• Laura Vegocco
Flor de Loto
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Ese momento donde yo te sexo y tú me sexas y ambos nos sexamos, el lenguaje me permite romper sus reglas sin juzgarme irreverente, ese momento de profunda sedición donde soy la que se eleva por encima de nosotros porque literalmente estoy arriba consumiendo el portento de tu masculinidad que integra adorables clichés; la barba cerrada, el pecho fuerte, los ojos oscuros, recónditos y desafiantes, el cabello estilizado en completo desorden y la proyección de mi reflejo en tu mirada. No sé qué provoco en ti ni me importa; si bien te quiero arrodillado en el mejor de los sentidos y delirante de amor o lo que sea que te mueva, me interesan más las emociones que me empujan a respirarte, a integrarte en la marejada de mis palabras, porque sí, de verdad, en ese momento no eres tú, soy yo, yo que me impongo a no volver trivial lo que parece tan obvio, que no solo te guardo en mi lengua sino en cada centímetro de mí palpitante corazón, lo cual es bastante decir cuando se rumora que no lo tengo. Quiero llenar de misticismo la ocasión donde la carne es una sola, las buenas maneras se destrozan y sin embargo se practica la sutileza de las caricias que no necesitan del tacto y las miradas se hacen con el alma. Si te digo que no quiero transgredir el monástico silencio no es porque me importe que los vecinos me escuchen gritar, es que hay más emoción en el huracán interno que intenta pasar sus límites buscando un punto vulnerable para hacerse presente, empeñarse en contener esa fuerza no es una tarea inútil, es no permitir que una sola gota de ambrosia sea desperdiciada en aras de decirnos a gritos el mucho deseo, el mucho sentimiento que nos acerca, que la mirada se encargue de comunicar lo que es imperativo, que sea el silencio inalterado el mensajero en esta combustión que por paradoja no nos consume, nos renueva en cada chispa que desprende y nos vuelve más incendiarios. Si en la fugacidad de una ojeada me descubres el universo y veo la historia de mi vida, desde mi primer llanto que rasgó el alba hasta la lágrima de este instante lascivo donde una dicha ignota me ciñe, entonces valdrán la pena todos los kilómetros andados para un polvo contigo. En esta noche que para los demás es gélida y del color del metal; noche propicia para llorar la soledad o anhelar el amor, nosotros ni lo uno ni lo otro; hoy la tibieza de mi carne te acompaña y si quieres creer que soy el amor por mí está bien, suficiente para equilibrar mi ego un poco en picada últimamente. Pero volviendo al momento donde yo te sexo y tú me sexas, no esperes una confesión desenfrenada, no necesitas oírlo de mi habla, pero sabrás en la víspera que por ti deliro, que puedo evaporarme en tu imaginario y aun así la marejada de ardor que hoy nos consume será nota eterna cuando busques el recuerdo y sepas que polvos en tu vida habrá muchos más, pero ninguno de tonalidades oscuras y resplandores, y sin embargo con un perfil tan honesto donde es genuino hacerte sentir la vida como si hubieras nacido de mi vientre sin el peso de que la sangre nos una y sin embargo nos une en este pacto para ser custodio y rehén de mis entrañas al que eufemísticamente llamamos “hacer el amor”. 
Vulgar azucarado
Autor: Laura Vegocco  592 Lecturas
Cuando llegó a la sala regional yo tenía varios años de estar aquí. Para situarlo a la entrada me movieron un poco, finalmente me ubicaron bajo el cubo de luz y junto a una enredadera que a veces me hace cosquillas en la nariz. Debo admitir que desde el primer momento me impresionó por encima de todas las piezas de este ecléctico lugar, su estatura alcanza el metro ochenta, tal vez un poco más por el pedestal. Lleva puesto el uniforme característico del ejército español conquistador perteneciente a la caballería, los soldados de élite, su armadura impresiona y bajo el yelmo de acero asoman un par de ojos sarracenos bellísimos. Mi cuerpo está hecho de mármol de Carrara, como el David de Miguel Ángel, un material que proviene de las canteras de los Alpes Apuanos en Carrara, Italia. Si estás pensando que me esculpió Miguel Ángel, olvídalo, ya quisiera yo, nadie sabe quién le dio vida a mis formas pues mi ficha descriptiva solo dice: “Mujer con estrellas en el pelo, bajo el manto de la luna” Autor desconocido, siglo XVIII. Aunque este lugar se llena de gente los domingos por la entrada gratuita, yo disfruto más la soledad de los otros días, cuando solo aparecen dos o tres visitantes y se detienen a un diálogo conmigo, también con los otros, aquí hay mucho que ver y tanto que admirar; son casi 300 años de arte acumulado nada más en esta sala. ¡Cuánta humanidad nos ha pasado encima! Acércate un poco porque no quiero que esto lo escuche el soldado español, si te fijas (no voltees) tiene los ojos más hermosos y expresivos que haya visto, es como si dos ópalos negros vivieran allí. Pero sucede algo curioso, a algunos visitantes les impone tanto su figura y pasan de largo o nerviosos porque su apariencia es hiperrealista.  Si miras más de cerca notarás la herencia mora y aunque aquí la mayoría lo juzga de temperamento hierático, yo puedo asegurarte que es totalmente pasional. Parece muy obvio ¿No? El contraste entre nosotros, pero a estas alturas hemos dejado muy atrás la condición de objetos inanimados, de hecho no lo hemos sido nunca, nadie debería confundir piezas de museo con objetos sin alma. No es que cobremos vida cuando las luces se apagan como si fuera un cliché hollywoodense, es que siempre estamos vivos y la memoria de nuestro tiempo latente en el interior de cada uno. Tampoco hay objetos más o menos interesantes solo que algunos te podrán contar mejor sus historias. En más de una ocasión he intentado acercarme y socializar con el soldado español de caballería, pero al decirle hola solo agacha ligeramente la cabeza mientras se toca el casco y esboza un mohín que yo interpreto como una sonrisa. No te engañe el silencio de esta sala ni tampoco creas que somos solemnes, hay muchos malhablados y libidinosos como aquel viejo de la pintura sombría que representa a un notable del siglo XVI, enviado acá para explotar y esquilmar a los nativos además de formar parte de aquella depravación llamada la Santa Inquisición, ¿Notas cómo rima? Detesto como me mira, sus modales acartonados y su olor de embutido añejo. Ni siquiera esas ropas magníficas pueden disimular la deformidad de su alma. Por suerte aquella gran noche, la noche de luna azul, él no estuvo aquí sino en el taller de restauración. Voy a hablarte de esa noche, hasta ahora la única. La primera vez siempre tiene un efecto fascinante. Si pudiera pedir un deseo sería quedarme sin memoria cuando vivo algo inusitado y volver a vivirlo indefinidamente, aunque con los recuerdos de ese momento hago maravillas en mi imaginación, esas vivencias son gotas esenciales de felicidad.   Ese día el guardia de la sala dijo que habría luna azul, que es la sucesión de dos lunas llenas en el mismo mes, algo que ocurre cada tres años. Como puedes darte cuenta estoy situada bajo un cubo de luz que la refleja de lleno sobre mi cuerpo y solo por ese hecho parece que soy especial en esta sala, pero no lo soy. Lo que sí es que soy diferente y no me comporto como se esperaría de una escultura fabricada para el capricho de un noble y que representa el esplendor del barroco del siglo XVIII. Así fue como al sentir sobre mi espalda la luz desbordándose se me ocurrió quitarme el blusón y dejar al descubierto el magnífico corpiño que llevo debajo, los pechos asomaron turgentes (no es el corsé, así los tengo). No buscaba llamar la atención del soldado español, pero lo hice. En un instante mis ojos se entrecruzaron con los suyos y sentí que un incendio me sofocaba. No pude sostenerle mucho tiempo la vista, un parpadeo sirvió para ocultar mi turbación. Después volví a mi rigidez habitual, sin embargo ya no podía estar quieta y de cuando en cuando miraba de reojo para ver lo que hacía el español, no necesitaba hacer nada, su mirada era suficiente para provocar una fiesta en mi imaginación. Eché de menos al noble petimetre que me mando esculpir, no es que fuera nada extraordinario es que sabía decir cosas lindas y en ese momento cuánta falta me hacía un cumplido para que mi imaginación divagara por un camino diferente. ¿Nunca te ha pasado que a veces una sola palabra puede endulzarte un día completo, una vida entera, una eternidad? Conforme la luna avanzaba el recinto se llenó de un brillo esplendoroso, parecía una atmósfera irreal, como el efecto que le llaman virado a cian, conozco ese término porque la semana pasada hubo un taller de cine en el museo. Algo se apoderó de mi voluntad, era como si levitara y ese impulso incomprensible me llevó hasta él. Tal vez dormía o solo aparentaba porque no respondió al toque suave de mi mano sobre su casco, quería quitarle el yelmo y ver por primera vez todo el contorno de su rostro, sus cejas espesas, los labios pulposos, el mentón afilado. Al no obtener respuesta me quedé quieta observando por unos minutos su perfil flemático, sin embargo un pulso intenso se escuchó como la reverberación de un trueno, era su corazón. No quise insistir porque en todos estos años de pasividad he aprendido a respetar los silencios de los otros, me di la vuelta para volver a mi podio, la luna parecía seguirme todo el tiempo, repentinamente sentí sobre mi brazo una presión suave, pero contundente, un “no te vayas” tácito que me mantuvo paralizada por unos segundos. Cuando giré, el soldado de caballería se había quitado el casco y el yelmo, hasta ese momento supe que tenía el cabello ligeramente ondulado, pero eso no fue tan trascendental como sus ojos, te preguntarás por qué hablo tanto de ellos, solo puedo decirte que al mirarlos es como estar frente al espejo del tiempo, que me dan una milenaria y convulsa paz, que en su reflejo me encuentro conmigo misma en una versión mejor, que al cruzarme con ellos es como si el vacío me arrastrara para luego ver la primera luz del amanecer. Tras el contacto iba a decir algo, pero me alegro de no haberlo hecho ¿Qué se puede decir en esas circunstancias? Cualquier palabra mal elegida arruinaría el momento, preferí que mi cuerpo hablara por mí, hay un punto en las relaciones humanas en que las palabras se agotan para describir las emociones. El beso fue de menos a más, ¡Bendito lenguaje del cuerpo que no necesita manuales! Sentí cómo sus labios expresaban sobre los míos un discurso apasionado, cargado de una tristeza subterránea, porque el placer también se moja con gotas de sufrimiento, esa mezcla de sobresaltos al sentirte tan vivo y al mismo tiempo pensar que puedes morir. Experimenté todo un arcoíris sensorial, pero por un momento la vergüenza de creer que todos nos miraban me cohibió, nadie nos veía, el efecto de la luna azul abrió un arco temporal para que pudiéramos disfrutarnos sin testigos. Él no dejaba de besarme, me prodigaba caricias ávidas de deseo que hicieron estallar algo entre mis piernas, sentí los pechos palpitantes, trémulos de su contacto, ganas de cubrir mi desnudez con la suya. No sé si la música que escuchaba en el fondo de la habitación era real, sonaba extraordinaria, misteriosa, una profusión de resonancias vitales; gaitas, violines, guitarras, tambores, laúdes, cornos, oboes y sobrepuestas voces portentosas que me hicieron pensar en el Apocalipsis. El amplio pedestal sobre el que se exhibía al soldado español nos sirvió de tálamo, para ese momento él se había despojado de la armadura y casi toda la ropa, únicamente llevaba puesta una camisola de algodón que dejaba al descubierto gran parte de su torso, a mí lo único que me quedaba encima eran las estrellas que ornamentaban mi peinado. Fue catártico el contacto de nuestros cuerpos, me sentía aturdida, emocionada, excitada, conmovida. Todas las pasiones que emanan del  intercambio carnal. Entonces mi cuerpo fue depósito del suyo o viceversa, con las puntas de mis dedos delineé su espalda, le hice tatuajes invisibles y conocimos la dulce oscuridad de estar a solas, de abandonarnos al acto más egoísta y disfrutable del ser humano, el sexo hedonista que no está hecho para procrear tampoco para amar no en el sentido literal de la palabra sino en una tonalidad más oscura, hay una cierta forma de cariño que no es absoluta ni tajante no es posesiva y al mismo tiempo lo quiere todo. Por eso no escatimé en caricias ni en ocurrencias porque cuando se trata de pasarla bien no hay segundas oportunidades. Así, el amanecer nos encontró con pocas palabras expuestas y mucha locura intercambiada, sin promesas ni lazos solo la más honesta virtud del sexo satisfactorio y bien logrado, del clímax alcanzado a través de la carne para llegar al alma. La complicidad que estableces con alguien que te ha hecho ir y venir en el sentido más vulgar y sublime de esta expresión es algo que llevas para toda la vida, no importa qué tan alejado te encuentres de esa persona incluso al margen de que pueda olvidarte. Por ahora seguimos muy cerca, uno enfrente del otro, nada ha cambiado en el exterior, pero por dentro ambos lo hemos hecho, él me mira con energía y soy capaz de hacer lo mismo (sin dejar de sonrojarme). Cuando los demás están en mantenimiento me acerco furtivamente, levanto el yelmo y lo beso con más ardor que práctica, mi lengua tiene urgencia de su saliva y su frenesí me comunica que el deseo de comernos es mutuo. Tal vez pronto coincidamos en el taller de restauración, ojalá solo seamos nosotros, sino, quizá la próxima luna azul nos favorezca. No podemos establecer un vínculo convencional, pero ¿Quién necesita eso cuando has conocido el éxtasis de la carne, el ardor primario que da sentido a la vida? Los títulos son para los nobles y para nosotros el cielo. 
  En el sexo todo se vale, pero la primera impresión sí puede determinar el futuro de una relación (aunque no sea amorosa) ¿Cuáles son las cosas que más fastidian la hora del arrumaco y de las que uno debe cuidarse? Acciones o situaciones que pueden hacer de ese primer encuentro sexual con aquella persona tan deseada una gran decepción; bueno pues preguntando por aquí y por allá recopilé algunas que he redactado en forma de pequeñas historias basadas en las anécdotas que me parecieron más notables, escatológicas o divertidas.   Noche de amor friki La historia es simple; un chico embelesado desde hace meses con una chica, un día se encuentra con ella en una reunión de la escuela, por supuesto hay alcohol mucho alcohol. Ella se emborracha y le ofrece al susodicho ir a un hotel a pasar la noche, por supuesto trémulo de la emoción se frota las manos: ¡Va a pasar la noche con su crush! Saca la cartera y como buen estudiante la encuentra casi vacía entonces le llama a su hermana mayor y le pide dinero para una emergencia, la hermana supone qué tipo de emergencia, se compadece de él y le hace un depósito exprés a una cuenta que solo tiene dinero los días que le pagan su beca. Sin más preámbulo llegan al hotel y comienza el deleite de las caricias con el plus de que se trata de las primeras entre este par, esas caricias que saben a gloria cuando estás con un cuerpo desconocido, cuando llega el momento de ponerse en cueros él que sueña con un par de pechos redondos y rematados por un pezón perfecto se encuentra con algo que jamás había visto; dos mangueras en lugar de pezones, es decir son pezones, pero su forma es totalmente extraña, sobresalen del cuerpo como si se tratará de dos pequeñas lombrices (así lo describe) que se mueven con vida propia, ella le pide que los bese y él no sabe cómo negarse, consumido por la repulsión posa sus labios sobre ellos y se obliga a pensar en otra cosa, en algo que le guste, en aquellos dulces deliciosos que le encantan: “Peaks” se imagina estar comiéndolos mientras escucha los gemidos de la chica, se siente aliviado y piensa que por lo menos lo está haciendo bien, repentinamente ella se endereza movida por una especie de espasmo y él cada vez más satisfecho seguro de que la está llevando al Nirvana del placer, no termina de cavilar cuando se da cuenta que ella le ha vomitado encima, tal vez por cosas como ésta dicen que no es bueno follar borracho. Nadie en la escuela supo por qué se le enfrió la pasión por su crush y menos por qué aquellos dulces que tanto le gustaban ahora lo hacen vomitar.   Una sorpresita bajo el pantalón Erase una vivaz y desparpajada chica que conoció en una galería a un interesante, guapo y risueño caballero, hasta ahí todo bien. Como la química entre ambos fue estupenda decidieron repetir y se citaron para un encuentro más cercano en un hotel de Calzada de Tlalpan sitio puramente circunstancial pues por esos rumbos casi ni existen de estos locales de cinco letras. La excitación de ella era enorme y solo deseaba comerlo todito de un solo bocado, pero ¡Zastre! Lo que parecía un apetecible y hermoso pene debajo del pantalón, resultó una especie de bola extraña parecida al obispo, embutido que se vende por los rumbos de Toluca, como ella era buena gente y hasta eso bien educada no se atrevió a confesarle su horror y buscó una forma decorosa de zafarse de semejante entuerto entonces fingió un repentino malestar estomacal que cada vez se hizo más fuerte, se encerró en el baño, se empapó con agua la frente y corrió el rímel alrededor de sus ojos hasta parecer un mapache, un mapache muy enfermo y así causar el efecto deseado: compasión en su amante quien visiblemente preocupado le dijo que antes que el sexo era más importante su salud y mejor la llevaría a su casa al fin y al cabo tendrían muchas otras ocasiones para “rechinar el catre”, por supuesto eso nunca sucedió, pero la chica salió airosa de ese complicado momento y conservó la amistad del guapo que además era tan buena persona y muy considerado. Tan, tan.   El olor a sope Imaginen la escena: el hombre lúbrico y excitado llega con una compañera de trabajo que por fin se animó a ligar, a la habitación de un hotel bastante nais, empiezan a sacarse la ropa y él está firme y tieso; la mujer, sexy y entrona se levanta la falda y deja al descubierto sus pantimedias, la blusa camisera a medio abotonar y un sugerente bra comprado en La Perla; poco a poco las manos de él resbalan sobre unos muslos toscos, pero macizos que acrecientan su excitación, siente que algo va a estallar debajo de su pantalón y se prepara para el embate; coloca su nariz justo en el arco de la axila de la bella y aspira suavemente esperando encontrar un néctar delicioso que le revele su esencia antes de descender al triángulo divino, pero su olfato se topa con un olor a sudor seco, penetrante y rancio que le trae a la memoria el mercado de la Merced, peor aún el recuerdo de su tío Valentín ese que cuando niño lo estrechaba contra su pecho al punto de hacerlo vomitar. Literalmente el pene se le desinfla y en lugar de una velada prometedora solo queda el deseo de huir. Se viste rápido y sin más escapa, no tiene el valor de decirle que su peste lo ha enfriado y que tal vez nunca recupere su gusto por las mujeres.     Místicos y en trance Claro que en el sexo todo vale, mientras sea consensuado y no letal (o bueno dejémoslo solo en consensuado) pero cada uno fija sus límites y no siempre estamos dispuestos a soslayarlos, por eso esta historia es extraña como la vida misma. Una pareja de artistas, ambos con ideas poco ortodoxas acerca del placer acuerdan su primer encuentro sexual en la vetusta y destartalada casona que era de la abuela de él, en un cuarto lleno de telarañas y con el techo semiderrumbado se ubica la cama cubierta por una adorable manta de encaje y aderezada con pedazos de vidrio, ella objeta sobre el daño que puede causarles, pero él insiste en que será una experiencia única.  Teatralmente (porque así son ellos) empieza el intercambio de besos, caricias y fluidos, él posa la espalda sobre el lecho y los vidrios se hunden en su carne dejando pequeñas machas rojas por aquí y por allá, ella lo besa desenfrenada con la lengua dentro de su garganta y se da cuenta que convulsiona y se mueve como si una fuerza tremenda lo fuera a elevar, piensa en Lestat el vampiro y sus romances de sangre, piensa en las muchas veces que han hablado sobre alcanzar un estado místico a través del sexo y agradece el momento, casi llega al orgasmo cuando se percata que él se ve muy azul y sus ojos parecen los de un zombi. Fue providencial que la casa estuviera al lado de un sanatorio pues en la aventura mística él olvidó decirle que era terriblemente alérgico a los cacahuates y en el intercambio de besos la saliva de ella iba plagada de fragmentos de esta deliciosa botana, llegar a la casona le tomó más de una hora entre metro y camión y lo que más se vende en el transporte público justamente son los cacahuates. Después de todo la experiencia les mostró que juntos toleraban bastante bien aquello de en las buenas y en la malas y tiempo después se casaron. Ahora ella solo come pepitas.   La basura de otros es un tesoro para mí (pero no es para tanto) Cuando el joven futbolista vio a la dama elegante y emperifollada que estaba sentada en la primera fila junto al entrenador pensó que era su esposa luego se enteró que no justo cuando ella se acercó a saludarlo y le dijo que estaba ahí solo por casualidad acompañando a su amiga que sí era esposa del citado entrenador. Aunque joven no era ingenuo como para no darse cuenta que la hermosa mujer lo miraba con gran antojo, sin rodeos le dijo que tenía unas nalgas hermosas y acariciables, él se ruborizó doble por el cumplido y porque empezaba a notarse su erección, así que se retiró al vestidor diciendo que enseguida regresaba y con el anhelo de que ella fuera tan audaz como para seguirlo. Su deseo se cumplió y en cuestión de unos minutos ambos se encerraron en el vestidor, inyectados por la adrenalina que sentían ante la posibilidad de ser descubiertos. Él le pidió una pausa para enjuagarse el sudor pues supuso que a una mujer tan pulcra y perfecta en su arreglo podría desagradarle el olor a sobaco, pero no, ella le rogó que se quedara tal cual y lo desnudó mientras recogía con la lengua cada gota de transpiración de su cuerpo, por todos los rincones se deslizaba su lengua intrépida, él sintió un placer incomparable cuando ella descendió hasta su entrepierna y se entretuvo un rato con su miembro y casi a punto del éxtasis le pidió que se volteara para hacerle un beso negro, esa práctica que implica un estómago fuerte y que a muchos les parece repulsiva. Con bastante renuencia la dejó pues hacer lo suyo no podía negar que se sentía muy bien esa caricia, tan suave, tan relajante, ¿Relajante? Sí, en efecto ¿Qué pasa cuando los músculos anales se relajan? Justamente eso que están pensando sale el “premio mayor” y en este caso muy mayor después de unos buenos tacos por la mañana. El joven futbolista pensó ─Ya la cagué- literalmente eso pasó pues sin decir nada la hermosa dama se alejó hacía las duchas para enjuagarse la cara, luego salió del vestidor pensando en ese popular dicho “El que con niños se acuesta amanece cagado.” Nunca más volvió acompañar a su amiga a visitar a su marido en horas de entrenamiento.   Al tema del sexo le van mal las moralejas y las moralinas, por eso cuando recuerden sus propias experiencias sexuales “desastrosas” mejor diviértanse y si pueden me las cuentan.  
Buen gusto al follar
Autor: Laura Vegocco  758 Lecturas
Hay días que amanece y quieres romper madres, luego anochece y sigues queriendo partirle la madre a alguien, clamas por atención y derramas el café sobre el teclado de tu computadora igual que aquel senador pendejo que viste en las noticias de ayer. Te desvías del camino a casa y te vas con una puta no una scord, a las cosas por su nombre, como dices tú. Tienes veinte minutos con ella y no logras venirte, eso te frustra. Mejor te vas con tu mujer quien te recibe de espaldas y sin entusiasmo, hace mucho tiempo dejó de importarle tu hora de llegada, tus borracheras infames, tu trato indelicado cada vez que tienes que firmar el cheque para pagar la renovación anual de los muebles y el menaje de casa y el entrenador personal con nociones de masajista que se trajo de Canadá en sus vacaciones de verano. Por las noches enciendes el televisor y ves la misma mierda en todos los canales, no mejora en los de paga, es como si una cortina plástica y sofocante te cubriera los ojos, es esa pinche lápida que llevas a cuestas y no sabes dónde aventarla. Te preguntas si tu vida sería igual de no haberte casado, tuviste tantas aventuras antes de eso, te hartaste de culos pero ese fuego que sentías nunca se apagó. Todavía no se apaga. Los domingos te vistes sport, sacas de la cochera la camioneta familiar, ojalá no tuvieras que subir en ella a los mocosos, pero no hay alternativas, es mejor que se ensucien las vestiduras de la camioneta que las de alguno de tus carros que te sirven para impresionar al mundo, especialmente a tu séquito de empleadas. Sería genial si alguna de ellas lograra emocionarte pero es pedir demasiado, se les ve igual que a ti, aburridas, cubiertas por la misma coraza del encierro continuo en una oficina que no tiene ni luz del sol ni aire natural. Apenas el aire acondicionado alcanza para no asfixiarse y aún así sientes en momentos que los pulmones te van a reventar, probablemente tengan algo que ver las dos cajetillas diarias de esos cigarros que antes vestían un empaque tan elegante dorado y rojo, hoy gran parte sustituido por imágenes horrorosas y sentencias de culpa que algunas veces sí te hacen sentir mal. Los domingos son construidos de una forma lineal y exacta no hay una sola imperfección que saque de quicio a tu mujer; la vestimenta impecable de toda la familia, comprada durante un viaje a San Antonio, el bolso de diseñador de ella llama la atención de sus amigas cuando entran a la iglesia, durante esa hora fingirás oír lo que dice el clérigo, sentado en uno de los asientos preferenciales en ese templo donde todos son clientes distinguidos pero tú eres de los Vip por eso te ubican hasta adelante nadie ocupa tus lugares todos saben que están reservados para el mayor benefactor y su tribu. Te preguntas si eres el único hombre al que le caen gordos sus hijos, los varones son tan mentecatos y al mismo tiempo tienen una idea bien jodida de lo que es el mundo, te parece que jamás serán capaces de tener a una mujer contenta por méritos propios para eso te has encargado de abrirles una cuenta en el banco para que en unos años más tengan con qué comprar a las viejas que les gusten. Por su parte la niña en algún tiempo fue tu adoración, pensabas que en el fondo de esos ojazos azules se hospedaba una inteligencia aguda, tal vez si llegó a tenerla pero su madre la extirpó de raíz, entró temprano al colegio carísimo de monjas que también patrocinas, ahora se queja en voz alta de no haber nacido noble igual que Carlota, la niña española que se sienta a su lado en clases.   Antes de dormir te fumas un churro, como en los viejos tiempos, te acuerdas de tu novia de los años de juventud, Verónica Medel, no se afeitaba las axilas ni el pubis menos las piernas, tampoco usaba desodorante pero hacía las mejores mamadas del mundo; nunca tuvo remilgos para el sexo ni te puso objeción para que entraras por la puerta de atrás. Sientes nostalgia momentánea y ganas de verla otra vez pero recuerdas que se casó con un tipo muy parecido a ti por lo que supones que debe ser un desastre de mujer igual que la tuya. Vuelves a practicar el nudo de marinero, sientes un placer que hace que tus dedos tiemblen al imaginar el revuelo a la hora del hallazgo; tú, desnudo, acabado de masturbar y atado por el cuello con una mueca feliz, tus hijos y tu mujer descompuestos por la mancha del escándalo. Pero vuelves a dudar, mejor lo dejarás para después, Romeo Marchese el nuevo representante legal de la firma te ha contado de un lugar donde los efebos son elásticos y complacientes además de hermosos, casi todos extranjeros, sería una pena irse de este mundo sin haber probado tal deleite. Tal vez otro día, siempre y cuando no sea los lunes de golf o lo martes de copa en el bar de tapas o el miércoles de putas, o el jueves de putas o el viernes de putas o el sábado en las fiestas del corporativo y sus socios, o los domingos familiares donde además hay que ir a misa.  
  Por Laura VegoccoSe trata de una película redondita con un guión impecable y personajes construidos de manera quirúrgica. Todos los recursos que emplea permiten al espectador sumergirse en los helados parajes que sin embargo son de una belleza abrumadora, gracias al oficio meticuloso del cinefotógrafo Emanuel Lubezki y su manejo de la luz natural. Sin duda merecidas todas las nominaciones, pero más allá de la carrera por el Oscar vale la pena centrarse en el trabajo de Iñárritu, esta película es fiel al sello que ya identifica su filmografía donde las historias tienen un tono áspero, crudo, desprovisto de concesiones que den alivio al espectador. The Revenant no es un filme para soñar y salir estremecido pero optimista de la sala, ante todo es una historia impía de un hombre, su desgracia y venganza; alrededor de él la desgracia de muchos otros. En medio de la hermosura salvaje de los bosques se produce la lucha brutal por la sobrevivencia a pesar de todo y de todos. Hay muchas metáforas a lo largo de la cinta, sobre todo visuales; horror y belleza subsisten abrazados, lo peor y lo mejor del ser humano se manifiesta en la travesía de Hugh Glass interpretado por Leonardo Di Caprio quien entendió perfecto la esencia del personaje que no es simpático ni entrañable ni despierta compasión pese a lo atroz de sus circunstancias, es más resulta odiosa la manera como se sirve de los otros para sus propósitos, no muestra ni siquiera un poco de gratitud hacia los que lo ayudan e incluso es mezquino hasta con las palabras. Resulta más atractivo John Fitzgerald, el villano de la historia a cargo de Tom Hardy que realiza un trabajo espléndido. A diferencia de Glass, su personaje es seductor y hasta cierto punto uno puede empatizar con su amargura y entender su odio. Elogio el cine de Iñárritu (aunque no lo disfruto, me hace sufrir) por su honestidad, por no ser condescendiente, por poner especial atención al guión que es el corazón de una historia y realizar un producto congruente, verosímil, de enorme calidad visual e histriónica y un gran trabajo en la dirección que se aparta de los personajes tipo y crea entes que sin duda pueden pasar como personas de la vida real y más aún por alejarse de los cánones hollywoodenses a pesar de estar inmerso en la Industria. 
  —Décadas han transcurrido desde la primera vez que se acuñó el término Ciencia ficción, pero aún en esta época sigue vigente el concepto, más que nada como la búsqueda de una aspiración, de un ideal… —Exasperado, el profesor Riggen hizo un breve silencio para exigir la atención del grupo que se hallaba más interesado en la pantalla de sus aparatos electrónicos, allí, donde verdaderamente sucedía la vida de las personas; todo era contacto, interés y hasta amabilidad. Se trataba de las Agendas de vida, una innovación tecnológica que reemplazó a los teléfonos celulares, ordenadores, ipods, tablets, relojes, y cien aparatos más, de acuerdo con la publicidad del empaque. La Agenda se ocupaba prácticamente de todo: desde planificar el día de una persona hasta “sugerirle” rutas de viaje, qué médico visitar, qué aprender, dónde y con quién; qué escuchar, comer, o qué actividad espontánea realizar para salir de la rutina; cuándo hacer el amor, dónde y con quién; qué película ver, qué pretextos usar; cuándo casarse y con quién. En suma, podía encargarse de cualquier asunto que preocupara a los humanos. Solo unos cuantos, como Riggen, habían decidido no usarla aun cuando el Estado la proporcionaba subsidiada si no se contaba con los recursos suficientes para adquirirla. No tener una Agenda de vida era algo similar a ser invisible: no se podía acceder a una cuenta de banco, ni obtener permiso de conducir, ni ejercer profesión alguna, únicamente los oficios de muy baja categoría o de nula demanda laboral, como el suyo de maestro en literatura en una escuela de alumnos rechazados y problemáticos; “En situación de crisis educativa” era el término políticamente correcto. Al mirar la indiferencia del grupo, se preguntó cómo es que los seres humanos se volvieron cada vez más vulnerables a los sistemas que recaudaban y almacenaban información sobre ellos,  porque justamente eso fue lo que hizo posible las Agendas de vida. Llegó a la conclusión de siempre: la necesidad de ser notados, de sobresalir a costa de lo que sea es imperativa; el anonimato sólo era para los perdedores como él que jamás había vertido en una base de datos nada sobre sus gustos, sus temores o aficiones; que nunca había puesto una fotografía que delatara su forma de vida o afectos; que siempre había tenido sus reservas sobre las búsquedas que realizaba en Internet y procuraba que fueran aleatorias para enmascarar sus verdaderos intereses. —Bien, haré a un lado las definiciones, mejor les voy a leer un cuento breve de Ciencia ficción que me encontré esta mañana en el sitio writerfree.com, fue publicado apenas el año pasado y su autor es Daigo Tanaka:Había una vez un hombre profundamente impresionado por una muchacha que veía pasar todos los días frente a la vidriera de su negocio. Sus pasos eran ligeros y estaba seguro que ese olor a naranja que lo envolvía emanaba de ella, aun a través del cristal podía percibirlo. Cada día se acrecentaba en su corazón el deseo de saberlo todo sobre esa mujer; sufría por la paradoja de tenerla tan cerca y tan distante. Cuando accedió a su Agenda de vida se dio cuenta que estaba casi vacía, sólo tenía un nombre y datos vagos sobre su actividad laboral, atormentado por la ansiedad hizo algo que probablemente ningún ser humano haya hecho antes, o a lo mejor sí, pero no había ningún registro de que sucediera realmente, se empleó en su búsqueda. Pasó meses recopilando información sobre ella, siguiéndola, preguntando aquí y allá: ¿Qué era lo que había comprado en el mercado? ¿Qué llevaba para la cena? ¿Qué padecimientos sufría? La observación y la tenacidad dieron sus frutos y pronto construyó a Daría Helga como un ser tridimensional cuya topografía resultaba fascinante. Soñaba con hacerla su mujer, con deslizar la mano sobre su cabello largo y aterciopelado y besar sus mejillas, con su respiración agitada y su perfil arrancado de un fresco cretense. Con toda esa información acumulada, un día cerró el negocio más temprano de lo habitual y se dirigió a su casa. Al llegar le dijo lo siguiente: “Daría cualquier cosa por tenerla a usted, Daría” ella sonrió porque le gustaban los juegos de palabras, lo invitó a tomar un café y él le obsequió una botella de licor de almendra y una maceta con violetas blancas. Fascinada por semejante sensibilidad no titubeó ni un instante cuando aceptó ser su esposa, pues en ningún otro lugar de la tierra encontraría alguien más interesado en ella que aquel que lo sabía todo sin haber echado mano de su Agenda de vida. Fin.Riggen concluyó la lectura, maravillado por la atención que ahora le brindaban sus alumnos. Les pidió su opinión acerca del texto. Varias manos se elevaron.—Profesor Riggen, según la Wiki, la Ciencia ficción “es un género especulativo que relata acontecimientos posibles, desarrollados en un marco puramente imaginario, cuya verosimilitud se fundamenta narrativamente en los campos de las ciencias físicas, naturales y sociales”. Desde mi punto de vista el texto cumple al menos con ser una situación puramente imaginaria, ¿Quién iba a tomarse la molestia de seguir a una persona e investigar todo de ella y perder el tiempo, cuando para eso hay tantos bancos de datos disponibles? Riggen estuvo tentado a refutarlo y hablarle de sus propias utopías: el derecho al anonimato, la libertad de elegir, la posibilidad de dejar al puro instinto los asuntos del amor, pero prefirió celebrar que, por lo menos ese día, los alumnos lo habían mirado a los ojos. 
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Ese extraño momento
Autor: Laura Vegocco  645 Lecturas
  Aquel era un amor de rasguños, mordidas y desvelos; un completo disparate al que nos entregábamos de vez en cuando. Su condición emocional no le permitía otra cosa ni a mí me interesaba obtener más que esos explosivos arrebatos. Decir que era asombroso es una farsa, lo era ante mis ojos empeñados en concebir belleza donde lo ordinario prevalece,  nada especial lo definía, solo que yo soy demasiado condescendiente con la mediocridad. La atracción empezó por las palabras (en papel) esas benditas aliadas que pueden convertir la sal en oro; cada cierto tiempo recibía de él un poema deslumbrante construido con emociones de primera, luego supe que ni siquiera eran de su autoría. Me alimentaron el morbo esas frases con que me desnudaba y provocaba un furor inusitado, un caudal de pulsaciones sexuales que se estrellaba entre mis piernas; cada noche en mi cama razonaba la verdadera dimensión de mi soledad en la medida que mis deseos carnales me asfixiaban y solo podía sentir que su nombre se enredaba entre mi lengua. Cuando llegamos a la piel ya estaba muy comprometida nuestra imaginación y la apuesta lasciva se encontraba en el borde de la locura, no fue difícil querernos de esa manera: convulsos, arrebatados, llenos de angustia por sentir que un día se esfumarían tan lúbricos momentos. En esas entregas me maltrataba y a mí sus estrujones me sabían a redención. ¿De qué necesitaba redimirme? De mi tibieza y puerilidad a la hora del arrumaco, siempre había un retén que me cortaba los bríos en seco, era mi falta de fe en mis facultades eróticas y él las detonó todas, toda mi concupiscencia se vertió en cada espacio de la cama donde convivían nuestros cuerpos. De espalda, en cuclillas, encaramada sobre él, arrodillada en sumisión total, postrada en el piso, todo era sexo y ardor, nada de darnos permiso para descubrirnos el alma. Entonces, surgió el error básico que siempre se nos achaca a las mujeres, solo que esta vez no fui yo. Se enamoró de mí porque encontró un camino, una manera diferente de hacer las cosas, porque no solicitaba su tiempo nada más su cuerpo para entregarle mi lujuria; porque con mis dientes sabia hacerle caricias rudas, léperas y desvergonzadas y no tenía miedo de contener sus fluidos entre mis labios.  Porque mi instinto no entendía de jerarquías sexuales y lo mismo me daba montarlo que ser sometida bajo su rigor masculino. Le regalé un mapa lleno de territorios inexplorados, el caudal de mi malicia puntiaguda, le mostré mis orígenes oscuros y me amó por eso, pero yo no lo amé nunca. Siempre supuse que esa falta de querencia era por no haber encontrado al hombre ideal, pensé que el defecto de no ser empático con las emociones les pertenecía a ellos por antonomasia, porque la pisque masculina es áspera, inconsciente y egoísta, al final descubrí que era yo la incapaz de entregarme al amor entendido como ese bálsamo que nos cura de toda egolatría, que esa frecuencia tal vez no existía para mí, mi temperamento amatorio padecía una especie de anestesia selectiva y falta de entusiasmo para el romance. Así, de una forma inesperada me convertí en el estereotipo ideal de muchos que vinieron después de él y hasta puede decirse que tuve un pequeño séquito de hombres trémulos de mí, pero mi corazón jamás sintió por nadie la devoción que experimentaba por sí mismo.    
Cuando se me despabilan los ojos del alma veo a las personas de colores; las palabras se me escurren entre los dedos y solas expresan lo que mis labios no mencionan. Tal vez mi carácter de perro solitario me amordaza, pero, al teclear, mis frases son aletadas que me liberan de todos mis contrapesos y más allá: describen a quien habita en mí.
Autorretrato
Autor: Laura Vegocco  558 Lecturas
  No necesito poseerte Ya eres de mí. En cada sombra que aparece en tus sueños me hago presente. En cada historia que te planteas Subyace un deseo. No necesito un universo para habitar contigo este microcosmos nos contiene. Tengo baúles llenos de parábolas Con deseos soterrados Tengo una versión alterna tuya. que en muchos sentidos se te parece. ¿Serás tú quien vive en mi mente? o soy yo disfrazada de ti. 
Identidad
Autor: Laura Vegocco  831 Lecturas
Se amaban con desmesura, con una especie de delirio que más bien parecía una enfermedad; entre ellos no existía una familia que se opusiera a su unión, tampoco algún vínculo indisoluble hacia terceras personas, eran ellos y solo ellos depositados en ese universo especialmente creado para su hábitat. Entonces, ¿por qué carajos no estaban juntos?Por una simple razón, el mucho amor también jode el alma. Juzguen ustedes la historia: Tardaron tiempo en encontrarse, pero el día que lo hicieron una especie de delirio se apoderó de ellos convirtiéndolos en autómatas, obsesos y dispersos. Si eso era sin haber tenido contacto físico imaginen lo que sucedió la primera vez que hicieron el amor, aquel fue el verdadero punto de no retorno.Con cada uno de mis resortes desvencijados puedo contarles de ese primer encuentro sexual y de todos los que vinieron después; ella sobre él, como una especie de valquiria, femenina, dominante, diosa; trastocaba la realidad y se le ofrendaba hasta que el aliento apenas era suficiente, después del aullido de placer su pubis se inflamaba liberando el agua de la vida mojándolo como si se tratara de una unción. Se elevaba con él entre sus brazos y alrededor todo caía de las repisas; la luz tintineaba al tiempo que se sacudían sintiendo el dolor de nacer y morir en una espiral inacabable. Perdía el conocimiento y un vértigo atroz la arrastraba hacia una especie de inframundo para luego despertar en un paisaje celestial donde ella misma era un planeta que orbitaba alrededor de él; su Dios sol, su Dios mundo, su eterno enjuiciamiento.Él, por su lado, eyaculaba y comenzaba a llorar cuantiosamente mientras su cabeza descansaba sobre el ombligo femenino; un momento en que no sabía si su cuerpo se renovaba o fenecía, pensaba que todas las formas conocidas de placer eran códigos erróneos, nada podía definir los espasmos que lo hacían asumirse como el hombre más iluminado y más miserable del mundo sobre todo al comprender que la naturaleza de ese deleite tenía que ser efímera por perfecta y al mismo tiempo plagada de escarpados relieves.  Amaba con reverencia a esa mujer pero se sentía condenado por ella, por su anhelo ferviente de tenerla a su lado todo el día, metérsele en las entrañas y vivir para siempre alojado en su corazón. De esa manera, y al no poder encontrar el modo de mantener permanente el termómetro a cuarenta grados, sin pasar por ese infierno que los desarmaba y  ensamblaba de formas diferentes cada vez, decidieron separarse pues antes de cualquier otro instinto persiste en el ser humano el de supervivencia y ellos a pesar de todo querían vivir aun cuando eso significara abrazar su monotonía y sonreírle al mundo.   
¿Qué cómo cogen los poetas? Supongo que como el resto del mundo: Con la ilusión de ser para el otro un paraíso extendido. Con el consuelo de que esta soledad congénita se alivia con el éxtasis ajeno.   Con la idea de que tu vientre gesta una maravilla [No un hijo] un orgasmo, un placer, un egoísmo un camino, un momento que solo a ti te pertenece.   Con el placer atávico de saberte final y principio Del que a tu lado se busca, se pierde y finalmente se descubre. Con el estruendo doloroso del momento Donde pierdes la conciencia y te ahogas En tus aguas desveladas En tu propia inmensidad.   Con la nostalgia de la brevedad Con la embriaguez de la inconsciencia con la única certeza de que follar con todas sus letras es hacer feliz a otro mientras descubres tu origen divino.
 TERCIOPELO SOBRE SEDA ¿Cómo convertir unas líneas de tinta en caricias? En susurros de terciopelo que te vistan Las palabras son tan planas… y sin embargo tienen relieves invisibles que a veces pueden tocar el corazón   Así, de ese modo es tu presencia; un espasmo de alegría, un punto de dolor Un deleite mayor son esos ojos profundos piélagos, sarracenos que me elevan a lugares indómitos; a espacios inhabitados y vírgenes donde es posible la eternidad. DESCONCIERTO De pronto te volteas Tu vida es una página de arroz Y descubres que las lágrimas también son alas.   Y el amor se vuelve posible En ese par azucarado de sus labios de pronto te descubres como un gato arrabalero que se acurruca en el quicio de una puerta a contemplar la noche más iluminada de su vida.  CANCIÓN DE AMOR PARA NO DORMIR  Anoche soñé que era tu latido  y, enredada entre tus huesos habitaba. Luego, abrí los ojos y en lugar de mi corazón estaba sólo un hueco. Así amamos los monstruos. Concluiste 
  Nunca pensó que aquella ocurrencia suya, después de haber leído “El origen de la familia”  de Federico Engels, iba a causar tanto revuelo y sobre todo a detonar cambios significativos en la génesis social. Estaba harta de las golpizas de su padre y sus hermanos y más tarde del hombre que le tocó por esposo; tocó, esa es la palabra correcta porque ella jamás hubiera elegido a aquel pelmazo que sólo sabía emborracharse y preñarla. Como era muy observadora se dio cuenta que el mayor orgullo de los hombres del pueblo estaba en la descendencia que dejaban esparcida por todos lados; incluso había quienes se jactaban de haber embarazado a varias hermanas al mismo tiempo. ¿Qué pasaría si de pronto ignoraran quiénes llevaban su sangre? Al fin y al cabo el origen de la familia se produjo por la imperiosa circunstancia de heredar la riqueza, que una vez satisfechas las necesidades básicas del hombre primitivo, empezó a acumularse como producto del trabajo. Exponerlo a las mujeres del pueblo, durante la asamblea mensual de artesanas, resultó más sencillo de lo que había pensado inicialmente, no empleó los términos del libro pero sí un concepto que era común denominador para la mayoría: hartazgo del abuso emocional y físico; de parir los hijos, asear la casa, tejer la palma, dar de comer a los animales y también a sus maridos y todavía tener que entregarles la ganancia que obtenían en la cooperativa a cambio de muchas horas de trabajo. Plantear la solución resultó más difícil, pero también tornó la discusión en algo divertido y jocoso por los comentarios de algunas compañeras del gremio, que a decir verdad eran casi todas las mujeres del pueblo. Le sorprendió encontrar más flexibilidad en las mayores, las que se daba por llamar abuelas, aunque realmente no sobrepasaban los cincuenta años, que en las más jóvenes. -Siguen enamoradas de sus hombres- pensó mientras alzaba la voz para acallar el cotilleo acerca de si sería malo o no acostarse con los señores de las otras señoras. En la primera ronda de votación no pudieron ponerse de acuerdo; una buena parte se pronunciaba por esa libertad sexual irrestricta que les concedería el régimen de poligamia, pero otra no menos importante fracción consideraba aquello abominable; ¿Qué diría el cura, el profesor de la escuela, el doctor que las asistía en cada uno de sus partos? Todos ellos hombres. Parafraseando a cierto líder de las multitudes, alguna de ellas exclamó ¡Al diablo con las instituciones, son nuestras colas! Entonces todas comenzaron a reír, unas de nervios, otras de reflexión y todas estuvieron al fin de acuerdo en que la única manera de detener tanto abuso atávico y machista, era quitándole la etiqueta de propiedad a las mujeres y a los hijos. Al principio los hombres protestaron y se rasgaron las vestiduras durante unos días, pero muy pronto se dieron cuenta que también habían sido enormemente beneficiados. La infidelidad institucionalizada permitió el alivio de numerosos males. Se acabaron los cuernos, los abortos y los hijos no deseados pues los hijos de una eran hijos de todas. Tampoco hubo más niños en situación de calle. Contrario a lo que muchos pudieran pensar el matrimonio no desapareció, lo que sí lo hizo fue el divorcio, sobre todo cuando su organización se replicó en las grandes ciudades cuyos habitantes se sintieron atraídos ante esta solución tan peculiar a los problemas sociales. Nunca más se volvió a usar el término de familia disfuncional; todos eran formados bajo ese régimen que innegablemente tenía mucho de matriarcado, pero que en poco tiempo probó su eficacia. De este modo siglos después alguien leía el libro “El fin de la familia y el origen de la civilización”.
Desde afuera ellos siempre observaban su ventana. El aire columpiaba la cortina de encaje y la noche era de terciopelo, terciopelo negro, no azul marino. Se preguntaban por la naturaleza de la luz roja que irradiaba la pared de cantera, se preguntaban por los gemidos, las obscenidades, el golpeteo de los resortes de la cama, el estruendo, y llegaban a la conclusión de que había que indagar antes de sacar conjeturas acerca de lo que sucedía en esa habitación. Cuando la abdujeron estaba desnuda, siempre dormía así. Ninguna emoción les produjo observar el cuerpo largo, marcado por las huellas del ejercicio, los pies delicados y angostos, los pechos vastos, un deleite insano y maternal. Entraron en su mente y a bocajarro lanzaron la pregunta:—Dinos, mujer, ¿Qué es lo que te hace gritar de esa manera?Ella, impedida para hablar respondió en su pensamiento:—Es un orgasmo, señor.                                                                               —¿Y gritas por dolor o gozo?—Por ambos.—Tendrás que ser más específica y darnos una explicación amplia y suficiente. La mujer sonrío porque le preguntaban sobre un tema que bien conocía, no sólo les iba a dar una explicación amplia y suficiente sino una detallada descripción sobre el asunto.—Un orgasmo, señor, es quizá la sensación más edificante que existe en la medida de tiempo y espacio que conocemos los terrestres; es una asonada que convulsiona su mundo interno y lo pone al revés, cuando logra experimentarlo trasciende la miserable condición humana y uno se piensa creación divina. Su corazón se detiene y entonces se da cuenta que al mismo tiempo puede ser una partícula de polvo o un gigante colosal.Los hombrecillos alrededor de la mesa se miraron extrañados tratando de descifrar esas palabras, no es que les faltara inteligencia, todo lo contrario, esa luz verde que irradiaban sus cuerpos era la incontenible genialidad que los caracterizaba, pero demostrado está que no siempre los genios tienen orgasmos. —No es simple— prosiguió la mujer- pero puedo darle ejemplos. Hay muchas maneras de lograrlo, también podrá encontrar un montón de textos y clasificaciones en el Internet, yo le voy a contar sobre los que conozco: El orgasmo vaginal, es como un temblor de tierra de baja densidad, es de hechura simple, pero muy satisfactorio, es un placer incipiente que se experimenta al ceder la calentura, un fragor entre las piernas que, sin embargo, no resulta demoledor, digamos que se puede mantener hasta cierto punto la lucidez, tiene todo de carnal y poco de místico, no obstante junto a la persona correcta pudiera alcanzar dimensiones gloriosas. —¿Estás diciendo ,mujer, que el orgasmo es una cuestión de amor?—Sí, pero de amor propio, difícilmente lo conseguirá sino se ve a sí mismo como una criatura sensual y maravillosa, como un ejemplar único y su propio objeto de deseo. Esta idea me sirve para explicarle el orgasmo clitoriano: la conmoción más egoísta y morbosa que se pueda experimentar, es una pausa a los conflictos morales y sistema de creencias; el más femenino, el más insolente, el más delicado; labios rosados soltando sus lágrimas felices; como si el cuerpo tuviera una segunda boca para liberar el grito de las entrañas. Tan versátil que puede ser un asunto individual, compartido o colectivo.—Al decir colectivo, mujer, ¿Te refieres a la promiscuidad?        —Me refiero a la libertad, a la capacidad de elegir, de ejercer el libre albedrio y el término viene perfecto para hablarle del orgasmo que se obtiene por coito anal: tiene usted que sentirse muy seguro y emancipado para entregarse a él, para probar el deleite que muchos consideran incorrecto, oscuro, incluso humillante y hasta cierto punto lo sería si su autoestima no está bien puesta; primero es como un dardo envenenado, un dolor afilado que se expande por las nalgas, por la espalda y la médula, tal vez ese malestar extremo sea luego lo que detone una sensación bárbara que hace olvidar todo lo aprendido, que pasa por alto cualquier idea conocida del placer, es puro dolor como una caída libre a un abismo insondable; puro deleite; gozo genuino el saber que existe en el mundo un cabrón que pueda poseerla de esa manera y hacerla sentir venerada al mismo tiempo. Perdone, señor, el lenguaje inapropiado que usé en esta descripción, pero era necesario para ser más concreta. —Tus disculpas no tienen trascendencia, nuestro interés sólo está relacionado con la naturaleza física de lo que describes y sus repercusiones en el cosmos, porque claro está que ese estallido que llamas orgasmo no es más que la liberación de energía, un evento físico que sucede en sus cuerpos tan vulnerables como desechables, una especie de combustible para mantener al mundo girando.—Tal vez nuestra naturaleza blandengue nos reduzca a ser un simple combustible de la creación, pero le juro, señor, que a cambio se nos otorgó la oportunidad de disfrutar el Nirvana; más de una vez el sol se ha derramado sobre mí desde el primer orgasmo de punto G que sacudió mi cuerpo y partió mi mundo en dos. Las palabras se agotan para describirle esa sensación, pero piense en aquello más sublime, lo más anhelado y deseado que habite en su mente; aquello que no ha sido tocado por el desconsuelo, y se rebosa de dicha y es la misma vida palpitante como asistir a su propio alumbramiento, eso, elevado a la décima potencia es un orgasmo de punto G; una alegría sin parangón que lo hace ver el mundo en una dimensión ignota y lo obliga a reconciliarse con todo lo adverso. Los hombrecillos se miraron y antes de poner su mano sobre la frente de la mujer para volverla a dormir se aseguraron de guardar esas palabras en un recipiente, pues provocaron en ellos una emoción que estaba a medio camino entre un espasmo en el vientre y unas ganas infinitas de llorar.
 Por Laura V. Gómez—Entonces, si le describo alguna fantasía sexual ¿eso ayudará a identificar el umbral de mis problemas emocionales? —Es un recurso que en la mayoría de los pacientes funciona. Larissa se recostó en el sillón, con las manos puestas sobre su regazo, soltó un suspiró que sonó como la brisa de las cataratas al estrellarse contra las rocas, y sin mirar a los ojos al terapeuta, comenzó a narrar: Hará unos dos meses que lo vi por primera vez, cruzando la puerta del edificio que se encuentra frente a mi oficina, me llamó la atención el contraste de su pelo completamente cano con su rostro maduro, mas no envejecido; su cuerpo recio, muy trabajado en la espalda y la facha de hombre rudo. No parece ser cordial, tampoco sonríe a nadie, pero cuando me topó con él juego a pensar que se derrite en el mismo fuego que yo. Esto sucedía casi todas las tardes al salir del trabajo. Repentinamente dejé de verlo durante dos semanas y cada día estaba más inquieta ante ese desencuentro, es… como si el solo hecho de mirarlo, aunque sea de lejos, me hiciera consciente de mi propia existencia, entonces en esos días dejé de existir y me comportaba como una autómata, además experimenté un vacío muy grande en el estómago y una constante sensación de incomodidad que hasta el momento no puedo definir. Después me enteré que la razón por la que no lo había visto es porque estaba en el hospital con una herida de bala en el hombro; es jefe de seguridad del edificio aquel, frente al trabajo, que siempre está lleno de políticos. Durante todo ese tiempo tuve problemas para dormir, me atormentaba la idea de no volver a verlo. Me llenaba de angustia aguardando, frente a la escotilla de mi oficina, su regreso que finalmente se produjo el día de ayer. Lo mire cuando llegó en su automóvil negro e impecable, él conducía... —¿Alguna vez le había dicho, doctor, que mirar a un hombre manejar es una de las cosas más sensuales y provocadoras que detonan mi fantasía? —Nunca habías hablado de ello, pero tomaré nota para el expediente. Por favor continúa con tu relato. …Bueno, lo miré estacionar el auto con ambas manos y antes de bajar se colocó un cabestrillo de color blanco, para sostener el hombro convaleciente. Esta vez llevaba puesto un traje azul marino y el pelo recién cortado, casi al ras, pero en un estilo muy moderno. Ya afuera del auto lo vi guardar su pistola en la parte baja de la espalda, oculta por su saco de muy buena hechura… —¿Sabe doctor? los trajes de diseñador me derriten,  acabo de comprar dos sacos de hombre: un Zegna y otro Boss que impregné con un perfume remoto llamado Ego de Pacoma Paris, lo adquirí en un sitio virtual de artículos vintage por ochenta dólares, ese perfume me recuerda mi adolescencia. Por las noches me envuelvo en ambos sacos, desnuda, me masturbo y al llegar al clímax lloró pensando que así huele él, el jefe de seguridad, y una melancolía infinita me invade al recordar el hielo de sus ojos. —Estamos avanzando, Larissa, pero volvamos a la narración central de la sesión del día de hoy, tenemos tiempo, todavía nos queda media hora. …Por un momento tuve la sensación de que volteó hacia mi edificio y lo acarició con la mirada y ahí es donde comienza mi fantasía: Imagino que me levanto de mi escritorio y me acomodo el vestido, pero éste se encuentra tan pegado a mis nalgas que resulta como una segunda piel. Bajo la escalera, pendiente de que nadie vaya subiendo y pueda darse cuenta que no llevo bragas, ni siquiera las tangas minúsculas que acostumbro usar. Salgo del edificio y cruzo la calle un poco abochornada por llevar tan ceñida la ropa. Algunos hombres que caminan sobre la acera me miran con deseo y eso me hace perder la vergüenza. Entro al edificio decidida, e ignoro al vigilante que de por sí es nulo. Subo hasta el onceavo piso y lo encuentro en su oficina en mangas de camisa y hablando por varios teléfonos a la vez; dando órdenes, coordinando las payasadas de sus jefes, tomándose muy en serio su papel de guardián. No le digo nada porque hablarle sería inútil, a un hombre como él no le interesa lo que tiene que decir una mujer como yo. En cambio lo sujeto con fuerza del cabestrillo oprimiendo hasta que escucho un quejido y puedo al fin descubrir el color de su voz; una mancha roja pinta su camisa inmaculada y en ese momento su mirada de lobo alfa se transmuta en la de un animal manso y cuando está rendido a mí, entonces yo me rindo a él, me arrodillo con ceremonia, abro su bragueta y le hago el sexo oral, primero con una especie de libación y luego succiono tan fuerte como si me estuviera bebiendo su alma, como si en ese sorbo fuera capaz de poseerlo extensamente. Sólo hasta que termina me quito la ropa y dejo que me contemple de esa manera, siento su mirada detenerse en mis pechos que son abundantes, de pezón pequeño y rosado, con una aureola difuminada del color de las nueces tiernas. Empiezo a desnudarlo y encuentro resistencia, entonces le retiró con firmeza el vendaje y queda expuesta su carne herida, tiene un hilo de sangre que detengo con mi lengua, beso todo su cuerpo: las orejas, los párpados, el hueco de su axila  que me enardece, los brazos y el pecho que son la exaltación máxima de su hombría. Miro sus ojos y percibo las sombras que pasan por su mente, ese dilema que marca su deseo es como un aliento vital para mí. Toma mi cuello con violencia, me oprime, escudriña mis ojos, pero yo permanezco inamovible, le oculto la oleada de fuego que me impregna y con la que quisiera anegarlo, al fin y al cabo lo único que me interesa es poseerlo en ese instante y grabar en el libro de sus orígenes mi presencia. Qué me importa que no se acuerde de mí o que jamás vuelva a verlo, de todas formas habitaré en los sótanos de su mente, en su lascivia, en los deseos oscuros que lo acometan… Poseída por el frenético relato de su fantasía con el jefe de seguridad, Larissa permanecía con los párpados cerrados y las manos entrelazadas sobre el pecho, no podía darse cuenta que en ese instante los ojos del doctor Garzón la contemplaban palpitantes de deseo; era una ninfa desnuda que coronada de flores levitaba, lo envolvía, se le metía entre los espacios de cada hueso con un dolor puntiagudo que atormentaba su entrepierna. Sólo tres sesiones habían sido suficientes para que la presencia de esa criatura inexplicable se quedara grabada en el libro de sus orígenes, para que habitara en su lascivia y se manifestara (todo el tiempo) en los oscuros deseos que lo acometían. 
EVA Nunca supe cómo es que llegué a este momento, siempre pensé que por ser universitaria estaría exenta de algo así. Pensamiento tardío, para entonces ya sentía el puño despiadado y brutal sobre mi ojo. Desperté en el piso sintiendo el cuerpo pesado como un costal de basura. Debía moverme rápido, antes que le pasara el efecto de la borrachera. Desde ese ángulo podía ver la dimensión de su miseria, parecía un cerdo, con perdón de los cerdos; el rostro inflamado y rojo, lejano de aquel semblante de serafín con el que me convenció de su buena fe y su mucho amor. Tenía sed y el labio roto, me imaginé lo que dirían de mí mi familia y las amigas. Antes de pensar en el escarnio tenía que salir de ahí, ya luego encontraría cómo sacudirme la retahíla de sermones que me llegarían por carretadas. Con la mano en el picaporte, estaba a punto de salir cuando dos palabras me paralizaron: “Te amo”. Su mano extendida hacía mí me dejó claro que lo decía desde lo más profundo de su alma, en ese momento su rostro había recobrado la expresión de inocencia que tanto me gusta contemplar por las noches cuando duerme. Lo ayudé a ponerse de pie, sabiendo que yo soy su ancla en este mundo, mientras en mi cabeza resonaba la hermosa canción: “Los ojos que lloran no saben mentir…” CARLOS No volveré a contestarle el teléfono ni a emborracharme por causa suya, tampoco me acostaré con desconocidas para ver si la olvido. Amanecí goteando de la verga un líquido muy extraño. ¿Serán así los síntomas de la gonorrea? Cada día estoy más flaco y me siento más pendejo. ¡Qué mal pedo es agarrar a tu vieja más querida cogiendo con tu mejor amigo! Ya supéralo pinche Carlos, ya fue. Next. ¡Puta madre cómo me duele el pecho! No vuelvo a fumar porro para calmar la pinche angustia que me despierta por las noches cuando entre sueños me imagino cómo le estará agarrando las nalgas mi compadre. Porque ese pinche puto además de mi bro era mi compadre. Mi vieja y yo le bautizamos el año pasado el chiquillo, y luego él le devolvió el favor. ¡Vieja cabrona! Jamás volveré a cruzar palabra con ella. No quiero ni mirarla. ¡Pinche celular como chingas! Si fuera por mí ya te hubiera echado a la mierda, pero puede llamar Miriam. A la mejor es ella, y no voy a perderme el gusto de escucharla rogándome que volvamos y si se humilla lo suficiente puedo considerar su propuesta. MIGUEL ¿Usted puede creer que a cada rato me mareo y me mareo cuando estoy aquí en la panadería despachando? Luego me dan unos vahídos terribles y se me enfrían las manos, pero al mismo tiempo sudo y sudo. Quién sabe qué tenga, yo creo que es por tanto y tanto que trabajo. El patrón me dice que no venga los domingos, que me vaya a dar la vuelta para distraerme. ¿Usted cree? ¡Cómo voy a dejarlo solo con toda esta bola de huevonas que ni para empacar el pan sirven! Fíjese cómo envuelvo yo los pasteles, así con su moñito; le pongo su cartón, su celofán y esas florecitas de terciopelo que se me ocurrieron y que hago en mis tiempos libres para que se vea más bonita la mercancía. Dispénseme si ando como dormido, es que me tomé una pastilla para la cabeza. Últimamente viera cómo me ha dolido. Eso es del diario, y nada, que todo el mundo me deja sólo aquí en el mostrador. ¡Nadie se acomide a ayudarme! El patrón me dio la tarde libre, pero que me voy a estar yendo y luego ¿Quién atiende y consiente a los clientes? Estas mujeres han querido imitarme y saludan a la gente así respetuosas como yo, pero no les sale, son muy inditas e ignorantes, hasta dan mala imagen aquí en la tienda. Ya ve que mucha gente fina viene a comprarnos. Por eso no me voy, porque hay que cuidar el negocio que nos da de comer. ¡Pero viera qué mal me siento! TERE Yo me sacrifiqué para que mis amigas fueran felices; yo ya tuve un novio y para ellas Juan y Rafa son su primer amor respectivamente. Aunque acá entre nos me da algo de tristeza pensar que les vaya a durar poco el gusto. Yo tengo ojo agudo para estas cosas y sé que a los dos les atraigo. Lo descubrí cuando se acercaban a preguntarme por mis amigas, cuando fingían estar interesados en ellas para hablar conmigo.  También sé que ni uno ni otro se atrevieron a decirme lo que sentían porque son amigos entre ellos y no les quedó de otra que andar con Vero y Lucy. Esa felicidad que aparentan cuando me los he topado besándose en el revolcadero de la escuela es un poco fingida. A lo mejor ellas sí se han dado cuenta de que soy su rival porque se han distanciado un poco de mí. La verdad es que la próxima vez ya no voy a inmolarme por la felicidad de nadie. Qué necesidad hay de llegar a extremos como el de Juan y Rafa que han tenido que decirme que no los moleste más y me mantenga alejada de ellos y sus novias. ¡Qué duro debe ser fingir esa indiferencia conmigo! Vamos, hasta llegar al punto de simularse enojados. En fin, siempre tendré la satisfacción de haberme hecho a un lado para que ellas fueran felices. 
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Cotidianidad
Autor: Laura Vegocco  722 Lecturas
  RESUCITADO Era de noche y el fulgor de tus ojos me tenía amordazado Envuelto en un sopor, en un sutil estruendo Otra vez Brillaron para mí las ramas del viejo encino Otra vez Sentí el  rumor de la pasión Que me corría desde los pies   Tan liviana y festiva como eres Ángel mío pudiste penetrar  el blindaje de mis secretos Y desnudo el cuerpo y con el alma sin pellejo Te metiste con toda confianza en la estructura de mis huesos   Y yo que al verme al espejo veía sólo un desierto Yo que últimamente he sido un saco enfermo de huesos Ahora tengo el malestar de un adolescente ando dormido pisando al gato, en la cocina derramo la leche suena el teléfono y siento que mi corazón se detiene.   Otra vez se como descifrar una mirada, miro a la gente a la cara Me importa Dios, las cosas simples Entiendo hasta el más breve barullo de la ola que rompe en las orillas de las ramas crujiendo con el viento de la música estruendosa del vecino.   Otra vez hago planes, y he vuelto a tener sueños húmedos Cada palabra es una seda, cada canción un aliento divino Soy un coleccionista de belleza  y la más dulce y discreta Ahora duerme al lado mío.    EL DEDO EN LA LLAGA El recuerdo de un mal amante se lleva cosido al alma Con tres puntos de soldadura, una herida infectada Dos cartas de cursilerías, una botella de grappa Un paquete de mentiras, un corazón arrugado Tres desprecios, un rechazo, dos velas a San Antonio Un rosario entre las manos, un deseo desarmado Un colibrí disecado en el fondo del bolsillo En el congelador hielo y sal haciendo un hechizo                     Un cuchillo clavado en la tierra desterrando tu semilla Un barco que se hace trizas en medio del pavimento Una fiebre continuada uno y otro y otro día La lucha que no se rinde, el deseo que no se apaga Peor especie que la humana, no se extingue No se rompe, no claudica, no se vence, no perdona, no se marcha.   El tacto de un mal amante duele como astillas Como carne descosida, como aguja atravesada                                                                Duele de día, de noche, de tarde y de madrugada Es un fajo de billetes que al final no vale nada Pero cuánta compasión se gana con la máscara de mártir Pero cuántos admiradores he sumado a mi causa Cuántos corazones junto conmigo ardientes Claman por su verdugo, blindan su recuerdo Y prolongan indebidamente su estancia en el infierno Navegando en las redes sociales.     ARCOIRIS PRIVADO Me gusta cuando me miras en azul y cada pestaña tuya se vuelve caricia en mi.   Me gusta cuando me quitas los candados y me vistes de rosado-dulce-seda   Me gusta que el blanco entre nosotros no sea realmente blanco, sólo una idea   Me gustan los momentos de película Los virados a cian, magenta o sepia.   Me gusta la escala cromática que el antojo de tu ser en mí despierta.     Me gusta ser contigo más roja que el fuego más azul que el cielo, más negra que la noche.   Me gusta que en sombras Me perciba luminosa tu mirada Y aun de luces Puedas ver refulgente, la oscuridad en mí.    MÁS SOMBRA QUE MI SOMBRA Yo era tu sombra hasta que un día me diste la espalda  me lanzaste por la borda de esta fragata y tú sabes que ni nadar sabía.   Así la corriente me llevó a la deriva los labios eran tela de sal supuraban las heridas aves carroñeras de mi carne hicieron trizas Mil veces fui sumergida.   Y entonces me habitué a esta rutina A que fueras más sombra que mi propia sombra Por ello me han juzgado Como una eterna derrota.   Mi amor se dice es incorrecto La causa latente de mi decadencia Porque no quise salvarme de la tormenta Porque jamás volví a tierra Porque quiero que sigas siendo en mi vida Más sombra que mi sombra.    DISIDENTE Un día desperté bien despierto y decidí alejarme de los sitios Donde pensar en ti era un vicio Donde todas las cosas, incluso las hermosas Se desprendían de tu historia.   Y en lenta curación, un poco más cada día Sanó el dolor de tu recuerdo, como una costra que desde el fondo de mi pecho se descosía En una tienda de viejo, dejé tus aretes, tu chal un  guardapelos y dos marcos con tu foto dentro.   Y desnudo como llegué a esta vida le hice el amor a una sábana de algodón llena de ti y vacía y aunque la cama era sólo mía, de cuando en cuando sentía junto a mí el fantasma de tu cuerpo liviano hasta que digerí mi soledad extensa Y aprendí a vivir en su compañía. Mientras en la tuya alguien más vivía.    
  Por aquellos días de la guerra, Marlo se preguntaba cómo decirle a Dante acerca de la naturaleza de ese sentimiento desmedido que lo poseía sin que este último pusiera en duda su recia virilidad; habían crecido juntos y combatido en esa contienda estúpida en la que estaba inmerso su país desde que ellos tenían veinticinco años. Eran de estatura similar y de singular hombría; sus cuerpos del tipo atlético estaban benditos con una envidiable genética, de modo que no sólo eran guapos sino muy masculinos, muy del molde de las películas de acción. Marlo medía un metro ochenta de estatura, su aspecto recordaba al líder de una tribu salvaje, con el pelo largo y la barba sin hacer por varios días; tenía labios carnosos y encendidos y un espléndido miembro que por suerte pude sentir muchos días entre mis piernas; sus ojos eran dos pozos de aceite de olivo y sus facciones cuadradas enmarcaban exageradamente su masculinidad. Dante no era muy distinto, tenía la misma estatura, pero la piel más clara y el pelo rubio; sus ojos de un azul inverosímil parecían los de un lobo; no albergaban ternura, no eran de cielo, eran los de un macho alfa. Alguna vez, cuando era adolescente, leí acerca del amor que no se atreve a decir su nombre, el amor entre iguales, pero no fue sino hasta mi vida adulta y después de acostarme con ambos que entendí ese concepto. Porque, no se equivocan, ellos se amaban, pero vayamos despacio, no les estoy contando la historia dulzona de un par de homosexuales o locas travestidas (a riesgo de parecer homofóbica) sino de dos masculinidades tremendas que, salvo que una se rindiera, jamás podrían estar cercanas, por lo menos no físicamente. Muchos años me llevó entenderlo, años y vinagre porque estaba narcotizada de amor por Marlo; él me lleva por diez años y su presencia fue un dardo envenenado para mi corazón desde el primer encuentro. Asistía su campamento como voluntaria en medio del conflicto, me sentía muy heroica vestida de enfermera, además era muy puritana pero sacarme los calzones con ese hombre fue lo más fácil de mundo, el deseo de fornicar con él me atizaba todo el tiempo y aparte de ser un hombre recio era un caballero, tenía los modales de un dandi y en su presencia cualquier mujer estaba desarmada. De ser la practicante rubiecita, tierna y menuda que llegó al cuartel, me convertí con el paso de los años en una réplica femenina de Marlo. Era tanta mi admiración por él que me mimeticé con su físico. No lo logré en un año ni dos; fueron diez años de muchos rigores hasta que logré ser su versión en hembra; mi atractivo físico se incrementó exponencialmente y después de eso tuve tantos admiradores como no los han tenido tres generaciones juntas de mujeres de mi familia. Se los contaré despacio, esos diez años que duró la maldita guerra yo iba y venía del campamento, volvía a mi país para darme cuenta de que en el mundo civilizado podían hacerse muchas cosas antes increíbles, pero empecé por lo más simple; cambié el color de mi cabello de manera permanente y el rubio se tornó en caoba tan intenso que en las noches parecía ébano, luego me deshice del azul triste de mis ojos y gracias a unas lentes intraoculares los teñí del mismo color oliva de los de mi amado. Incrementé diez centímetros de mi estatura sometiéndome, porque esa es la forma más correcta de decirlo: someter, a una cirugía de locos que suelen practicarse algunas aspirantes a modelos, en la que me rompieron los huesos de las piernas para luego estirarlos, a decir verdad fueron cuatro intervenciones que me hicieron ganar 2.5 centímetros por cada una. No quería más mi cuerpo de sirena sino uno larguísimo y atlético como el de Marlo. Lo del gimnasio vino casi al final. Obtuve mi musculatura de la misma forma que él y Dante: montando a caballo, nadando de lado a lado del río que nos separaba del enemigo, trozando madera con un cuchillo rústico, atando sogas, haciendo nudos, saltando obstáculos, acarreando cadáveres, cavando fosas, curtiéndome con el sol y endureciéndome con la guerra maldita. Llegó un punto en mi vida en que ya no pude reconocerme, lo único perdurable era y ha sido siempre mi amor por Marlo. Todo el mundo en la barraca nos asociaba espontáneamente, fui su concubina, amante y camarada durante mucho tiempo, pero ni siquiera mi cercanía constante podía atenuar esa nostalgia que se bebía en su ojos y que llevaba consigo también a la hora de habitar bajo las cobijas, estaba dentro de mí y a la vez su corazón lejano haciendo guardia en la puerta opuesta a lo que llamábamos nuestra alcoba, en esa puerta moraba Dante. Dante y su forma ruidosa de comer y su desfile de putas saltando con él en su viejo y agujerado colchón, Dante y su amor por la guerra, sus ganas de preservar su semilla, su desparpajo para pedir un beso o un revolcón, pero sobre todo Dante y su amor soterrado y tosco por Marlo. Esa emoción lo ahogaba y de alguna manera me sentí unida a él cuando lo observaba, furtivamente, y alcanzaba a leer en su ojeada una contemplación tan parecida a la que se desbordaba de mis ojos por la misma causa. Dante soportó lo más que pudo y finalmente asfixió conmigo sus ganas de él. Todo pasó en un santiamén, eran los últimos días de la guerra maldita, Marlo ya me había dicho en todas las formas posibles que me amaba como se amaba a sí mismo, pero nunca como amaba a Dante; yo era su continuidad y él su extinción. Había decidido marcharse de ese país a otra latitud donde su vida fuera más bondadosa y pudiera curarse de su desamor crónico.  Soporté su huída con un dolor puntiagudo que me quitaba el aire, pero Dante enloqueció y creyó que violándome encontraría sosiego, en medio del abuso yo le permití hacer y, lo confieso, tomé una inesperada venganza contra mi amado adueñándome de todo ese ardor contenido que era para él, para su gozo y alegría; yo me lo bebí y hubo un momento en que lo disfruté con exceso y perversión; hacía mucho que había perdido la inocencia; ahora también me abandonaba la ingenuidad.  Dante y yo pasamos días inmersos en ese sopor del sexo rudo y a todas horas y Marlo presente entre nosotros de una manera enferma porque yo llamaba al rubio por su nombre al tiempo que lo presionaba con rigor para que liberara su lengua y me gritara igual: Marlo, Marlo, Marlo, nuestros alaridos al unísono rasguñaban con saña el silencio de la noche y así duramos semanas, incluso todavía dos meses posguerra, bebiendo como locos y practicando el tiro al blanco con las botellas vacías, hasta que me di cuenta del embarazo y me enteré que eran dos pasajeros, no sólo uno. Fue un día después del alumbramiento cuando sucedió lo inesperado, los clones de Dante dormitaban en su cuna de madera hecha por las manos de su propio padre, eran perfectos, nacieron sin una sola mancha o arruga y heredaron nuestros ojos azules en una tonalidad que parecía pintarse de melancolía. No hay que pensar mucho para deducir que los llamamos Marlo y Dante, con la diferencia de que entre ellos sólo sería posible el amor filial. Significó un impacto tremendo verlo entrar por la reja tapizada de flores blancas. Nuestra casa era vieja pero encantadora: madera rústica por doquier, pisos de piedra y una chimenea que no me gustaba mucho porque traía a mi mente los tiempos de la maldita guerra, cuando nos sentábamos alrededor del fuego a llorar las pérdidas del día. No soporté verlo de esa manera, de hecho lo odié, odié su apariencia de mujer, no sé cómo pudo ser posible, no era un travesti, tampoco un saco de cirugías ridículas, implantes y ablaciones, era una mujer real por todo lo largo y ancho de su cuerpo, desde el origen hasta la superficie; Marlo era ella, sus ojos habían perdido la expresión animal y ahora resultaban tan cristalinos e inocentes; lo único que se leía en ellos era la palabra amor.  Quiso abrazarme, pero me negué, jamás podría soportar su tacto de nuevo; tampoco permití que tocara a los gemelos, lo único que le dejé llevarse fue lo que por derecho siempre fue suyo, Dante lo hubiera reconocido hasta en el infierno. Se fueron de la mano mientras el sol de la tarde atravesaba el cristal iluminando el rostro de nuestros hijos.                                                                                                                                                                                                                 
La transformación
Autor: Laura Vegocco  751 Lecturas
  Supo que había estado antes en ese lugar cuando los recuerdos comenzaron a llegar a su mente como los disparos de una cámara fotográfica; el rastro borroso de sangre en la pared estremeció su memoria y de pronto toda la escena de aquel pasado, que estuvo enlatado en alguna parte de su mente por siglos, se proyectó ante sus ojos.  Era el día de su coronación, no hablo de ser ensalzada como reina del carnaval ni tampoco de algún certamen de belleza, hablo de una coronación real en el sentido literal de la palabra. Un pueblo entero y hambriento la aclamaba como quien recibe gustoso el viento fresco tras un largo estío y ella correspondía de igual manera, con una vocación sublime de ser su madre, su protectora, el ángel custodio de cada uno de esos súbditos. Pero en el último instante algo torció el camino, hubiera sido un detalle tan irrelevante como el peso de una pluma, una tontería en otro contexto, pero no en ése donde el destino de una nación reposaba entre sus manos. Los ojos sarracenos asomaron entre la multitud congelando la escena en la que ella salía al palco a recibir la primera aclamación como soberana, de ahí en adelante no tuvo cabeza más que para pensar en aquella pasión que la radiaba de tiempo completo. Era una mujer de piel de nieve con bucles rubios de querubín, alta y dotada con unos pechos grandes que ella veía como símbolo de la maternidad que pretendía ejercer sobre su pueblo, ese propósito también se le borró de la mente; antes atenta y aguzada en los menesteres de la diplomacia y la guerra, descubrió que su carácter, que creía templado, tenía una fuga irreparable, conoció, más allá del amor, los efectos de una fogosidad devastadora. Se preguntaba cómo era posible que pudiera caminar en paños menores en medio de su ejército sin sentir la menor vergüenza y era incapaz de estar cerca de aquel hombre de apariencia salvaje y al mismo tiempo distinguido, ataviado con esas ropas extrañas que dejaban al descubierto su pecho quemado por el sol. El día que fueron presentados tuvo que fingir una altanería y prepotencia exacerbadas para disimular que el miedo la paralizaba y no delatar el amor que escurría sobre su cuello manifestado en líneas transparentes de sudor. Muy poco tiempo pudo, sin embargo, dominar sus apetitos, en cuanto supo que él la deseaba con el mismo impulso, ya no fue de sí, sino de él, absolutamente. Sus acciones, sus sueños, sus decisiones siempre buscarían complacerlo y privilegiarlo, tal vez esto no hubiera sido un problema de no haberse tratado de la soberana de un país con tanta riqueza y un ejército poderoso, que ella misma había creado antes de ser entronizada, pero las ambiciones sórdidas de toda su parentela no estaban dispuestas a concederle lugar a aquel amor que llamaron bárbaro Tuvieron que pasar meses antes de su primer contacto físico; debió acostumbrarse poco a poco a estar cerca de él y dominar esa excitación que le daba dolores de estómago y la ponía tartamuda, en una palabra embrutecida. Sentía un hueco enorme en medio del pecho y las lágrimas se le escapaban cuando pensaba en la angustia de verlo cerca y no poder compartir su intimidad. Odiaba que la creyera de temperamento glacial, cuando ella era una caldera, cuando decenas de hombres habían peleado por sus favores y sólo  lograron ser vistos con indiferencia. Dejó de lado sus remembranzas y deslizó la yema de su dedo índice sobre la mancha de sangre, se preguntaba cómo es que había permanecido intacta por tanto tiempo. Tenía todas las preguntas y casi ninguna respuesta, sólo el recuerdo desvanecido en su memoria. Se sentó sobre una banca de piedra lustrosa y el caudal de imágenes se le vino encima; en ese mismo lugar compartió sus primeros y últimos besos con él; esa espiral que la llevó al pináculo del amor y al ocaso de su vida. Entonces, golpeando su cabeza se reveló el último fragmento de aquella  noche, apaleando su moral como un rayo que abre la tierra desde sus entrañas. Se hizo presente la visión de ella misma todavía con su corona puesta y atravesada por la daga de su amante, ejecutada por su mano, en esos últimos instantes pensó que no era necesario destronarla de esa manera, ella le hubiera dado la silla de oro sólo con pedírselo, hubiera abdicado para convertirlo en el monarca del universo, no importa cuántas leyes tuviera que quebrar para lograrlo, pero esas disertaciones le sobraban. Lo único importante fue que pudo ver el fondo de sus ojos hasta su último respiro, esos benditos ojos que quinientos años después volvían a condenarla. Corrió entre los laberintos de piedra con su cámara fotográfica en mano, todo el material recién captado comprometía su integridad pero, más allá de la exclusiva que acababa de obtener, necesitaba observar de nuevo esa mirada que aparecía en sus sueños cada noche; no importa que ahora fuera líder de la guerrilla, siempre sería de ella, tanto como ella de él. Lo supo con certeza cuando él titubeó antes de quitar el seguro de la granada.  La piedra demolida los sepultó dejando como único vestigio de ellos su amor por el suelo derramado.                                                                                                                                                                                                                                         
  ¿Qué con cuántos hombres he yacido? Mejor  pregúntame cuántas veces he entregado en la cama el alma Cuántos de mis tibios secretos ,secretos de piel, secretos de sangre, dejé empeñados entre otros brazos Cuántos tabúes he deslizado fuera de las sábanas.   Mejor cuestióname cómo a la luz de lunas artificiales Inventé y di vida a mil romances. Creé historias de la nada y además tuve fuerza para olvidarlas.   ¿O es qué acaso no te maravilla la facultad femenina de repartir rebanadas de alma? ¿No fuiste tú al banquete ,donde incluso jurabas, que nadie más tu piel había llevado, a los jardines salvajes a las recónditas entrañas? ¿No te serviste acaso de mi propia sangre para pintar tu nombre en este cuerpo? que fue por breves silencios tu paraíso, tu futuro, tu pasión sintetizada, tu más ilustre momento de la bifurcación espacio-tiempo.   Si me viste ir de la mano con muchos hombres a la cama y acaso has llegado a conocerme habrás notado entonces: ese vuelo fugaz de ángeles que me asistía cada vez que me entregaba. y mi búsqueda no cesaba hasta que una madrugada tu rostro merengue, sobre mi almohada, descubrí.    
Me he dado cuenta que últimamente algunos amigos rehúyen hablarme, no es que se los reproche, francamente entiendo su necesidad de hacer mutis, pero tampoco me gusta que permanezcan ocultas las causas de este distanciamiento, por eso mejor los reuní y los cuestioné, a boca jarro, como es mi costumbre. —¿Qué malos modos vieron? que se me andan haciendo los perdedizos                        Y a calzón quitado como se habla en México, me dijeron que no es que huyan de mí sino de las conversaciones que a raíz de mis ocurrencias se desatan, que a veces esas pláticas provocan tempestades internas que preferirían dejar pasar.   —Con frecuencia sueles poner el dedo en la llaga- me dijo, el más sereno de todos.   Reparé entonces en lo mucho que me gusta saber de los demás, en lo placentero que encuentro escuchar sus anécdotas, en el gozo de vivir un viaje narrado por sus labios, pidiendo detalles y pormenores de todo, haciendo una y otra vez mi pregunta favorita ¿por qué? Luego entendí que en esa interrogación van implícitos mis deseos de entrar en el alma de los otros, “ansia  de saber todo lo tuyo”, como decía Xavier Villaurrutia en su mejor poema.   —A mi favor sólo puedo decirles que esa curiosidad inagotable es el indicador más poderoso de que cada uno de ustedes tiene una habitación en mi alma, que sus historias son atesoradas en mis líneas para que puedan prevalecer más allá de nosotros mismos, que registro en mi memoria la textura de sus frases y es cuando entiendo por qué en el principio era sólo el verbo, ¡las palabras son vida! y cada oración que me cuentan edifica a la par nuestra existencia. ¿Qué sería de un cuentacuentos sino tuviera las historias de sus amigos?-concluí emocionada.   La verdad es que el abrazo grupal que me ofrecieron no era necesario,  aun así me integré, aunque lo mejor fue la luz verde que me dieron para preguntar cualquier cosa.   — No los reuní para eso, sólo quería verlos- Y en verdad no mentía.   Entonces el más sereno de todos nos dijo que aprovechando la ocasión quería platicarnos de la herencia que acababa de recibir de su abuelo materno, recién asistió el anterior fin de semana a la lectura del testamento, igual que en las películas. Como único nieto hombre era el depositario de una receta muy especial acuñada por el señor en un pueblo polvoriento y lejano del centro del país, el papel que le entregaron en un sobre a la letra decía:   “Querido Rafa, como bien sabes ando poniendo orden en mis cosas, yo pos ya estoy viejo y no quiero irme sin que sepas que eres mi nieto consentido, el único varón y por eso el más valioso. Orita ni toco las cosas materiales ya el notario te dirá lo que hay para ti. Orita lo que me interesa es dejarte mi mejor legado, sí, ése que me dio por muchos años la potencia sexual para procurarle cumplimiento a muchas mujeres, contigo no me voy a hacer el santito, sabes que tuve hartas viejas y por consecuencia una bola de descendientes por ahí regados, pero de eso no tengas preocupación ya cada uno sabe su lugar y nunca molestarán a la familia. Hoy quiero darte una receta poderosa que un día andando en el pueblo de San Toribio Berriozabal me reveló un viejito que estaba sentado en la estación del autobús, ahí sólo y arrumbado como la muñeca fea de Cri, Crí. Bueno pos no dabas un peso por el anciano ése, pero de repente llegaron dos rucas todavía de jugosas carnes y que empiezan a discutir porque las dos querían acostarse esa noche con él, el ruco nomás las miraba y así con su voz rasposa les dijo: órale gatas, la que gane me la cojo hoy y chance mañana también. Bueno pos las fodongas terminaron de pelearse y a la que quedó en pie el viejillo la mandó por delante para que se lavara, perfumara y arreglará la cama, la otra se fue dando tumbos como una borracha más. Entonces con algo de pena, estaba yo muy chamaco todavía, le dije al ruco que cómo le hacía para traer así a las mujeres y muy cerquita del oído me dijo que me iba a compartir su secreto nomás porque estaba bien chavo y me veía muy pendejo y pues lo iba a hacer como labor social. Así que mi querido nieto toma nota, memoriza esta receta, igual que yo lo hice, y hazla tu ritual una vez por semana y si puedes antes de la acción también.   En una tina o palangana, más o menos profunda, vacía una botella de jerez, luego le echas doce huevos completos con clara y yema, no lo revuelvas que solito se mezcle y lo dejas reposar por unos quince minutos. Pasado ese tiempo te bajas la trusa y te sientas así, a rin pelón, sobre la palangana hasta que la mezcolanza te embarre las nalgas, luego, y éste es el paso más importante, debes succionar con el ano una a una las yemas, al principio es difícil, pero con el tiempo lo vas a lograr te lo garantizo, además es muy buen ejercicio para la pelvis. Poco a poco te darás cuenta como tu virilidad crece y serás capaz de complacer a todas las viejas con las que te quieras acostar, yo te soy honesto si tuve muchas, pero una a la vez, esas cosas de las orgías están prohibidas por la iglesia y yo soy buen cristiano.   Bueno mi querido Rafa, no olvides que debes ser constante y sólo comparte esta receta con quien aprecies o quieras de verdad, yo no se la di ni a mis mejores amigos y mira que en muchas borracheras estuvieron a punto de sacarme la sopa pero no iba a ser yo tan menso como para ayudar a mi propia competencia, así que nunca, jamás se la des a los machos cerca de ti, recuerda que un hombre se aprecia no por lo que sabe ni por lo que tiene sino por el número de viejas que se ha tirado.   Con todo mi cariño y amor fraterno, tu abuelo Rafael Severiano.”   Terminada la lectura yo estaba desternillada de risa, era tan cómico el asunto de la receta, Rafa y todos los demás también se carcajeaban, aquello fue una catarsis, un banquete apoteósico de diversión, luego tumbados en las poltronas nos quedamos en silencio y el estero de mis pensamientos pareció desbordarse. Por un momento traté de imaginar cuál habría sido la herencia de mis abuelos y entonces me di cuenta que era la misma de Rafa, que todos los ahí presentes habíamos heredado el machismo abrumador de una sociedad empeñada en conferir al hombre poderes y obligaciones que rayan en lo sobrenatural y absurdo, en asignarle a la mujer una sumisión e ingenuidad nauseabundas, en otorgarle a tradiciones nefastas el valor de cultos sagrados y sobre todo en darnos etiquetas reversibles que podemos usar a modo. Por suerte nadie supo que esas pequeñas lágrimas no eran de risa sino de nostalgia por todas las mujeres de mi familia que algún día recibieron un golpe en la cara y aún así permanecieron junto a sus machos, esta vez Rafa había puesto la llaga en el dedo.                                                                                                                                                                                                              
Era una reunión aburrida y hasta cierto punto artificial, pero qué  va, obligada por el cumpleaños número cuarenta de nuestro gran amigo Ángelo Limón que de no ser célibe desde los veinte años, por una decisión inspirada en la doctrina espiritual que practica, seguro sería un gran amante, lo digo porque tiene manos grandes, ojos de fuego y un espíritu que no se doblega con nada, un hombre así sólo puede ser esplendoroso a la hora de romper catre.  No sé si bendecir el momento en que Grace tomó la botella vacía de whisky y propuso jugar a preguntas o castigos, para el caso era igual, si te tocaba ser apuntado con el cuello de la botella tenías que contestar una pregunta por más indiscreta que fuera o bien podías optar por un castigo que muchas veces consistió en responder a la misma pregunta.   Éramos un grupo de adultos jóvenes o contemporáneos como suelen decir hoy en día en las radiodifusoras o los bares que pretenden disfrazar la nostalgia por la juventud como gusto por lo retro, estábamos entusiasmados igual que chicos de secundaria con el juego aquel, todo parecía inofensivo y pueril en las preguntas: ¿Te gusta cómo te hace el amor tu marido? ¿Te has operado algo?, ¿Quién te ha dado el mejor beso de tu vida?, ¿Te unirías a un club swinger? Pero de lo inocuo, en un instante se puede pasar a heridas profundas e irreparables.   Tocó el turno a Irene, mi mejor amiga,  de ser interrogada; ¿cuál es la peor mentira que has dicho y por qué razón? Pudo haber elegido cualquier otra, la que le dijo a su marido por ejemplo cuando se casaron, que su primogénito es hijo de él o la que le dijo al verdadero padre de su hijo para quitárselo de encima, que había perdido al bebé. Podría haber optado por cualquier otra cosa, pero de todo ese universo prefirió responder que tenía una amiga a la que adoraba y que ésta a su vez estaba enamorada de un cabrón que la hizo sufrir de forma indecente, que un día se lo encontró en el aeropuerto y éste le preguntó por esa amiga, le suplicó que le dijera dónde encontrarla porque tenía la enorme necesidad de confesarle que era el amor de su vida y que no habría ningún sitio en el mundo donde hallar paz sino a su lado, que toda su indiferencia era una defensa para no admitir que estaba enfermo de amor por ella, que recordaba su cuerpo como un paraíso extendido a todo lo largo y ancho y que la incertidumbre de perder ese paraíso lo mataba, así que prefirió poner un largo trecho de distancia entre ellos para sobrevivir a ese sentimiento, que había guardado su sentimiento por años entre sedas y celofanes para protegerlo de cualquier amenaza y tanto lo contuvo que terminó ahogado en él, enfermo cada noche de ausencia, perdido entre las propias sábanas de su cama, extraño hasta en su cuerpo.   —Entonces yo le dije que esa amiga ya no gustaba más de los hombres, que descubrió que era lesbiana y que era mi mujer, lo hice porque no quería que ella estuviera a su alcance, no deseaba que él terminara por destruirla- concluyó Irene con un aire desafiante en su mirada.   Fue un segundo el que bastó para ver en sus ojos que hablaba de mí, de esa historia alterna donde he habitado como un fantasma durante todos estos años. Fue inevitable que el torrente de recuerdos se me viniera encima; las incontables borracheras donde mis lágrimas se mezclaban con la sal de mi tequila, las noches de sueños sudorosos donde me veía caminando como zombie con el corazón expuesto, la cantidad de veces que el charco de mi llanto envolvió mi desnudez mientras me duchaba, los sudores fríos y el hoyo que se me hizo en el estómago de tanto querer y tanto toparme con muro. ¡Todos estos años anhelé esa confesión! durante mucho tiempo esa esperanza fue mi refugio para sobrevivir y no cortarme las venas o saltar de un puente. ¡Hubiera dado lo que fuera por escuchar vivas esas palabras de los labios de aquel cabrón!     —¡Esas son chingaderas Irene!, ¿qué clase de amistad enferma es esa? ¿o es que realmente eres lesbiana y estás enamorada de tu amiga?- preguntó Ángelo en un tono burlón y con la boca llena de pastel.   Siempre que me siento triste o acorralada necesito ir al baño a vomitar, es un mecanismo extraño en mí, ¿o serán los estragos de las juergas? Como sea, ya no pude contener las ganas de hacerlo cuando Irene se negó a responder la pregunta y prefirió el castigo de salir a la calle a gritar que era una vieja pedorra y flatulenta a la que le gustaba comerse los mocos.                                                                                                                                                                                                                           
 Leyendo el libro “Arrebatos carnales” primer volumen de Francisco Martín Moreno me encontraba sumergida en la historia de Carlota y Maximiliano  y sus secretos de alcoba entonces la frase saltó como una rana traviesa ante mis ojos “que te toque qué Maximiliano… ¡estás loco! “ Seguí leyendo pero mi imaginación lúbrica y a veces impúdica, he de reconocerlo,  ya no me dejó en paz y me puse a hacer llamadas telefónicas a mis queridas y escasas amistades como a eso de las dos de la mañana. —Mi querido  avestruz perdona que te moleste a estas horas pero necesito saber qué piensas del sexo oral, anal o del sado. —¡No manches me llamas en plena madrugada para preguntarme esas pendejadas! estaba bien jetón. —Ya sé pero es que necesito saber desesperadamente si te gusta el beso negro, o el del payaso o la rusa o te han hecho un bañito de oro alguna vez. Del otro lado de la bocina mi amiguito del alma soltó una risa jocosa, profunda y bastante larga, trataba de hablar pero no podía pues el aire se le atoraba y otra vez volvía a carcajearse. Yo también estaba muy divertida pero tenía la duda si se reía de regodeo o de nervios y es que a decir verdad hablar de estas cosas es motivo para la chacota pero casi siempre es por la incomodidad de revelar nuestros secretos eso que sucede al cerrar la puerta y que solamente los dos o cuatro o diez o veinte que participan en el acto sexual saben. Finalmente mi amigo me pidió tiempo para pensarlo y prometió mandarme una respuesta por mail en cuanto tuviera un rato libre, como ya no pude conciliar el sueño preferí hacer un repaso mental de algunas situaciones donde el sexo se convirtió en un divertido tabú: Estábamos en la mesa de trabajo en la oficina cuando vimos salir a la secretaria del chiquito bombón que es el jefe de todos, se iba limpiando la boca y alguien a bocajarro dijo: —Esta vieja se acaba de bajar a los chescos con el jefe —¿Se acaba de qué?- preguntó Virginia quien en el nombre lleva reflejada toda su personalidad. En mi papel de erudita salvaje intervine y le expliqué que esa frase se refería a hacer el sexo oral. —¿Me estás hablando de poner la boca en la cosa del hombre? ¡Ay no qué asco, yo jamás haría eso con mi marido!  Me queda claro que jamás ha hecho eso ni muchas otras cosas con su esposo, para eso él tiene a Dora del área de ventas otra que en el nombre lleva la gracia. El mismo que dijo lo de los chescos volvió a irrumpir el inmaculado silencio con una procaz pregunta: —¿A poco ninguna de ustedes le ha besado lo oscurito a sus maridos? Virginia intentó salir de la habitación profundamente irritada, pero no pudo pues estaban encerando el pasillo, así que tuvo que quedarse con su enojo por la pregunta invasora, las tres restantes comenzamos a reír como idiotas, y al unísono dijimos que sí. —Y no sólo eso flaco yo he hecho de todo con él y en todas partes- ya animada contó Maricela- la primera vez que acabamos con un bañito de oro fue en casa de la mamá de Esteban justo sobre la tapa del retrete, era tal el charco que tuvimos que limpiar con la piyama de franela de él  y luego la tiramos por la ventana del baño y para mala suerte se atoró en el nogal que tiene la señora en su huerto. Al otro día no sabíamos cómo explicar qué hacía la camisola de rayitas colgada de una rama y oliendo a puros meados. —¿Entonces te orinaste Maricela?, espetó Virginia sonrojada. —Pues sino explícame ¿de qué otra forma se puede tener un baño de oro después del orgasmo? —Yo ni siquiera sabía que esas cosas existen. Tratando de suavizar la frecuente tensión que constante se produce entre Virginia y Maricela, por el oposición natural de sus personalidades, el flaco entrometido nos platicó con el mismo desenfado que a él le encantaba hacer el beso del payaso y que entre más fuerte es el olor de la secreción sanguinolenta más crece su excitación. Le preguntamos si no tenía temor a una infección pero nos contestó con algo que cualquier mujer deberíamos saber que la sangre menstrual es el ambiente más limpio y estéril que puede haber porque una de sus funciones es  preparar el terreno para una posible fecundación del óvulo. —Aún así y sólo por precaución me unto la cara con penicilina antes de llegarle al bizcocho sangriento, seguro que fui vampiro en alguna otra vida. No quise voltear a ver la expresión de Virginia, sólo me cubrí la cabeza como quien se protege de una lluvia de balas cuando exclamó: —¡Qué pervertidos son todos ustedes, debería darles vergüenza. Todas esas prácticas son asquerosas, además de que ensucian el amor! Me pregunté ¿en qué momento estábamos hablando de amor?, pero antes de que pudiera decir una palabra, Maricela le dijo en un tono condescendiente que la línea que separa al amor del deseo sexual únicamente la establece cada individuo, todos menos Virginia estuvimos de acuerdo. En ese momento pudo haberse retirado pues concluyeron la limpieza del pasillo pero quizá se quedó como quien espera el turno de poder lanzar un dardo con veneno buscando palabras demoledoras o a la mejor le invadió la curiosidad de saber lo que hacen los demás tras las puertas de sus alcobas o de las alcobas de otros, a estas alturas ya daba lo mismo. —¿A ver ustedes Pili y Mili no se hagan a poco me van a decir que sólo conocen la posición del misionero? -nos dijo el flaco haciendo alusión a las gemelas ingenuas del cine setentero español. Dejé contestar primero a Grace, aceptó ser una gran aficionada del sexo anal pues dice que cuando tuvo una cirugía en el cuello de la matriz fue el mejor recurso que pudo encontrar para no privarse de placer ni privar a su hombre, al que ama locamente. —Yo soy capaz de hacer lo que sea por ese cabrón no importa que me de diarrea cada vez que entra por la puerta de atrás. Esa fue la gota que derramó el vaso para Virginia, en su carrera loca del adiós se le rompió el tacón derecho de sus altísimos zapatos de marca. La vimos desaparecer cuando tomó al elevador equivocado y en vez de subir un piso bajó diez.  De pronto toda la atención estaba centrada en mí ya no tenía escapatoria, con titubeos les dije que la verdad si me daba penita hablar de esas cosas porque a la mejor en el fondo también soy un poco como Virginia. —No inventes Legadito entre tú y Virginia hay un mundo de diferencia y bien lo sabes, mejor cuéntales a todos lo que te sucedió en Puerto Vallarta con el francés. Me sentí molesta con Maricela por exhibir mis cosas, pero luego comprendí que no tenía derecho a enojarme cuando estaba ahí compartiendo las anécdotas del grupo además de que soy entrometida por naturaleza. Les conté pues de aquel verano cuando todavía estaba en mis veintitantos, en un viaje relámpago conocí a Philippe Boucher era un hombre tan dulce, refinado y de una galanura clásica como la del legendario Alain Delon. Todo era una burbuja rosa de champaña hasta que llegamos a su departamento concretamente a su habitación, en el piso había unas tres o cuatro tangas de mujer que alguien había dejado descaradamente con todo y sello. Con el pie él las hizo a un lado y tomándome de la mano me llevó hasta la cama y me dijo al oído que antes de acostarnos le diera un beso negro. Le pedí que me dejara entrar primero al baño para alistarme y en mi ingenuidad me pinté los labios con el color más oscuro que llevaba en la bolsa, no era negro pero casi llegaba al tono, luego salí en calzones y con mi mejor sonrisa puesta. Lo que sucedió a continuación fue como una película de los tres chiflados, el francés “pervertido” me perseguía por la habitación para que le diera un beso justo en medio de las nalgas porque de eso se trataba el asunto -me explicó- Posiblemente haya sido mi juventud o la falta de un estómago fuerte, pero yo no estaba lista para esa práctica, a decir verdad ahora mismo tampoco lo estoy, así que me escapé del departamento en ropa interior y con mi envoltorio de prendas entre las manos, lo bueno que era de noche y a orilla de la playa, así que a nadie le extrañó ver a una fulana caminando en paños menores para tomar la brisa nocturna. El sonido del reloj que anunciaba cinco para las tres me sacó de mis remembranzas y me recordó que los seres humanos también necesitan dormir, no tardé casi nada en empezar a escurrir baba en la almohada mientras allá a lo lejos evocaba al francés que más tarde logró redimirse con un sexo de película y otros primores en la cama.    
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Ladylord
Autor: Laura Vegocco  565 Lecturas
  ¿Cómo ser romántico sin ser azucarado? Ser dulce sin sutilezas, decir que amas sin que pierda fuerza el verbo. La preocupación eterna de expresar los sentimientos de forma original o diferente es algo que nos pega a todos no importa qué tan distinto te sientas, si estás enamorado sin duda querrás que el motivo de tu afecto se entere de lo que te provoca. Esa hora de la verdad en la que te decides a escribir o incluso elegir un poema de amor te pone frente a un dilema hay tanta variedad pero también tantos lugares comunes. A mi modo de ver un poema de amor tiene que ser esencialmente eso; un sentimiento continuo, puro sin bordes ni aristas y sin  ser malintencionado estar lleno de dobles intenciones. Aquí les dejo un poema de Xavier Vallaurritia que reúne todas esas características además de ser muy hermoso. AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE Amar es una angustia, una pregunta,  una suspensa y luminosa duda;  es un querer saber todo lo tuyo  y a la vez un temor de al fin saberlo. Amar es reconstruir, cuando te alejas,                                                  tus pasos, tus silencios, tus palabras,  y pretender seguir tu pensamiento  cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas. Amar es una cólera secreta,                                                    una helada y diabólica soberbia. Amar es no dormir cuando en mi lecho  sueñas entre mis brazos que te ciñen,  y odiar el sueño en que, bajo tu frente,  acaso en otros brazos te abandonas. Amar es escuchar sobre tu pecho,  hasta colmar la oreja codiciosa,  el rumor de tu sangre y la marea  de tu respiración acompasada. Amar es absorber tu joven savia  y juntar nuestras bocas en un cauce  hasta que de la brisa de tu aliento  se impregnen para siempre mis entrañas. Amar es una envidia verde y muda,  una sutil y lúcida avaricia. Amar es provocar el dulce instante  en que tu piel busca mi piel despierta;  saciar a un tiempo la avidez nocturna  y morir otra vez la misma muerte  provisional, desgarradora, oscura. Amar es una sed, la de la llaga  que arde sin consumirse ni cerrarse,  y el hambre de una boca atormentada  que pide más y más y no se sacia. Amar es una insólita lujuria  y una gula voraz, siempre desierta. Pero amar es también cerrar los ojos,  dejar que el sueño invada nuestro cuerpo  como un río de olvido y de tinieblas,  y navegar sin rumbo, a la deriva:  porque amar es, al fin, una indolencia. Xavier Villaurrutia es uno de los escritores mexicanos más importantes, nacido en el año de 1903 en la Ciudad de México formó parte del grupo de los Contemporáneos junto con Jaime Torres Bodet y Salvador Novo de los que además era amigo. Fue becado por la fundación Rockefeller en 1935 para estudiar un año de arte dramático en la Universidad de Yale. Versátil y creativo, su obra recorre la dramaturgia, la poesía y la narrativa con toda naturalidad. Existen planteamientos que aseguran que hay una conexión ineludible entre sufrimiento y creatividad, en el mundo de la literatura eso parece ocurrir con bastante frecuencia (yo misma me confieso redactando mis mejores líneas bajo tormentos emocionales) quizá por esa razón los poemas de desamor tienen un aguijón más puntiagudo. ¿Acaso existe alguien que haya llegado a su vida adulta con el corazón intacto y sin pena romántica que ensombreciera su expresión una que otra tarde? Bueno si alguien así es real me atrevo a decir, a riesgo de parecer desatinada, que ha sido algo desafortunado, quizá le resulte un poco más difícil entender aquello de la lágrima fácil cuando se escucha una de amor y contra ellos/as y por supuesto hallará ridículo conferirle a otro ser humano el sentido de su vida, ya de emborracharse por las mismas causas ni hablamos. Y para ir trascendiendo el rata de dos patas y él me estás oyendo inútil he aquí el poema de desamor más deslumbrante que he leído, de la autoría de Pablo Neruda.                                                              LA CANCIÓN DESESPERADA   Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.  El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba.  Es la hora de partir, oh abandonado!. Sobre mi corazón llueven frías corolas.  Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos.  De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía.  Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida.  Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Era la alegre hora del asalto y el beso.  La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,  turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.  Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio! Hice retroceder la muralla de sombra,  anduve más allá del deseo y del acto. Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,  a ti esta hora húmeda, evoco y hago canto. Como un vaso albergaste la infinita ternura,  y el infinito olvido te trizó como a un vaso. Era la negra, negra soledad de las islas,  y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.  Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé como pudiste contenerme  en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,  el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.  Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,  aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros,  oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo  en que nos anudamos y nos desesperamos. Y la ternura, leve como el agua y la harina.  Y la palabra apenas comenzada en los labios. Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,  y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,  qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron! De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.  De pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.  Oh sentina de escombros, pozo abierto y amago. Pálido buzo ciego, desventurado hondero,  descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora  que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.  Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba.  Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.                                             Es la hora de partir. ¡Oh abandonado!   Pablo Neruda gran poeta latinoamericano nacido en Parral Chile en 1904, político y activista destacado, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1971. Me sorprendió saber que el libro donde está incluido este poema fue escrito por él a los ¡19 años! “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” por alguna razón sólo este último tiene título, si se trata de especular supondré que es porque de algún modo perverso los malos amores siempre resultan lo más buenos e inolvidables en consecuencia. Y ya para cerrar apuesto por la bipolaridad del amor en este poema de mi autoría.                                NECE(SI)DAD No importa cuán maduro me haya vuelto No importa el exceso de canas en mis sienes No importan ni el tiempo ni la distancia añeja de tu ausencia en mi presencia  y tu presencia en otra historia Da igual que de mi te acuerdes.   Tú sigues siendo en mi vida.                  Sigues siendo como un gato silencioso Que me mira de reojo furtivamente Sigues siendo un enigma que se reveló tardío Y al fin misterio que permanece Porque nunca mezclaste tu sangre con la mía.   Egoísta.   Mujer insana, perversa corruptora Te seguí como un lobo atormentado por la luna Anduve cada una de tus huellas, anhelante Era un loco angustiado, disfrazado de genio Un amante cualquiera carente de lecho.   Mendigo   Transité entre las ruinas de la vida Junte saliva para darte mi aliento Nada fue suficiente, ni en un despecho ni en una noche tardía de borrachera quisiste fundirte entre mis huesos.   Desde entonces                     Han pasado mil excesos por mis días Tuve los mejores vinos, las mejores viandas Estuve en todas las orgias Fui dueño y señor de divas virginales   Hasta que un día Me mire en el fondo de otros ojos Tome correctamente el tranvía Me llevó a casa, tuve propósito Tuve una vida Tengo una vida. … No importa cuán maduro me haya vuelto En algún rincón del alma inhabitado Como el hueco en un cajón lleno de cosas Como el fragmento intacto de una ventana rota Tú sigues siendo en vida.          
  Hay libros que te curan el pellejo maltrecho de las emociones luego se vuelven como la biblia y andas con ellos a todos lados creyendo que siempre te darán la respuesta que necesitas escuchar, pero no es de esos de los que pretendo hablar ahora, quiero hacer una apología de las lecturas que en lo personal me han dado tanto gozo como tormento. Pero qué sería la vida si el placer no llevara consigo su pequeño aguijón de dolor. No escribiré más, antología de los literatos suicidas de Héctor Gamboa Una verdadera joyita casi imposible de conseguir; este libro fue un regalo de mi madre que lo compró en una tienda de viejo en las calles del centro de la Ciudad de México. Su contenido es sorprendente pues te conduce sin advertencias a echar un vistazo en la vida de aquellos escritores cuyas plumas decidieron abandonar la tinta anticipadamente, por ejemplo Yukio Mishima, quien primero transformó su cuerpo enclenque en uno atlético y hermoso y luego, haciendo honor a su origen nipón decidió inmolarse con todo el rigor del seppuku (harakiri) para finalmente completar el ritual haciéndose decapitar por uno de sus amigos.  Si esta historia no es sorprendente, espera llegar a la de Jorge Cuesta, escritor mexicano además químico, transformó esta dualidad en una impresionante fusión bien descrita en su poema “Canto a un Dios mineral” una de sus obras más conocidas. De madre francesa, Jorge Cuesta Porte-Petit cometió varios atentados contra su cuerpo el peor de ellos emascularse, finalmente se ahorcó con las sábanas atadas a los barrotes de su cama de hospital incluso existe el rumor que antes del suicidio intentó sacarse los ojos. Su caso clínico mereció ser expuesto en un coloquio de psiquiatría en Suecia, en el año de 1972, las hipótesis de incesto, homosexualidad y una extraña sincronización de sus episodios emocionales con los ciclos de la luna lo rondaron creando el mito. Apenas estamos en el umbral y estoy segura que más de dos lectores quisieran tenerlo en sus manos, de conseguirlo acudirán también a las historias de Gerad de Nerval quien puso fin a su vida ahorcándose en una madrugada lúgubre y solitaria de dieciocho grados bajo cero.  Cesare Pavesse con sus poemas sucios que tanto se empeñó en publicar y que en la actualidad no suenan tan duros como seguramente pasó allá en la década de los 30 y por eso fueron censurados. “Quien mira a una mujer con ojo marrano              es como si ya se la hubiera chupado…”   También se hacen presentes Jaime Torres Bodet, Ernest Hemingway, Akutagawa Rionosuke, la temible Virginia Wolf, Calvert Cassey, Steven Zweig y Heinrich Von Kleist, quien escribiría como doloroso colofón: “He hecho todo lo que consienten las fuerzas humanas, he buscado lo imposible como una tentación, todo lo he colocado en la jugada, la suerte está echada, he perdido.” Mientras cursé la escuela de escritores de México (Sogem) este libro se hizo mi fetiche y cuando comencé un tratamiento con antidepresivos mi madre me lo confiscó hasta que se desvaneció el episodio romántico de ser una literata suicida y aspiré únicamente a escribir sin aciagas pretensiones, sólo entonces volvió a mis manos flamantemente empastado.   Tiempo destrozado de Amparo Dávila Cuando llegó a mis manos esta recopilación de cuentos de Amparo Dávila apenas observé su foto con esa mirada serena puesta en unos bellos ojos, me imaginé: seguro se trata de cuentos bonitos y románticos para señoras de las lomas. No tardó en ser derribado el mezquino prejuicio, casi de inmediato me topé con una fantástica narradora, una mujer hecha y derecha que aborda desde todas las esquinas el universo femenino, pero no sólo se queda ahí trasciende la cuestión del género hasta llegar incisivamente al alma humana, no es condescendiente ni piadosa con sus personajes, además de su bella apariencia hace gala de una inteligencia aguda de muy alto nivel. El impacto de sus textos fue tal para mí que casi quince años después de haber leído “Fragmento de un diario” todavía recuerdo el surco frío que impregnó mi espalda, el relato en boca de su protagonista es la apología total del dolor y sobre todo su disfrute, el inesperado encuentro con el amor lo lleva a límites ociosos donde será capaz de lo que sea para preservar intacta su vocación de sufrimiento, nada impedirá su propósito…finalmente obtiene la feliz culminación de sus deseos ante el asombro de quien lee. “El último verano” es otra muestra del oficio narrativo de Amparo Dávila, en él se disuelve el estereotipo  telenovelero de la maternidad azucarada mostrando un ángulo donde ésta resulta penosa e incómoda al punto de volverse un sombrío dilema. El grado de desesperación de la protagonista se convierte en una obsesión que el lector comparte y el final es digno de la dimensión desconocida con todo y música de fondo.   Delirio de Laura Restrepo Delirio me atrajo desde la portada, incluso desde el nombre, al margen de la definición académica la palabra delirio para mí es lumbre en la panza y fiebre en los huesos en efecto el libro es todo eso y más. Agustina existe como el ombligo de una historia que se cuenta en los labios de un narrador omnisciente pero también en los de sus protagonistas sumergidos en la trama que ciñe una historia familiar (con muchos esqueletos guardados bajo el lecho) con la realidad ineluctable de una Colombia flagelada por el crimen. El nivel de introspección que logra Restrepo sobre su personaje central exhibe su espíritu atormentado y al tiempo festivo en sus placeres culposos en momentos no se sabe si es candor puro o mala leche disfrazada de ingenuidad, lo cierto es que conforme avanza la historia crece también el ansia de saber qué carajos está pasando con esta Agustina que perdió la memoria y no se acuerda de nada. A la mejor porque a veces los recuerdos son peor que una purga o duelen, verdad que si, como un madrazo en el dedo chiquito del pie, es que todos alguna vez en la vida nos extraviamos en nuestro propio delirio para que el ramalazo de las memorias no pegue tan duro cuando se haga presente.   Delirio ganó el premio Alfaguara de novela en 2004, teniendo como principal atributo “ser una obra completa en la que caben la tragedia y el humor, las pasiones más bajas y los sentimientos más altruistas, la crueldad y la solidaridad. Un caleidoscopio de la sociedad moderna, centrado en la realidad compleja y exasperada de Colombia”, según palabras del propio jurado que presidió el certamen ese año.                                                                                                                   La corruptora de Guy Des Cars Quizá el título nos suene como la historia de una mujer de la vida galante, nada más lejos de la realidad, La corruptora es un libro lleno de angustia y desesperanza un binomio que aparece desde las primeras páginas, leerlo da frío, detona una sensación de desventura constante, su escenario ubicado al este de París no es glamoroso más bien se proyecta en la mente en tonos grises y en otros momentos virados a cian como para hacer más tétrica la ya de por si lúgubre historia. Marcelle Davois es una enfermera de edad madura que llega a trabajar al lado del doctor Denys Fortier joven de provincia que retorna a su pueblo natal tras concluir estudios como teniente médico en un campamento alemán destinado a oficiales prisioneros. Al principio la relación entre ambos está impregnada de una desconfianza mutua, pero uno y otro tienen razones importantes para permanecer juntos; él afianzar su carrera como galeno siguiendo la tradición familiar a través de la clientela heredada por su padre y ella escapar del Instituto de Cáncer en Villejuif donde durante diez años ha estado consagrada a la investigación y cuidado de enfermos. El trato médico-enfermera es puro rigor y solemnidad, pero después ciertos eventos detonan en Marcelle una perturbada fijación por el joven descubriendo el verdadero potencial de sus pasiones, la descripción que inicialmente hace Denys de ella: “una mujer puede no ser bella, pero tener encanto o, al menos, un poco de femineidad. Marcelle Davois no tenía ni belleza, ni encanto, ni femineidad. En ella sólo se percibía la necesidad de ser la enfermera modelo”, ya no calza con esta versión que ha descubierto un siniestro atajo para compensar sus carencias. A la par del deseo de Marcelle crece en ella un odio azuzado por la enfermedad que la aqueja y que descubre tardíamente y el rencor hacia otras mujeres sobre todo hacía Cristine la hermosa y clandestina novia del médico; envidia de sus formas voluptuosas, de su encanto y su belleza. La historia se oscurece a medida que queda al descubierto el alma hondamente lacerada con motivaciones siniestras que hará lo necesario para cumplir su deseo insatisfecho y de paso se vengará por lo que la vida le “ha negado”.                                                                                                    El Psicoanalista de John Katzenbach Este es el tipo de novela que te hace sentir que siempre es de noche, tiene pocos momentos de reposo pero en compensación conjuga todos los ingredientes para mantener tenso el músculo de la imaginación. De principio a fin el tono es intenso y mantiene fresca la expectativa hasta que llega el desenlace. Es una mezcla extraña pero si puedes leerlo mientras escuchas el soundtrack del Señor de los Anillos encontrarás un estímulo sensorial agregado. Esta novela también es de doctores y también recorre las estaciones tortuosas de una mente alterada, no obstante la premisa no acaba ahí; Frederick Starks es un médico psiquiatra que de repente ve trastocada su rutina por la aparición de un desconocido que le lanza un reto del que no sólo depende su estabilidad sino su propia vida y la de sus cercanos. El juego macabro al que es sometido está plagado de los temas que hacen muy bueno a un thriller; el personaje principal se ve envuelto en una especie de conspiración que le arrebata su prestigio, sus cuentas bancarias, sus relaciones y familia como parte de una refinada venganza por una “deuda moral” contraída muchos años antes. Aun cuando el lector descubre en el trayecto quien puede estar detrás de esta maquinación la historia no se debilita, por el contrario el interés por saber cómo el doctor Starks saldrá bien librado de semejante complicación se incrementa con cada página. Recuerdo haberlo leído en medio de una crisis personal de tono amoroso, de esas que (insisto) duelen como un madrazo en el dedo chiquito. Mi agobio por penas de amor era tanto que con tal de evadirme de pronto me vi sumergida en la trama y tomé vívidamente parte de esta historia durante mi trayecto del metro Rosario a San Pedro de los Pinos y viceversa, a lo largo de los cuatro días que tardé en leerlo.                    
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Paraíso agusanado
Autor: Laura Vegocco  657 Lecturas
INAPLAZABLE   Termina ya de abandonarme no eternices la despedida, ¿acaso crees que puedo estar toda la vida recogiendo las cenizas del fracaso?   Sí en lugar de odiarme un poco me amaras no demorarías en cortar la soga que infame mi cuello con dientes de loba sujeta con saña desmedida.   Primero me ofreciste edenes efervescentes de violetas tropicales con medievales hechizos ¡me embrujaste! a los jardines salvajes ¡me llevaste! hundiste tus dedos en mi pecho.    Y hoy, como si fuera un engendro me deshechas de tu paraíso y me muestras el infierno: ¡la soledad de la carne!   
Inaplazable
Autor: Laura Vegocco  512 Lecturas
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Ojos de plástico
Autor: Laura Vegocco  522 Lecturas
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El fin de la memoria
Autor: Laura Vegocco  565 Lecturas
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