JOS SARAMAGO: LA AUTONOMA DE UN GRITO EN EL UNIVERSO
Publicado en Nov 26, 2012
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JOSÉ SARAMAGO: LA AUTONOMÍA DE UN GRITO EN EL UNIVERSO
 
En tiempo de crisis religiosa y pérdida de valores, puede entenderse que la independencia moral sea el objetivo principal del proceso de maduración de algunas personas. Aunque pudiera confundirse con la libertad, la autonomía corresponde a una realidad mucho más profunda y compleja. Se trata de la capacidad que tenemos las personas para guiarnos por aquellas leyes que nos damos nosotras mismas, porque nos parecen propias de seres humanos.
 
De esta manera, podríamos imaginar una sociedad en la que los ciudadanos respetan las normas porque tienen un miedo tremendo a los castigos de la autoridad. ¿Tendría futuro esa sociedad? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Acaso no entendemos como libre albedrío la capacidad de controlar, afrontar y tomar por iniciativa propia; decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias personales, así como de desarrollar las actividades primordiales de la vida diaria?
 
Para intentar esclarecer estas interrogantes, ningún ejemplo más categórico que la vida y obra del acucioso novelista, ensayista y crítico social José Saramago, un escritor desenfadado que ha dejado huellas indelebles en la sensibilidad de sus muchos lectores.
 
ENTRE PERIODISMO Y LITERATURA
 
José Saramago nació en Azinhaga (Portugal), el 16 de noviembre de 1922. Sus padres fueron José de Sousa y Maria da Piedade, una pareja de campesinos sin tierras y de escasos recursos económicos. Este origen precario marcaría profundamente el carácter y la tendencia teórico-política del autor. El apodo de la familia paterna era Saramago (“jaramago” en español, nombre de una planta herbácea silvestre de la familia de las crucíferas). El neonato debía haberse llamado José Sousa, pero el funcionario del registro civil cometió un “lapsus calami” (error de pluma) y lo anotó como José “Saramago”, aunque hay quienes dicen que fue una broma del burócrata, conocido de su padre.
 
En 1925, la familia de Saramago se mudó a Lisboa, tras un breve paso por Argentina, donde su padre comenzó a trabajar de policía. Pocos meses después de la mudanza, falleció su hermano Francisco, dos años mayor que él. En 1934, a la edad de 12 años, inició su educación formal en una escuela industrial. En aquellos años incluso los estudios técnicos contenían asignaturas humanísticas. En los libros gratuitos de entonces, el futuro escritor se encontró con los clásicos. Se dice que aún en sus últimos años podía recitar de memoria algunos de esos textos.
 
Saramago era un buen alumno, pero aún así no pudo finalizar los estudios porque sus padres ya no estaban en condiciones de costearle la escuela; por lo que, para mantener a su familia, el muchacho tuvo que trabajar durante dos años en una herrería mecánica. Pronto cambió de ocupación y obtuvo un cargo administrativo en la Seguridad Social. Tras casarse en 1944 con Ilda Reis, Saramago comenzó a escribir la que acabaría siendo su primera novela: Tierra De Pecado (1947) la cual no tuvo mayor éxito. Ese año nació su primogénita, Violante. Saramago escribió luego una segunda novela, Claraboya, que nunca fue publicada. Los siguientes veinte años no se dedicó a la literatura. “Sencillamente no tenía algo que decir, y cuando no se tiene algo que decir, lo mejor es callar”.
 
Saramago volvió al mundo de la literatura a finales de los 50s, después de ingresar en la editorial Estudios Cor, lo que le permitió conocer y establecer relaciones de amistad con algunos de los escritores portugueses más importantes de su tiempo. Asimismo, y para mejorar sus ingresos, comenzó a dedicar parte de su tiempo libre a trabajos de traducción de autores como León Tolstoi o Charles Baudelaire.
 
Pronto decidió colaborar como periodista en Diario De Noticias, un periódico de alcance nacional, del que fue expulsado por razones políticas. Luego, participó como crítico literario de la revista Seara Nova, y fue comentarista cultural. A su vez, formó parte de la primera dirección de la Asociación Portuguesa de Escritores, y desempeñó la subdirección del Diario De Noticias tras su reingreso. En 1969 se afilió al por aquel entonces clandestino Partido Comunista Portugués. Ese mismo año se divorcia de Ilda y abandona su trabajo en la editorial para dedicarse plenamente a vivir de la literatura.
 
La celebridad y el reconocimiento a escala internacional le llegan con la aparición de su ya legendaria novela Memorial Del Convento (1982), a la que siguió El Año De La Muerte De Ricardo Reis (1984). El trabajo narrativo de José Saramago goza desde entonces de una admiración ilimitada, que cada nuevo título va confirmando: La Balsa De Piedra (1986), Historia Del Cerco De Lisboa (1989), El Evangelio Según Jesucristo (1991), Casi Un Objeto (1994), Viaje A Portugal (1995), Ensayo Sobre La Ceguera (1996). Todos estos textos -que suscitan tantos elogios como reñidos debates- consagran a José Saramago como uno de los principales representantes de la literatura del siglo pasado.
 
José Saramago ha sido distinguido por su labor con numerosos galardones y doctorados honoris causa en las universidades de Turín, Sevilla, Manchester, Castilla-La Mancha y Brasilia. En 1998, obtuvo el Premio Nobel de Literatura, siendo el primer escritor portugués en conseguirlo. La academia sueca destacó su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. Ha recibido también el Premio Camoes (equivalente al Premio Cervantes en los países de lengua portuguesa).
 
En los últimos años de su vida, se mantuvo publicando novelas y obras autobiográficas con continuidad, destacando títulos como El Hombre Duplicado (2002), Ensayo Sobre La Lucidez (2004), Intermitencias De La Muerte (2005) o El Viaje Del Elefante (2009). A su vez, desde septiembre de 2008 el autor cultivó el ensayo de carácter cultural, político y social en su “blog”, en donde desarrolló un estilo duro y directo que contrasta con el resto de su narrativa.
 
Falleció a los 87 años, el 18 de junio del 2010, en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote, Las Palmas), a causa a una leucemia crónica que derivó en un fallo multiorgánico. Había hablado con su esposa y pasado una noche tranquila. Saramago escribió hasta el final de su vida: se dice que llevaba 30 páginas de una próxima novela.
 
COMPROMETIDO CON LA SOCIEDAD
 
En líneas generales, la obra literaria de Saramago es una reflexión poética sobre el mundo contemporáneo y sus lastres políticos, sociales y culturales. Vale decir que Saramago era un pesimista utópico: creía que el mundo podía ser mucho mejor de lo que es. Sus ideas progresistas, centradas en el Hombre, le definieron no sólo como ser humano, sino también como escritor. Su obra entera es un alegato contra la desigualdad, la injusticia social y el poder mal ejercido. Saramago era de izquierdas -“no he tenido que renunciar al comunismo para llegar al Nobel”, dijo en el discurso de aceptación del premio.
 
Afiliado al partido comunista, y a pesar de los éxitos literarios, Saramago no dejó jamás de implicarse en asuntos sociales y políticos. Quizá por su activismo eligió como compañera desde hace 25 años a la también periodista sevillana Pilar Del Río. España y Portugal unidos en un matrimonio que a Saramago le habría gustado llevar hasta el altar de lo político. “El hombre que se atrevió a decir no”, ése podría ser un buen epitafio para él -en estos tiempos en que los medios de comunicación, más que nunca, nos impelen a decir que sí.
 
La novela Ensayo Sobre La Ceguera, además de ser una pieza literaria extraordinaria, es una obra sociológica que nos plantea situaciones que nos hacen analizar los patrones de conducta y la estructura de la sociedad con el fin de cuestionarnos, mostrando nuestro comportamiento como una parte sumamente importante para la formación de la sociedad. Así, nos plantea una situación muy peculiar, el tema en torno al que la obra gira -la ceguera.
 
Según el escritor y semiólogo Umberto Eco, quien prologó la edición italiana de la antología de Saramago El Cuaderno (2009), el autor portugués cuidaba la puntuación “hasta el extremo de hacer” que desapareciera y, en su crítica moral y social, no afrontaba “los problemas de frente” sino que los rodeaba “bajo las formas de lo fantástico y lo alegórico”. “Saramago hace que el lector viaje en una niebla láctea en la que ni siquiera los nombres propios dan una señal claramente reconocible”, añadió el notable catedrático italiano.
 
La obra de José Saramago sustenta planteamientos muy acertados. Su manera de escribir, bastante descriptiva -y aunque algunos hayan catalogado a la obra como un poco morbosa, grotesca o sucia-, ilustra la consabida frase “el fin justifica los medios”: el autor utilizó este método descriptivo porque su obra así lo ameritaba. A los detalles que da el escritor luso, a pesar de no ser gratuitos, no se les debería dar tanto énfasis, ya que no son el tema principal del texto, si bien lo enriquecen (solamente describen los hechos, para una mejor comprensión del contexto).
 
APOSTASÍA ABIERTA Y DECLARADA
 
Desde el punto de vista temático, el asunto religioso es como un hilo conductor que atraviesa toda la obra saramaguiana, implícita o explícitamente. Así, desde algunos textos incluidos en su libro Los Poemas Posibles (1966) hasta su Ensayo Sobre La Ceguera, observamos la importancia que el portugués confería al problema de Dios y de la religión. Del mismo modo, son frecuentes a lo largo de toda su producción las resonancias bíblicas, ya sean citas o alusiones indirectas. La lucha contra los fundamentalismos religiosos y políticos es el mejor antídoto contra la violencia en nombre de Dios. En esa lucha no violenta estuvo comprometido Saramago de pensamiento, palabra y obra.
 
“Dios es el silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio”. Saramago compartió con Nietzsche la parábola de Zarathustra y el apólogo del Loco sobre la muerte de Dios, y quizá hubiera puesto gustosamente su rúbrica bajo dos de las afirmaciones nietzschianas más provocativas: “Dios es nuestra más larga mentira” y “mejor ningún dios, mejor construirse cada uno su destino”. Quizá coincida también con Ernst Bloch en que “lo mejor de la religión es que crea herejes” y en que “sólo un buen ateo puede ser un bueno cristiano, sólo un cristiano puede ser un buen ateo”. Su vida y su obra fueron una lucha titánica contra Dios a brazo partido que terminó en tablas, sin vencedor ni vencido.
 
Tras estas observaciones, Saramago no podía menos que estar de acuerdo con el testimonio del filósofo judío Martin Buber: “Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada... Las generaciones humanas han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada, y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre...”.
 
En su diario, publicado con el título de Cuadernos De Lanzarote (1993-1995), descubrimos frases tan explícitas como ésta: “Dios no necesita del hombre para nada, excepto para ser Dios. Cada hombre que muere es una muerte de Dios. Y cuando muera el último hombre, Dios no resucitará”. El propio autor declara que le sorprende que se hable tan poco de Dios, para afirmar a continuación: “Tengo que hablar de Dios en cuya existencia no creo (...). No creo en Dios, ni en la vida futura, ni en el infierno, ni en el Cielo, ni en nada”. Pero añade: “yo no puedo decir en conciencia que soy ateo, nadie puede decirlo, porque el ateo auténtico sería alguien que viviera en una sociedad donde nunca hubiera existido una idea de Dios, una idea de trascendencia”.
 
Está claro que el autor ve, al modo de Nietzsche o de Sartre, una contradicción entre plenitud y libertad humanas, y la existencia de Dios. De ahí que, reivindicando para el Hombre una autonomía radical, éste es considerado como único señor de su propio destino, instituyendo una “nueva religión”, enteramente laica, que vincula al Hombre ya no con Dios, sino con los otros hombres. A partir de aquí, el discurso de Saramago aparece como un humanismo utópico, que llevaría a una sociedad justa y fraterna.
 
Su vida fue todo un ejemplo de ética solidaria, y el final no le asustaba. “La muerte es simplemente no haber estado”, solía decir a menudo. Acertó estrictu sensu en cuanto a que, si no hubiera estado, la historia de la literatura no sería la misma. Con la muerte de José Saramago, se va no sólo uno de los mejores y más ácidos escritores del siglo XX y de comienzos del XXI, se va también un hombre comprometido con la sociedad en la que le tocó vivir.
 
Independientemente del lugar que el futuro reserve a José Saramago en la historia literaria, es innegable que este autor es, desde hace ya más de quince años, uno de los escritores más leídos, primero en Portugal, después en España, y actualmente también en muchos otros países. Incuestionable también es el hecho de que Saramago, afincado en España desde 1992, ha logrado crear un estilo personal que lo lleva, por ejemplo, a prescindir de la mayoría de los signos de puntuación, circunstancia que él vincula con la tradición oral.
 
No nos toca juzgar aquí a José Saramago como ser humano, que siempre se ha mantenido fielmente dentro de lo que él entendía como un compromiso por el Hombre desde los postulados comunistas, sino que tratamos de analizar su producción literaria. Además, sabemos que procede de una familia no religiosa -y socialmente muy humilde, como a menudo recuerda él mismo-, y que nunca ha sido católico, por lo cual no podemos trazar una evolución personal en este sentido.
 
No obstante, todo lo anteriormente dicho no le quita a José Saramago el mérito de su denuncia de la opresión, la injusticia y la mentira; y de su defensa de los perdedores de este mundo, conceptos a partir de los que, tal vez, se podría salvar “religiosamente” parte de la obra de Saramago. Algunos de los valores humanos que reivindica -sólo algunos, pues él realiza su propia selección- son valores cristianos, aunque él no lo entienda así, situándose siempre dentro del ateísmo y el anti-clericalismo militantes.
 
De cualquier modo, José Saramago fue en vida un paradigma de determinación y confianza en sí mismo. Su obra fue un estandarte de solidaridad para los ninguneados, desposeídos y víctimas de unos gobernantes que hacen todo lo posible por hacer del Hombre una criatura miserable y minusválida -en un sistema que estruja los más delicados engranajes de esta sociedad que reclama tanta consideración. A pesar de todo, es el sentir de sus lectores reconocer cada libro suyo como un grito de fortaleza en el espacio, un grito cuyo eco perdura y llega finalmente hasta nosotros.
 
Jorge Antonio Buckingham
 
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JOS SARAMAGO: LA AUTONOMA DE UN GRITO EN EL UNIVERSO

Palabras Clave: Saramago autonoma grito universo

Categoría: Artculos

Subcategoría: Curiosidades



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