Entré a una oscura habitación que tenía una puerta enorme y ruidosa. Estaba sin llaves. Dudé un poco y tras dar unos pasos prendí el encendedor para buscar algún interruptor de luz.
Fue entonces cuando una voz suave me dijo: «Si alargás tu brazo vas a encontrar una mesa y sobre ella hay velas con un platillo. Podés encender una, pero sólo una».
Extrañamente obedecí sin preguntar nada. Sin decir nada. Parecía que todo había sido preparado para mi llegada…
De pronto pude notar que delante de mí se encontraba un espejo pequeño, donde por la tenue y movediza luz de la vela apenas se reflejaba mi imagen. Y esa misma voz volvió a hablarme –esta vez desde el espejo–: «Estás regalado. ¿Te asusta entrar a tu cuarto y escuchar tus pensamientos?».