• Diana Almogovar
Diana Almogovar
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En la cena ofrecida por los Williams a sus amigos, los comensales no cesaban de alabar el primer plato: un caldo de fuerte sabor elaborado a partir de una receta guardada celosamente en la cocina de la casa.Tanto fue así que la señora Williams se decidió a ir a buscar a su cocinero para que recibiera los merecidos plácemes. El buen hombre, ante los aplausos y bravos con que fue recibido al asomar en el comedor no pudo hacer otra cosa que sonreir agradecido. Pero la Señora Williams, mujer de gran perspicacia, intuyó cierto aire burlón en aquella sonrisa. Por ello se levantó de improviso, se acercó al cocinero y le ofreció su propio plato depositando la cuchara en una de sus manos.-Pruébalo. -le ordenó de modo tajante.El cocinero, ruborizado, se negó. Hasta tres veces la Señora Williams inquirió a su sirviente para que tomara unas cucharadas del plato y él siempre rehusó hacerlo. Entonces la Señora Williams miró en silencio a cada uno de sus invitados y estos fueron dejando sus cucharas en los platos, con gestos contrariados, crispados.   
El cocinero
Autor: Diana Almogovar  765 Lecturas
Tu espiritu se adueña del hogar habitación tras habitación. Eres la sombra que recorre las paredes y se sacía en su humedad. Yo permanezco encerrada en la casa del padre desde tiempos inmemoriales. Y me nutro de agua bendita y picos de coca. El silencio absoluto es tu susurro que me amedrenta y escribes en el aire viciado todos los agravios acaecidos en la familia. El espiritu te domina a ti mismo y descabalga la memoria que yo tengo de ti: te transformas en algo que nunca existió, que nunca conocí, y me resultas sugestivo como todo lo misterioso. Como extraño te quiero más, tras despreciar durante largos años el cuerpo que dormía como un animal muerto a mi lado en la cama. Yo sé que se continúan borrando todas las historias familiares y que ninguna vergüenza saldrá a la luz, restará en la memoria popular de nuestro pueblo. Fuimos tan depravados como unidad familiar como astutos y precavidos para guardar nuestras miserias. Al igual que en un convento, todo se quedó inframuros y lo que yo aún sé ahora mañana lo habré olvidado: la autodefensa de los culpables destroza las verdades. Eres un espiritu que se transforma como un monstruo que crece y se multiplica. Sé que acabarás dominando la casa desde tu ausencia, pues tras tu óbito ya sentí el frío extraño besando mi piel y este frío no ha hecho más que aumentar desde entonces. Todos los patriarcas sobreviven a su reinado y su dominio se extiende durante décadas. Hay esclavos en los países que se liberan años después de la ruptura de las cadenas: son los hijos. Los hijos siempre estarán manchados por las sombras que hundieron a sus antecesores.Recuerdo que alguna vez amenazaste con quemar la casa y mandarnos a todos al diablo. Ahora yo hago lo mismo contigo, espiritu de la memoria infame. 
Las consecuencias
Autor: Diana Almogovar  809 Lecturas
Aquella noche, enmedio de una calle, estaba observando la vieja pared que tenía enfrente. Una sombra quieta en ella; de pronto vi acercarse otra sombra y la primera dio un paso adelante. Luego escuché dos disparos. La sombra recién llegada se desplomó hasta desaparecer de la pared. Bajé la vista horrorizada, mi mano derecha empuñaba una pistola. No quise mirar al suelo.
La sombra asesina
Autor: Diana Almogovar  839 Lecturas
Lo subieron al monte, lo clavaron a una cruz, se hizo de noche, sus gotas de sangre tornaron la hierba verde en rojo. Miró a un lado y vio a un ladrón muerto, miró al otro lado y observó a otro ladrón fallecido igualmente. Levantó sus ojos al cielo oscuro y llamó a alguien a quien denominó padre. Pero nadie respondió y entre aquel silencio tan frío él murió también.
El abandonado
Autor: Diana Almogovar  643 Lecturas
Fragmento de la página 416 del diario de mi padre que aparece con síntomas de haberse intentado arrancar:"Nunca le dimos al abuelo la noticia de la muerte del dictador Franco porque siempre nos dijo que cuando el fascista muriera él también podría hacerlo ya tranquilo. Así que lo mantuvimos encerrado en el zulo de los sótanos de casa mientras la libertad renacía y se desarrollaba por las calles."  
El mal querer
Autor: Diana Almogovar  614 Lecturas
Un atardecer más se puso ante su computadora y contactó con Julia, su amiga de Europa Central. Y, como cada jornada, se fueron contando cuanto de importante y de nímio les había sucedido en el transcurso de las últimas veinticuatro horas. Ella se sentía enormemente alegre de tener consigo (aunque a través de Internet y por ello de alguna manera de modo virtual) a un alma gemela, un corazón que latía al mismo compás que el suyo, unos ojos que tenían una idéntica mirada sobre la vida y sus enredos. Estuvieron comunicándose hasta noche cerrada, se desearon unas felices noches y se reclamaron un trozo de sus sueños para si: Piensa en mí, sueña un poquito conmigo. Transcurría el año 1969, ella estaba sentada ante su pesada máquina de escribir que ya perteneció a su padre. Sin embargo no pulsaba tecla alguna, si no que contemplaba el morir del día y, ensoñada, se decía con cierto tono de resentimiento: Ojalá hubiera una especie de televisor que permitiera el comunicarse directamente con personas de cualquier parte del mundo. Y así poder encontrar a alguien con quien compartir mis penas y mis alegrías, encontrar un otro yo en un país cualquiera!Entristecida por su soledad y aislamiento, comenzó a teclear lentamente sobre el papel. No sabía muy bien que tema, pensamiento o consideración iba a desarrollar, pero una cierta idea (una ilusión para hablar con más propiedad) se estaba forjando en su cabeza. Así que comenzó a escribir: "Un atardecer más me puse ante la computadora y contacté..."
Mi calle es estrecha, muy estrecha. Cuando se encuentran dos coches no pueden pasar al mismo tiempo. Y uno de ellos debe subirse a la acera, arrimándose a la pared hasta casi rayar la pintura. El pasado domingo anochecía suavemente y yo degustaba la muerte de la luz desde la ventana de mi cuarto. De súbito cruzó raudo un viejo Ford T causando estridente ruido y levantando una nube de polvo. El silencio y la armonía tardó unos segundos en imperar de nuevo. Apenas vuelta la calma se oyeron unos disparos al final de la calle. Fue entonces cuando vino corriendo por la acera mi hermana Julia. Golpeó la puerta de casa gritando mi nombre con desespero. Cuando le abrí se echó en mis brazos y me manchó de sangre.-Es de mamá, Anita. De mamá!! Me colapsé y no podía comprender lo que estaba sucediendo. Mi hermana pequeña lloraba amargamente abrazada a mis caderas. Yo tenía sangre de mamá en una de mis manos. Un viejo Ford T cruzó raudo la calle y levantó una nube de polvo. Me dije: "Dentro de unos momentos vendrá mi hermana corriendo". Y aguardé a que esto sucediera.
Anne jamás quiso que la conociera. Nuestra relación epistolar, tierna y amorosa, duró largos e intensos meses y sin embargo no me descubrió ni un detalle de si misma. Por lo tanto, hablamos de Dios y del Diablo, pero nunca de ella. Vivíamos en distintas ciudades, alejadas. Para mi sorpresa, una tarde del último otoño se acercaba a mí por la acera una elegante pelirroja de mediana edad que cuando estuvo a tan solo unos pasos se tapó rápidamente el rostro con sus blanquísimas manos y se quedó quieta, paralizada... su largo cabello rojo oscilaba levemente debido al aire que procedía del mar cercano. Mi corazón dio un vuelco y exclamé con gran pena:-No ocultes tu rostro preciosa!No tuve otro remedio que alejarme calle abajo entristecida. Y cuando reuní el valor necesario para darme la vuelta ella ya había desaparecido por la primera esquina. No respondió a ninguna de las siete cartas que le envié las semanas siguientes: Era mi madre. 
El rostro oculto
Autor: Diana Almogovar  679 Lecturas
Una estrecha vereda conduce la casa de Inés hasta el bosque misterioso, oscuro y lugar de lobos. Un sendero ancho, recién asfaltado incluso, lleva hasta la población donde las noches revientan de luces y hay vigilancia a todas las horas. Sus padres siempre le dijeron que camino tomar para ser feliz, hacia que sitio ir para no sentirse nunca sola. Pero su hermana mayor partió una noche de invierno camino del bosque por el estrecho sendero y nunca más se supo de ella. Desde entonces, Inés cada atardecer observa el bosque desde la ventana de su habitación. En las pupilas de sus ojos se refleja algo mágico, en sus oidos penetran voces que nadie más oye.  
Caminito
Autor: Diana Almogovar  633 Lecturas
Tras la puerta de los almacenes viejos cerrados hace tiempo, en el lugar donde la sombra y el polvo bailan bajo la cálida luz del sol, donde no hay nadie, mi hermana Lolita escuchó un ruido. Era algo amable, no eran los gritos de siempre del padre, no eran tampoco las monsergas interminables de nuestra madre, y  tampoco era yo y mis burlas crueles como lava sobre su piel adolescente. Era algo amable, agradable de oir. Era sugerente y por eso traspasó el umbral.  
El silbido
Autor: Diana Almogovar  579 Lecturas

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