Contemplando el reflejo de la luna en el lago
esta me comenzó a contar historias, a medida
que pasaba el tiempo las estrellas se ponían
celosas.
 
No soportaban que la luna acaparara mi atención
y brillaban con la misma intensidad de un volcán
en erupción.
 
Me contó la historia de los amantes que se
escapaban todas las noches para amarse.
 
Me dijo que ese lago era el testigo de la pasión
desmedida de un amor prohibido.
 
Aseveró que cada noche a las once se encontraba
un muchacho con una muchacha de larga cabellera,
dorada como el brillo de una estrella, con unos ojos
azules y profundos como el lago mismo, risueña,
cariñosa y con un cuerpo curvilíneo.
 
Decía que el muchacho quedaba extasiado
admirando la belleza de la chica en el lago.
 
Que con cada beso se estremecía el cielo
y abajo en el suelo se hacían pequeños remolinos
de viento con aura de un dulce sentimiento.
 
Por otro lado, la chica, lloraba sin medida
a la hora de la triste partida.
Él, la consolaba con sutileza y calma
aunque en el fondo lo consumía la rabia.
 
Después de cuatro  lindas horas en el lago
se despedían sellando su dolor con un abrazo
y cada uno seguía por su lado como si nada
hubiese pasado…
…Hasta llegada las 11 que se encontraban
nuevamente en el lago como todas las noches.
 
Cuenta la luna que era un amor prohibido
porque más que amantes, más que amigos
o simples conocidos fugitivos eran parientes
de una misma familia.
 
El llamado de la sangre los unía y a la vez
los separaba todos los días. Pese a ello,
cuando el reloj daba las once bloqueaban
su realidad y disfrutaban de su insana felicidad.
 
Siempre en el mismo lago,
sin darse cuenta de que la luna
desde el oscuro firmamento los está mirando.