Los Ruralistas (captulo 06)
Publicado en Aug 07, 2009
Prev
Next
- VI
Bajando
 
La crecida bajaba (ahora) lenta, arisca, como en una modorra; el viento ya no estaba; el cielo amarillo se colaba entre las nubes. Maurissio y Facundo volvían a casa en la balsa del abuelo: el viejo había salido a buscarlos y los había hallado en la torre abandonada: cansados, famélicos. La chancha estaba a salvo...
            Muchachito´e´mierda, gruñía el viejo, remando, lunático y amanecido.
            Los muchachitos callaban, cabeza gacha.
            Muchachito indolente, sinvergüenza, haragane´e´mierda pué.
            La balsa avanzaba sobre la ribera vencida, postrada en el agua. El sol blanco del invierno apenas se filtraba, timorato, arriba, en la mañana. Todo inundado, nefasto. Todo. El abuelo llevaba la balsa en un deslizamiento quejoso, tirado en el barro y la corriente del arroyo; sorteaba, ducho, experto, embutes en la bajada; y cacareaba a los gritos:
            La chancha ta viva´e´milagro pué, decía. Y aura´va´ve en cuantito agarre el´arriado´ en las´casa, ¡ay´sí ché! ¡ay´va´ve lo qu´es güeno! ¡ay´va´ve cuánto pare´son tres bota´!
            Los muchachitos tiritaban, sordos, envueltos en frío y miedo.
            Facundo lloriqueaba.
            Boyando, llena, la osamenta hedía en la inundación: cuerpos animales corrompidos, apestando sobre el agua revuelta. Y el clamor de los pájaros, asustados, en ronda loca contra el cielo. Y el monte entristecido.
           Sudestada.
           En la retranca.
 
 
El Negro Molina y el Indio McKensy avistaban la inundación en el mangrullo mayor del Sindicato Molinero. Contemplaban el monte anegado, opaco, el impenetrable monte de los Kilmes. Sabian bien que allí, abajo, en algún lugar entre aquel amasijo de la naturaleza vivía Doña Perla, la curandera de Villa Nueva.
            A ella buscaban.
            Molina recordaba frescas las palabras del Padre Luís en la parroquia hablando de Doña Perla, la anciana "sanadora" de Villa Nueva: Una mujer al servicio de Dios, explicó el sacerdote. Una de esas criaturas a quien Nuestro Señor, en su infinita sabiduría, acepta en su Reino. Explicó el sacerdote que la mentada Doña Perla sanaba en la gracia de Dios: aunque hay algo más, advertía: Ésta cristiana ha sabido penetrar en otros cultos. Y citaba: la brujería africana, mestiza, y los güalichos de la indiada infiel.
            A ella buscaban.
            Buscaban escarmentar a los ruralistas...
            El Indio McKensy peroraba en cómo mierda iban a encontrar el rancho de la vieja en medio de aquella selva hundida en el río. Cómo, se preguntaba en voz alta, caminando en círculos como un perro. El Negro Molina se remordía los labios, chúcaro, y mascaba un palillo. Miraba el monte en lontananza.
            Animoso, el sol se abría en el cielo.
El mangrullo del abuelo se elevaba duro a la vera del monte: como auténtico bastión: mamotreto en tronco y chapa: estribado en un antiguo catafalco ferroviario.
            La lancha Municipal corcoveó fofa saliendo entre los matorrales. El Negro Molina y el Indio McKensy se impostaban a proa, perentorios. El abuelo asomó en el mangrullo, alerta, y miró desconfiado.
            En qu´anda´aciendo vo´acá, ché Negro, gruñó el abuelo.
            El Negro Molina dijo que andaban buscando el rancho de Doña Perla, que era un caso de urgencia, que por favor los guiara hasta el lugar, que sería bien recompensado.
            El abuelo rió burlón, grotesco, carcajeó y se golpeó en la boca. Después clavó la mirada en Molina, y dijo: Pe´andi´ay che´vo´, Negro ladino, ¡ande te vo´a lleva´ a la mesma mierda, sabandija! ¡hijo´e puta!
            Dale, viejito, no te haga´ el sota qu´vó me anda´ debiendo algún qu´otro favorcito, replicó Molina.
            Pero en ese momento el abuelo ya era todo una furia:
            Ajá, sí, mira´vó ché Negro enbustero en qu´ la puta madre qu´...
            Entonces intervino McKensy; el Indio chapeó la chapa Municipal y habló llano y severo, advirtió que éste era un asunto oficial, que estaba en juego el destino de la patria, que la salud de Primera Dama corría peligro, que si no colaboraba de inmediato iba a ser detenido y procesado por obstruir el ejercicio de la justicia.
            El desprevenido anciano alcanzó apenas a entender la mitad en toda la perorata de McKensy. Pero fue suficiente como para acobardarlo y someterlo gentil a consumar el pedido del Negro y su amigo Municipal.
            Ta´bien, compañero, ta´bien, dijo. Esto´ muchachito sabrán llevarlo mijor qu´yo.
            ... Maurissio y Facundo sonrieron cordiales.
 
 
Doña Perla escuchó fascinada el relato de McKensy y Molina. Escuchaba en la cabina de la lancha Municipal. El rancho de la vieja yacía bajo la crecida; sus hijas (ahora) montaban toldería en la cima del monte. McKensy y Molina dijeron todo, simples, mansos, entramaron detalles, pormenores del caso, se mostraron sensibles, y solicitaron ayuda a la curandera.
            Doña Perla dijo: Quiero tocarlo, quiero tocarlo...
            McKensy no entendía.
            Quiero tocarlo, insistía.
            Molina entendió en un pasmo: Usté dice esto, dijo, y alcanzó a la vieja unas pilchas del pái.
            Doña Perla tomó entre sus manos las prendas impúdicas que le pasaba el Negro; las apretaba en su regazo, las retorcía, como si exprimiera una pulpa, se enterraba en la intimidad de cada paño. Enardecida. Olisqueaba. Cerraba los ojos.
            Molina susurró en la oreja de McKensy: Esta pilcha la robé del Bandeiro, son trapos sucios que usó el pái ese en el viaje.
            McKensy aprobó en un guiño.
            Cositas del oficio, vió, dijo el Negro.
            McKensy sudaba...
            El trance de Doña Perla se alistó en un letargo excitante, afiebrado, la vieja relamía las prendas del forastero, gozosa, gemía indecencias, blasfemas, y guasas, y muecas, como lobizón en luna llena, desencajada. Entraba en convulsiones.
            McKensy y Molina comenzaron a impacientarse, perplejos.
            El espectáculo apabulló dos tres minutos.
            Hasta que la vieja puso los ojos blancos, y se desplomó en un vahído.
 
 
Página 1 / 1
Foto del autor Martin Fedele
Textos Publicados: 46
Miembro desde: Apr 16, 2009
0 Comentarios 649 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Ruralistas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy