• Maryory Galvis Pedraza
Elirmaryo
Juego al ajedrez, una partida seguida de otra, y no precisamente las piezas son un fichero limitado sobre un espacio de 8x8.
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  • País: Colombia
 
Ahora si, va:Sonará a locura, pero siento que crezco.Es decir, siento que maduro, que tengo un millón de miedos, pero que abandono la paranoilla en ellos. Incluso siento nostalgia y tristeza porque cuando se va esclareciendo el propósito, el porqué, aquella razón de tu existencia (de la mía, hablo en tercera persona), no queda más que sonreír y continuar.He comprendido que venimos al mundo como almas vírgenes, somos un pedacito de conciencia cosmológica que tiene autonomía, ni nosotros ni nadie eligió a nuestros padres, nadie nos montó sobre una nube y con un soplo eligió que cayéramos en tal lugar, nadie escribió con pluma sobre el papel quiénes seriamos, ni lo que nos pasaría jamás. No se trata de justicia, ni de suerte, ni de magia, ni de una sentencia divina. Tan solo vinimos a la vida a intentar explotar todo sentimiento, a recrear aquello que se describe como felicidad, con el amor de los padres, con el abrazo de un hermano, con la voz de un amigo, con el calor de los labios de la existencia física de quien amas. Entendí que padecer, es necesario y no como masoquismo, es aquello que tristemente tenemos que confrontar para sentir valioso aquello que engrandece nuestro espíritu, y aunque nos engrandezca cosas que no podremos llevar más allá de la muerte, hacen de este camino jamás trazado: más interesante, más nuestro, ok, más mio.No había entendido al señor Lavat verdaderamente como hasta ahora, cuando en su mensaje nos pide mantener “el interés en nuestra carrera”, escuchar, sentir, callar. Ocasionalmente caminamos jorobados debido a circunstancias que inesperadamente se nos cruzan, y aunque llegarán a atarnos, es voluntad nuestra y deber moral alejar todo aquello que se convierte en un fastidio, pero no cometiendo la cobardía de abandonar nuestros sueños; incurriríamos en la culpa ajena si olvidamos poner firmeza sobre nuestras decisiones y ponemos en otras manos el futuro inexistente que nos pertenece. Alguien me enseño últimamente que estamos solos, y que el tiempo es solo un invento de la humanidad para dar orden a los acontecimientos, luego entonces no hay que tener miedo de si es muy tarde o muy temprano cuando queremos actuar, cuando queremos ver al horizonte: es solo cuestión de voluntad, decir que no tenemos tiempo es una viva imagen de falta de carácter y de pereza pura o de una angustia que tristemente no conduce a nada, ¡por Dios!, ¡no sabremos cuanto viviremos, entonces quién somos para hacer un juicio sobre el tiempo!.     Será absurdo enunciar la soledad pero es justo dar gracias por la compañía, debo dar gracias por la compañía de aquellos pedacitos de conciencia que también vinieron a la vida en el ahora, no porque lo hayan hecho a propósito a decir verdad, tan solo porque nos ayudaron a conocer el camino aunque no fuera el mismo que el de ellos (padres, abuelos, amigos, maestros, mi pareja). Son personas que ayudan a definir lo que nos gusta, lo que no nos gusta, lo que queremos, lo que odiamos, lo que podemos soportar y lo que nos hace salir corriendo. En la vida vendrán personas que bien o mal dibujaran sobre nuestro lienzo, dejando cuadros bellísimos en el museo de nuestra memoria y personas que intentaran acabar con todo nuestra construcción con un incendio,el daño depende que de tan buenos extintores tengamos, ¿no es así?El rencor es innecesario, soy humana pero si algo nos estorba es muy inteligente abandonarlo, decir adiós con una sonrisa, no cayendo en la hipocresía, la sonrisa es tan solo dedicada al espacio que se llenará con algo nuevo y mejor. Entonces no hay que dedicarle energía emocional a algo que hizo lugar en nuestra historia ahora que ya no hay más tinta para ello....Créeme continuará
El silbido de los grillos era todo cuanto deseaban escuchar, ya se habían completado seis horas desde la fuga y ahora cuando la tarde dejaba ver su último reflejo de sol, donde apenas se veía una línea naranja delineando las montañas, comenzaban a aparecer antorchas de la guardia que no se daba por vencida y con toda razón, porque sin saberlo les pisaban los talones. Rufasel, había repasado el plan una y mil veces sobre la mesita que acompañaba su camarote en el final de la celda, no había sido del todo buena idea haber pasado todo la noche en vela, pero no pudo evitarlo porque le invadía su mente cada detalle  del escape, incluso ahora se sentía como un tonto por no haber ido más allá en sus análisis, porque de haberlo hecho, ahora estaría bastante lejos de la tierra de Cutón, no le sangraría la cabeza, las uñas de su mano izquierda estuvieran todos en sus sitio y sobre todo su compañero de celda no cojearía por la astilla que se asomaba de su talón, que más que astilla parecía un pedazo de rama seca, aunque no le preocupaba tanto porque según Berd los enanos tienen tan gruesa la piel, que aunque la astilla se enterrara 3 cm más, aún faltaría tejido por romper para afectar algún músculo o nervio. Era ahora de noche, y por lo menos cien guardias custodiaban la villa de Raa, no se les haría tan fácil escapar. De pronto los alertó aún más el aullido de uno de los lobos, lobos de nariz morada quienes no solo rastreaban a sus presas, además era bien sabido que disfrutaban del sonido cuando crujían los huesos al partirse por sus cariños, casi podían sentir el calor de su fétido aliento sobre sus nucas. Corrieron a toda marcha sin rumbo, solo corrieron con el miedo que los alcanzaba tras de ellos; de vez en cuando echaban un vistazo para atrás, y era evidente, que ya eran un claro objetivo porque de entre los árboles se veía como se acercaban las antorchas haciéndose una sola bola de fuego que iluminaba un montón de guardias armados de lanzas y ballestas tras de ellos, aun ninguno podía verlos, pero sabían que los encontrarían si seguían a los lobos que iban a la cabeza. Se encontraron a la orilla de un acantilado, la luz de luna apenas dejaba ver las copas de los árboles que sobresalían tapizando el fondo. Sólo el omnipotente Byyán sabría cuan profunda sería la caída. Pero para Rufasel, pesaba más morir por el impacto que a las manos de los lobos o de los guardias, y habían llegado lo bastante lejos como para detenerse, era ahora o nunca. Un sentimiento de duda le invadió, veía como se aproximaban las llamas y veía el acantilado, veía las llamas y luego el acantilado, vio como el enano paralizado del miedo cerró con fuerza los ojos y tras un grito sordo se dejó caer de espaldas, a Rufasel no le quedó más remedio que tirarse tras él a la espera de un milagro. Mientras caía, la abrumadora inmensidad de la luna, le abrazó como a un niño indefenso, como una madre abraza a su hijo para quitarle el miedo, caer era como olvidar la armada que los perseguía, ya no escucharon más los aullidos de los lobos, el viento peinaba su cabello de para atrás y templaba su ropa contra su cuerpo, casi podía saborear la libertad, era como volar; vio a su amigo perderse entre las tupidas hojas de los árboles que le recibieron, y él, antes de escabullirse también, pensaba en el ayer, en sus planes, en el motivo. 15 días atrás, mientras tomaba su baño de sol semanal, a eso de las 10.00 a.m. veía acostado sobre uno de los muros del patio central como se aglomeraban las nubes y formaban una espesa masa gris en el cielo; era su turno de ver el sol desde hacía una semana y justo le tocó que ese día lloviera, hizo una sonrisa y una reverencia con hipocresía, volteó de medio lado cuando comenzaron a precipitarse las primeras gotas sobre la tierra; sonrió de nuevo, esta vez le caía en gracia ver como las hormigas perdían su rumbo y se desviaban del camino tras perder el rastro de sus iguales por la humedad, una de ellas quedó atrapada al interior de una diminuta gota de agua, casi podía escuchar su chillido mientras moría ahogada, de pronto le vino a la memoria la razón de su condena, sintió frío y un dolor que le apuñalaba el corazón, quiso romper en llanto, pero se detuvo cuando sintió una mano pesada sobre su hombro. -Que desgraciada suerte que nos mandamos, ¡bonito baño de sol que nos toco hoy de nuevo! ; Con la novedad de que hoy no solo llueve agua, sino también palomas. Era su compañero de celda Berd, un enano descendiente de la estirpe de los sangre pura de Árpet (pueblo guerrero por tradición), la oveja negra de su familia, bastante noble como para que por sus venas corriera sangre afamada de tosquedad y malhumor. -¿Palomas? ¿De qué hablas? - Acaba de chocar contra el muro, mírala, aún convulsiona en el suelo, quizá se rompió el cuello, pero aún sigue viva, echemos un vistazo.  Era raro avistar el vuelo de aves diferentes a los Carriot pájaros de los que se escuchaban muchas leyendas, pero en la actualidad nadie recordaba su origen. Se presumía que hace un milenio condujeron a la victoria del Yulian, uno de los demonios oscuros de cuatro, que luchó en el oriente cuando se dividieron los pasos del mundo y sus hermanos tomaron el poder de los demás polos.   Su tarea consistía en resguardar por los aires, las torres del BT40 uno de los complejos de guerra más vastos en armamentos de todo el reino de Cutón, además de ser el tiradero de las almas echadas a perder. Cuando se acercaron al ave, Bert se inquieto de inmediato, giró su cabeza unos grados, para revisar el perímetro, se agachó, y liberó las patas de la paloma de un pequeño artefacto que le ataba, le cruzo la mirada a Rufasel, quien pronto tomó una piedra y acabó con la agonía del animalito de un golpe. -¡He ustedes!, está lloviendo nadie les curará si llegaran a enfermar de peste. Ambos se pararon juntos, quizá el guardián del patio central no había visto la paloma caer. -No intenten ocultarlo, también he visto el accidente del mensajero. ¡He dicho a un lado!-. Dijo con severidad. -¡Si señor!. Dijeron el par de convictos en coro y retrocedieron un paso. El guardián se agachó para revisar la paloma, como buscando algo, reviso bajo sus alas y dio un vistazo a la cola, pero al no encontrar nada, de nuevo se dirigió a los dos. -Ha traído algo amarrado, ¿ustedes lo retiraron?. -No señor, no hemos visto nada más que su cuerpo contornearse tras el golpe. Dijo Berd. -Y el recluso Rufasel, ¿por qué tiene una piedra ensangrentada entre sus manos? -Señor, es verdad, yo he tomado la piedra, pero mi intención no era otra que acabar con su agonía, el ave convulsionaba, se rompió el cuello pero no había muerto. -¡Mycos, y Cocos!-. Exclamó el guardián. -he visto como disfrutas del dolor ajeno, ahora me dices que: ¿te conmovió el sufrimiento de un ave?, con ese golpe destruyo la anatomía de su cráneo, ahora no sabremos, si era un mensajero o un salvaje extraviado. -Lo lamento señor, pero no he reconocido su cráneo, y si no tenía nada que cargara, seguramente se trataba de un salvaje migrando, las condiciones del clima debieron extraviarla. -No esperaran que los conduzca a su celda, sin una requisa, ¿No es así? Ambos se miraron de nuevo, Rufasel tuvo la intensión de golpear el guardián, así Berd tendría tiempo de esconder el objeto, no tendría que dar explicación y solo les costaría dos días sin agua, tenía la impresión que era necesario, que si había un mensaje en el artefacto, y que si no era para él, igualmente podría vendérselo al dueño. Pero un estruendo hizo del patio una nube de polvo y escombros, que sacudió a todos quienes se encontraban afuera. La lluvia había dejado de ser inofensiva y ahora era una tormenta eléctrica, y uno de los rayos había alcanzado la torre del patio junto, rompiendo al igual como se rasga un papel por la mitad, la tapia que dividía el patio central con el patio de duchas. Dos segundos después se timbro la alarma general, los presos debían regresar a su celda, los guardias de ambos patios debían esperar ordenes y vigilar que a ningún convicto se le ocurriera cruzarse de lugar y jugar a las escondidas. -Bien, márchense. Rufasel y Berd, entre confundidos y aliviados, repararon la gravedad del daño, y sin voltear atrás, fueron los primeros en llegar a su celda. -Alabado Byyán, que nos envió ese rayo. ¿Viste la cara del guardián?, el tipo se fue de para atrás y ni en cuenta cayó del cadáver de la paloma junto a él. Es verdad, ¿en dónde está la cosa que amarraba sus patas? -Lo escondí entre las bota del pantalón al agacharme, temí la requisa, de no ser por tu compañía casi lo devuelvo. -Ya dejémonos de lloriqueos Berd, ¡sácalo!.  

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