La cacera de Florencio Espiro (captulo 19)
Publicado en Jun 12, 2009
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- IXX
La caída
 
            ─Qué mierda está pasando, Barceló. Este despelote es inadmisible.
            ─Todo está bajo control, señor. Quédese tranquilo...
            ─¡Tranquilo un carajo! Esto es un escándalo.
            ─La cosa está un poco embromada, sí, pero ya la controlamos...
            ─Usted ya no controla una mierda, ¿me entiende? ¡una mierda!
            ─Los negros andan un poquito alzados, cierto, pero yo le aseguro que...    
           ─Usted no está en condiciones de asegurar nada, Barceló, nada, absolutamente nada, ni el nombre de su madre, ¡mierda!
            ─No es tan así, señor, ya lo verá cuando...
            ─¿Usted me está tomando el pelo?
            ─No, por favor, señor, no diga eso.
            ─¿Usted cree que está hablando con un pelotudo?
            ─No, no...
           ─Avellaneda es un escándalo, Barceló: la anarquía está en las calles, la oposición nos destroza, la prensa se divierte: ¡nunca se vio algo semejante!
            La voz al otro lado de la línea telefónica estallaba rabiosa. Iracunda. Era la voz en el entramado político que venía sosteniendo el poder territorial de Barceló. Era la voz de los dueños de todo. La sentencia final.
            ─La policía no responde; los jueces no responden; los negocios se los llevan otros; a cada rato un hombre suyo aparece muerto; los sindicatos se nos cagan de la risa en la cara; los alcahuetes se pasan de bando... ¡hasta las putas andan alzadas! ─Una pausa terrible y la voz en el teléfono concluía─: Esto no tiene gollete, Barceló. Esto es una vergüenza.
            ─... e-e-est-e l-la... ─Barceló tartamudeaba, patético.
           ─Usted tiene fecha de vencimiento, amigo. Sépalo: como lo sabe todo Avellaneda. Y encomiéndese a su suerte.
            Barceló intentó estirar la conversación. Pero ya era tarde. La voz había colgado el teléfono... un tonillo persistente machacaba en el tímpano del senador.
 
 
El Indio McKensy se pavoneaba fanfarrón por las calles de Avellaneda: organizaba el nuevo tiempo: adoctrinaba a los hombres: predicaba la palabra del coronel. Mandamientos. Estrategias. Herramientas para la organización. En el docke, en los frigoríficos, en las curtiembres, en fondas y almacenes, en cada rincón del territorio, en el alma misma de Avellaneda. El Indio hablaba de la Justicia Social y los derechos de los trabajadores. Los trabajadores escuchaban y aplaudían y asentían y juraban jugársela por el coronel. 
            El turno de los postergados, repetía McKensy. 
 
  
ElSapito y ElGitano y la maha-fat acopiaban el juego clandestino, y el nuevo alcaloide color rosa encendía a la ciudad. La familia Ribezzo regenteaba burdeles y casas de cita. La cuadrilla cuchillera perduraba como fuerza de choque. Jaime Moore y Nelson Hur y Timmy Pugh recorrían comisarías y despachos judiciales trayendo y llevando novedades. El galés Roy Toon Junior se hizo cargo del contrabando; fue, solito, y plantó bandera en el estuario de Sarandí.
            En las calles iban forjándose fabulosas fábulas en torno a Florencio Espiro. Engordaban leyendas y ansiedades iluminando como protagonista al menor de los Espiro. Se tejían historias de cuchillo, inverosímiles, galopes del imaginario popular, culebrones sobre la negrita rescatada y el coraje de su macho. En las milongas, en los bodegones de la ribera, en los petit-café del Centro zumbaba romántica la viñeta de Florencio Espiro, corría de boca en boca, ardía, erótica y pendenciera.
            En el docke una bruja lo bautizó el "santito entrerriano".                                                
              
La lluvia repiqueteaba contra el alero. Monótona. En el palacio de Barceló todo era soledad y escarmiento. El caudillo caído en desgracia se removía en brutales pesadillas; soñaba con Ruggiero que lo venía a buscar, oscuro, magullado, siniestro; soñaba con los matones asesinados, desparramados en su habitación, que lo hablaban y lo increpaban, asquerosos, muertos; soñaba con el Comisario Ordónez, con la negrita, con el menor de los Espiro, que se cagaban en su cama, se desvanecían y volvían a aparecer, a los gritos, metiéndole el dedo en el culo, arrancándole los dientes, las orejas... soñaba... soñaba... entonces el ruido lo fue despertando... cascotazos... soñaba... el ruido en la ventana... cascotazos... cascotazos... en la ventana de su habitación... en la somnolencia... cascotazos... hasta salir del letargo, y despertar, tembloroso, empapado en sudor...
            La ventana estaba abierta, violada a cascotazos. Y allí fue el senador, a su balcón, sin entender nada, caminó sigiloso, alumbrado en los refucilos que irradiaba la tormenta. Y miró en la noche. Y allí estaba el cadáver de Ruggierito: en el jardín de su palacio: empalado: desnudo: sobresaliendo espectral por encima de las glicinas: sin manos, sin pies, vaciados los ojos, mutiladas las orejas, con el cabello chamuscado y los genitales colgando en la boca.
            Barceló sintió cómo subía el mareo.
            Y se desplomó en un desmayo.
           
                       
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espiro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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