Integrada al gris del otoño, la luz del paraje te materializa.
Los elementos se hacen y te conmemoran y buscan acercarse a tu sombra.
Tú estás ahí, de pie, saliendo de las integridades, remota y desnuda.
El corazón te es como una ámplia flor que se yergue y palpita en tu mano.
Yo quisiera entrar en el cauce que lleva a la imagen misma que te rememora.
Tocar esa piel entrañable con visos de canela y silueta de camelia.
Llegar hasta esos miembros enfundados de luz de donde nacen visiones primorosas.
Girar en torno a ti como el eje de un rayo incipiente que se glorifica en tus caderas.
Ser al lado tuyo y volverse renuevo, y llover sobre enigmas y telas siempre blancas.
Tienes dos espejos que te hacen de ojos: Ellos absorben tu tristeza nómada.
Tienes una boca en la que se abre el vino y vienen a beber alejados cortijos.
Minuto a minuto eres más real y las indefiniciones no tienen en ti más que carencias.
Y en tus brazos traes lo que le regalarás al mundo y a quien nadie le sobra: Tus amores.