Eternos soliloquios del vino IX (Buenas noches)
Publicado en Jul 23, 2010
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Abro los brazos al rugir del tiempo. ¿Quien no abre su corazón siquiera una vez?, sería plasmar una rosa sobre el cielo, pensar que todo está dicho. Tú, dulce atardecer de un lejano invierno que lucha por llenar de ámbar la miel que nos protege. Nunca ha llovido en el rincón de un anillo. Me has dado, la energía para manifestarme y me ayudas como un ave a remontar mi vuelo, empujándome a un abismo. En los Andes, allí donde el sol se oculta, bajaba el corcel de mi carruaje. Corría por las sendas oscuras de los matinales frutos amargos de un tiempo partido. Los relojes no sirven para esperar la eternidad. Mis ojos no han llegado a cruzar el horizonte donde te busco. En verdad repetiré la antigua fórmula de los anarquistas. De los dadaístas. Mi vida terminará cuando menos te des cuenta, cuando tus ojos cometan el pecado de cerrarse para dormir. Y de tus ojos brotará el té de la tarde. Mi puñal será el único que decidirá mi destino. Allí en la soledad, sólo los sabios que han cruzado los límites del océano, pueden ver todo. Mientras el techo de una habitación se cierra para mostrarme el mundo que nos rodea. Yo dormido, te espero entre mis sábanas. Tus manos quizá renazcan del sueño en que vivo. Yo miro el norte, deseando que me invites a jugar tus juegos. Cuando te toque, y sientas... y verdaderamente sientas... quizá decidas dejar un poco de lado el orgullo, que tantos ignorantes tienen.
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Foto del autor G. F. Degraaff
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