvuelven a mi pecho. De un largo descanso interminable he de morir un día. Guillermo Direc.Nac. del derecho de autor  
Confesión
Autor: Guillermo Capece  673 Lecturas
 (continuación)Estaba inquieta pero no se sentía sola por haber reñido otra vez con Sergio. Pensaba que el mundo era así. La relación se transformó con el tiempo en lo que llamaba un "relación crepuscular", es decir, sin la posibilidad de recuperar aquella época en que una vez, en una esquela, escribió simplemente: "Soy feliz". Sin embargo, a pesar de que la separación había sido empujada por no aceptar los trabajos nocturnos, aún creía amarlo, y quizás por eso.De Sergio le habían quedado muchos recuerdos, y por cierto, la lluvia que golpeaba su frente el día que lo decidieron. Ella deseaba tener ese bebé. Lo quería desde mucho antes de saber que estaba embarazada. Él se opuso; otras cosas tenía en su cabeza. Nada de inconvenientes que lo retuvieran en un círculo. No quería el bebé.Julia se asustó como una paloma cuando él le habló de su propósito. Luego pensó varios días echada en la cama, y por fin un día comprendió. El asunto era muy sencillo: eso no se hace.De pronto llevaba un trozo de verdad a su boca. Clin, clin, clan, hacía el xilófono; clararín, clin, clin. Salía una música liviana de xilófonos, lo bastante liviana como para no distraerse de la lectura.-Modern Jazz Quartet- dijo Sergio llevándose un dedo a la frente mientras leía por tercera vez, el mail que en su correo le dejara Julia: ..."te ruego que trates de convencerte que es lo mejor para los dos. Te ruego que no me busques." Pero la buscó de inmediato: no podía estar separado de ella tantos días. El teléfono no respondía; tampoco contestaba los mails. Y una noche de lluvia la encontró caminando por la Avenida de Mayo; y mojándose los dos,él insistió, y así como quien tiene todo resuelto, lo decidieron. Él habló de un cirujano en Congreso. Julia lo miró, pero no estaba angustiada. "No luchar contra lo inevitable", pensó; porque no quería perderlo, y al fin de cuentas lo amaba.Salieron después de bar y la lluvia volvió a alojarlos.-¿En qué pensás?- murmuró él.-En que me estoy mojando.-Gracias, sos muy amable- dijo él irónicamente- tenés que respetar el orden del que te hablé.-¿El orden...?-Me refiero al orden sucesivo del que hablamos: primero a la casa de Carol,despues la visita al cirujano, los análisis..., qué se yo... pero lo más imperioso es que hables con Carol.Estaba claro que él no la acompañaría.-Sí- susurró Julia- respetaré el orden. Ayer hablé con Carol, pero no le dije que...-Sin modificar nada- dijo él- sin modificar. ¿Te parece que todo se arregará en la fecha fijada?Y recordó que todo se arreglaba siempre, tal como lo preveía él, y esa vez también, a pesar de que ella se tornara temerosa y callada.La abrazó, la besó, justo cuando la lluvia amainaba. Sonrieron los dos.Cómo desatar el nudo, cómo volver atrás. Cómo ocultarse de sí misma cuando estaba tan presente en medio de esa realidad. Cómo regresar de esa historia.      
(continuación)Julia era pintora. Más o menos exitosa. Pesaban sobre ella un premio de la Ciudad de Buenos Aires, y una medalla de oro, distinción conferida por el Gobierno de Venezuela al pintar un retrato de Bolívar y exponerlo en la Embajada argentina en Caracas. Sin embargo no era una retratista. Su pintura tenía esos esos esfumados paisajes monocordes, que nos hacen ver un árbol, o de pronto un río o una montaña, siempre simpáticos, nunca demasiado figurativos, hechos con un dejo de arrobamiento -sólo un dejo- porque el arrobamiento total lo guardaba para Sergio, que no pintaba, ni le interesaba demasiado nada, sólo los riesgosos trabajos que hacía por la noche, y claro, también vivir de ella, de lo que ella le daba.De la escasa fortuna que ella heredara (una casita en la costa, dos o tres lotes en Madariaga y un Peugeot blanco), sólo quedaba incólumne el Peugeot; lo demás voló en poquísimo tiempo a los bolsillos de Sergio, y de allí vaya a saber dónde.Pero sabía que él la amaba, se lo había dicho mil veces, y sus encuentros tenían tanta pasión que Julia lo había erguido como único ser en el mundo.Creía ser dichosa por entonces, aunque a veces, en la solitaria tarea de pintar, una congoja inexplicable le apretaba el pecho, como si un niño llorara dentro. Y era cuando tenía que abandonar todo y llegar hasta la farmacia por algún sedante. Luego la cosa se arreglaba con un rápido llamado ("¿estas bien?", "¿te veo esta noche?", "te espero."), y los pinceles volvían a amasar esa pasta olorosa y blanda para cubrir el tono amarillento del lienzo.El problema era cuando Sergio, sin explicar demasiado, le decía:-Hoy no nos podemos ver; mañana no sé. Llamame.Entoces Julia dejaba los pinceles, y echada en la cama comenzaba  a consumir esas pastillitas inútiles, o bien a tomar el vino de La Cantábrica, que le hacía develar la verdad.Julia tenía 45 años. Sergio, 30.Ella era todavía una nujer atractiva; su rostro estaba, sin embargo, determinado por una inquietud interior, como si una rara ansiedad la dominara.Sergio era fuerte en su contextura, con las facciones más angulosas que jamás viera Julia, según le gustaba decir.Se conocieron en la Galería Pigmalión, ella observando unos óleos de un principiante, y él también, aunque no tanto, porque siempre andaba a la pesca de alguien con quien compartir lavelada.Y esa noche su aventura se llamó Julia. Fueron al departamento de ella, y entre el humo de cigarrillos de Julia y la desaprobación de él, entre alguna bebida alcoholica y el olor a bencina, Sergio la llevó a la cama, la desnudó, y la amó como hacía tiempo no amaba a una mujer.Tanto que no cayeron en cuenta que el sol estaba alto cuando él se despidió.Pero fue hasta la noche, porque justo a las ocho el portero eléctrico sonó, y Julia escuchó la voz de Sergio.Cenaron. Hablaron de las pocas posibilidades que existían para el artista en este país, y si no era mejor meter todo en una valija y disparar para Europa. -En estos momentos, Europa...-exclamó Sergio- no es el mejor lugar para irse.-Para un artista Europa está siempre preparada a recibirlo- respondió Julia. Ella mencionó también una postergada exposición en Mar del Plata, donde un galerista estaba esperando que se decidiera.Después, puso ese viejo disco de Gato Barbieri, bailaron suavemente, muy unidos, y él la fue empujando hacia la cama, donde volvieron a amarse. Así durante algunas semanas.
(Continuación)Julia estaba firme, segura. Él se sentía vacío, como si lo miraran calándolo en lo hondo de su cerebro. No sabía qué decir. Le habían robado las ideas, y un raro malestar lo cubría por entero. Se daba cuenta de que ella esperaba una respuesta, y estaba decidido a recorrer todo su cerebro para encontrarla. En tanto se paseaba por el living jugando con su llavero. Debía encontrar alguna idea.-Julia... vos no habrás pensado que yo dejé de quererte- las palabras se le amontonaban en la boca.Ella volvía a hacer  pesado el silencio.Por fin le dijo que tenían un dispar concepto de la felicidad, que hablaban diferentes lenguajes, que entre ellos existía una barrera que ahora se hacía evidente.Él la veía blanca, suave pero decidida............................................................................................................................  Sus ojos color de miel se enrojecían, así como sus mejillas, y se ponía francamente insoportablecuando al segundo whisky le seguían un tercero y un cuarto. Entonces hablaba sobre lo que había sido su amor con Sergio, y todo su pasado se le venía tumultuosamente encima; resultaba abrumador más que doloroso oírla.Era cuando la piel de Julia se espesaba, un ligero rictus se enmarcaba en sus labios, mientras insistía que la verdad le debía ser develada, a la par que otro whisky caía en el vaso.  Y era por la tarde cuando no sabiendo cómo manejar su angustia, llegaba a su departamento, chequeba para saber si su portero electrico estuviera conectado, controlaba el tuibo telefónicocomo si esperara a alguien, naciéndole la necesidad de sentir en su pecho el ardor de la bebida, mientras fumaba y pensaba en los tres años vividos junto a Sergio.Otras veces le pedía a Carol que la escuchara , o a alguna compañera del Colegio Marañín donde dictaba clases, o al vecino, o tocaba desesperadamente el timbre del portero para contarle lo mal que se sentía por la rotura de alguna canilla y que fuera urgente a arreglarla.Una vez allí invitaba al hombre con una copa y comenzaba con una pequeña historia de sí mismahasta que por fin se desbordaba, sin permitir que su interlocutor hiciera algún comentario, porque además éste no encontraba espacio para hacerlo.Ella había llegado a eso. (Ella,  quien  gustaba del diálogo, y quien -en otro momento- pensaraque se había separado de Sergio sin inconvenientes, quien hacía tiempo escribiera en una esquela: "soy feliz", por escribirlo nomás, por sentir desde el movimiento de su mano ese gozo que le nacía en el cuerpo, pues en momentos de dicha sentía todo su cuerpo sutilmente ocupado), ella, ahora estaba vencida, pero no exactamente vencida -pensaba- sino con un desasosiego blando, que le impedía ver con claridad todo cuanto le sucedía; por eso tenía que llevar aunque sea un trozo de verdad a su boca, deshacer con un vaso de alcohol las lágrimas que albergaba sin salida.    Un día don Ernesto Sabato la invitó a ver sus propias pinturas,pues le había interesado el temperamento suave y a la vez definido de sus óleos. Ella se transladó hasta Santos Lugares.-Pase- le dijo Sabato abriéndole la puerta. La tomó del brazo y pasearon por el jardín.-Me gusta que hagan ruido bajo los pies. Por eso no las dejo barrer- continuó Sabato refiriéndose a las hojas secas.-Pise, pise- siguió- y encontrará un placer que quizás no sea nuevo para usted, y seguramente estará enraizado en su infancia. Quizás cuando usted era pequeña jugaba en una plaza en otoño.Julia asintió.-Pienso que el placer que usted siente también debe ser trasladado a sus cuadros, junto con la textura y el color-dijo el maestro- es decir el placer debe ser evidenciable para el pintor y evidente para el observador- y miró de reojo a la invitada.-Pero para eso- continuó- usted tiene que obtener nuevamente ese pequeño o gran gozo que significa hacer crujir las hojas secas, atesorarlo, y llevarlo como en una cajita dorada... hasta el cuadro.El ya no hablaba de literatura.Pasaron al taller y las telas que Sabato le mostró deslumbraron a Julia.La mayoría eran óleos, retratos de famosos. El trazo era vigoroso. Otros transparentaban tal angustia existencial que resultaba difícil mirarlos. Parecían expresionistas, y ella hubiera jurado ver en algunas, la influencia de................, pero no se atrevió a decirle nada.Almorzaron brevemente en el jardín; antes Sabato se habìa detenido a mostrarle una tela que le entusiasmaba sobremanera: se llamaba "La tierra roja". Obviamente era un paisaje de Misiones, donde el celeste se veía apenas en la parte superior, y los bermellones y marrones y verdes, ocupaban el mayor lugar.-No conozco el autor- dijo Sabato- no está firmado- me lo regaló en Misiones un joven llamado Inocencio, que es un escritor de gran futuro.La tierra roja era para Julia igual a esos días pasados junto a Sergio que se agolpaban en sus cerebro, donde los recuerdos pugnaban por presentarse alternativamente, pero sólo lograban mezclarse confusamente, síntoma del desorden con que había ocurrido todo. Con fastidio trató de apartar esos pensamientos, y dedicarse por entero a la conversación con don Ernesto.Mientras le mostraba unas fotos de sus nietos, y otra más obscura del perro que había tenido,plácidamente le dijo que quería alquilar una casita en la costa para pasar el verano. Si disponía de la suya. Quiero sentir el mar, murmuró casi don Ernesto.Otra vez la desorganización. Parecía que todo se ponía de acuerdo para sumergirla en una constante introspección.Le dijo que no. Que la había vendido. Y trató de ser compasiva con ella misma.El mundo estaba allí para que ella lo transformara, y ella no podía hacer nada con él, salvo dejarlo quieto y esperar que pasara.
Las torres trasmiten entre sí el misterio.Adornado por la historia, un niño que se llama Guglielmo,sale de la iglesia, y corre.Sobre una colina, viejos castillos medievales.En la plaza de la Cisternael niño viene hacia mí, y me pregunta algo.Yo a mi vez le pregunto.Sobre las torres, un silencio inacabable. GuillermoODirec. nac. del derecho de autor  
 Sólo amándote me lleno de instinto.Con tu canto, yo armo paisajes,catedrales suaves, gente sin miedo,y entonces,todos los silencios mueren.Mueren cuando tu canto viajaentre los muros de mi cuarto .Y ya no hay más soledad. Sólo el equilibrio de tus ojos celestes. Guillermo  D.N. del derecho de autor   
Sólo amándote
Autor: Guillermo Capece  617 Lecturas
 Volví a ver a la joven veneciana que me mostró el consuelo del amor. Es inmortal y me causa dulcemente daño. Está entregada a un aire que nunca me abrirá. Hace siglos tuve un sueño en sus labios. Está intacto. Ella ahí lo dejó y ahí se queda, cerrado para mí, que lo soñé.                                                                                            Juan Gelman 
 En la belleza de quien ya no está se forja el poema primero,mientras hablo de suertes pasadas,de paisajes altivos -Praga-,y de alguna caricia que el placer conserva. Tengo la fortuna de querer la oscuridad,como esos castillos volantes quieren la suya. Entonces recupero lo que dijeron desde adentro las palabras,y las suelto como a un violín que repite melodías en tardes ausentes y lluviosas.Esas tardes de Malá Strana. Siento mis deseos cuando sueño cierto barco deshecho en el Moldavaque no termina de naufragar. Encontrémonos   Encontrémonos Dónde nació este lazo cuyo cordón de amor es la zona más hermosa de mi saqueda playa. 
En Praga
Autor: Guillermo Capece  574 Lecturas
Para tu paladar de gato de angora he cazado los peces más finos,y frutos de nombres extraños hicieron fiesta en tu boca.  Para tu boca preparé los besos más antiguos que se hicieron nuevos en tu arte de besar.  En tus pies he calzado flores griegasque delicados enanos fabricaron con extrema dulzura. Licores libres han pasado por tu garganta en noches navideñas. Para tí los mismos enanos tradujeron los versos más hermosos de Horacio,y tú lo celebraste. Mi sexo enamoró tu sexo en largas noches donde tu cuerpo fulgíacomo cardúmenes en el nido del mar. Alguna profecía mal iluminada me avisó que te ibas a hundir entre rocas amarillasen un ascender y descender de montañas. Ahora,alas, en una tarde,me llevarán donde tú lavas tu traje infinito de espumas.     
Tomando una copa de vino me marchito. Esta espera -¿cuánto hace que espero?- aprieta mi corazón que apura sus latidos. Otra copa de vino en soledad,algunos cigarrillos,y me parto en dos, me sueño, me amo a mí mismo, tristemente, sin poder amarte porque estás lejos, y aún en presencia estás lejano. Quiero morirme de a poco, como me estoy muriendo ahora.  Me sirvo más vino; la tristeza se anuda a mis recuerdos; el estómago es una bolsa de amor, el cerebro dejó de pensar, pero siente:creo quevoy a morirme,y eso importa poco.  En mi sepulcrouna carta incesante.La abro. (Ahora que ya es tarde,tú dices que me amas.) Oye : da unos pasos.Dos o tres, los que puedas. Apuñala mi sepulcro,y baja,y bebe conmigo, ardiendo,tanto sabor amargo.         
 en la madrugada cabalga la novia de la muerte nueve horas buscando el perfil del agua indecisa nueve horas en que los designios eran acequias de secretos pude morir pero ardí en mis ojosplagados de seres que cantaban maravillosas auroras                             ..ríen esas muchachas de aceitehechas para la tristeza y el tumultoAmalia e Inésllamándomesumisas siemprellamándome                            ..cómo acudir con mi soliloquio de penitente                          me sujeta la inexistencia de mi sangre aún así tengo la sensación marinera de los largos viajes.                         
Viajes
Autor: Guillermo Capece  381 Lecturas
                                    Para Carol,para Marité, para daih,para Annita Feuemberg, para Fabio, para Inocencio, para Hoz, para Miguel C.                                                                                                                                                                                                                       ......"me gustan las mariposas y los perros..."En las suaves noches de luna nocturna,él no buscaba estrellas en el mar,sino mariposas,perros blancos.Caminaba, y cerraba la boca para que las ramas del bosque no lo dañaran....Sobre la sombra de un árbol, echado,inquieto sobre el color de la luna,veía volar los hijos de los pájarosy entonces cantaba....Así cómo se llamaba no recuerdo;recuerdo sí que en sus manos atrapaba el transcurrir del tiempo,y que me ofrecía la ralladura de un limón para que comiéramos....Cuanto lo amé tampoco recuerdo;recuerdo sí que pasábamos nuestras tardessubidos a un castillo de portal pesado y armaduras de cobre,y que las nubes brunas volaban en nuestro entorno exclamando oracionesque cautivaban el amor tranquilo que nos dábamos....Murió una tarde en que se apagaron los peces del estero.Miles de mariposas lo alzaron entre peonías,y se asombró cuando yo le llevédos perros blancos que había robado,y que acompañaron, perezosos, su cortejo. 
Hay algo de agua en tus ojos,y en tu sexo algo de nutria salvaje. Ahora baila con mi alma,y yo los miraré a los dos;yo, viajero, quedaré quietoviendo en un charco caer un poco de lluvia,como un eremita extraño que deja caer su pena. Nada existe,ni es cierto.Ni tú, ni mi alma, ni la pequeña lluviaque desordena con alas pesadasel perdón que puse una tarde entre tus templadas manos.Qué habrá después de tus manos?Qué habrá después de la lluvia?Qué habrá después de tí mismo y de tu sexo transgresor de nutria salvaje?   

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