47 Minutos (1 parte)
Publicado en Jan 26, 2011
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  "5 minutos más"  pensó mirando el reloj. 
Comenzó a guardar enérgicamente sus pertenencias en el pequeño maletín que siempre traía consigo, aquel que usaba siempre cruzado y  le hacia lucir un poco iluso y torpe.
Algunos lápices golpearon el suelo varias veces  antes de que fuese capaz de  guardarlos todos, junto con su cuaderno de notas y el excesivamente grueso libro de literatura.
Todo el día esperando aquel momento, no veía la hora de poder finalmente salir de ahí.
"3 minutos solamente"
En un reflejo de impaciencia, comenzó a golpear con su pie el suelo y con sus dedos la mesa al ritmo de una misma melodía, ese pegajoso y difícil de olvidar tema que había escuchado en la mañana antes de salir de su casa y que lo había acompañado durante tantas horas hasta este momento.
Observó como el resto de sus compañeros comenzaban a revisar  relojes y celulares; y que  posterior a esto, emprendían la agradable tarea de guardar sus cosas antes de finalmente regresar a casa.
 Los rumores de lo pronta que se encontraba  la hora de salida bajaron desde el fondo del salón, dejando tras de si una sensación de alivio e impaciencia, hasta llegar a los oídos del profesor, el  cual quitándose los anteojos y guardándolos en el bolsillo de su chaqueta dio por terminada la ultima clase de ese frío viernes otoñal.
Salió tranquilo y relajado, sabía que aun tenía unos minutos antes de encontrarse con ella.
Caminó por los pasillos repletos hasta llegar finalmente a la puerta de salida y ajustándose la bufanda, cruzó aquella línea imaginaria que separaba los estudios del relajo.
Se detuvo en una pequeña tienda y verificando que aun tenía tiempo, entró. Compró un café con un demasiado leve sabor a vainilla, pero estaba lo suficientemente caliente para abrigarle un poco, compensando  su falta de sabor con un reconfortante  olor a café recién molido que emanaba al soplar un poco.
Al asegurarse de que efectivamente no había olvidado nada sobre el mesón de la tienda emprendió nuevamente camino hasta la esquina donde todos los días solían encontrarse.
Aquel encuentro era lo que le mantenía despierto, funcionando todo el día. Era su razón para levantarse cada mañana a pesar del frío, el sueño, el cansancio y el hambre.
Meses hacían desde la primera vez que la vio en esa misma esquina y desde entonces la rutina nunca había cambiado. Le tomó  algunos días adecuarse y reconocer totalmente el horario, pero al cabo de una semana ya estaba todo planeado y desde entonces, a menos de que se encontrara enfermo, no faltó nunca al encuentro de las 18.45 en la esquina sur del campus.
18.47 y ahí se encontraba ella.
Oculta debajo de capas y capas de ropa solo su rubia cabellera parecía destacar entre todo el gentío.
Se situó justo detrás de ella, al parecer con un movimiento un tanto brusco, ya que al sentir su presencia ella le miró un poco sorprendida y posterior a esto, al notar que se trataba de él, le sonrió.
Cortés y en silencio él le devolvió la sonrisa, y al percatarse de que el semáforo había cambiado ambos emprendieron su caminata diaria en dirección al metro.
La estampida de gente caminaba en hilera como siguiendo a un solo líder a través de las grises y mojadas calles.  Una ráfaga de viento cruzó las ramas de los árboles a la orilla de la vereda dejando caer por sobre todos los que por ahí caminaban una lluvia de hojas grises y anaranjadas. Notó como este viento frío había estremecido el cuerpo de su compañera, pensó en ofrecerle su chaqueta o su bufanda, pero luego cambió de idea. Era verdad que llevaban meses haciendo juntos ese recorrido, pero aun no sentía la confianza, la seguridad en si mismo para dar un próximo paso. Al notar que ella sacaba una bufanda de su mochila se sintió mas tranquilo y continuó caminando detrás de ella con una sonrisa.
Ella caminaba a paso extremadamente ligero, por lo que debió hacer un doble esfuerzo para mantener el ritmo y caminar junto a ella. Antes de conocerla solía marchar rápido a través del laberinto de gente, tratando por sobre todo evitar los altos, los semáforos y las inoportunas desviaciones. Es verdad, nunca tuvo problemas de puntualidad, nunca debió correr los últimos tramos y jamás fue victima de su reloj, pero ¿Cuanto era lo que se perdía realmente? Ahora que caminaba con calma, preguntándose si era realmente necesario hacer el siguiente movimiento, se percataba de la cantidad de elementos que pasaban desapercibidos siendo que estaban junto a él en todo momento. ¿Valía la pena llegar 10 minutos antes a su casa en medio de la oscuridad, caminando como un ciego a través de las calles, cuando podía no transitar, no caminar, no dirigirse hacia algún lado, sino que hacer de aquel trayecto el verdadero viaje, que su casa no fuera el destino y que aquellas calles fueran la verdadera razón de su andar?
¿Quién habría dicho lo difícil que es mantener el paso lento?
Al principio fue todo un desafío. Lograba mantener un ritmo lento algunos pasos, pero luego sentía el viento golpear con mas fuerza su rostro, veía el paisaje moverse mas rápido alrededor suyo y oía cada vez mas seguido sus pasos retumbar en la  acera.
Cuando al fin logró mantener un ritmo constante surgió un nuevo obstáculo, una irritante y  molesta distracción. Nunca antes se había detenido a pensar lo fastidioso que podía llegar a  ser el sentimiento de apuro, escuchar y sentir paso, tras paso, tras paso, el sonido y las vibraciones que iban desde las personas que caminaban detrás de él hasta sus propios pies. Saber que con cada paso, con cada ligera, casi imperceptible aceleración, intentaban presionarle asegurándose de que se haría a un lado o finalmente trataría de caminar más rápido. Con una sonrisa desafiante llegó varias veces hasta el punto de incluso detenerse precipitadamente, tan solo para demostrarles  que no pensaba hacerles caso. Con aquella misma desafiante y satisfactoria sonrisa había recibido con gusto todos los empujones, pisadas y ademanes que la gente le había propinado al pasar por su lado, alejándose lo más rápido posible sin quitarle la vista de encima.
Pensar que él había sido uno de ellos.
Pero el tiempo pasó y tomando cada pequeña ida como una práctica ahora era todo un experto en el arte de caminar despacio, viendo, escuchando y sintiendo, sin prestar atención al resto de las personas.  Excepto a ella.
Volviendo a la realidad se percató de cuanto tiempo y trayecto había pasado en medio de todas estas divagaciones.
Se alegró al ver que ella al parecer también caminaba absorta en sus pensamientos. Aquellos momentos en silencio no habían sido incómodos como solían serlo con otras personas, el silencio dulce entre ellos era la mejor parte del viaje.
Doblaron a la derecha en la esquina.
Ahora ante ellos se observaba un camino de a lo mas cuatro cuadras hasta el metro, en el cual se alzaba en hilera un matiz verde intercalado proveniente de las diversas tonalidades de los enormes y ancianos plátanos orientales.
Observó maravillado los restos de las hojas caídas en el suelo. Luego levantó la vista al cielo, para observar las que aun permanecían en los árboles y notó como el cielo terminaba de nublarse.
Preocupado dirigió una rápida mirada a su compañera y luego a su reloj. ¿Qué era lo que la mantenía tan ajena al resto del mundo?  Con la vista perdida en el horizonte y los labios apretados parecía no percatarse de la inminente lluvia que se dejaría caer en algunos minutos, y si es que lo notó, los sucesos de aquel día parecían tener mayor importancia en ese momento como para preocuparse por unas miserables gotas.
Sus ojos comenzaron a brillar y su nariz enrojeció.
¿Lloraría tal vez?
No, nada de eso. 
Demasiado tiempo haciendo ese mismo recorrido como para saber de sus alergias.
Un estornudo confirma aquella (ya muchas veces comprobada) teoría.
Buscó dentro de su bolsillo algún pañuelo para ofrecerle, pero ella se le adelantó y retirando algunos de su bolsillo los llevo hasta su nariz. Luego se cubrió la cara con su bufanda.
Ella lucía feliz... y tan hermosa.  ¡Cuanta satisfacción le causaba verle feliz!
Con una sonrisa revisó nuevamente la hora. 18.58
Oscurecía y algunas ligeras gotas comenzaban a caer.
¿Qué importa si llueve? ¿Qué importa la hora?
Ella está feliz.
Siguieron caminando por las veredas rodeadas de árboles bajo el cielo gris, aquel parecía ser la continuación grisácea de la acera y los edificios cercanos.
Una ráfaga de viento levanto las hojas del suelo en un remolino al costado de la calle y sopló las leves gotas de lluvia hasta sus rostros.
Sintió un dulce aroma, leve y pasajero, pero que logró despertar aquel intenso sentimiento. Su perfume siempre lograba cautivarlo, ese dulce aroma a manzana nunca pasaba desapercibido.
Cerró por un momento los ojos y retuvo ese olor en su mente. ¿Qué se sentiría poder besar su cuello?
Ajustó nuevamente el cuello de su abrigo para protegerse del frío.
Justo a pocos pasos de llegar al último cruce antes de la entrada al metro ella se detuvo abruptamente.
Se inclino delicadamente ante el tronco de un árbol que parecía estar a la espera de su primer invierno.  
Él la observó por unos momentos y decidió que era el momento perfecto para encender un cigarrillo.  Se apartó un poco de ella, y dándole la espalda saco de su bolsillo una cajetilla (ahora vacía) y un encendedor de plata grabado que había comprado hace poco. Coloco su mano alrededor del fuego para que el viento no lo alcanzara y de una sola inhalación encendió el cigarro mentolado.
Para no parecer extraño ahí de pie sin hacer nada optó por  agacharse y abrochar sus zapatos, es decir, fingir que abrochaba sus zapatos ya que estos estaban completamente sujetos. No había manera de parecer inoportuno, ya que de todas formas el semáforo estaba a punto de cambiar y marcar rojo.
Mientras estaba encorvado sobre sus rodillas, no perdió oportunidad de dirigir unas discretas miradas hacia su compañera. Sin prestarle atención a nada ni a nadie, ella se encontraba concentrada en extremo en lo que parecía ser la nada.
Miró intrigado brevemente y bajó la mirada, no quería ser descubierto espiando.
Se encontraba con la mirada perdida, como si no observara nada en especial, pero a la vez, sintiera y formara parte de todo. Sus ojos brillaban y aun estando entrecerrados demostraban un asombro y una dicha incomparable. Bajaba la mirada cuando sentía que alguien pasaba cerca de ella o la rozaba levemente y mirando al suelo, sin ver realmente, coquetamente sonreía.
Preocupado por lo que había logrado percibir decidió terminar con la inútil tarea de abrocharse los zapatos y quitando el cigarro de su boca con una mano, se levantó.
Ella estaba feliz, soñadora, risueña...romántica.  Y él no había tenido nada que ver con esos sentimientos.
Se encontraba ahí de pie junto a ella, disfrutando, gozando de su felicidad, compartiéndola, y a la vez, odiando cada gota de aquella alegría de la cual no podía llamarse responsable.
Se sintió ridículo, avergonzado al darse cuenta de lo celoso que se encontraba en ese momento.
¿Cómo sentir celos por algo que nunca había poseído?
A veces sentía ese impulso incontrolable de abrazarla, sin decir nada, simplemente extender sus brazos y que ella entendiendo la indirecta lo rodeara con sus brazos frágiles y apoyando la cabeza sobre su pecho lo abrazara, y que sin necesidad de aplicar fuerza o resistencia alguna no lo dejara escapar jamás y él a su vez, fuese incapaz de marcharse.
Esta era una de esas veces. Pero nuevamente se privaría de sentir su calor y de entregar su cariño, cediendo ante la posibilidad de parecer extraño, impulsivo y de caer en la vergüenza.
Dirigiendo una mirada rápida al semáforo de enfrente notó como la luz verde desvanecía y daba paso a la amarilla. Pronto tendrían que cruzar  y ella aun se encontraba en trance, de pie encorvada sobre aquel débil tronco.
Decidió darle espacio. La luz había cambiado y no quería dar la impresión de estarle presionando, así que se paró al borde de la vereda para terminar su cigarro. Al voltearse, comprendió por que ella aun no se movía.
Se encontraba agachada con las rodillas flexionadas, buscando enérgicamente algo en su mochila.
Sacó de ella un cuadernillo de dibujo, el cual daba la impresión de estar o muy viejo o muy usado. Era de tapa gris y se encontraba completamente cubierta de dibujos y escrituras hechas a lápiz, brotaban de ella por todas partes puntas de hojas, dobladas y poco cuidadas, sin mencionar el hecho de que la tapa trasera se encontraba doblada y a punto de desprenderse.
No era primera vez que hacia esto.
Unas cuantas veces había hecho lo mismo, con edificios, personas, escenas, todo lo que le llamara la atención era digno de ser retratado.
Alzó la mirada e intentó descifrar que era lo que dibujaba esta vez.
Al aplicar un poco de color quedo claro de que se trataba: Junto al desvalido tronco se encontraba una fina cadena sujeta a un medallón igualmente pequeño.
Tantas personas habían transitado junto a él y solo ella lo había notado.
No parecía ser muy valioso, pero el contraste que otorgaba sobre la fría y gris acera era lo verdaderamente admirable.
Disfrutaba viéndole dibujar, encontraba tierna la expresión que ponía al concentrarse.
De seguro algunas de las personas que pasaron junto a ellos encontraban un poco graciosa la escena, o por lo menos curiosa, pero él no. Aunque no lo hacia muy a menudo él sabía muy bien cuanto disfrutaba dibujando: debajo de la expresión de concentración, con los ojos entrecerrados y los labios fruncidos, él había logrado distinguir una marca de felicidad y satisfacción. Siempre que se sentaba a dibujar, fuese en un banco, en la calle o sencillamente de pie, se podía sentir alrededor de ella una sensación de disfrute y nada se comparaba con su sonrisa al ver el trabajo terminado...
 

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Descripción

pequeo texto que he escrito...espero que les guste y comenten :)

Palabras Clave: caminata romance dibujo metro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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