EL LIBRO DE LAS CRNICAS Parte III (MI VERSIN DE LOS HECHOS)
Publicado en Aug 18, 2010
Prev
Next
Image
Hoja 62: Cómo olvidar ese día. Tal como dice la constancia nuestro curso tenía fijada una visita al matadero de nuestra comuna. Cabe recalcar que este episodio ocurrió la misma semana en que nos tomamos ambas salas de computación a altas horas de la madrugada, y producto de aquella hazaña inspectoría dispuso enviarme suspendido de clases. Claro que como el número de alumnos que me había acompañado fue considerable nuestro Inspector General, junto al Encargado de internado acordó suspenderme sólo a mí, ya que yo había sido el "gran gestor de la idea", rompí un vidrio para facilitar el acceso y, como se enteraron después, ya había efectuado la operación anteriormente llegando incluso a amanecerme frente a los computadores.
 Pero lamentablemente ese viernes ya se había programado nuestro viaje de estudios, así que no quedó otra alternativa que postergar mi suspensión, pues era importante (para Daniel Flandes, nuestro profesor de alimentos) que todos los alumnos de su área asistieran, porque en base a esa experiencia vendría  una prueba y un trabajo escrito individual, ambos coeficiente dos, y no podían fijar  otra fecha por culpa de un solo alumno.
 07:00am, hora de levantada, se escuchó el fuerte grito militar de don Fernando Silva (se rumoreaba que había estado en el ejército, donde había sido instructor de comandos), unos pocos internos hicieron caso, levantándose pesadamente rumbo a las duchas; el resto, yo entre ellos, se debatían entre el sueño y la flojera, escuchando esa tierna voz interior que nos decía: "...un ratito más... sólo un ratito más...". A las siete y media los inspectores de turno ponían un gran candado en la puerta del baño, y los alumnos que no alcanzaban a entrar tenían que pasar al comedor sin ducharse, así que al potente grito de "Se cierra el bañooo"  me levanté de un salto, cogí mi toalla y partí como gacela alcanzando a entrar justo antes de que cerrara. Una vez cerrado el baño no se habría hasta las 08:00, por lo que me relajé y demoré más tiempo del acostumbrado, mandando a la mierda paseo, profesor  y compañeros esperando ducha; había sido una semana muy dura que debía ser compensada de alguna forma, y qué mejor forma para hacerlo que echando a correr agua tibia por todo mi cuerpo. El baño se abrió antes de lo esperado; no presté atención, aún quedaba tiempo.
-¡Sambra! Tu profesor quiere hablar contigo... -dijo don Fernando
-(... no me importa...)
-¡Sambra! ¡Teníamos que salir a las siete y media!- dijo don Daniel, de impecable delantal blanco.
-(...y qué...)
-¡Tú sabías perfectamente que hoy teníamos que levantarnos más temprano!
-(... ¿en serio?...)
-¡Te sales enseguida y te pones uniforme! ¡Todos tus compañeros te están esperando!
-... ya... salgo al tiro* (... espérate sentado...)
-¡Pero apúrate!
-(¿Quién lo dice?) Si señor.
 Silencio algunos minutos, don Daniel se retira tan rojo de rabia que parecía un tomate con anteojos, lo sigue don Fernando, quien vuelve a cerrar el baño. Quince minutos más tarde salí yo, con mi característica calma, fui a mi dormitorio, me vestí tranquilamente con ropa de calle, pues era obvio que mi curso había partido sin mí, y salí al comedor con mi viejo bolso. Nunca antes disfruté tanto un desayuno en ese internado, saboreé cada sorbo de la leche, cada mascada del pan, hasta terminar.
 Después del desayuno don Fernando Silva me llamó a su oficina, para darme el sermón que bien merecido lo tenía, y para el cual estaba preparado de antemano. Claro que no estaba preparado fue para la solicitud del señor Flandes al inspector: no podría salir del liceo antes de las 14:00, con el resto de los alumnos. Me ordenó dejar mi bolso en los dormitorios y dejó al tanto a su colega Genaro Medina para que cumpliera la medida.
 Pero se le olvidó cerrar el internado con llave, así que fui al libro de salidas y firmé como si hubiera salido a las dos, busqué mi bolso y salí descaradamente por la entrada principal, y como si fuera poco partí tras mi curso, que a esas alturas ya venía de vuelta, debido a que solo faenaron un chancho** y una vaca. No me perdí de nada.
 Cumplí mi suspensión como si fueran unas vacaciones, y cuando volví a clases di la prueba, hice mi examen sacándome una nota más que regular (sin siquiera haber estudiado) y hasta el día de hoy no he pagado el vidrio.
*Al tiro: en seguida
**Chancho: Cerdo
Hoja 68: Tengo déficit atencional, una patología que me impide concentrarme, prestar atención y, entre otras cosas, acordarme de ciertas cosas, aunque haya sido un suceso resiente, que es lo que ocurrió en esta ocasión.
 Siempre que se junta un grupo de hombres nuestro género da rienda suelta a todo tipo de comentarios donde no siempre se emplea el lenguaje recatado y respetuoso. Abundan las groserías, insultos, obscenidades, doble sentido y chistes de bajo perfil, casi todos sobre las mujeres. Y la situación en un internado estudiantil no es la excepción.
 En un duelo verbal con Javier ya nos habíamos dicho de todo (y todo en buena onda, no vayan a pensar que estábamos iniciando una pelea), hasta que nuestros comentarios, harto subidos de tono, se dirigieron a las chicas que nos gustaban en ese entonces.
-¡Sabís que la Carolina es una puta de mierda!- me gritó Javier a voz de cuello.
-¡Igual que la Vanesa!- Respondí
-Ah... ¡le voy a decir!- dijo Walter, quien estaba acostumbrado a meterse donde no lo llamaban.
-Dile, pu', ¿creís que le tengo miedo?-repliqué
-Te apuesto $500 que no eres capaz de decírselo a la cara.
-¡Ya!, mañana le decimos.
 Y así quedó zanjado el estúpido desafío, uno de los muchos que se realizaban en nuestro liceo y, por lo general, quedan en el más absoluto olvido, por lo estúpidos que son; pero esta vez no fue así.
 Ese martes 29 nuestro liceo era sede de un torneo inter-escolar de béisbol, los horarios de clases se suavizaron un poco, así que de vez en cuando podíamos ir al gimnasio a ver el regular desempeño de nuestro equipo.
 Me encontraba entre las últimas butacas, mirando el precalentamiento previo al partido entre Mehuín y un liceo de San José, cuando Walter me ve y sube a mi lado, toma el polerón de  Quichel y le hace una serie de nudos bien apretados en las mangas, a los cuales llamábamos "galletitas", puesto que para soltarlos debíamos usar los dientes; después apunta hacia Vanesa y me dice:
-¿Le digo...?
-Dile y le digo a Quichel lo que le hiciste a su polerón
-¡Ja ja! Tranquilo.- Responde y vuelve al precalentamiento, pues él estaba en el equipo, al igual que Vanesa. Debo agregar que cómo Walter no tenía zapatillas yo le había prestado las mías, así que no le convenía mucho hablar.
 Al poco rato llega Quichel a buscar su polerón, encontrándolo anudado por las dos mangas.
-Sambra ¿Fuiste tú?
-Tú creís que si hubiera sido yo me quedaría aquí.
 Quichel no me dijo nada más, pues en ese preciso momento ve a Walter bajando las butacas, muerto de la risa. Provisto de su aguda intuición mapuche fue tras el culpable y lo encara. En eso empieza el partido, Walter entra a la cancha y Quichel se retira mascando sus "galletitas", muy enojado. Al poco rato me aburrí, había más gente jugando que en las butacas. Casi todo el liceo aprovechó el relajo para salir a comprar y, sobre todo los internos, para vagar por el pueblo; yo hice lo mismo, pues estaba aburrido de ver perder a mi liceo en todas las competencias.
 Al volver al liceo me avisaron que don Alejandro Hernández, nuestro inspector general (el equivalente al rector en ciertos países), me llamaba a su oficina. No tenía ni la más remota idea de por qué, pues según yo, esa semana me había portado bien. En la oficina estaban ya Walter y Vanesa, más don Alejandro.
-¿Sí?- pregunté con la más absoluta inocencia de quién nada ha hecho.
-Señor Sambra,- dijo don Alejandro- quiero saber que comentarios anda haciendo de su compañera Vanesa.
-¿Yo? Nada-(deben recordar que mi déficit atencional le jugaba más de una mala pasada a mi memoria a corto plazo).
-Entonces por qué el Walter dice que según tú yo soy una puta de mierda- dijo Vanesa.
 No podía dar crédito a lo que oía. ¡No me acordaba de nada! En un par de horas se me olvidó todo lo relacionado con la apuesta. Para mí se trataba de una muy mala broma. De Walter se podía esperar alo así, pero no de Vanesa; Además su cara en esos instantes no era la de estar bromeando. Realmente estaba en aprietos, si no conseguía recordar algo con que defenderme me iría suspendido, no es que me molestara, pero necesitaba los días libres en dos semanas más, pues me iría a acampar con unos amigos. La solución más corta era negarlo todo.
-Si yo anduviera hablando cosas el Walter debería tener alguna prueba- alegué.
-¡Que más prueba que la palabra de un caballero!- gritó don Alejandro. Estaba de verdad enojado, no se trataba de ninguna broma. Trataba en vano de recordar algo. Vanesa miraba a don Alejandro, don Alejandro me miraba a mí, yo miraba a Walter, Walter, sentado junto a mí, no miraba a nadie en particular. Estaba en tantos aprietos como yo, después de todo él también más de una vez había hecho comentarios similares aún de Vanesa.
 A don Alejandro le encantaban este tipo de "juicios", jugando a ser juez, detective, abogado y fiscal al mismo tiempo. Reconozco, por mi parte, que siempre era un reto desafiar su perspicacia, y disfrutaba enormemente los largos interrogatorios, que yo siempre llevaba hasta la última instancia, prolongando la acusación por horas, como ocurrió ese día.
-Mire joven, tiene una suspensión por tres días, reconozca ahora el hecho o van a ser cinco.
-Lo sigo negando-repliqué.
-¡Lo voy a suspender por diez días!
-Lo sigo negando.
-¡Lo voy a suspender por quince días!
-Lo sigo negando.
 Nuestra semana escolar duraba cinco días, en trece ya habría cumplido el tiempo que me faltaba para mi paseo y, por supuesto, los tres restantes eran solo pasarlo bien. Claro que como sabía bien yo, y también don Alejandro, las suspensiones no podían ser por más de cinco días. Además, no tenía ni la más remota idea sobre lo que haría los primeros trece para matar el tiempo.
 Habrían pasado alrededor de dos horas, y ya era tiempo de ir a almorzar. Todo dependía de mí. O confesaba y asumía total responsabilidad, o alargaba el asunto hasta el horario de salida. Me hubiera gustado resistir hasta el final, pero el hambre pudo más. Me rendí con dignidad pero consiente que tarde o temprano tendría mi revancha. Traté lo mejor posible de ordenar mentalmente los escasos recuerdos que tenía del hecho, con los cuales también hubiera podido acusar a Walter, pero al hacerlo debía delatar también a toda mi habitación, puesto que todos, incluyendo Walter, habíamos hecho declaraciones similares o peores, tanto de Vanesa, como de otras compañeras.
 Mi suspensión final fue de tres días, a contar del miércoles. En vano le pedí a don Alejandro que me postergara el castigo para dos semanas más, pero no le hizo mucha gracia el comentario. Escribió una linda comunicación a mi madre y me echó con viento fresco de su oficina.
 A la salida me encontré con Walter, quien me preguntó si podía seguir ocupando mis zapatillas. Lo miré inexpresivamente por unos segundos. Bien cara de palo mi amigo. Aparte de violar el sagrado código masculino, de lo que se habla entre hombres queda entre hombres, me dejo bastante mal parado. No se acordó ni por un segundo cuando me dijo que durante su noviazgo con Vanesa le besaba los pechos a Carolina*.
 Más que rabia, medio lástima. Se las presté; ya no me importaba nada. Había decidido desde ese momento mantener mi vida personal bien lejos del liceo.  Y para no tener problemas en el futuro comencé a escribir mi primer diario de vida, compré un pequeño cuaderno amarillo de cien hojas para anotar todas las acciones reñidas con la ética que yo efectuara, por supuesto también las que efectuaran mis compañeros. Claro que me lo robaron al otro año, con sus páginas repletas de secretos y comentarios, casi ninguno mío. Nunca supe quién fue, pero eso ya es otra historia.
*En realidad Walter no ocupó estas precisas palabras, dejo a la imaginación del lector lo que dijo realmente, ya que me dio vergüenza reproducirlo aquí.
Página 1 / 1
Foto del autor Juan Sambra
Textos Publicados: 28
Miembro desde: Apr 16, 2009
4 Comentarios 823 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

La tercera parte de mi intrigante saga, mi versin, mi verdad.

Palabras Clave: libro liceo comentarios secretos internado traidor

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales


Creditos: Los personajes

Derechos de Autor: Juan Sambra


Comentarios (4)add comment
menos espacio | mas espacio

Verano Brisas

Hola Juan: Comparto los comentarios de Elvira y de Laura, aunque sean, aparentemente, contradictorios. Un abrazo de Verano.
Responder
August 17, 2011
 

Laura Alejandra Garca Tavera

JUANITO, LA HISTORIA ESTA MUY ENREDADA ¿HAY UNA INTRODUCCION O ALGO ASI? A LA MITAD DE LA HISTORIA ME PERDÍ
Responder
August 23, 2010
 

Elvira Domnguez Saavedra

Tremendo aprieto, querido amigo. Las situaciones escolares realmente son estresantes y muchas veces definen nuestras acciones posteriores. Me da gusto volver a leer algo tuyo. Que tengas un lindo día.
Responder
August 19, 2010
 

Juan Sambra

Me demoré harto pero salió. La imagen muestra la portada del libro de crónicas, a su derecha se puede ver la comunicación enviada por don Alejandro a mi apoderado.
Espero que les guste.
Responder
August 18, 2010
 

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy