La cacera de Florencio Espiro (captulo 12)
Publicado en Jun 02, 2009
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- XII
En el burdel
 
En la lomada de Crucecita, clandestina; en Avellaneda. En el burdel de Don Sosa. Estaban todas, el plantel a pleno: la Negra Kotíi, negraza ruda y sabrosa entre aquellas mujeres, hembra africana, dueña de un carisma inaudito, un majestuoso andar felino que encandilaba apenas verla; la Marucha, la más joven de las muchachas, exquisita, suave, piel de susurro, zorra mirada; las mellizas Ana y Lía, con sus cuerpitos pequeños, casi infantiles, negritos, y esas bocazas pura carne; la bella Pauh Lee (o simplemente Pauly) con su estampa gringa, blanca como la leche, enigmática y melancólica; Pily y Pelu, las indias kilme, "hijas del monte", arrolladoras como un cartucho de dinamita; y la Flaca Sinta, y la Grace; y la Normanda del baile en vilo, la proverbial francesa bien entendedora... Estaban todas: osadas y trabajadoras.
            Las chicas despertaban, en la tarde; reunían su anemia en la cocina del burdel. Pálidas. Húmedas. El calor lo hacía todo todo más insoportable. Las chicas picaban desechos, bebían agua fresca, acomodaban sus cabellos grasientos. Y sufrían marchitas los quejidos de Pulserita en el cuarto del sótano. Temple ceñudo las chicas simulaban no escuchar semejante sufrimiento. Pero el dolor estaba ahí, cerca, filoso, retumbando en la afonía del burdel. "Pobrecita esa criatura" susurraba alguna cada tanto. "Pobrecita" asentían todas. Y en lamentos Pulserita confirmaba la sentencia. Pobrecita. Llanto. Suplicio. Gritos desesperados. Pobrecita. El chasquido del látigo. El hierro candente. Opio. Alcaloides. Pobrecita. Torturada en el cuarto del sótano.
            El burdel de Don Sosa era conocido en el ambiente de Avellaneda como El Infierno de la Lomada. Allí todo era posible. Todo. Más. Era el infierno mismo. Eso exacto era: el infierno. Allí era sabido encontrar los más obstinados mecanismos de la perversión humana: allí fajaban a las mujeres, allí las encadenaban, las orinaban: allí (en aquel burdel) sodomizaban hembras, las sometían a verdaderos vejámenes, allí llevaban animales y niñitas y negros padrillos: allí la vida valía un peso. Y allí (ahora) la negra Pulserita no valía ni un centavo. Toda golpeada. Machucada. Lacerada el alma y los sesos. Narcotizada. Allí estaba.
            Eran Ruggierito y sus secuaces los que se divertían en el cuarto del sótano. Tronaban burlas y risotadas. Festejaban nuevas ocurrencias. Una anguila del arroyo. Eso mismo. Una anguila para metérsela en el culo a la negrita. Y un poco más de esa picana en las tetas. Electricidad. Y arrancarle otro dedito. Tenaza. Tijeras. La fiebre de la tortura enloqueciendo a los hombres, atacados de sadismo. Un sorete en la boca. Un mechón de cabello menos. Una gilette en los huesos... Y más nuevas ideas: la verga de un caballo para anestesiar del todo a la putita.     
 
           
En la noche aparecieron las chicas nuevas: Romina y Celeste. Así fueron presentándose (en el burdel de Don Sosa) entre compañeras y clientes: Romina y Celeste: las chicas nuevas... Pero esas chicas eran otra cosa. Eran las primas preferidas de Florencio Espiro. Eran la prima Danielle y la prima Natalia. Eran las espías infiltradas por Florencio en el burdel donde penaba prisionera la desdichada Pulserita. Eran la vanguardia que reconocía el terreno y compilaba información. Eran el secreto. La clave. Y lo hacían muy bien.
            Danielle y Natalia ganaban confianza (una noche dos noches tres noches) taconeando alegres en la bruma del burdel. Memorizaban movimientos, nombres, horarios, señas, todo, atentas, mucho, siempre, espiando, escurriendo la pulpa del prostíbulo aquel. Y ganaban confianza. Viciosas y simpáticas. Intimaban con Ruggierito. Coqueteaban a Don Sosa. Chupaban y abrían las piernas. Locas. A pura gasolina Espiro.
            La prima Danielle y la prima Natalia trenzaban buenas migas con las chicas del burdel. El láudano hacía lo suyo. Y las primas involucraban más y más a las chicas. El plan. El asalto del primo Florencio para rescatar a la negrita. Y las chicas saboreaban el secreto. Entusiastas. Alucinadas. Enteraban que Florencio Espiro devolvía afrentas a Barceló. Que Barceló estaba en decadencia, que su poder se derrumbaba. Que otros hombres iban a ocupar el lugar del caudillo, choto, arruinado, viejo, enfermo. Las chicas atendían. Listas y dispuestas. Espesas volutas de humo. Veneno demoledor.  
           Las primas buscaban rincones donde esconder cuchillos y machetes. Eso precisaban: sitios seguros para ocultar el acero en el burdel: dónde sea: cómo sea. La Negra Kotíi y la Flaca Sinta enseguida alistaron en sintonía: entre las pilchas recomendaron. En el pozo del excusado sugirió Pauh Lee. Y la Normanda tenía su baúl. Y las mellizas Ana y Lía sus cofrecitos. Y la Marucha el cotillón. Buenas mujeres. Buenas ideas. Había lugar. Estaba todo bien. Genial. Los cuchilleros de Florencio Espiro tendrían su armería bien disimulada escondida esperando en el burdel.
        Entraba la noche en Avellaneda. Llegaba demorada. Lenta.
        Y las chicas conspirando.
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espiro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (1)add comment
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Verano Brisas

Martín: Ya te dije en el capítulo 11 lo que pienso de tu trabajo. Y sigo en las mismas. Otra vez, felicitaciones. Saludos de Verano.
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June 03, 2009
 

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