Inmóvil, dentro del frio invernal, escondiéndome incluso de mis pensamientos.
Mis pies creaban sonidos sordos, al pisar la acolchonada nieve, que lo cubría todo como una sabana de seda.
Mis dedos congelados se asomaban por debajo de la capucha que me cubría y la que me hacia tropezar entre los arbustos, quienes me rasguñaban sin una piedad aparente.
Los pasos detrás de mi crecían, el sonido se hacia mas nítido que hacia ya unos instantes. No podía dejar de pensar, que aquel era, mi inminente fin.
Sola, dentro de las bajas temperaturas, dentro de los ecos roñosos detrás de mi.
Mis pies y manos se entumían cada vez mas, a cada instante, la sensibilidad en ellos se agotaba. Los pocos sentidos me abandonaban, dejándome desorientada y perdida, inclusive, dentro de mi misma.
Silbidos sordos que se alzaban a la lejanía, causaban estragos por doquier.
El primer residuo de calor, corría por mi mejilla, derramando un camino de hilos rojos. El segundo bajaba por mi hombro mojando mis azulados dedos. El tercero, lo sentí en mi espalda,  coronando el camino con el carmesí característico de la sangre. El contraste era sorprendente y la sangre se tornada de cristal.
Definitivamente la última había sido la mas certera.
Comencé a perder el equilibrio lentamente, a tropezar con la nieve, Los bordes de mi vista se oscurecían lentamente y las pocas melodías que me acompañaban tocaban un réquiem final para mí.
Caí por el borde, gritando con una voz que no pensé conservar para ese punto.
Deje caer mis bazos caer a mis costados soltando el libro al precipicio frente a mi.
Sabía que, por lo menos, no lo tendría nadie más que las aguas congeladas del fondo.
La lluvia de flechas me baño por completo, mi cuerpo permaneció desplomado sobre las rodillas, hasta que la fortaleza salió corriendo de él.