Escalones  de mentiras me subían sin reparar en mi esfuerzo. Allí, en otro plano, estaba pintado todo mi universo. 
Enredando mi cabello con alarmas, rellenando mis uñas con la carne y maltratando mis músculos perseverantes, continué escalando; ciega.
Los espejos acusadores estaban cubiertos con lienzos espesos de ingenuidad e ignorancia. Yo no ilumino la verdad, lo probable; no quiero.
¿Qué buscas? ¿no te cansas? Es inalcanzable...
No lo creo, grité enojada.
La voz me castigó con ráfagas hirientes. Me ofreció, con grandes moños rosas, justificaciones que penetraron sin enhebrar anestesia. Me inyectó pesimismo, me  succionó la fe.
Los peldaños son ahora estrechos, mi pie no entra seguro en ellos. La cuesta empinada quiebra mi cintura e inclina mi cabeza, mis ojos rebasados salpican los espejos. Aunque empañada, me veo y ya no sé si quiero seguir, mi imagen lo dice; estoy vencida. ¿Vale la pena? No lo creo. 
Las manos se abrieron doloridas, las palabras de la voz incansable peinaron mi cabello y arrancaron las dudas, mis sueños allá arriba se esfuman... ¿Son ellos? Sí, admití...pero son incalcanzables.
La voz irónica, ante mi afirmación, resonó orgullosa de su victoria. Desde arriba, con la soberbia coronando su maldad se enredó en carcajadas.
Rendida, con la sombra abrazada a mis pies, la escuché  cuando decía "No lo creo". Acabado el tiempo de lucha, con las esperanzas arrancadas, hice una cruz sobre mis sueños.