María resentía la falta de su padre. Deseaba que el estuviera aún junto con ella, sin embargo no se podía, era imposible le decía la mayoría de sus conocidos. Cuando alguien muere se va para siempre y eso no se puede cambiar. Aunque María tenía fe en que si se pudiera, en ocasiones la fe es peligrosa porque hace que te muevas en cualquier terreno con la única y férrea esperanza que no va a pasar nada.

Y fue un día en que se encontró con un niño, de unos 6 años desaliñado, descuidado y de apariencia famélica; el infante le dijo que si buscaba en la cueva del fénix podría ver a su padre por fin. María se llenó de júbilo, al fin encontró alguien que le diera una indicación que no fuera lo común, tan solo eso la alegraba. Pensó que lo correcto sería ignorar a ese joven harapiento que tal vez solo estuviera jugando con ella, pero también fue tentada a dirigirse a la famosa cueva. Vería a su padre, se reencontrarían y por fin le diría todo aquello que nunca dijo.

Caminó. En serio lo hizo. Relatar el largo y sinuoso trayecto, las personas que conoció y todo a quien tuvo que traicionar provocaría que nos saliéramos del tema de qué fue lo que encontró en el lugar que se le había dicho. La prioridad aquí es resaltar lo que le pasó a María y si esto la hizo desdichada o no, esa será reflexión del sabio lector.

Entró por fin a la cueva, el camino le había tomado años pero lo logró al fin. En ocasiones veía al pequeño niño con la misma edad, incólume ante el paso del tiempo. Pero él no le dirigía palabra alguna. María pensaba que le había dado todas las indicaciones posibles y que cualquier comentario estaba de más. Empezó a recorrer la cueva y vio una inscripción grabada al final: igne natura renovatur integra, ella desconocía desde luego el latín, al observar hacia debajo de la inscripción estaba una pequeña palanca, la jaló. El fuego empezó a abrirse paso en toda la cueva del fénix. El pequeño niño reía, había hecho su acción del día por fin, María se reuniría con su padre, a consecuencia de una renovación en el fuego.

F. J. R. BLANCO