• germaín montenegro
germain montenegro
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  • País: Argentina
 
     En la hoja doblada en cuatro cortes había un poema:     Anda...vé,    pon tu corazón adelante    y síguelo.    Cruzarás en el camino,     caravanas que regresan.    Por las noches    beberás de las estrellas    los dulces ríos que vendrán.    Anda...vé,    No vaciles tu andar,    no detengas tus pasos,     ni aún en la orilla del mar.
                 Después de pedirle unas monedas a una pareja de enamorados que estaban sentados         en el banco de enfrente, el vagabundo dirigió los pasos diréctamente hacia la chica.         Ella lo vió venir y buscó a su madre con la mirada. Pero la madre de la chica ya iba         caminando hacia el auto para guardar el bolso grande que siempre llevaban cada vez         que salían de paseo.           Cuando la chica volvió la vista ya teniá al hombre a su lado con la mano extendida.         -¿Me puede dar algo de dínero para seguir bebiendo...? - Le habló el vagabundo.         -No tengo dínero.- Le contestó la chica.         -Se lo estoy pidiendo con honestidad señorita...- Le dijo el hombre sin darle impor-         tancia a la respuesta de la chica.- Ella buscó nuevamente a su madre con los ojos,         pero la mujer se había quedado en el auto haciendo no-sé-que-cosa.         -Le dije que no tengo dínero.- Reiteró la chica, marcando con dureza cada palabra.         -Una moneda nada más...- Insistió el hombre.- Y no estoy engañandola diciendo que         es para comprar pan o porque tengo un hijo enfermo como lo hacen los drogadictos.         Yo no miento señorita, necesito unas monedas para seguir bebiendo.- La mano ex-         tendida del hombre tembló ligeramente.- La chica recordó que tenía un par de mone-         das en el bolsillo del pantalón y con cierta dificultad las sacó y se las dió.          -¡Gracias señorita!- Le dijo el hombre y antes de marcharse agregó; Le queda her-         moso el cabello así...         -¡Oh, bién...gracias!- Contestó la chica sorprendida por el halago. Después de todo         su madre le habiá criticado acidamente el haberse teñido un mechón de su rubia ca-         bellera en encendido color violeta.         El vagabundo que se iba, por alguna razón volvió sobre sus pasos y le preguntó a          la chica ¿Señorita, es usted casada...?          La chica no pudo evitar sonreír y contestó; A usted no voy a contestarle esa pre-         gunta.         -Es mi manera de saber si a usted le han hecho el amor...-Dijo el hombre sin mirar         a la chica- Porque usted es una bella mujer...         La chica, avergonzada fijó sus ojos azules en unos niños que corrián felices alrede-         dor de un árbol.  Escuchó que el vagabundo le pedía disculpas antes de alejarse          definitivamente del lugar. Un minuto después volviá su madre.         -¿Te estaba molestando ese hombre, hija...?         -No mamá, sólo me pidió dinero para un trago...¿y a vós que te pasó, porqué te          tardastes tanto...?         -Tuve que esperar que movieran la camioneta blanca para acercar el auto...¿nos         vamos hija?         -Bueno mamá...- Dijo la chica y la mujer empujó suavemente la silla de ruedas          hasta el auto. Después se tomó todo el tiempo para acomodar a su hija en el asi-         ento del acompañante. Plegó la silla de ruedas y la puso en el asiento trasero y         se fueron.         -Me preguntó si yo estaba casada...- Dijo la chica casi pensando en voz alta.         -¿Quién hija...?         -Ese hombre...- Contestó la chica señalando al vagabundo que iba por la vereda.         -Mirá vós...- Le dijo la madre y agregó; Todo un Don Juan el borracho ese...         La chica sonrió con tristeza, tenía 26 años recién cumplidos y nunca nadie pasó          el límite de preguntarle si un hombre le había hecho el amor.         -¿Querés que vayamos a lo de tu hermano a tomar unos mates...?- Le dijo la         madre para sacarla de la melancolía.         -No mamá...- respondió la chica- Estoy muy cansada...- Y así continuaron viaje         en siléncio.         El vagabundo no entró al bar donde siempre se alcoholizaba, siguió de largo hasta         llegar a los baños públicos de la estación del subte. Allí se quedó largo rato apoyado         sobre un lavamanos con el rostro casi pegado al espejo. Enfrentó su despreciada          imagen como una herida...porque hombres como él no deben mirarse jamás a un          espejo y recordó que una vez fue feliz.         Había cumplido 12 años y la Señora Aurora que les daba comida caliente a los niños         de la calle...celebró su cumpleaños.          Estaban todos sus amigos...y el con ropa nueva como regalo...aún siente el beso         en la mejilla de aquella señora, la única que alguna vez le dijo: Gabriel...felíz cumple-         años.         Gabriel cierra los ojos y se aferra con desesperación a aquel instante de su infancia.         Un resplandor lejano de su pasado. Aquel beso, aquel abrazo que recibió cuando          niño le bastan para no morir llorando irremediablemente.                  FÍN.    (Germaín Montenegro)                                                                                       

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