La herencia del abuelo
Publicado en Mar 11, 2013
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Me he dado cuenta que últimamente algunos amigos rehúyen hablarme, no es que se los reproche, francamente entiendo su necesidad de hacer mutis, pero tampoco me gusta que permanezcan ocultas las causas de este distanciamiento, por eso mejor los reuní y los cuestioné, a boca jarro, como es mi costumbre.
—¿Qué malos modos vieron? que se me andan haciendo los perdedizos                     
 
Y a calzón quitado como se habla en México, me dijeron que no es que huyan de mí sino de las conversaciones que a raíz de mis ocurrencias se desatan, que a veces esas pláticas provocan tempestades internas que preferirían dejar pasar.
 
—Con frecuencia sueles poner el dedo en la llaga- me dijo, el más sereno de todos.
 
Reparé entonces en lo mucho que me gusta saber de los demás, en lo placentero que encuentro escuchar sus anécdotas, en el gozo de vivir un viaje narrado por sus labios, pidiendo detalles y pormenores de todo, haciendo una y otra vez mi pregunta favorita ¿por qué? Luego entendí que en esa interrogación van implícitos mis deseos de entrar en el alma de los otros, “ansia  de saber todo lo tuyo”, como decía Xavier Villaurrutia en su mejor poema.
 
—A mi favor sólo puedo decirles que esa curiosidad inagotable es el indicador más poderoso de que cada uno de ustedes tiene una habitación en mi alma, que sus historias son atesoradas en mis líneas para que puedan prevalecer más allá de nosotros mismos, que registro en mi memoria la textura de sus frases y es cuando entiendo por qué en el principio era sólo el verbo, ¡las palabras son vida! y cada oración que me cuentan edifica a la par nuestra existencia. ¿Qué sería de un cuentacuentos sino tuviera las historias de sus amigos?-concluí emocionada.
 
La verdad es que el abrazo grupal que me ofrecieron no era necesario,  aun así me integré, aunque lo mejor fue la luz verde que me dieron para preguntar cualquier cosa.
 
— No los reuní para eso, sólo quería verlos- Y en verdad no mentía.
 
Entonces el más sereno de todos nos dijo que aprovechando la ocasión quería platicarnos de la herencia que acababa de recibir de su abuelo materno, recién asistió el anterior fin de semana a la lectura del testamento, igual que en las películas. Como único nieto hombre era el depositario de una receta muy especial acuñada por el señor en un pueblo polvoriento y lejano del centro del país, el papel que le entregaron en un sobre a la letra decía:
 
“Querido Rafa, como bien sabes ando poniendo orden en mis cosas, yo pos ya estoy viejo y no quiero irme sin que sepas que eres mi nieto consentido, el único varón y por eso el más valioso. Orita ni toco las cosas materiales ya el notario te dirá lo que hay para ti. Orita lo que me interesa es dejarte mi mejor legado, sí, ése que me dio por muchos años la potencia sexual para procurarle cumplimiento a muchas mujeres, contigo no me voy a hacer el santito, sabes que tuve hartas viejas y por consecuencia una bola de descendientes por ahí regados, pero de eso no tengas preocupación ya cada uno sabe su lugar y nunca molestarán a la familia. Hoy quiero darte una receta poderosa que un día andando en el pueblo de San Toribio Berriozabal me reveló un viejito que estaba sentado en la estación del autobús, ahí sólo y arrumbado como la muñeca fea de Cri, Crí. Bueno pos no dabas un peso por el anciano ése, pero de repente llegaron dos rucas todavía de jugosas carnes y que empiezan a discutir porque las dos querían acostarse esa noche con él, el ruco nomás las miraba y así con su voz rasposa les dijo: órale gatas, la que gane me la cojo hoy y chance mañana también. Bueno pos las fodongas terminaron de pelearse y a la que quedó en pie el viejillo la mandó por delante para que se lavara, perfumara y arreglará la cama, la otra se fue dando tumbos como una borracha más. Entonces con algo de pena, estaba yo muy chamaco todavía, le dije al ruco que cómo le hacía para traer así a las mujeres y muy cerquita del oído me dijo que me iba a compartir su secreto nomás porque estaba bien chavo y me veía muy pendejo y pues lo iba a hacer como labor social. Así que mi querido nieto toma nota, memoriza esta receta, igual que yo lo hice, y hazla tu ritual una vez por semana y si puedes antes de la acción también.
 
En una tina o palangana, más o menos profunda, vacía una botella de jerez, luego le echas doce huevos completos con clara y yema, no lo revuelvas que solito se mezcle y lo dejas reposar por unos quince minutos. Pasado ese tiempo te bajas la trusa y te sientas así, a rin pelón, sobre la palangana hasta que la mezcolanza te embarre las nalgas, luego, y éste es el paso más importante, debes succionar con el ano una a una las yemas, al principio es difícil, pero con el tiempo lo vas a lograr te lo garantizo, además es muy buen ejercicio para la pelvis. Poco a poco te darás cuenta como tu virilidad crece y serás capaz de complacer a todas las viejas con las que te quieras acostar, yo te soy honesto si tuve muchas, pero una a la vez, esas cosas de las orgías están prohibidas por la iglesia y yo soy buen cristiano.
 
Bueno mi querido Rafa, no olvides que debes ser constante y sólo comparte esta receta con quien aprecies o quieras de verdad, yo no se la di ni a mis mejores amigos y mira que en muchas borracheras estuvieron a punto de sacarme la sopa pero no iba a ser yo tan menso como para ayudar a mi propia competencia, así que nunca, jamás se la des a los machos cerca de ti, recuerda que un hombre se aprecia no por lo que sabe ni por lo que tiene sino por el número de viejas que se ha tirado.
 
Con todo mi cariño y amor fraterno, tu abuelo Rafael Severiano.”
 
Terminada la lectura yo estaba desternillada de risa, era tan cómico el asunto de la receta, Rafa y todos los demás también se carcajeaban, aquello fue una catarsis, un banquete apoteósico de diversión, luego tumbados en las poltronas nos quedamos en silencio y el estero de mis pensamientos pareció desbordarse. Por un momento traté de imaginar cuál habría sido la herencia de mis abuelos y entonces me di cuenta que era la misma de Rafa, que todos los ahí presentes habíamos heredado el machismo abrumador de una sociedad empeñada en conferir al hombre poderes y obligaciones que rayan en lo sobrenatural y absurdo, en asignarle a la mujer una sumisión e ingenuidad nauseabundas, en otorgarle a tradiciones nefastas el valor de cultos sagrados y sobre todo en darnos etiquetas reversibles que podemos usar a modo. Por suerte nadie supo que esas pequeñas lágrimas no eran de risa sino de nostalgia por todas las mujeres de mi familia que algún día recibieron un golpe en la cara y aún así permanecieron junto a sus machos, esta vez Rafa había puesto la llaga en el dedo.
                                                                                                                        
 
                                                                                
 
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Foto del autor Laura Vegocco
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Descripción

¿Cuál es el legado más valioso que se le puede dejar a alguien? ¿Todas las tradiciones son buenas?, ¿tiene sentido seguirlas? Este texto trata en una forma ligera, pero al mismo tiempo aguda, de dar respuesta a esas interrogantes.

Palabras Clave: Atavismo machismo legado rol herencia orgullo

Categoría: Artículos

Subcategoría: Entretenimiento



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