El Reverendo
Publicado en Mar 04, 2013
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Él fue un hombre elegido. Hablando en términos más humildes: bendecido. Desde joven. Quizá desde niño. Por la gracia de Dios, claro. Mejor dicho, por la voluntad divina del Creador que, desde temprano, usó su dedo enorme, gordo e inmaculado para tocarle en la zona más íntima y sensible de su ser: su corazón.
Él no lo supo de inmediato, como suele ocurrir en los grandes casos de gente bienaventurada. Se creía, al principio, un ser humano como cualquiera, común y corriente, monedita de diez céntimos cuya pérdida a nadie extraña y cuyo hallazgo a nadie sorprende.
Tuvo que pasar primero por varios años de cabecita alocada, de orejazos incomprensivos y de aburridos cultos de domingo por la mañana para recién -casi a mitad de la veintena- comprender que había dentro de sí un gran vacío que requería ser llenado, un gran hoyo que buscaba ser ocupado; necesidades que, para ser satisfechas, requerían de algo realmente grande, voluminoso, desmedido y satisfactorio. Así, un buen día de mataperradas en la calle aledaña al templo evangélico al que asistía, cayó en cuenta de que lo que su ansioso, deseoso y ávido espíritu necesitaba era un propósito.
Pero, ¿qué propósito podría llenar la vida de un hombrecito en pleno éxtasis juvenil? ¿Qué tipo de obsesión sería lo suficientemente grande como para satisfacer su excitación existencial de post pubertad? Pues aquello que conocía bien desde su infancia, por supuesto: Dios.
Entonces la bendición se manifestó, entonces su elección como hijo predilecto del Altísimo se clarificó... entonces todo tuvo sentido. El llamado había sido escuchado, hermanos. Desde entonces y para siempre nuestro héroe y protagonista dedicaría sus días, su fuerza y su empeño a la obra del divino, a la voluntad del Todopoderoso.
Empezó con firmeza, sin mirar a nadie y sin reparar en quejas. Su boca era instrumento, sus manos emisoras, su cuerpo habitación santa y sus pies traedores de buenas nuevas. La gente le aclamó, la iglesia le consagró, el pueblo le requirió y una buena chiquilla le encantó. Campañas por aquí, prédicas por allá, liberación de demonios, hablar en lenguas, ¡Espíritu Santo ven!, ¡aleluya, hermanos!, ¡santo, santo, santo es el Señor, hermanos...! Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Venid a mí todos los estáis perseguidos, que yo os daré refugio. Vengan a la iglesia con su diezmo pues, hermanos, ya tampoco se pasen, ¿no ven que estamos haciendo la obra del Señor? Aleluya... ¡Aleluya!... Alabado sea el Señor. Porque Dios me mandó a ustedes. No vine porque quise. Dios es quien me guió hacia ustedes. Y ustedes han venido a mí por mandato de Dios, ¿no es verdad? ¡Aleluya hermanos! ¡Amén! Yo no los llamé, yo no los busqué, yo no los forcé. Ustedes vinieron porque Dios los mandó. Y yo estoy aquí porque Dios me puso aquí. Dios me eligió. Desde muy joven, casi desde niño. Dios, Dios, Dios... Él es el único, él es el divino... ¡Amén, hermanos!... Ahora vamos a leer su palabra. Vamos a escucharlo a través de mis labios. Dios dice, hermanos... Aleluya a Él... Dios dice, queridos hermanos, que debemos ser santos, que debemos ser limpios, que debemos ser dignos de su espíritu. ¿Serás digno de su espíritu? ¡Amén! ¿Serás digno de alcanzar las promesas de su espíritu? ¡Amén! ¿Lo recibes en tu corazón? ¡Amén! ¡Aleluya hermanos! ¡Gloria a Dios! Porque Él te quiere así, arrodillado ante su presencia, arrepentido de tus pecados, postrado ante sus pies. Te quiere como un verdadero hombre, como una verdadera mujer. Él hombre trabajando y la mujer sirviendo al marido. Así te quiere Dios, así es como debes ser. Dios Te quiere cumpliendo su palabra, día a día, noche a noche. Dios, hermano, te quiere santo, como él. Nada de pecado, nada de malos pensamientos, nada de porquerías. Dios es Dios de santos, no de pecadores. Dios es Dios de la familia, de un hombre y de una mujer. Dios quiere que sus hijos se casen y vivan juntos, como una verdadera familia, no como seres inferiores, como animales, fenómenos de la naturaleza. Como esos que andan por ahí amándose entre hombres. ¡Malditos serán ellos, dice Dios! ¡Malditos aquellos que ensucian mi creación, dice Dios! La familia, hermanos, tiene un hombre y una mujer. Dios creó a Adán y Eva, no a Adán y Esteban, hermanos. Recuérdenlo siempre. La familia es sa-gra-da. Óyeme bien, hermano: anda por los caminos divinos con cuidado. No te desvíes. No le retes. Acepta lo que él te dio. Si eres un hombre sé un hombre y si eres una mujer, sé una mujer. Así lo quiere Dios, hermanos... Dame un Amén si lo entiendes, hermano... ¡Amén! Así es como debe ser. Así es como debe seguir. Malditos aquellos que osan enfrentarme, dice Dios. Malditos aquellos que aborrecen mi palabra, dice Dios. Malditos aquellos amantes de hombres. Malditos aquellos inmundos, descarriados, impuros, esos que andan por ahí mostrando su bajeza, su perversión. Maldito serán todos. Esos que atentan contra la familia, que quieren destruir la obra de Dios. Malditos todos, los sodomitas, los gomorritas, los hijos de la gran Babilonia, los... los... los... ¡malditos todos los cabros de Lima, hermanos!... ¡Amén! ¡Aleluya! ¡Santo, santo, santo es el Señor, hermanos!  
La chiquilla que le encantó estuvo allí siempre. Allí mismo, entre el público, con su mamá, con su tía o con quien sea. Simplemente estaba allí, para ser vista y bendecida. Aleluya, hermanita, aleluya. Tú llegaste aquí porque Dios te trajo, no porque yo te traje ¿verdad? Hable pues, hermanita, no sea sonsa. Debemos ser claros en esto: esto es por Dios, ¿no es así? No es cosa de hombres, no es carne humana. Esto es divino. La chiquilla estuvo allí algún tiempito, junto a él, acompañándole en su posesión, recibiendo las bendiciones que sólo un hombre de Dios puede dar. La chiquilla que le encantó le dijo que nunca había visto a un hombre tan lleno de gracia. Que lo amaba con el amor de Cristo. La chiquilla, sencillamente estuvo entregada en cuerpo y espíritu a lo que Dios tenía que darle. Amén, hermanita, amén. Eso es lo que quiere Dios. Ella recibió de su pastor, por primera vez, las bondades de la gracia. Le dolió, porque Dios así lo quiso, porque Dios exige sacrificios, tal como Él sacrificó a su hijo. Dios te bendice, hermanita. No te preocupes, no llores. Dios así lo quiso. La chiquilla que le encantó le volvió a encantar, por un día más, por una vez más. La chiquilla era una sierva fiel. Así, así, así, hermanita. Recibe, recibe, recibe bendición, hermanita. La chiquilla ya no creyó que aquello era simple y pura bendición. Sabía que algo ocurrió, que algo no estaba del todo bien. ¿Pero qué decir? Él era un hombre de Dios. Dios hacía todo. Aquello era santo, divino. No humano: santo, santo, santo.
Años después, aquel hombre bendito siguió su cruzada. Continuó con su obra, con su propósito. Continuó llevando la palabra de Dios por todos lados, como un buen siervo fiel, tal como le exigía su investidura de ser elegido. Persiguió el pecado por todas las calles de Lima. Acusó a servidores, a funcionarios, a autoridades y hasta alcaldes de ser propagadores de la peste de la homosexualidad. De ser los destructores de la familia. Todos estaba podridos, todos. Nadie se salvaría de la ira de Dios.
Supo entonces que debía hacerse algo. No sabía exactamente qué, pero algo debía hacerse. La Ley humana no podía ser tan laxa, tan permisiva y tan pecadora. ¿Dónde estaban el pudor y las buenas costumbres de las que tanto se habla? Algo se debía hacer.
Contactó con varios. Se juntó con muchos. Conoció a bendecidos, como él, pero más débiles, menos decididos. Hombres de Dios de espíritu suave. Evangélicos liberales que no transmiten la verdad de la Biblia. Buscó en otros lados. Siguió contactando con muchos. Conoció a los del otro lado. Otros hombres, equivocados en cuanto a Dios, pero decididos, como él, a erradicar el pecado de Lima. Les quiso, les aduló y les hizo sus amigos. Se rió con ellos frente a las cámaras. Imprimió fotos enormes en las que salía junto con ellos. Él y ellos eran, sin lugar a dudas, los salvadores de Lima, los guardianes de lo que Dios quiere.
Hasta que el día estuvo a punto de llegar. El momento en el que el pecado sería acabado para siempre. El día en el que todos, como un solo puño le daría una golpe a la agenda gay, destructora de la familia. Esperaba aquel día con ansias, sentado en su sala, gritando en los púlpitos, respondiendo furibundo vía Twitter, vía Facebook y vía lo que sea. Dios así lo quiere. Para eso fue elegido. La familia estaba primero. Por ella había que luchar hasta la dar la última gota de sudor y de sangre si es posible. La familia lo es todo, hermanos. Dios así lo dice en su santa palabra. ¿Amén, hermanos? ¡Amén, pastor! Así es, así es. Todos debemos ponernos el escudo estos días, porque la gran lucha llegará dentro de poco. Tenemos muchos y muy poderoso enemigos, hermanos. El diablo es astuto. Cuídense de él. Anden con firmeza. Cuando llegue el día, no lo piensen más, no lo duden, no le den espacio a Satanás. Cuídense de él. Aborrézcanle como Dios manda, como aborrecemos a los maricones, porque ellos son hijos del diablo. Vamos a acabar con ellos de una vez por todas. La familia, hermanos. Piensen en la familia y en su santidad. La familia... la familia... la familia...
Un día, la chiquilla que le encantó apareció nuevamente en su vida. Justamente faltando tan poco para su gran batalla final en las calles de Lima contra los gays destructores de la familia. Apareció desde lejos, diciendo contra él las palabras que lo perseguirán para el resto de su vida: "Ese hombre se aprovechó prácticamente de mí cuando era una niña. Me violó,  me embarazó y jamás reconoció a su hija".
---FIN---
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Relato corto basado en una noticia.

Palabras Clave: fred borbor el reverendo relato corto lima per religin poltica violencia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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