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El encuentro de dos conciencias estallando en la irreductible ansiedad del verbo. Una mirada. Una línea recta que es el infinito. Apenas la noche con su iridiscente espíritu posándose sobre los labios abiertos del destino. Hay algo de terrible y caníbal en el amor; esas ansias de devorarse y de perderse en el apocalipsis de la carne ensangrentada, esa pasión por deglutir remisamente los miedos del otro. Hay algo, dije, de criminal en la pasión del olvido, un impulso ciego de desollarse vivo para deshabitarse. No nos interesa habitar de nuevo, no sabemos nada de los sujetos, de los sustantivos y adjetivos, nos interesa perdernos siendo nada para nadie. ¿Hay mayor felicidad? No ser nada para nadie, lo escribo y un sabor a miel me azota el paladar. Nunca puedo pensar en nada amble sin pensar, a su vez, en algo terrible; en mi mente siempre hay una amasijo de cosas que se ponen y se contraponen incesantemente. Así fue, podría decir, el encuentro; dos caballos galopando rumbo a la muerte, sacudiendo el tizne con las patas, dos trenes descarrilados que, una vez que se ven perdidos, en lugar de frenar, aceleran para que la explosión se escuche hasta el último rincón de nuestra galaxia. Fugitivos de nosotros mismos y exiliados de todo convencionalismo social, desnudos en el líquido amniótico del azar. Un ensueño de calaveras, la respiración lenta del minotauro, las huellas que sigue el cazador; un escote, una blusa entreabierta; pensamientos en arrebatos suicidas y paraísos, en escaleras al infierno y en potentes fulgores que descuajan la apatía. Una sombra tendida sobre otra sombra, un teatro chino de pequeños eclipses; una estopa mojada con tiner, la alucinación, apenas el mareo de olas enormes que a base de vaivenes han carcomido toda la piedra. Y unos libros, habré de decir que el encuentro me hizo pensar en libros. No me digo un gran lector, me gustaría leer más y ver menos televisión; pero también me gustaría ser más guapo, son cosas que nunca pasarán. Uno nace feo y huevón, no hay más. La enredadera de luciérnagas en su mirada, el rubor de sus labios como la sangre de un colibrí destrozado por la bota de un soldado. Limpio, un amor limpio, como váter de estación de autobuses en Monterrey, Nuevo León, México. Algo sé, dije, algo creo que sé. Cayeron los rayos, los relámpagos como arena mojada entre los dedos de un niño. Pasó a mi lado y su indiferencia me hizo pensar en hormigas quemabas bajo una lupa por pura diversión.Para decir lo que fue, también diré lo que no fue; esa vez que fui al cerro y abrí los brazos en medio del universo, sintiéndome parte de cada célula de este mundo, de cada microorganismo. Las piedras eran mis hermanas, los mares eran mi sangre. Abrí los brazos llorando, no sé cómo decir una ausencia que nos desborda todo lo que somos, ácido líquido dentro de los huesos, desollado vivo ante un perfume que se aleja. Es la vieja metáfora, la del miembro fantasma; se dice que cuando una persona pierde una parte de su cuerpo, de repente se ve amputado físicamente, todos lo pueden ver (vemos a alguien sin brazo, sin pierna, etcétera) pero en su mente él/ella es un ser completo. E incluso duele esa parte del cuerpo, duele una parte que no existe, que no está. Eso es más o menos lo que significó su ausencia para mí; ya nadie la podía ver a mi lado, pero en mi mente ella seguía caminando a mi lado y riendo de mis estúpidos chistes; siempre había algo, un espejo, que me traía de vuelta a mi realidad con un salvajismo inusitado. Eso me hacía pensar en la filosofía náhuatl y en el antiguo filósofo para nuestra cultura, el tlamatinime, que significa, el que pone un espejo frente a ti. Ese simple acto, poner un espejo frente a alguien es la revelación, es obligar al otro a asumir la conciencia de su realidad, para bien y para mal. Una vez que uno está de este lado, fuera de la Mátrix, quiere que todos lo estén, aunque muchas veces eso sea simplemente un crimen. Muchas personas cuando se asumen tal cual son y no tal cual creen que son, se vuelven locas. Pero otras personas, las que aun viendo la realidad seguimos teniendo algo que nadie más tiene, lo agradecemos. Recuerdo un performance que hubo en mi pueblo, era un tal Cruz que bailaba embarrado de lodo y a todos los espectadores se acercaba con un espejo del tamaño de unos anteojos, el ritual consistía en poner el espejo en su cara y acercarse a nosotros para que pudiéramos ver nuestros ojos en su cara. Eso, por supuesto, me recordó a los tlamatinime, pero también en un sentido más profundo, es un ejercicio de empatía; todos podíamos ser aquel hombre, es más, todos éramos aquel hombre, danzando embarrados de lodo, en contacto con nuestra madre tierra. Sé que ustedes, señores del juzgado, me acusarán de jipi, primero porque me voy a los cerros a meditar, segundo porque conozco la cultura náhuatl y tercero porque siempre he creído más en el plano de inmanencia que en el plano de trascendencia. Lo que significa, en pocas palabras, que prefiero la carne a las ideas, que prefiero la materia (no es lo mismo que lo material) a lo inmaterial. Y por último, quiero decirles que antes del infierno y del cielo, creo en el suelo que piso y en las bocas que beso. He sembrado mis zapatos en la tierra, ese ha sido mi único pecado. Sin embargo, les diré un secreto: si uno siembra con mucho cuidado sus pies en la tierra, tarde que temprano crecerá un hombre, un hombre completo. Un hombre completo es a quien a ella amó, a un hombre completo es a quien ella dejó, un hombre completo, los confieso, es quien la mató. Pero esa no es toda la historia todavía. Era un miércoles cualquiera. 6:37 pm. Recién había terminado con mi novia. Estaba en la terraza de mi departamento, fumaba un cigarrillo y repasaba mi vida como ocurre en estos casos. Mis impulsos eran los de siempre, los ya comunes después de un rompimiento amoroso. Pensé en meterme al gimnasio, pensé en emborracharme hasta morir. Pensé en acostarme con el mayor número posible de mujeres. Los resultados fueron los de siempre: comer frituras, mantenerme sobrio y en celibato. Escuchaba música, Sopor Aeternus, para darle un aire trágico a mi situación. Inesperado y tal vez milagroso, me llegó un mensaje al celular:—Hola—Hola—¿Cómo estás?—¿Quién eres?—Karina—Estoy mal, Karina, la verdad.Tenía alrededor de tres meses chateando con Karina a través de Facebook. De ahí me había pedido mi número celular. Era una chica alegre y divertida, pero no era muy mi tipo. Con esto no quiero decir que no fuera hermosa; en realidad era bellísima, pero sus gustos musicales y temas de conversación distaban mucho de los míos. Y es que me gustan las chicas blanco muerto, con cabello negro y de preferencia altas; pero sobretodo con gustos intelectuales refinados, de esas ratas de biblioteca que conocen muchos autores y escuchan música rara. Karina, en cambio era una chica sencilla, le gustaba la música grupera y había leído muy poquitos libros en su vida. Su ideal de vida ya lo había alcanzado, aprovecharse de su belleza y casarse con un tipo con buena posición económica. Conversábamos, entonces de temas triviales y universales, como el clima, el amor y las noticias.Le conté a Karina de mi rompimiento amoroso. No me puse en el papel de víctima porque casi nunca lo soy. Nací podrido, nací para siempre estropearlo todo. Tenía mala estrella y mala sangre, pero era más de lo que otras personas tenían. Mi temperamento era una eterna contradicción entre la violencia y la melancolía. Vivía apartado de todos y cuando me invitaban a una fiesta, prefería no ir. Mi ideal de diversión en aquella época, era un trago en casa y un libro. Leía mucho y me enamoraba de las chicas que aparecían en las novelas, pero casi nunca, o más bien nunca, de las mujeres que compartían su vida conmigo. Le expliqué todo eso a Karina y me dio ánimos diciendo que así eran los artistas. No me considero un artista pero no tenía ánimos de discutir.Karina me contó que su esposo la dejó plantada el día de su aniversario, que ella había esperado a su pareja con un atuendo muy coqueto y una cena romántica y él, simplemente, se había ido a beber con los amigos y había llegado a las tres de la mañana. Eso no es todo, al parecer Ricardo, que así se llamaba su esposo, había olvidado por completo el aniversario de bodas y eso que apenas cumplían tres años de casados. Pero la gota que derramó el vaso es que al día siguiente ni siquiera se disculpó, sino que se limitó a avisarle que tendría que salir de viaje por razones de ventas y marketing. No dije, para variar, lo primero que se me vino a la mente, a saber, que yo y muchos hombres éramos iguales de olvidadizos y canallas. Le dije, en cambio, que eso no se le hace a una mujer y que ese tal Ricardo era un pendejo por no valorar a la mujer que tiene al lado.—Y me puse guapísima para él.—¿Cómo?—Me arreglé todo el día, me fui al spa, me compré un vestido negro, corto, pegadito y unas medias sensuales.—Suena bien.—Suena terrible. Me quedé sola, deseosa, fumando un cigarrillo tras otro y con una botella de vino en la mano.—Al menos tenías vino—Bendito vino—¿Y cómo traías el cabello?—Sencillo, con un molote, listo para que ese imbécil me lo soltara en un solo movimiento. Pero lo mejor era mi vestido, se me veían las piernas espectaculares.—Me gustan las chicas con piernas espectaculares.La conversación siguió en ese sentido, un coqueteo inocente que fue subiendo de tono. Al poco tiempo la imaginé enlutada en un vestido caro, con los labios húmedos de labial y vino, sus piernas espectaculares, bebiendo directamente de la botella y prendiendo un cigarrillo tras otro. En esa bella imagen mental me deleité por un instante. Luego le pregunté, no sé por qué, si se pensaba embarazar de Ricardo, y me dijo que lo habían intentado pero que al parecer alguno de los dos no era fértil. Me puso el ícono de una sonrisa que se me antojó amarga. Por el lado positivo, agregó, Puedo beber y fumar todo lo que quiera sin bebés en la casa. Entonces intuí que en ese mismo momento estaba un poco ebria.—¿Estás tomando?—Una copa de vino—Qué rico. Yo no tengo más que cerveza.—Tómate una conmigo.—Ok. Salud.—Esa es trampa—¿Cómo sabes?—Mejor por SkypeYo tenía cuenta de Skype pero empolvada. La saqué cuando estuve trabajando para una empresa de comerciales, sin embargo, mis únicos dos contactos eran vendedores. Primero descargué un sinfín de actualizaciones y después la agregué. Me mandó solicitud de conversación por cámara y dudé. La verdad estaba en mi peor momento, desaliñado, con la barba crecida, sin bañar, fumando y ahora con una cerveza en la mano. Acepté la llamada pero dirigí la cámara a la cerveza. La destapé para que lo viera.—No se vale, quiero ver tu cara.—Ya así sabes que no hago trampa—Pero quiero ver tu cara cuando brindes conmigo—Para ti es fácil porque estás hermosa, yo estoy para el carretón de la basura—No importaDe verdad estaba hermosa. Ojos verdes y sonrisa perfecta, sus dientes estaban parejos y blancos, como de la más fina porcelana. Su cabello rubio era largo, traía una blusa floreada con un generoso escote en el que se adivinaban dos frondosos y enormes senos. No me esperaba, lo confieso, el detalle de los senos. Hasta el momento sólo había visto fotos de su rostro. Levantó la copa de vino con sus uñas negras y el vino lucía delicioso pero aún más sus labios humectados por el dionisíaco elixir. Tomé valentía o desfachatez no sé de dónde y levanté la webcam, la puse sobre mi cara y levanté la cerveza para brindar con ella.—Por los que se fueron—Por los que estamos—Oye sí te ves bien jodido—Jajajá, te dije.—Pero no tan mal como crees, eres como un vagabundo sexy.—Tú eres como una ama de casa burguesa—¿Qué es burguesa?—No importa—¿Entonces no te gusto?—Me encantas—¿Qué es lo que más te gusta de mí?—De lo que alcanzo a ver, tu boca.—Jajajá, ¿por qué?—Porque se ve que sabe hacer maravillas—Cuidado con lo que dices, soy una mujer casada.—Perdón—Es broma—Oye, ¿puedo quitar la cámara? Me siento extraño—Está bien—Pero tú déjala. Quiero verte.—Está bienLas cervezas, las copas de vino, los piropos y las sonrisas se acumularon. Todo se desbordó en la noche. Le dije, ya un poco ebrio, que jamás imaginé que tuviera unos senos tan grandes, y ella, un tanto ebria, se sujetó ambas tetas y las apretó para que se vieran incluso más grandes. Luego le dije, más ebrio y caliente, que jamás desperdiciaría a una mujer como ella. Luego me dijo que esperara, que me tenía una sorpresa. Esperé alrededor de veinte minutos, mientras ponía una canción y otra. Luego apareció de nuevo, al otro lado de la pantalla, me pareció estar alucinando. Estaba vestida con el vestido negro y se había recogido el cabello en un molote. Además vi, de reojo, mientras se sentaba, que traía las famosas medias y se veían, ciertamente, increíbles sus piernas.—¿Te gustó la sorpresa?—Me encantó. No creo que eso haya desaprovechado el imbécil ese—¿Verdad?—Sí. Estás bellísima, de verdad. Eres una mujer muy hermosa y la verdad también muy excitante.—No seas exagerado—No exagero, si yo tuviera la oportunidad no la desaprovecharía—¿Ah sí? ¿Qué me harías?—Acariciaría tus mejillas, sujetaría tu cara y te daría un beso en la boca, lleno de ternura y devoción. Mordería un poquito tus labios, mientras acariciaría tu oreja con los dedos de mi mano derecha. Acariciaría tu cabello, lo soltaría con un movimiento para poder olerlo y disfrutarlo, deleitarme en la textura; eres como una obra de arte viviente. [Cuando le escribí eso, desató su cabello, dejándolo de nuevo libre como al principio de la conversación.] Tu cabellera es muy larga y hermosa, la verdad me encanta. También olería y mordisquearía un poquito tu cuello, sin importarme si tu esposo lo nota, dejaría mi marca en ti. Quisiera provocarte todos los orgasmos del mundo y firmarlos con mi nombre.—Jajajá, estás loquito—Un poco. Tú estás exquisita—Eso nunca me lo habían dicho—Porque nadie te ha deseado tanto como te deseo yo esta noche.—No sé si leer eso me excita o me da miedo. O las dos cosas.—Levantaría tu vestidito, para meter mi mano derecha. Haría tus bragas a un ladito y jugaría con tus labios vaginales, un poco con tu clítoris y un poco con tu monte de venus. Al sentir tu humedad en las yemas de mis dedos, besaría tus hombros, cálidos y hermosos; bajaría con los dientes un poco tus tirantes. Besaría tu tráquea, cada huesito de tu cuello. Aceleraría el movimiento de mis dedos dentro de ti, al sentir tu humedad, como te abres, como una flor. Llevaría mis dedos a la boca para sentir tu sabor. [Al escribir esto, ella se levantó de la silla y levantó su vestidito hasta que le vi las bragas, negras y de encaje, pequeñitas y sensuales; desabotonó despacio sus ligueros y me mostró sus piernas, deslizando con suavidad, hacia sus pies, las medias con extrañas figuras geométricas. Sus piernas, de verdad, eran espectaculares, fuertes, blancas y torneadas, se veían duras y sin embargo suaves al tacto.]—Sigue, no te detengas.—Desabrocharía tu vestido, sólo quitaría la parte de encima para deleitarme en la visión de tus pechos. Por encima del brasier los acariciaría y acariciaría también tu ombligo. Luego quitaría tu sostén y lamería cada centímetro de tus grandes y frondosos pechos, movería mi lengua en tenues zigzags de la base hasta la punta de los pezones, en movimientos circularías, jugaría con ellos. Sin dejar de masturbarte, empezaría a mordisquear tus pezones, para que sientas ese choque candente entre dolor y placer. Siente mis dientes, apretando cada vez más fuerte y mis manos moviéndose cada vez más rápido hasta que derrames tu mar de miel en mis dedos. Así, con los dedos llenos de tu esencia, dibujaría espirales en tus pezones, para después chuparlos y mamarlos como un lactante. Mordería con la comisura de los labios mientras soplo, jugando un tanto con la temperatura. Llevaría tu mano a que palparas mi pantalón para que sientas lo excitado que me pones. Quiero que bajes el cierre y lo tomes en tu mano para masturbarlo, que lo sientas cada vez más grueso entre tus dedos. Y en ese hechizo de la noche, perdernos en el éxtasis y el delirio de ser prohibidos. [Mientras escribía esto, ella se puso de pie y se quitó el vestido y el brasier, quedando en puras bragas y tacones. Tocaba sus senos que de verdad eran enormes con pezones igualmente grandes, rosáceos y deliciosos. Unos senos redondos, perfectos y a simple vista, naturales. Por debajo de las bragas metió la mano derecha y se comenzó a masturbar. Abrió las piernas, alejó un poco la cámara para que pudiera verla completa. Era, lo juro, lo más hermoso que había visto en mi vida. Sólo dejó de masturbarse para escribirme.]—Por favor no te detengas, escríbeme hasta que me corra para ti. Hazme tuya.—Me hincaría frente a ti, como la diosa que eres, para beberte. Lamería todo tu jugo, metiendo mi lengua y frotando tu clítoris, provocándote con besos y mordiscos por tus piernas y tus muslos. Besaría tus rodillas, tus pantorrillas y tus pies. Lamería tus tacones y subiría de luego, arremetiendo con mi lengua dentro de tu cueva sagrada. Movería mi lengua como una serpiente y chuparía tu clítoris mientras meto dos dedos y provoco que te corras como loca. Luego me pondría de pie frente a ti y metería mi verga en tu boca, sujetándote de los cabellos, la metería durísimo. Siente cómo se pone dura en tu garganta, crece y lames y chupas los huevos. Me encantaría verte a los ojos mientras meto mi verga sin sacarla, provocando tus lágrimas y luego recogería tus lágrimas sólo para metértela de nuevo. Abriría tus piernas y metería mi verga dentro de ti. Me gustaría sentir cómo me aprietas mientras estampo besos en tu boca, en tu cuello y en tus pechos. Sentarme y que me cabalgues, para poder morder tus pezones mientras subes y bajas de mí, sintiendo mi sexo cada vez más caliente y hambriento de ti. Siénteme, tócate pensando en mí. Aprieta tus pezones como si los apretara yo. [Mientras yo le escribía estas cosas, ella apretaba sus pezones grandes y duros, gemía, nunca olvidaré sus exquisitos gemidos y sus movimientos reflejos sobre la silla, arqueaba su espalda y apretaba los labios después de leerme. Se levantó de la silla y me mostró su sexo, completamente húmedo, sus piernas y se volteó para enseñarme sus nalgas redondas y duras. Era toda una escultura viva, la verdad estaba totalmente enloquecido, escribiendo fuera de mí y con la verga fuera del pantalón, un rato me masturbaba y otro rato le escribía.] Muéstrame tus nalgas, dime que eres mi puta, dime ¿así te coge Ricardo? [Y ella me mostraba las nalgas y me susurraba quedito a la cam que era mi puta. Y me decía que no, que Ricardo no se la cogía tan rico como yo. Toda aquella escena me enloquecía y me excitaba muchísimo.] Te pondría frente a la pared, de espaldas a mí y te cogería durísimo por el culo, ¿te gusta? Metería mis dedos en tu vagina para masturbarte mientras te doy por el culo, para que sientas dos vergas partiéndote en pedazos. Eres mía, tus gemidos son míos… Dime dónde quieres mi semen, [cuando le escribí eso, no dijo nada, simplemente se arrodilló frente a la webcam y abrió la boca grande moviendo la lengua con lubricidad. Así mismo apretó tus pechos e hizo una pequeña cuneta en donde me daba a entender que quería mi semen. Ante aquella visión deliciosa, me corrí.] Quiero ver cómo te corres, muéstrame, abre tus piernas completamente obscena, completamente puta, quiero que te vengas, enséñame. [Y se corrió a chorros. Así y después de una breve charla, dimos por terminada nuestra primera de muchas… desde entonces, sesiones online] Estoy frente a la ventana en un séptimo piso, pensando que la desesperación es propia de hijos de banqueros, de abogados y taxistas. Desesperación como larvas pequeñas que recorren la piel dejando una estela de mucosidad, la baba de los días que se abren como la cárcel y se cierran como la guillotina; las larvas se meten por la piel, se mezclan con la sangre y se asoman por los ojos. Se apoderan de todos los órganos y uno ya no es hombre, uno es una masa sanguinolenta de desesperación; te arrojas por la ventana y la desesperación hace el cuerpo más pesado, el cráneo se revienta contra el pavimento como una tostada en el hocico de un perro. Los sesos todavía dibujan algo sobre la banqueta si uno cree en la poesía. Yo no, yo soy ese cadáver de huesos triturados y sólo he regresado a cerrar la ventana. Te busco más allá del lenguaje, subterránea, como la onomatopeya de un animal mitológico; bifurco, escuezo, muerdo el verbo para buscarte en el tuétano de alguna palabra. Escribo tormenta para descubrirte en el relámpago. Incendio la noche con un cigarrillo, invento los tumores del adjetivo y el adverbio, pasado perfecto, futuro performativo. Una utopía: esta lengua que no reposa si no es en tu lengua, el jazz como evocación analítica del caos. Te busco en mi cerveza, en la ceniza que golpea con fuego la epístola de mis pulmones. Te busco, mi amor, te busco en el esqueleto de las estrellas, en sus frágiles venas de luz, en el escapulario del viento que nos arroja y nos detiene a la vez, en el aquelarre, súcubo, te busco: dinamitando estrofas complicadas y libros eruditos. Ensueño los fantasmas que lamen tus muslos, la savia divina que humedece de eternidades rotas mis labios. Aquí y Ahora, perpetuo rezo inmanente de perversiones libidinosas. Tu busco en la música, como una nota perdida, subdérmica en la nota LA, una fuga que desplaza la realidad hacia infiernos más placenteros. Anarquía. Clávate en mi sangre y surge a través de mis leucocitos, desnuda y libre, lúbrica en las amalgamas de la noche, terrible en el corazón de los monstruos. Te busco y no llegas, por favor, crucifícame en tus pechos, lluéveme octubres kamikazes, noviembres tristes, diciembres suicidas. No pares: el dinamismo del diablo, reinventa un beso y escúpemelo en el alma. Lo que pasará es que te citaré en el hotel de siempre, la tarde caerá lentamente, cual cortina de humo sobre la conciencia y la razón, un espectáculo encantador: la entrada a la locura. Llegarás con una gabardina larga, debajo sólo tus bragas, tus medias y tus zapatillas. Estaré en un asiento de piel reclinable, fumando marlboro y tomándome una caguama. La habitación ya estaría inundada de música. El dueño del hotel ya me conoce, le doy una buena cantidad para que me deje hacer lo que quiera. Cerrarías la puerta detrás de ti. Te sentarías en la orilla de la cama.—No creo que debamos hacer esto más—No creo que debimos empezar nunca. Pero aquí estamos.—¿No te remuerde la conciencia?—La conciencia es una palabra compleja, lo que sé es que no muerde.—¿No te sientes mal?—Yo siempre me siento bien haciendo esto, ¿y tú?—También. Pero no es lo rico que se siente, es lo culpable que te sientes después.—Tu obligación, según ciertos pensadores, es ser feliz. ¿Te haría feliz dejarlo? De ser así, adelante.—Bien sabes que no. Estoy acostumbrada a ti, pero tampoco quiero fallarle a él.—Te entiendo, es un buen hombre. Pero te explico, nosotros estamos obedeciendo a las leyes de la naturaleza. Lo antinatural es la represión. Si de verdad te ama, te debe impulsar a saciar todos tus apetitos. Sin embargo debemos mentir porque no muchas personas están acostumbradas a aceptar las cosas tal cual son. Tú eres una puta, y yo soy un hombre que disfruta de las putas.—¿Puta? ¿Acaso te cobro?—No te ofendas, aunque gratis tampoco me sales. Pero cuando yo digo puta me refiero a una mujer guerrera, capaz de aceptar su propia satisfacción, a una mujer lúcida y libre que toma las riendas de su vida y de sus goces. Además nuestros encuentros curan tus neurosis.—Ahora aparte de demonio, me saliste doctor, no me hagas reír.—Es algo muy básico, tú quieres cumplir tus fantasías, mientras no las cumplas estarás neurótica y de mal humor. Yo ayudo a esa parte, he seguido el rol y protocolo desde el principio. A mí me encantas tú, me encantas como mujer libertaria y loca, me gustas tus sueños y anhelos. Me gusta escucharte y me gusta hacerte gemir también. No considero que esté haciendo algo malo, aunque entiendo que no muchas personas están listas para este tipo de libertad.—La libertad de obedecer.—La libertad de confiar tu placer al intelecto, fuerza, creatividad y pasión de otra persona, la entrega sin restricciones. Cuando haces el amor con tu pareja, te preocupas por lo que sentirá y pensará de ti; conmigo no hay esa preocupación porque no me amas ni te amo. Hay cariño, claro, pero solamente se basa en el placer que nos hacemos sentir.—Sé que eres muy inteligente y que con tu retórica puedes convencer a quien sea. Pero tampoco soy pendeja, hay un Dios, una religión, una moral, una sociedad, que nos dan leyes para que las respetemos y podamos vivir en paz.—Te puedo decir que muchas de esas nociones no son más que sistemas de control que nos imponen, porque a la sociedad le conviene que seamos seres neuróticos y alienados. La tristeza nos hace consumistas para tratar de llenar nuestros huecos existenciales con productos, políticas y religiones caducas que nada importan para los libertinos libres. Sin embargo, tampoco te estoy diciendo que abandones esas nociones, simplemente que las olvides cuando estés dentro de esta habitación, conmigo. Esto es una válvula de escape que yo necesito y creo que tú también.—Esto no provoca paz, provoca violencia.—La paz que nos venden es violencia disfrazada, todos los que no entran en esos sistemas de control, son enemigos públicos. Si no estás con ellos, estás contra ellos. La única paz que existe es la paz interna, además…—Detente, no quiero alegar más. Por alguna extraña razón siempre logras calentarme.—No aleguemos más. Quítate la gabardina.Tú te quitarás la gabardina y yo contemplaré tus hermosos pechos. Los pezones pequeños y aerodinámicos, rosáceos y tiernos. Te ordenaré que abras tus piernas y veré tus muslos, deliciosos y carnosos, dulces y límpidos. Ordenaré que acaricies tus senos, grandes y perfectos, los tomarás con tus manos y harás masajes pequeños, hipnóticos, con ligeros pero poderosos agarres a tus pezones erectos. No mentías cuando decías que estabas caliente, tus pezones estarán durísimos y excitado, pequeñas ambrosías para cualquier pupila despierta como la mía.—¿Así te gusta?—Me encantan tus pechos.—Mira cómo los aprieto para ti, están ansiosos de tu lengua.—Agítalos más, golpéalos un poco.Lo harás, golpearás tus pechos. Después te ordenaré que me enseñes tu culo, un poco más pequeño y compacto, tus nalgas apenas marcadas, suaves y endemoniadas. Por encima de tus bragas observaré la delicadeza de los trazos, la arquitectura de tu precioso culo. Coqueta y altiva bajarás un poquito tus bragas de encaje negro, para dejarme ver parte de la rayita, ese ecuador que divide un mundo de otro. Te ordenaré que así te recuestes, boca abajo, poniendo una almohada debajo de tu pubis y friccionándolo hasta que te mojes completamente. Lo harás. Después te ordenaré que te sientes en la orilla de la cama de nuevo y comiences a masturbarte. Lo harás, mostrándome, obscena y divina, tus dedos recorriendo tu vulva, apretando tu clítoris, dentro de tu vagina, tus dedos rápidos y certeros, moviéndose elípticamente. Me mostrarás tus dedos mojados y tu boca a medio abrir, esa boca que reconozco como símbolo de orgasmos interminables, tus ojos cerrados, tus gemidos, reconoceré tu excitación y te ordenaré que te acuestes para que tu orgasmo sea más potente, arquearás tu espalda, gemirás más fuerte, por encima de la música y tendrás un orgasmo placentero.Te ordenaré que te hinques a la orilla de la cama y que pongas tu cara sobre el edredón. Poniendo tus manos también sobre la cobija, ya sabes lo que viene, me comentas que no te golpeé muy fuerte porque tu pareja comienza a sospechar. Me acercaría a ti con un lubricante con olores cítricos, me pongo un poco en las manos y comienzo a masajear tu culo, tomaría tus nalgas con mis enormes manos y comenzaría darte un masaje, poniendo especial atención en tu ano, en las terminaciones nerviosas. Después azotaría tus nalgas unas diez o quince veces, hasta notarlas rojas y endurecidas, a cada golpe responderías con un pequeño grito. Después te ordenaría que te pusieras boca arriba en la cama con las piernas abiertas y metería mi lengua en tu coño, movería mi lengua de arriba abajo y en suaves círculos hasta provocar de nuevo tus gemidos, saboreando tu clítoris y besando con mis labios tus labios vaginales, que sientas mi pasión y mi fuerza. Sujetaría tus piernas para moverme mejor y mover mi lengua cual serpiente venenosa, agitando tus puntos de placer, los que sé que te gustan, hasta que te corras en mi boca. Después, sin dejarte descansar, metería mis dedos en tu coño, me pondría al lado de tu cuerpo para masturbarte mientras aprieto tu cuello, sentirías mis largos y gruesos dedos alrededor de tu cuello, apretando fuerte, cada vez más fuerte, mientras también aumenta el ritmo de la masturbación. Me pedirías que me detenga pero no lo haría, al contrarío metería dos dedos y luego tres, cada vez más rápido movería mis dedos para provocar tus orgasmos, tus ganas, tu dolor también. Me gustaría verte a los ojos mientras estás en ese trance de dolor y placer, contemplar tus labios temblando.Luego te acariciaría, sin decir palabras, sólo con las manos, detenerme en cada contorno de tu cara a tus pies. Mover mis manos por todo tu cuerpo, cerraría los ojos para reconocerte igual que un ciego reconoce a un ser amado. Pasaría las yemas de los dedos, apenas etéreos, reconociendo tu cara, tus orejas, tu mentón, tu cuello, tus hombros, tus brazos, tus manos, tus pechos, tu vientre, tu ombligo, tu monte de venus, tu sexo, tus piernas, tus muslos, tus rodillas, tus pantorrillas, tus pies, y de regreso. Mis dedos olerían a ti, tu cabello olería delicioso, a recién bañado, eso y el olor de tu perfume y tu perfume corporal me enloquecerían. Acariciaría cada parte de tu cuerpo, con la misma delicadeza que se acaricia una obra de arte. Luego me pondría a la orilla de la cama y te ordenaría que te montaras en mi pene erecto. Así lo harías y me cabalgarías durante mucho tiempo, te sujetaría de las nalgas mientras muerdo tus pechos y tu boca, te diría al oído lo mucho que me gustas, lo que me encanta tu sabor y tu olor, el que caigas libre y soberana sobre mi pene, dueña del ritmo y el confort. Te diría que nunca he conocido a nadie como tú, que eres mi musa y mi inspiración, la dueña de mis masturbaciones y la diosa de mis fantasías, sujetaría tus piernas para atraerte, que sientas la rigidez y dureza de mi deseo por ti, hasta que por fin me corra dentro de ti sin avisarte, simplemente deslizándome cual pluma en el viento, una apología de la dulzura y la pasión, un goce infinito tu cuerpo y tu alma. Te besaría otra vez la boca, te diría que tus besos son lo mejor del mundo, que nadie me besa como tú. Luego te voltearía, besaría de tu nuca a tus nalgas con cuidado y delicadeza, cada contorno, cada línea. Besando sin cesar, mis labios por tu espalda escribirían un poema y luego subiría un poco más para embriagarme con el aroma encantador de tu cabello, besaría tu espalda una y otra vez, poniendo especial atención en tu espalda baja, en tus nalgas también, entre tus nalgas besos negros y mi lengua traviesa que no descansa cuando se trata de tu cuerpo. Ya una vez decidido y erecto de nuevo, metería mi pene en tu culo delicioso y apretadito, en suaves vaivenes, pondría una almohada bajo tu coño para que me queden tus nalgas más paraditas. Te penetraría primero despacito y gradualmente iría aumentando la velocidad hasta terminar en un acto enloquecido, sentirías mi sexo haciéndose grueso y potente dentro de ti, abriendo canales nuevos de placer, delirios deliciosos llenos de licor y tabaco. Se escucharía una orquesta deliciosa, por encima de la música, de mi pene contra tus nalgas, en una agitación total, en un ritual epiléptico y fuera de sí. Azotaría tus nalgas de nuevo, mientras tanto, hasta dejarlas rojas y suaves, mientras tanto las embestidas de toro furioso no pararían pero atraería tus pechos para sobarlos, masajearlos y apretar los pezones, pasaría mis dedos por tu coño masturbándote un poco mientras sientes, tal vez, dos fuerzas entrando dentro de ti, con potencia animal y embravecida. Finalmente haría lo que tanto nos gusta, pasaría mi cinturón por tu cuello y te atraería hacía mí para en un efecto doppler quedar envueltos en la más deliciosa traición. Eyacularía, de nuevo, dentro de ti. Dejaría mi semen resbalando de tu culito.—¿Eso es todo?—No tengo más.—Mastúrbame otro poquito—Te masturbo, pero acá, frente al balcón.—LlévameTe conduciría, completamente desnuda, excepto por los tacones, al balcón del hotel. Ya sería de noche, la oscuridad caería sobre las ventanas de los edificios. Te haría sujetarte del balcón mientras detrás de ti estaría masturbándote con mi mano derecha hasta que te vengas.—¿Ves el hotel de enfrente, el balcón, ese hombre que bebe y fuma?—Sí—Ese es tu hombre. Habían pasado las lluvias de agosto cuando, en la central de Morelia, Yo-u contempló, anonadado, la muerte de un polluelo mientras su mamá preocupada lloriqueaba a un lado. Nada lo había conmovido tanto desde la muerte de su perro. Alguien, un tipo común y corriente, reventó un leño seco contra el cráneo del perro que soltó un último aullido: un estertor lleno de sangre y mierda. Yo-u contempló aquello, así, como un asesino zen. Contemplación como vértigo, como un veneno absorbido por la sangre, pero también por la saliva. Un asco de dimensiones cósmicas, un odio que gangrenaba el alma, una violencia que bajaba de la mente a la punta de los dedos. Ganas de matar, de matar a todos. Incluso a aquellos que se rieron de la muerte del polluelo. Yo-u pensó en poner una bomba en ese autobús y hacerlos detonar a todos, hacerlos volar por los aires. Sesos humanos cociéndose en la banqueta mojada, en el sol que tintineaba detrás de las brumas que masturbaban oscuridad.¿No será la muerte de un polluelo la metáfora de un mundo derribado súbitamente en una copa de alcohol? Y nosotros, raza asquerosa, la bebemos, nos bebemos la muerte de todo aquello, de lo único aquello que no merece morir. Sobrevivimos tragando mierda ajena. Coprófagos de realidad, itinerantes en el absurdo del respirar. En este mundo sólo sobreviven los masoquistas que no saben que son masoquistas. Es más, un masoquista que no sabe y no acepta, jamás aceptaría, que es masoquista. Los masoquistas reales hacen su aparición en la danza ritual de la lucidez. Los masoquistas que se aceptan, que se saben, ¡qué raza tan hermosa e inservible! ¡Cómo todo lo hermoso! Igual los sádicos, los maricones, las mujeres, los enanos o los enfermos mentales. Todos los que se saben, los que obedecen al oráculo de Delfos son hermosos y sublimes, aunque estén deformes, mónadas monstruosas, singularidades etéreas, grotescos suspiros sobre la sangre coagulada de un Dios muerto y un Diablo enfermo.Dios se tuvo que suicidar para que nosotros, escupitajos divinos, pudiéramos existir. Existo, luego Dios no existe. ¡Yo nací un día que el Diablo estuvo enfermo, grave! Unas alas que prometen y nunca acaban de crecer. Nos precipitamos sobre el precipicio sin fe. Hasta para que el puto suelo exista se ocupa fe… ¿A los otros qué les queda? Un precipicio perpetuo. Nuestras preguntas y nuestras espadas, nuestros leños secos, durísimos, para reventarlos en el cráneo del sistema en venganza por la muerte de mi perro. Si los otros vuelan artificialmente, quemarles las alas en venganza del polluelo que muere. Yo-u decía a sus amigos: Si alguna vez creo en un sistema absoluto, hazme el favor de dispararme en el cráneo, pues significará que me convertí en zombi. Parece ridículo que los zombis tomen ahora tanta importancia debido a esta generación que no sabe a qué aferrarse. Veo a gente que admira a los zombis y nunca se dan cuenta de que son una metáfora de la sociedad alienada, los veo orgullosos de su alienación, de lo hueco de sus mentes. Ingenieros, con doctorados, huecos como el niño de cinco años. Estúpidos esos que le conceden a los niños una sabiduría de la que carecen, igual que se la conceden, injustamente, a los ancianos y a los que tienen doctorados en ingeniería.Creyentes, ingenieros, psicólogos y otros arrogantes se unirán para darle en el cráneo a mi perro, para matar a los polluelos. No veo por qué deberían existir unos y otros no. Piensa Yo-u que todo el mundo debería desaparecer, pero que el motivo no sea la estúpidez humana. Básicamente porque eso es una estupidez. Mientras llega el meterorito redentor, deberían llevarse bien los humanos y los animales… Dado que eso no es posible, que corra, para igualar las cosas, la sangre humana. Yo no sé de la lluvia que mojó tu recuerdo,ni de la noche escarlata en tu mirada;yo no sé de los lagrimales en tu cuadernoni de la tonta muerte que espera sentada.Yo no sé de tus protestas contra el gobiernoni de tus frescos gemidos en la madrugada…Yo no sé de tus dolencias ni de tu infierno,ni si se vive en él por día o temporada.Yo no sé de tus discos de colección de tangoni de drogas duras ni de a cuánto el gramoYo no sé lo que haces cuando haces fandangoni de cuándo me dices en broma o reclamoYo no sé, vida mía, tocar ni bailar huapango,sólo sé rimar y rimar y decir que te amo. Un pañuelo húmedo de amoral viento suelta su aroma de sal,porque el poema se lava,pero la ola no olvida al mar. Un diablo quedito te susurra una canción por detrás,es un diablo maldito que siempre quiere más. Dos pañuelos húmedos de amor al sol sueltan vapor de animal,el perfume se disuelve pero no olvida a su arrabal. Un diablo quedito te susurra una canción por detrás,es un diablo maldito que siempre quiere más. Tres pañuelos húmedos de amor a la luna, escurren fluidos de azar y en el tendedero no dejan de gozar. — Getzemaní González Castro Las rosas son rojas, te conocí en enero y es abril,y te digo sin congojas que me la pones como brazo de albañil. Las rosas rojas y el techo blanco, como en la canción Cama y mesa, y para serte franco, antes de que te mueras,quiero embarrarle mi mayonesa a tus teleras. Las rosas son rojas, tus pechos las noches soñadas, y la neta sí te me antojaspara matar el oso a puñaladas. Las rosas son rojas, yo soy sólo un acomoda mesas,a mí me sonrojas con ese par de milanesas. Las rosas son rojas y el chile de setecientas semillas, pero yo muchísimo que te quiero, con decirte que hasta me pondría de rodillaspara besarte el chimuelo. — Getzemaní González Castro Amor de perro enloquecido en la sangre. Amor construyendo con los huesos tu imagen. Amor que te ama con todo el amor. Amor de universo derretido en cada palabra. Amor prohibido al que todo le está permitido. Amor de madera tallada, de cobre forjado, de bronce bajo el sol ardiente. Amor que se madura con la locura y el anhelo. Amor de noche penetrante al fiero cuchillo del guerrero. Amor que ama con severidad y disciplina tu belleza. Amor de Troya gimiendo brasas por una mujer. Amor que llora en las esquinas al amparo de una farola borracha. Amor de yerba creciendo en la oscura poesía del bosque. Amor de hojas secas otoñales quebradas en los pasos del invierno. Amor entorpecido e imperfecto, amor que no sabe ser amor. Amor que es tormenta sobre la ciudad sagrada. Amor enfermero. Amor que desea lamerte las llagas y curar tu alma. Amor suicida con un cuchillo de aire. Amor que solloza versos por calles tristes. Amor que le aúlla a la luna poemas de amor. Te propongo la noche, el fuego, las lilas, las orquídeas, los poemas de Alejandra Pizarnik, te propongo la patria inventada, lo profundo y lo patético, la contradicción que, por lo mismo, no sabe mentir. Te propongo el tango, el verso, los libros, los sonetos de Quevedo, te propongo en todas las horas, en todos los sitios que nuestra imaginación pueda inventar y habitar.Te propongo el día, el oasis, las risas, la plática amena, el café, la cerveza, la filosofía perenne, el teatro trágico, la pintura surrealista, los acordes, las canciones, el amor, el sexo, los lunares, los laberintos de la piel, los juegos del verbo, la religión de la humedad, te propongo el empirismo de Hume y la percepción de Berkeley.Te propongo la inhibición, la libertad, el poema desnudo, lo prohibido, lo mal visto, te propongo la luz de la oscuridad y la oscuridad de la luz, el punto de fuga, el contraste, la lectura, el beso, la caricia, la estética que, por su sueño, nos abraza en lo onírico. Te propongo el rock, el bossa nova, la oscuridad, los callejones desérticos, las azoteas, el alcohol, el tabaco, los momentos únicos, la lucidez, la huida. Te propongo los poemas de Sabines y de Benedetti, aunque lo odie, por ti lo odio menos. El realismo visceral, el incendio, romper lo imposible, tocar el cielo, te propongo, a la Anaís Nïn con Henry Miller, a lo Doña Florinda con el Profesor Jirafales.Te propongo la noche, el espíritu, el alma, la filosofía oriental, la física cuántica, la teología del diablo, el temblor, la liviandad, el eclipse de cuerpos, el corazón delirando, la lujuria, la ternura, la filosofía nihilista y existencialista, el goce, la luna, sobretodo la luna y las estrellas… Te las propongo… Yo quiero a una mujer como usted, que me haga temblar al mismo tiempo de miedo y devoción, que me haga injertar versos en el muro de los lamentos, que me desborde el alma por los dedos, por la piel. Una mujer dueña de sí misma, entregada al dulce suspiro de su inteligencia, desnuda de prejuicios estúpidos, abrazada a estos huesos que no dejan de soñarla. Yo quiero a una mujer como usted, no para casarme o jurar estar siempre a su lado, sino para amarla ahora, en un ahora que se presume infinito, en la orgía del tiempo, el espacio y el amor. Una mujer que no pide permiso para entregarse, que ejerce su libertad en los linderos del paraíso, que alucina novelas de romance nunca escritas, adherida al impulso de estas manos que no dejan de adorarla… Yo quiero, se lo confieso, a una mujer como usted, tan bonita como usted, tan inteligente como usted, tan hermosa y dulce, tan perversa y santa, que se quite la ropa como se la quita usted, que se ponga el alma como se la pone usted. Una mujer para amarla con todas las estrellas, las lunas, los soles, los poemas, las películas, los libros, los sueños, una mujer como usted para amarla con todo lo que conozco y desconozco, con todo lo que quiero conocer a su lado…Getzemaní González C Quisiera que fueras tan real como la sangre que me nombra, como los huesos que me sostienen, como el espíritu que me habita. Que fueras tan cercana como los poemas que te llaman, como la cama que te desea, como la música que te desnuda. Quisiera que fueras tan mía como este corazón que te ama, como estas manos que te escriben, como estos labios que se mueren sin tus besos. Que fueras tan infinita como el arte, como el poema, como la luz, anidada entre mis brazos.Getzemaní González Castro Déjame amarte desde todos los ángulos, desde todos los infinitos, desde todos los sueños; amarte con perversión y ternura, con espíritu y semen, con alma y sangre, en este ritual del tiempo, de la luz. Déjame acampar en tu voz, injertarme en tus deseos hasta hacer florecer bellezas nuevas entre tus piernas, a un lado de tus abismos.Déjame amarte a todas horas, en todos los lugares, epistemológicamente, fenomenológicamente, nihilistamente, surrealistamente, salvajemente, dulcemente, contradictoriamente, locamente. Déjame erizarte la piel, a horas prohibidas, en todos los laberintos del universo, en todos los precipicios de la razón.Déjame amarte, aunque tú no me ames. Déjame tocarte y hacer de tu cuerpo mi mejor poema, y hacer de tu alma mi mejor canción… Danzar el compás de tus sueños cuando renacemos en el rocío de la mañana. Perdón si mis últimas cartas son depresivas. Sólo me sé pocos chistes y la mayoría no dan risa. Hay uno que me gusta por la ironía: le dan a un tipo un regalo de cumpleaños, está curioso de lo que será y no se fija al cruzar las vías del tren; pasa el tren y le corta las piernas, pero no se quiere morir sin saber qué será su regalo, se arrastra hacia él y lo abre: son unos zapatos.Como puedes leer, mi humor es negro, suele ser cruel pero es el único que te enseña cosas. Es como Tales que se cayó en un pozo por ir viendo las estrellas. A los poetas nos gustan las estrellas porque son bonitas e inútiles como la poesía, pero los buenos escritores también ven lo que hay frente a ellos, sea un tren o un pozo, y estrenamos los zapatos mientras vemos las estrellas.Hay otro chiste más bien perverso. Dos monjas secuestradas, el convento no paga el rescate, entonces, para que no sea tiempo perdido, los secuestradores las violan… Una exclama “¡Perdónalos Dios míos, porque no saben lo que hacen!” y la otra exclama “¡Que perdone al tuyo porque el mío sí se mueve sabroso!”… Hay un trasfondo sexual y filosófico, casi en todo; he pensado mucho tiempo que a los masoquistas se les hace más fácil adaptarse a este mundo y sus devaneos… Pues no sé, son los chistes que se me ocurren, pocas veces hago reír contando chistes. A la gente le gusta creer ciegamente en el bien, en la buena fe de las personas… Yo quisiera ser así, pero para mí la vida siempre está inclinada al lado oscuro. Dice Berkeley que ser es ser percibido. Puede que escriba por eso, o por hacer interminable el desfile de inutilidades que ya azotan la mente humana. Puede que me manifieste tan sólo para que se note cuando ya no lo haga más, aunque si eres tan distraída como yo notarás que me fui hasta que esté de regreso. No seré yo quien exalte las propiedades de la poesía, pero tampoco quien la menosprecie. El poeta es tan importante como el científico, el ingeniero o el presidente, es decir, innecesario, sobrevalorado, contingente, inviable. Pero escribo porque lo demás me aburre o me asquea, no tengo otro modo de mostrarte los espejos rotos de mi alma… Y te los quiero mostrar porque no conozco otra manera de amar, compartir heridas y, sin embargo, seguir peleando… Ojalá que juntos contra el mundo. La noche danza, si existe la noche y si existe la danza, si es que no sólo es una invención de mis letras. Una cobardía. Porque yo estoy aquí pudriéndome en mis huesos, en mi carne, en mi grasa. Porque la noche no es noche para quien no puede dormir: es un interminable pasillo de pesadillas. O puede que no exista eso tampoco. Tampoco la danza, todo es estúpidamente estático. El mundo está estacionado en una hora podrida. ¿Con qué o con quién sueña la estatua que tiene el cráneo de Dios en una mano y el cráneo del Diablo en la otra? Se desfragmenta la realidad, se evapora el tiempo. Me abrazo a fantasmas y lloro como un niño. La realidad es nada. O puede que ni La Nada exista, ni el vacío, ni la palabra. << Inicio < Ant.
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Fin >> Girando Vaya forma Que tiene tu cuerpo Vaso cristal transparencia Sin voz ni tino Parece tu pensamiento Te devanas En nombre De íntimos viajeros vientos En el misterio absoluto Del río Sucediendo Entre tus sensitivas fresasmomentos retenidos Mientras baja Previsiblemente El agua Hasta tus grutas tiernas Tu cuerpo todo Siente El ajetreo Al tiempo en cuanto cae Sube Desmedido el sueño Amo a la mujer A la mujer cabal Que mire a los ojos Que guarde su belleza Como un secreto insondable Y luzca toda aquella Que su cuerpo pueda manejar (Por eso con el tiempo es todavía mas linda) Que le quede bien, Como un sweater ancho y El pelo al viento Que no venda Una maquina de sexo Con su pose de estufa a cuarzo Sino una lumbre Un tizón Siempre aguardando (No una foto de gomeria) Y ataque a discreción Y se detenga Y prosiga despacio (No tiene porqué decirlo todo) Y, dulce Nunca Nunca Se vaya Como ese aroma a laguna Que impregna la costa(Aún cuando cambie el viento) Algo de la infinita trama del amor reluce en losvaivenes esporádicos de la barca de aquel pescadordeshabitado por la herida que derrotó su alma.Fue por eso que atrincherado en la costa de marfil,lo sedujo una sirena inviolable que subrepticiase deslizó hasta el espigón leonado y lo atrapóhasta llevarlo a la ignorada profundidad en la quede nada valía boquear, ni combatir los repentinoslabios embriagadores, labios desconcertantesdurante el caos seductor, labios inaprensiblescomo carcajadas de Dios quien al final es quien decide el intrincado juego del todo y la nadaquien decide el principio o el finaldel pescador que tantea el bello fruto prohibido,y que sin darse cuenta se postula hacia el furordel ser y el no ser más que otro mortal de pieltajada, de rostro incoloro, de revueltos cabellos,devorados por inusuales caricias, consumido duranteel raro acople a sabiendas que las cenizas ya no podrán ser sopladas en la superficie que atañe a los mortales,ya que queda dicho que lo irracional es aguja de plata,y que ese corazón irreverente ganó algo nuevo y punzantealgo sutil y escurridizo.Ya que ese rostro herido de lágrimas y desecho, de temores vagos y circustanciales al volverse canto de pájaro es ensueño,y al volverse indiferente extiende sus alaspues olvida las penas de un alma ya deshabitada... Desde este fuego de soles isleños con la mirada baja en este otoño sombrio sofocada te pienso . y no me puedo asir más , que a un racimo de máscaras diversas extáticas tristezas me invaden un momento , la soledad furiosa con el silencio vuelve y se inventa en la puerta de lo prohibido de un mismo paisaje abandonado. Esta calma caida en lo sublime, sin jasmines o magnolias, que aludan al mar, o inventar una memoria que omita el nombre de las flores y luego llegue a ser mi voz, perfume enagenado por tu ausencia. Asciende tu placer, al sonido de tu voz tiemblo mi furia femenina es un estanque fundido, la noche es clara aún sin luna, pero hay un latir de parpados de nácar Perpetua exaltación de mis llanuras Y en el azar de los vientos Caidas riberas blancas sollozan con su doliente cabellera de libido Mojando con su llanto y su boca azulada de sortija en ese mirar despacio, no me busques debajo de esta sangre desnuda buscame en la brisa perpleja de la tarde donde se pierden las ninfas solitarias Y el Polifemo enamorado .
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