En tu interior no habitan dudas. Y eso hace que te tema. Observo tus ojos claros con la intención de descubrir un laberinto, pero la belleza desnuda no dice nunca que hay algo más. Y en tu falta de relieves me acobardo, cuando antes me seducían hasta hacerme perder. Tus labios ya lo han dicho todo en cuanto a nuestra historia y ahora descansan mansos, indiferentes a los míos que se han quedado a un palmo de lograr lo que ellos lograron. Temo olvidar esa piel en el transcurso del tiempo que echa lluvias de cosas absurdas sobre uno. Y dejar de percibir tu sudor en la memoria. No sé si ésta es la última vez en que nos acostamos, pero ahora al rodearte con los brazos y apretarte contra mí siento la desoladora sensación de que ya no te llevo, de que no voy a conseguir sacar nada de tu bello cuerpo, dócil, silencioso y opaco.
No vale la pena que nos esforzamos hurgando unas migajas de sexo en nuestros cuerpos, no sirve de nada caer más bajo. Es cuando te digo:
-Sabes que lo sé.
Asientes con la cabeza y comienzas a vestirte. Una hora después me estoy masturbando lentamente, ahora en que aún tengo bien presente toda tu hermosura. Además, no hay prisa: tras de ti no viene nadie.