CAPITULO IV: SOMBRA ESPUMOSA.
Publicado en Mar 11, 2013
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-¿Quiénes eran los papás de Lacros, abuelo?
-Lacros jamás los conoció.-¿Cómo yo?-Si Alejandra, como tú. Pero con la diferencia de que a ti, tu padre te dejó conmigo. Balum recogió a Lacros de las calles cuando aún era un bebé, y le enseñó todo lo que pudo…
“El cuerpo muerto cayó pesadamente frente a la taberna, golpeando la puerta y dejándola salpicada de viseras y sangre. Lacros salió rápidamente, con la mano en la empuñadura de la espada. La anciana salió detrás de él.
-Me dijeron que buscabas a Zagal – dijo un hombre extraño parado frente a la taberna, mientras limpiaba una gran maza, sacando los trozos de carne.
Lacros miró el cuerpo. Tenía la cara despedazada por el golpe de la maza, pero aún se veía su brillante calva y la ausencia de una de sus orejas.  Lacros se agachó y tocó la sangre de su compañero muerto. Pasó la sangre por la empuñadura de su espada y la desenfundó. El hombre de la maza era gordo y alto, más alto incluso que la puerta de la taberna. Lacros comenzó a dar pasos a su alrededor. El hombre se movía al mismo ritmo que Lacros, creando el mismo circulo que él.
-Nadie que busque a Zagal tomará un barco hoy – dijo con voz profunda y oscura.
Lacros no dijo ni una palabra, solo continuaba caminando. Observaba la maza con atención. Parecía pesada, un golpe de ella seria mortal, y Gaudo jamás había sido rápido o ágil.
-¿Dónde está Skair? – rompió el silencio Lacros.
-Lo mande con Unojo – dijo el hombre riendo.
Lacros dio un paso adelante, cerrando el círculo unos centímetros. El hombre comenzó a agitar la maza en el aire, preparando el ataque. En un parpadeo el enorme gigante de carne avanzó y golpeó el suelo con fuerza, justo al lado de Lacros, quien logró evadirlo con dificultad, cayendo en la puerta de un almacén de pescado.
-¿Éste es el gran Lacros, la Espada Juramentada del castillo azul? Zagal de verdad te sobreestima.
Lacros se paró rápidamente. Al poner el pie izquierdo en el piso sintió un dolor punzante muy fuerte. Aunque el hombre era enorme, sus movimientos eran muy rápidos. Había alcanzado a tocar su pierna y le había dejado la carne viva. Lacros debía pensar rápido y moverse más rápido aún. El hombre comenzó a balancear nuevamente la maza. Esta vez Lacros cerró más el círculo, dejándole menos lugar donde golpear y más para esquivar, pero fue inútil. Alcanzó a esquivar el golpe por pocos centímetros, pero sintió la roca molida y fue a dar contra unos barriles de vino junto al muelle. El hombre de la maza seguía riendo tras cada golpe. Lacros lo miró con detención. La piel verdosa y nada de pelo sobre ella, ni siquiera cejas. Los ojos pequeños y amarillentos. Labios gruesos que escondían dientes afilados, como los de un tiburón. Tenía la nariz ancha y las orejas grandes, llenas de argollas de acero. Era más grasa que musculo y vestía ropa ancha para cualquier persona, pero a él le quedaban apretadas.
-Eres capaz de derrotarlo, niño – gritó la anciana desde la puerta de la taberna – Solo recuerda.
Lacros busco en su mente los años que se había entrenado en el castillo. Muchas veces se había enfrentado a los hijos de los herreros y granjeros que querían ser caballeros para cambiar su suerte. Hombres enormes, curtidos por el trabajo, fuertes y musculosos, pero lentos y torpes al moverse en el campo de batalla. El hombre de la maza era casi tan rápido como él.
-¿Qué hago cuando me enfrente a hombres más fuertes que yo? – le había preguntado cuando niño a Balum.
-Bueno, en ese caso, siempre recuerda que antes de enfrentarte a ti, los hombres enfrentan al mundo que los rodea. Un hombre gordo puede blandir un arma con destreza, pero necesita espacio para moverse. Un hombre delgado, puede ser rápido, pero el peso de su arma puede jugarle en contra.
-¿Y si me encuentro con un hombre fuerte y veloz?
-En ese caso Lacros – rió Balum – Hazte el muerto y deja que una montaña caiga sobre él.
Jamás había entendido las palabras de Balum. La maza descendía sobre su cabeza cuando prestó atención al combate de nuevo.  Logró lanzarse a un lado, cayendo de mala manera. Sentía adolorido el brazo derecho y la pierna izquierda. El golpe de la maza rompió varios adoquines. Lacros intentaba mirar a su alrededor, tratando de ver lo que hace diez años habría descubierto enseguida. Observó los puestos de venta, el cuerpo de Gaudo, la anciana, los barriles y los muros de los rompe olas a la orilla del muelle. Vio al hombre acercándose.
-El gran Lacros solo sabe correr como un ratón asustado. Le dije a Zagal que haría lo que él no pudo hace años.
El hombre comenzó a trotar hacia Lacros. Fue entonces cuando se le ocurrió. Cerró el círculo, quedando justo detrás de la sangre de Gaudo.
-Gracias amigo – susurró y sintió un escalofrío.
El hombre dio con su maza en muro de la taberna. Lacros se movió justo a tiempo. Las botas del hombre quedaron empapadas en la sangre de Gaudo y de inmediato Lacros vio como el adoquín lo hacia resbalar.
-No eres más que una rata cobarde Lacros, deja de escapar y muere.
Lacros, sin decir ni una palabra, rodeó al hombre hasta quedar justo delante de los barriles. El hombre, enfurecido, corrió hacia Lacros, agitando su maza sobre su cabeza. La ira lo comenzó a cegar. Lacros dio un paso atrás y se arrodilló, justo cuando el hombre daba un golpe con todas sus fuerzas contra los barriles, dejando la maza clavada en el muro de rompe olas que escondían detrás. Los barriles se destrozaron y los trozos de muro cayeron al piso mientras el hombre intentaba sacar la maza, pero sus pies se resbalaban. Lacros quedó arrodillado, entre los barriles y el hombre. Solamente extendió su espada con fuerza y cortó el vientre del gigante.El hombre de la maza se desplomó, golpeándose la cabeza contra el muro del rompe olas. Lacros lo dio vuelta con el pie, dejándolo boca arriba. Tenía los ojos abiertos e intentaba hablar pero tenía la boca llena de sangre.
-Zagal… tu… rata…
Lacros atravesó la garganta del gigante con su espada.El sol se ponía detrás del “Bastón Gris”. La anciana de la taberna miraba como Lacros cavaba una tumba para su compañero. Lacros arrastro a Gaudo hasta la tumba y luego lo cubrió con tierra. Clavó una estaca sobre la tierra suelta, marcando el lugar y luego puso tres piedras como si fueran lápidas.
-No lo conocí mucho, pero en la guardia aprendí a honrar a todos los muertos en batalla.
A unos metros de donde había enterrado a Gaudo, había un montículo de tierra suelta con una maza encima.
-¿Quién eres? – Le pregunto Lacros a la anciana - ¿Cómo sabes tanto de mí?
-Balum te trajo a mi cuando recién eras un bebé. Yo le enseñé a Balum a cuidarte. Luego, él te tomó y continuó su camino de comerciante. Mi nombre es Nana, o así me ha llamado la gente durante muchos años. Cuando te vi por primera vez, sabía que te esperaba un futuro brillante. Cuando te vi, años después, el día que Balum te embarcó hacia el castillo Azul, me di cuenta de que Balum había hecho un mejor trabajo de lo que había pensado. Y ahora que te veo hoy, sé que no me equivoqué.
-Balum… él me abandono… ¿verdad? – La voz de Lacros se escuchaba quebradiza
-No, mi niño. Balum solo cumplió su parte del trabajo.
-¿Qué debo hacer ahora, Nana?
-Ahora que estas aquí, el Sombra Espumosa atracará en cualquier momento. Debes tomarlo y seguir tu camino.
-¿Sabes si Balum está…
-¿Vivo? – Interrumpió la anciana – Siempre estará vivo en tu corazón, así como tu amigo guerrero, la princesa Ania e incluso lo que alguna vez fue Zagal.
Lacros tragó con fuerza y dejo caer una lágrima.
-La lágrimas son las medallas de nuestro valor – Dijo la anciana – Que bueno que aun estas vivo, mi niño."
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Foto del autor Cristian Medel
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Descripción

Cuarto capitulo de "LA ESPADA DEL OESTE"

Palabras Clave: Espada Oeste Lacros Zagal Fantasa Epico

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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