Después del último millón de años de tifones y huracanes,
más tarde aún que las lluvias eternizadas en milenios,
más acá de la interminable soledad,
y del hueco que deja la historia de la nada.
Mucho después de los silencios sin preguntas
que son aún más ausentes de sonidos
que los silencios sin respuestas.
Cientos de miles de años después
del último beso
de la última escena de amor
de que existan nombres que puedan decirse con susurros
y que haya alguien que acaso      los pronuncie.
Cuando el planeta sea una piedra arrojada al universo
y su órbita tan impredecible como las olas
en medio de tanta desazón
con un sol minúsculo
entibiando playas
vacías de caracoles
Detrás de las piedras
rasguñada por espadas de luz
prometiendo supervivencia.
Escondida bajo un montículo mineral sin latidos
en el suburbio de una metamorfosis de amor
de hucha y de nido subterraneo
la flor se abre paso a la utopía
y le pone nombre y voz a un recuerdo
todavía no tiene color, ni olor ecuestre, ni aroma alguno
pero tiene un fluir de sabia propia y pretende lo máximo
pretende vivir
y repetir aquel último beso
aquella última historia de amor
y ser flor
      tan sólo
           una bella flor