A veces recuerdo a muchas personas que un día conocí y que nunca más he vuelto a ver. Cambios de casa, cambio de colegio, curso o universidad han hecho que no  tenga ni una pista de los un tiempo fueron grandes compañeros.
No es cuestión de ponerse a picar cebolla, poner canción en violín de la Lista de schindler y ponerse a llorar para cortase las venas por muchos amigos que ya no se ven y que por el uso de las redes sociales, son una especie de “amigos fantasmas”, que por motivo de flojera o falta de tiempo ya no se visitan, siendo víctimas de la palabra que nadie quiere sufrir: olvido.
Miles de sonrisas en el corazón,  que ahora sólo son recuerdos escurridizos en brazos de nostalgia. Partidos de fútbol al estilo colegial; juegos de pasillo prohibido por los inspectores; caídas memorables; bromas chistosas, que en algún momento de tristeza hicieron reír hasta llorar.
Esos amigos incógnitos, perdidos en alguna parte, estudiando diferentes carreras, creyendo en cosas diferentes, mas con esa amistad que permanece intacta y con polvo, a la cual hay que sacudirla un poco.
Es verdad, tengo que aceptarlo. Siempre hago esas retrospectivas que me traen a la memoria miles de recuerdos, que me hacen creer que he vivido cientos de años, que he conocido cientos de personas. Pero no. Sólo he conocido unas cuantas que vale la pena recordar, que valen el tiempo para escribir.