-¡Qué fácil llamar amor a la lujuria para justificar, con metáforas, su presencia! Qué difícil transformar la lujuria en amor, sin metáforas. El cuerpo es mi mejor argumento, dice el alma. El alma es mi mejor argumento, objeta el cuerpo. 
  - Yo también.
 
  -Yapam es la mariposa que se acerca, aletea un momento cerca de ti y luego se va. Yapam, como  abeja enredándose entre tu cabello y quedándose ahí, zumbando, susurrando algo...Ni siquiera con tus manotazos se aleja. Es hacer igual con el nombre de Dios en tu boca. Con el mantra que te deleita.
  - Yo también.
 
  - Creo que en gran parte de actos públicos,  conferencias académicas,  exposiciones doctorales, recitales de poesía, charlas sobre nueva era, inducciones para el crecimiento personal, etc, etc, etc, etc y etc, la gente aplaude al final no tanto por cuanto dijo el expositor, sino porque concluyó su exposición.
  - Yo también.
 
  - Cuando escucho a determinadas personas hablarme, saco un libro y me dedico a leer frente a ellas. Es el tiempo más íntimo que tengo para hacerlo porque la otra persona está tan entretenida hablando de sí misma, de su pasado, de su futuro y su presente,  que me concede suficiente espacio y  tiempo para mí mismo.
  - Yo también.
 
  - Hazle creer al pez que él es el pescador. Carnada efectiva y productiva. Tal estrategia, claro está, con peces sagaces. Con los otros, con pececillos del cardumen, ni siquiera la carnada es necesaria. Ellos se consideran singulares cuando muerden el anzuelo o, por lo regular, entran solos a la red. El cardumen, busca siempre el cardumen.
  - Yo también.
 
  - A todas las estupideces que hables, para impresionar a tu público o a tu interlocutor, mézclale ideas sociales. Habla del tema de la solidaridad humana, de las inclusiones de todo tipo, del amor al prójimo, para conmover al auditorio. Si mezclas un poco de discurso vacío, la impresión será mayor porque  van a considerarte un hombre inteligente. Persona bien informada.
Desde el principio debes ostentar los títulos que posees, aunque no tengas ninguno o el que tienes no te sirva para nada en la vida práctica. Si no te da resultado, emplea entonces argumentos e ideas en torno a  valores humanos,  trae a colación las  virtudes del cristiano y habla de espiritualidad. Introduce a Dios en cualquier lugar. Él no opondrá resistencia y puedes conmover a los más apáticos. Cuando se te acaben los argumentos, recurre a frases donde por algún sitio emplees la palabra Dios.
Nadie escapará a la contundencia ideológica y retórica de tu discurso. Pero lo mejor de todo: serás el primer convencido de las idioteces que hablas.
  - Yo también.
 
    - Descubre el asqueroso sabor de su vómito  cuando advierte el gesto de quienes se ven obligados a saborearlo, a degustarlo y  tragarlo. Esta es la imagen para describir la situación del escritor que se atreve a mostrar su vida contradictoria e íntima, de manera pública, mediante su poesía o su prosa. Del escritor que tiene algunos lectores quienes, de una u otra manera, lo aprecian, le regalan parte de su tiempo y su vida a leerlo.
  - Yo también.
 
  - Cuando hablen como escriben les creeré un poco de cuanto dicen.  Lo grave es que si hablan como escriben, no estaré nunca en disposición de escucharlos y mucho menos de leerlos para hacer el esfuerzo de apreciarlos un poco como personas o como escritores. Me sucede con los escritores convertidos en divas litrarias. Me ocurre con frecuencia con  escritores foráneos que visitan mi pueblo con poses capitalinas. Señores de la megalópolis esperando reverencias del escritor provinciano, de quienes no tienen contratos con los tiburones  de la edición masiva.
  - Yo también.