Extracto de novela:
Con nueve años mi abuela me dijo un día has escuchado algo de la teoría del Big Bang. Al nombrármelo me sonó como a un juego, cómo se juega, abuela. Pero cuando me dijo que todo lo que nos rodea, mar, aire, tierra, los tres elementos y luego toda la vida terrestre dependen de esa energía del no sé qué, ni del no se cuándo, fui lo suficientemente intuitivo para pensar que me alejaba por completo de las posiciones de mamá. Más adelante ya por mí propia iniciativa leía textos que me traía la abuela de astronomía que me encantaba devorar: la posición de los cuerpos celestes en el universo, su estructura y evolución. Así al cabo de unos meses me dio una gran sorpresa, mira esto es un telescopio y sirve para mirar el cielo, a ver qué encuentras y me cuentas. Y una tarde cuando ella tomaba en té, cual mentira de niño queriendo congratularla por sus regalos, le dije, abuela cuando se alinee Marte, Júpiter y Saturno en vertical hacia la tierra será el día en que muera el presidente Perú. Esperaba su sonrisa alentadora por mis progresos o un ¡está bien, hijo! pero no. Frunció la frente y dijo, de Astrología nada. Nunca confundas la Astronomía con la Astrología, eso es para los vagos, chamanes y mentirosos que inundan nuestra tele de noche. No relaciones la configuración del cielo y sus movimientos con acontecimientos terrestres, ¡por favor, nunca! Creo que desde esos tiempos Dios murió para mi porque terminé por creer que somos hijos de ese Big Bang, hechos de su polvo, de su esencia o luz y energía, de su música, de su poesía celestial, de ese sueño de grandeza, de esa explosión improvisada en expansión, como si de un alegre relajo de sabiduría se tratara que no terminaría por saber que incluso apareceríamos nosotros, seres insignificantes y desprotegidos, sin destino, sin saber porqué, para qué y a dónde vamos después de nuestro paso fugas en este grano de arena en el desierto celeste.