De pronto mamá me habla,
Me sacude por los brazos,
¡Vístete, pequeño! , dice,
ahogada, en su propio llanto.
No, mejor no. No hay tiempo.
¡Cúbrete con éstos trapos!
Escóndete aquí y no salgas,
¡Por Dios, jura, que harás caso!
Corre mi madre. Estoy quieto,
corre escaleras hacia abajo,
Oigo, gritos, disparos, silencio,
ruidos, risas. Están jugando…
Silencio. Alguien llama: niño,
te estamos esperando…
Ya terminó el juego, querido,
ven, amor, ven hacia abajo…
Me digo a mí mismo, que no.
Por esta vez, haré caso…
Mamá, me lo dijo bien,
Y me quedó muy claro…
No salgas, amor, hijito mío.
Yo, no soy un niño malo.
Puedo cumplir mi promesa,
Soy valiente y arriesgado…
Me llaman dos y tres veces,
Ahora, parecen enojados,
Ya no se oyen divertidos.
Se oyen, unos ruidos raros…
Los pasos, cada vez, se acercan,
Más y más, pasan al lado…
Para colmos, mi dragón “Ignacio”,
Está dentro del armario…
¡Ay! si pudiera traerlo…
Y en su lomo, ir volando,
Y bajar, a ver qué pasa,
Porque, nada escuchamos…
Si mis guerreros de Iridio,
no estuvieran guardados…
Los enviaría en misión,
y sabría, que pasa abajo…
Los pasos se hacen más fuertes,
Lentos, se van acercando…
Las luces van encendiendo,
Como diciéndome algo…

Uno habla y se enfada,
Parece, que por la radio,
Y grita, grita e insiste,
Y vuelve a decir cambio…
Somos nosotros tres.
¿Qué pasó, con los cuatro?
¿Se los tragó la tierra o
los juguetes los atacaron?
Los veo, están ahí.
Están entrando en mi cuarto.
Abren de pronto el ropero…
Y hace su parte “Ignacio”.
Mis soldados se presentan,
dicen, “Objetivos, eliminados”
sus padres están abajo,
los señuelos, destrozados…
Mañana le entregaremos,
un reporte de los daños,
me dicen mis soldaditos,
y el dragón lame mis manos.