Una tarde gris, llena de penumbra,
Vi tus ojos tristes, llenos de amargura,
Algo teñía tu mirada de un negro profundo,
Torturaba toda tu alma, de eso no lo dudo.
 
Yo al lado tuyo, observando tu mirada,
Tú al lado mío, cortándote las alas.
Hubiese querido enlazar el alma,
Y dejarla atada en la cama.
 
Me recosté en tu pecho, escuché tu corazón,
Frío era el lecho, donde  deposité esa canción,
Acariciaba tu cabello, acariciaba tu piel,
Lo hacía con sutileza, y me sentía bien.
 
Teníamos cinco años de conocernos,
De reunirnos, de hablarnos, comunicarnos.
Siempre salíamos por golosinas a la tienda,
Era un regalo mutuo, reunión placentera.
 
Pero ese día, todo se derrumbaba,
Todo caía a mis pies, sola me dejaba.
Yo pudiéndote para siempre querer,
Y tú sin poder volar.
 
El brillo de tus ojos se apagaba,
Como el sol por la tarde que dejaba su mirada,
Nos da la espalda, y la negra niebla nos cubre,
Es lo que vi, desesperanza airada.
 
No pude contener mis lágrimas al verte,
Se me partió el alma, no imaginaba despedirme,
No quería perderte, alejarte, verte partir,
Pero poco a poco sabía, que no te podía tener.
 
¿A quien llamar hija, si no hay alma que lo sea?,
¿A quien abrazar, si no hay quien calor posea?,
¿Porque llorar, si los motivos a mi vida aquejan?,
¿Porque quedarme entonces, si sola me dejas?
 
Tu manita fría se volvió,
Inundando mi palma de dolor,
Mi interior no lo concibió,
Estaba lejos de estar a favor.
 
El llanto se hizo visible, con gritos acompañados,
Que triste fue decirte, que contigo pasé mis mejores años.
Hija mía, alma de mi alma, niña abandonada, por su  madre desamorada.
Te recogí, te alimenté, te vestí, y en mis brazos te arrullé.
 
Ahora te veo partir, con tu manita diciendo adiós,
No lo puedo entender, ¿Por qué es tan malo Dios?,
Una lección para mi, o quizá para las dos;
Pero esto no es un Adiós, solo un hasta pronto amor.