EL INTERCAMBIO
Publicado en Mar 26, 2013
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EL INTERCAMBIO
 
 
 
 
 
 
                                                 Josefina ganó la calle y sintió el fresco olor a otoño golpeándole el rostro. Ese olor característico de la estación, de la calle y de las condiciones climáticas difería en mucho de las que había sentido al ingresar a la finca. No había variación en cuanto a la estación del año pues aún seguía siendo inicios del otoño, segunda semana de Abril; tampoco habíase mudado de locación pues la casa seguía en la misma calle de veredas angostas revestidas en baldosas vainillas amarillas con algunos mojones en rojo producto de algún arreglo mal terminado; tampoco había cambiado el estado del tiempo pues el sol aún brillaba en lo alto, quizás ocultándose tras alguna nube pasajera que con su blancura nívea contrastaba fuertemente con el azul cielo majestuoso e infinito.
La que había cambiado era ella.
Había entrado esperanzada, ilusionada y, por que no, con un alto grado de ingenuidad. El conocimiento había traído opacidad a su vida y un profundo dolor.
Se cerró el montgomery como si eso pudiera abrigarla del frío íntimo que acunaba en su alma y caminó casi sin darse cuenta y sin rumbo fijo intentando alejarse de la casa de paredes grises y una puerta verde intenso.
Sintió el sabor salado en los labios entreabiertos y comprendió que estaba llorando, eso ya lo sabía pues su espíritu aullaba de dolor pero no se había dado cuenta de que lo estaba demostrando abiertamente, y se detuvo en un bar para intentar recomponerse y recobrar la compostura.
Pasó al baño donde se quitó todo el maquillaje corrido y una vez devuelta en la mesa pidió un café con coñac. Seguía sintiendo mucho frío.
Puso la cajita que le había dado la propietaria de la casa de paredes grises sobre la mesa y la abrió. Aún no podía creer que el destino estaba en sus manos.
Era la primera vez en sus veintiséis años de vida que poseía una responsabilidad tan grande y tan potencialmente devastadora. Y maldijo la oportunidad. ¡Cuánto deseaba volver a la ignorancia, olvidar lo descubierto, volver a cerrar la caja de Pandora!
Observó el contenido de la pequeña caja y contuvo un gemido de angustia.
Las dos pequeñas botellas de vidrio parecían brillar bajo la luz artificial de los tubos fluorescentes. Eran pequeñas, de seis o siete centímetros de alto y tres centímetros de grosor. Una relucía con un color blanco níveo; la otra con un color negro petróleo. Sin embargo el color en ambas no era lo llamativo, sino el brillo que parecían emanar, como si poseyesen una fuente de luz propia tan particular que parecía sobrenatural.
Levantó la vista con los ojos llorosos y observó a los hombres y mujeres que se hallaban en derredor suyo. Vio un hombre tomando un vaso de cerveza dos mesas a su izquierda y lo midió de arriba abajo. Parecía un buen partido. No tenía anillo en su mano izquierda, su aspecto descuidado indicaba que nadie lo aguardaba en su casa y la postura sobre la mesa, inclinada y abatida, parecía anunciar a los cuatro vientos un ánimo sombrío y poco feliz.
Vio a una pareja tomando un café al otro lado del establecimiento y se dijo que no podía decidirse por ninguno de ellos. Se los veía felices y enamorados.
Las caras que deambulaban por la vereda con su pasado ignoto, su futuro incierto, su presente poco importante, solo la confundían aún más.
¿Cómo podía decidirse por uno de ellos si hacerlo implicase arrancarles lo más valioso que poseían y que tal vez no habían llegado a valorar?
¿Acaso ella lo valoraba? Tal vez ahora, pero hacía apenas una hora ella también pertenecía a esa muchedumbre que no comprendía el valor de la vida.
Y ahora esa vida se le hacía más valiosa que nunca.
La mujer se lo había explicado claramente, tan claramente que había abierto en su pecho una herida sangrante y profunda.
La muerte visitaría su vida de forma ineludible y la arrancaría de los brazos del hombre que más amaba en su existencia.
Tomás moriría en dos días. Estaba escrito y estaba sellado. Los indicios eran claros y se presentaban ante ella como si de letras en molde de imprenta en un cartel indicador.
Alicia le había predicho en varias ocasiones lo que sucedería en su vida. Le había predicho la muerte de sus padres, el acaecer de acontecimientos varios y hasta el momento en que Tomás entraría en su vida, llenándola de luz y de pasión.
Y cuando llegó, conoció el verdadero amor, ese que se manifiesta en cada pequeño trozo de existencia, en la rutinaria convivencia, en el saber que el otro está allí y que es no solo un sostén sino un faro donde enfocar sus propias energías. Amaba a Tomás mas que a nada en el mundo y ahora sabía que ese mundo que había creado junto a él se derrumbaría en pocas horas.
Pero no todo estaba escrito aún.
Podía vencer al destino otorgándole otro premio a la muerte a cambio de la vida de Tomás. Para eso tendría que encontrar a alguien que sirviese a esos fines.
Volvió a mirar los dos frasquitos y supo que se transformaría en una asesina antes que la vida de su amado se esfumara.
La operación era sencilla. Debía proporcionarle el frasco con el líquido blanco a Tomás y en un lapso de veinte horas como máximo darle el contenido del otro frasco a otra persona. Esa simple acción neutralizaría la muerte de su amado pero acarrearía el destino trágico a ese otro elegido. Pero para poder hacerlo debía cumplir con una serie de requisitos. La persona intercambiaría con Tomás lo que le restaba de vida, por lo que si elegía a un anciano, corría el riesgo de sacrificarlo todo por nada. Tomás tampoco debía estar al tanto de lo que ocurriría y de ninguna manera podía elegir a alguien que fuera menor a él y debía realizar la operación antes que saliera la próxima luna llena que sería en dos noches.
Pero, ¿cómo podía hacerlo? ¿Cómo podía elegir a alguien sabiendo que le arrancaría la vida aún cuando no podía tolerar vivir sin la presencia de su amado hombre? Porque ese era el terrible dilema. No lo hacía completamente por él. No sabía como podía sobrevivir sin su presencia protectora y su amor cristalino y puro. Con él conoció la felicidad, conoció la paz y conoció la generosidad. Lo amaba mas allá de toda duda y solo quería estar con él para servirle, para compartir con él todas las experiencias maravillosas que sabía podían llegar a experimentar.
Y sentir que ese futuro se desvanecía ante sus ojos había abierto una herida en su pecho tal como si la guadaña de la misma muerte se la hubiera inflingido.
Recordó el día que conoció al hombre responsable involuntario de sus desvelos y lo volvió a ver acercándosele al banco de la plaza donde ella intentaba desentrañar los misterios que le proponía el álgebra. Era una tarde de frío, casi tan fría como la que ahora experimentaba, y Tomás avanzó por el camino cubierto de violetas. En su mano se desmayaban, en un ramo modesto, un grupo de rosas en flor. La imagen ingenua, romántica, le hizo brotar un río de lágrimas. Le habló con timidez, como si elevar la voz pudiera significar que ella se desvaneciera en el aire. Pero ella no podía desvanecerse pues desde el momento en que lo vio supo que ese hombre le traería lo mejor de su vida. Y lo peor...
No podía recordar como era vivir la vida sin él. Era como si su vida hubiera dado comienzo en el instante que avanzó por ese sendero y le pidió permiso para sentarse a su lado.
Y aunque últimamente lo había visto errático, distraído, como si se hubiera perdido en la distancia sin poder volver a hallar el rumbo, lo amaba mas que a nada en el mundo. Precisamente ese estado de ánimo era lo que había conducido a Josefina a la casa de Alicia. Suponía que algún grave problema, posiblemente económico, pues últimamente tenía inconvenientes en el trabajo quedándose después de hora y haciendo constantes turnos dobles, eran la causa de sus desvelos y su malhumor. Y había acudido a su consejera de confianza para que la ayudara al respecto.
El propio Tomás se había burlado por la fe que Josefina depositaba en esa bruja y por la plata que perdía en cada una de sus consultas. Pero él no entendía que ella era la persona más importante en su vida después de él. Si le hubiera hecho elegir entre uno de los dos sin duda la hubiera puesto en un dilema.
Y ahora, en el peor momento de su vida, Alicia le había augurado lo que iba a suceder y no le había cobrado un solo peso. Si no hubiera estado tan desesperada habría ido corriendo a su casa para decírselo a Tomás.
 Pero ahora todo eso había quedado atrás, era un simple recuerdo de lo que había sido una vida feliz. Ahora todo eso había desaparecido. Si no actuaba perdería al hombre que significaba todo para ella. Si lo hacía se transformaría en una asesina.
¿Acaso valía tanto como para condenarse a la perdición?
Se preguntaba eso a cada segundo y solo hallaba una respuesta. Y por esa respuesta se odiaba.
Ahora tenía la penosa y terrible tarea de hallar una víctima, un cordero para sacrificar en aras de la vida de Tomás.
Dejó el bar y comenzó el triste derrotero de regreso a su hogar. Veía cada rostro y en cada uno buscaba un motivo que justificara su muerte. Y se aterró cuando descartó a los niños y a los bebés tan solo porque eran demasiado jóvenes. De no haber sido por ello no habría dudado en darles a beber del líquido que acabaría con su vida.
Debía hallar a un hombre o una mujer de veintiséis años que era la edad que tenía Tomás y con la que moriría si ella no actuaba.
Para cuando llegó al departamento que juntos compartían, ya tenía decidido lo que iba a hacer. Le daría el brebaje correspondiente para salvarle la vida y luego se vestiría con sus mejores ropas e intentaría seducir a un sujeto cualquiera, lo llevaría a un hotel y entregando su cuerpo a un extraño, ofrendaría su alma a la perdición al condenarlo a morir al final del día.
Se acurrucó en el sillón y clavó la mirada en el reloj de pared que dominaba la habitación. No le importaba que excusa daría en el trabajo por no ir al otro día. Si la despedían era un percance menor. No podía fallar en ese momento en que el destino la ponía a prueba. Supuso que se durmió pues al volver en sí ya era de noche. ¿Acaso había sido un sueño? Se aferró a la posibilidad que una macabra pesadilla hubiera turbado su paz, pero la pesadilla se hizo realidad cuando sintió la caja con los dos frascos en su mano.
Volvió a ver el reloj y se alarmó. ¿Dónde estaba Tomás que aún no había llegado?¿Y si había dormido mas de un día y ese era el final de todo?¿Y si había fallecido en la calle o en la oficina? ¡Por Dios!
Se levantó aún confundida y vio que apenas habían pasado dos horas de su llegada. El ruido de las llaves en la puerta la calmó en un primer momento y luego la alteró. No debía demostrarle nada. Corrió al baño y abrió la llave de la ducha para acallar su llanto. Oyó la voz de su esposo que le avisaba que había llegado y le respondió el saludo.
-Llegaste tarde.
-Si... tuve que quedarme después de hora en el trabajo. ¿Hay algo para comer?
-Pensaba pedir una pizza...
-¿Tenés para mucho?
-No... Ya salgo.
Josefina se secó el cabello y dejó el cuarto de baño. Le dio un beso fugaz en los labios que él apenas pareció sentir y trató de calmarse.
-Yo también tuve que trabajar hasta tarde, por eso no pude comprar nada para la comida...
-Creí que habías ido a ver a esa bruja.
-No... Para nada...
Tomó el teléfono para pedir la pizza a domicilio y se acercó a la ventana. Vio la luna que empezaba a avanzar sobre el cielo y supo que apenas le quedaba un día para actuar.
Comieron en silencio, con el televisor encendido. Ella miró a su esposo con detenimiento. Quería atesorar cada gesto suyo, mirarlo, sumergirse en su voz, su mirada, sus facciones, convenciéndose que lo que iba a hacer era lo correcto. Iba a matar por él. Para algunos sería la expresión máxima del amor. Para la mayoría era solo un asesinato. Y aunque no iba a utilizar un puñal, un revolver o algún elemento agresor, sabía que al ingerir el líquido negro los condenaría a ambos, a la víctima y a ella misma, a la perdición.
Tomás estuvo ausente durante la noche. Estaba allí, pero no estaba. Josefina sospechó que la causa de su muerte se estaba corporizando en su interior y se mordió los labios para ahogar un grito. Ya no podría esperar.
Fueron a dormir y ella no pudo conciliar el sueño. Las horas pasaron y ella solo pudo sentir su respiración en la noche. Intentó silenciar su dolor con la almohada para no decirle nada aunque necesitaba confesarse, decirle que mataría y que lo haría por él. Se volvió hacia donde descansaba y le acarició el mechón de pelo que le caía sobre la frente. Los ojos negros la miraron.
-¿No podés dormir?
-Estoy desvelada...
-¿Que hora es?...Las cuatro de la mañana... Tratá de hacer un esfuerzo. Si no podés tomá un vaso de leche tibia.
-Si... Voy a hacer eso.
-Ya que te levantás, ¿no me podrías traer un vaso de agua? Tengo sed.
Josefina fue hasta la cocina y vio la oportunidad. Ya no soportaba más la tensión. Necesitaba empezar a actuar. Aunque eso significaba que ya no podría echarse atrás. Tendría que obrar con la otra parte antes de la medianoche.
Tomó un vaso y volcó el contenido de la botellita color blanco en su interior y luego le agregó agua. Ante sus ojos el líquido se volvió primero completamente gris y luego se transparentó.
Lo vio beberlo y rogando que no sintiera el sabor sintió galopar su corazón cuando vació el contenido.
Se acostó a su lado y lo abrazó. No supo cuando se durmió.
Soñó con Tomás en cada momento de la vida en común de ambos. Cuando se conocieron, cuando la invitó a tomar un café, cuando se amaron con pasión por primera vez, cuando se casaron y fueron al departamento. Pero también se vio buscándolo en cada situación. Cada vez que lo miraba él no estaba más en ese lugar. Era como si estuviera sola en cada lugar, abandonada, y por eso vacía. Y comprendió que quizás Tomás no existía y no había existido nunca, y supo cuan dolorosa iba a ser su vida sin él.
Despertó a las nueve. Había avisado que no podía ir al trabajo por tener que hacer unos trámites y sintió la cama vacía y fría a su lado.
Se levantó de un salto. ¡No tenía tiempo para perder!
Sin embargo había algo extraño en el ambiente. Las puertas del placard estaban abiertas y notó un gran vacío en su interior.
 Caminó hasta el comedor y halló una nota apoyada en un florero. La tomó con manos temblorosas y debió sentarse para leerla.
JOSEFINA: SUPONGO QUE YA TE DISTE CUENTA QUE SAQUÉ MIS COSAS DEL PLACARD. PERDONAME PERO YA NO AGUANTO MAS ESTA SITUACIÓN. NO PUEDO MIRARTE A LOS OJOS Y FINGIR QUE TE QUIERO. CONOCI A UNA PERSONA QUE ME ENTIENDE Y QUE ES CAPAZ DE QUERERME COMO YO NECESITO. NO TE VOY A RECLAMAR NADA Y NO ESPERO QUE ME DES NADA. TOMAS*
 
La muchacha se sentó en el sillón y vio el anillo de casamiento brillando sobre la mesa. De golpe todo tuvo sentido. Las horas extras, las jornadas fuera de su casa por una situación comprometida en la empresa, las distracciones, los olvidos... todo tenía sentido por fin.
Tragó saliva y se llevó la mano al pecho. Le hubiera gustado morir en ese mismo momento, perderse en un limbo inacabable sin sensaciones y sin dolores aunque también sin gratificaciones. Prefería cualquier cosa a ese dolor que le partía el pecho.
¿Por qué Tomás había hecho eso?¿Por qué la había tratado tan mal si ella había sido todo para él? Y ahora se quedaba sola en ese departamento alquilado teniendo que afrontar todos los gastos por si sola, abandonada, vacía...
Volvió a mirar la nota y sintió la botella con el contenido negro en el bolsillo de su bata. Su primer pensamiento fue arrojarla por el inodoro y dejar que el desgraciado se retorciese de dolor en esos brazos extraños. Pero ella no soportaría vivir sabiendo que había sido la causante de su muerte.
Pensó en llamarlo para decirle que en sus manos tenía su salvación y que le daría el contenido de la botella para que se lo diese a esa otra y así salvar su vida. Pero si Tomás volvía nada sería igual. Y ella quería que todo siguiese así.
Podía continuar con su plan de seducir a alguien para darle a beber de ese veneno y así permitir que fuera feliz con esa otra que se lo había arrebatado. Pero ya no poseía el empuje para salir a buscar a alguien y asesinarlo...
Sabía que ya no lo tendría más, que lo había perdido para siempre y no podía tolerar vivir sin él. Sabía que aún salvándole la vida, la suya habría acabado. No quería seguir sintiendo ese terrible dolor en el pecho.
Y decidió darle el último regalo de su existencia.
Bebió el contenido sin diluir y sintió un delicado sabor a castañas.  
Se durmió inmediatamente y volvió a recordar esa otra vida antes que él apareciera y supo que lo que había hecho estaba bien. Ya no deseaba vivir sin él y solo podía permitirse morir.
La hallaron un día después cuando una compañera alarmada por su ausencia en el trabajo fue hasta su casa.
Dicen que Tomás la sobrevivió un mes apenas. Murió en brazos de la otra mujer por quien había abandonado a Josefina.
Dicen que murió con el corazón destrozado.
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Foto del autor AlvaroJuanOjeda
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Descripción

El Intercambio. Una muestra de lo que el amor puede hacer

Palabras Clave: amor sacrificio desdn muerte magia prediccin lquido pcima

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (4)add comment
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LUMA54

Que bien Alvaro interesante tu escrito,
Felicitaciones, te seguiré leyendo
Abrazo desde Colombia
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March 27, 2013
 

AlvaroJuanOjeda

¡¡Gracias!!
Responder
March 29, 2013

kalutavon

Un amor enfermizo que termina en tragedia. Buena prosa y un tema interesante con final predecible. Grato leerte. Saludos.
Responder
March 26, 2013
 

AlvaroJuanOjeda

¡¡Gracias!!
Responder
March 26, 2013

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