la capuera
Publicado en Aug 20, 2009
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No recordaba nada de la noche anterior; nada salvo aquél árbol.
Bajó del auto y volvió a maldecir al mismo barro al que nunca iría a acostumbrarse; caminarlo era, para él, era una hazaña similar a la de Cristo en las aguas del Mar Muerto: enterrar los zapatos, hundirlos hasta teñir los tobillos de marrón rojizo, era su condena: la ser un extranjero, por siempre, en esa tierra colorada a la que tanto amaba y que se ensañaba con él en días de lluvia para recodarle esa deuda; en cada chaparrón se conmemoraba la completa carencia de un talento nativo para caminar aquel barro. Pero siquiera llegó a hacer una reflexión acerca de su destierro, sino que se enfocó en aquel árbol seco que a unos cincuenta metros parecía estar plantado al revés, como raíces arriba apuntadas a un cielo gris que no cesaba de llorar frío en aquel atardecer. No se parecía al del sueño, pero era ese, el mismo árbol. Sus pasos lo fueron sumergiendo en el pastizal en un izquierdaderecha mojado y desagradable; se acuclilló para hacer un dobladillo a las botamangas, por arriba de los tobillos, algo que debió haber hecho antes de bajar del auto. Al incorporarse sintió que perdió el rumbo, completamente: el árbol que creyó haber visto en la noche anterior, enorme referencia, había desaparecido. Se le heló el espinazo con la certeza de que algo importante había allí, algo de vida o muerte, algo que debía encontrar porque jamás debió olvidar, ¿pero que? Acaso ese algo le dijo que el machete sería necesario para seguir, y así decidió volverse a buscarlo al auto. Pero aquel ya era el húmedo infierno verde al que debió rendirse: la espinosa resistencia de un elástico pastizal le impidió seguir con esa idea, y su enérgico segundo intento terminó con él desplomado en los suelos. Jadeaba esa insólita derrota cuando recordó que el machete, ese mismo machete, lo tenía Gamarra. Ese recuerdo y un relámpago.  Y se decidió y se largó a una incierta carrera, con el desenfreno de su desesperación, tres frenéticas zancadas que fueron solo tres y con las que sólo consiguió toparse de nuevo contra la misma trama de ramas y espinas que lo devolvió al suelo. Bebió el agua amarga que resbalaba en su rostro y, aún postrado, alzó su mirada al cielo. Las malezas se erguían imperiales, los pastos, pesados de humedad, ya ennegrecidos por aquel anochecer disuelto en la garúa, parecian acechantes cobras reales hipnotizadas por el leve silbido de los vientos del nordeste. Mal augurio: más lluvia. Fue entonces cuando lanzó una carcajada nerviosa como una maldición atenuada; se dijo: "está anocheciendo" cuando recordó (o creyó recordar haberlo soñado, ya no sabía) que también su linterna había caído en manos de Gamarra. Gritó. Y una respuesta inesperada le congeló la médula: risas y más risas, carcajadas fantasmales y superpuestas, de hombres. mujeres, niños, espíritus invisibles en medio de la conspiración de ranas y grillos. Miles de pájaros se lanzaron a volar en todas direcciones, ennegreciendo aún más aquel cielo de plomo, precipitados en ese súbito, ciego caos, algunos se estrellaban entre sí. No menos súbito fue como esas risas callaron y las aves regresaron a sus nidos, incluso los bichos acabaron con su habitual sinfonía nocturna cuando el viento interrumpió su constante arrullo y dejó de llover. Los allí ejecutados, siguieron desaparecidos. Contuvo sus propios jadeos, experimentó la nada, el silencio de la más negra oscuridad. Quiso volver a gritar pero se supo incapaz, acaso por el miedo a una nueva respuesta de la capuera, dominó ese alarido y, derrotado, se hincó en cuclillas y se tapó la cara con las manos para caer de lado y para abandonarse a llorar de pavor, ese desconsuelo que hizo que abrazara sus rodillas en una regresión al embrionario refugio. Pasado aquel shock, no hizo más que experimentar la cordura mansa y entender al fin aquello de "cordero de Dios"; pero muy pronto lo perdió, instintivamente supo que si todo se había detenido en aquel silencio, quizás esa era la oportunidad, quizá la única y última, de llegar al auto, subirse y huir de esa capuera infernal. ¿Qué había pasado la noche anterior? Ya no importaba, supo que si se quedaba a averiguarlo, moriría.
A la carrera, en un galope de saltos, sobrepuesto en heroica huida por una maleza que ya nada podía hacer para resistir a su decidida obstinación por vivir. La capuera ni siquiera era capaz de reflejar el sonido de sus pasos. Esa carrera siguió y siguió sin descanso y el Fiat nunca apareció. Y ya, hiperventilado, giraba en círculos sin dejar de buscar el maldito coche. Y pensó, como queriendo así conjurar a los espíritus de la capuera, que sin pruebas todo es falaz, que el auto no podía haber desaparecido, sólo había corrido en dirección equivocada y se había alejado del auto. Que el poder de la mente podía llevarnos a engaño, a ver serpientes en lugar de sogas. Eso. Estaba todo bien. Nada más debía tranquilizarse caminar en sentido opuesto. Pero sus ojos buscaban creer, ya acostumbrados a la penumbra de aquella noche maldita, no lograban ver el Fiat. Y giró la cabeza volvió a ver aquel susodicho árbol, encendido, como si fuera radiante lava, ramificándose hacia el cielo como un rayo perenne que se difuminaba entre las nubes. Ese era el mismo árbol del sueño. Ahora revivía lo sucedido la noche anterior, un recuerdo que le permitió predecir cómo seguiría. Sumido en el espanto, volvió a oír sus propios pasos, automáticos, como si no fueran suyos. Y no lo eran. En realidad eran los machetazos que abrían el matorral, oyó el cascabel de una serpiente el momento que el relámpago centelleó para mostrar a un Gamarra que ya iba llegando desde el lado opuesto hacia el árbol, movido por la fuerza insuperable del destino.
Cuando despertara con resaca (porque había necesitado beber) recordaría sólo un árbol en medio de la capuera. Conduciría hasta allí y volvería a maldecir al barro al que nunca iría a acostumbrarse. Y volvería a ser degollado por Gamarra, en la capuera, bajo aquel árbol.
Y al despertar con resaca sólo recordaría el árbol en la capuera.
 
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Foto del autor inocencio rex
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Descripción

Palabras Clave: machete pasto resaca rbol capuera risas grillos gara invierno

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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gabriel falconi

excelente relato... . muy bien escrito !!! te feliicito!!!!! para un premio
te dejo 5 estrellitas
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August 25, 2009
 

Arturo Palavicini

Inocencio:

¡¡Qué increíble historia!! Se queda en mis favoritos. Gracias por compartirla.

Felicidades amigo, es realmente maravilloso este relato.

Arturo Palavicini
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August 23, 2009
 

Diego Lujn Sartori

Inocencio:

Fabuloso, vaya que tienes pluma. Te dejo cinco estrellas, valen más que mil palabras de comentarios.

Te invito a leer:

Un chancho, un perro y la muerte.

Gracias

Diego
Responder
August 22, 2009
 

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