La cacera de Florencio Espiro (captulo 10)
Publicado en May 19, 2009
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Tiroteo en la tapera
 
Apenas clareaba en la costa del Paraná. Todo nublado. Llovizna. Y los tres botes del escuadrón de Ordóñez montaban el río. Los doce hombres tensaban nervios. Alertas. Iban casi a oscuras. El comisario maldecía mudo la mala jugada del cielo. Lloviznaba cada segundo más fuerte. Las gotas tamborileaban rígidas en los casquetes. Tiempo de mierda, puteaba íntimo Ordóñez. Todavía estaba oscuro. Muy oscuro. Demasiado. El día no nacía nunca. Y la llovizna era ahora verdadera lluvia. Lluvia. Fibrosa y ruda. 
            Apearon los botes a tientas, nerviosos, torpes. Y fueron pisando uno a uno el barrial del estuario. En formación ordenada. Bajaban acuciados por la lluvia. Ya dispuestos. A una señal de Ordóñez el escuadrón puso en marcha la avanzada final en la isla: el Hombre 1 y el Hombre 2 y el Hombre 3 en la vanguardia: el Hombre 4 y el Hombre 5 cubrían el flanco derecho: el Hombre 6 y el Hombre 7 cubrían el flanco izquierdo: el Hombre 8 y el Hombre 9 y el Hombre 10 en la retaguardia: el Hombre 11 y el Hombre 12 permanecieron junto a Ordóñez en la costa asaltada... Llovía y llovía. La leve claridad parecía un chiste.
            El escuadrón invasor progresaba a hurtadillas, arrastrado en el suelo fangoso. Ordóñez concentrado en sus binoculares, rodilla en tierra, no alcanzaba a distinguir nada: la penumbra y la espesura del monte y la cortina del agua plomiza acorralaban toda visión: nada... El escuadrón avanzaba. Y el comisario no lo distinguía. Empapado. Azuzaba el oído y el crepitar de la lluvia devolvía un siseo ensordecedor. Nada. Nada... El escuadrón avanzaba. Y el comisario ni veía ni escuchaba: nada.
            Los tres Hombres de la vanguardia rodeaban ya la tapera (Ordóñez no lo sabía) recios en sus fusiles. Los Hombres del flanco presentaban armas. La retaguardia tomaba posición a la distancia. Ordóñez perdía el sosiego, rígido, tenso: ni siquiera escuchaba los latidos de su corazón. La lluvia (ahora sí) era un aguacero. Los tres Hombres del frente (en línea) fueron cercando la tapera. Paso a paso. Seguros y dispuestos. Lluvia. Mucha lluvia. Truenos. Ya ponían un pie dentro de la tapera. Y otro. Y otro más. Y allí no había nadie: vacío: vacío... Y entonces la explosión, inaudita, artera: el cartucho de dinamita activado volando la tapera: despedazando a los tres Hombres: desatando el nudo en la emboscada... "Mierda", alcanzó a afligir el comisario.
            Tiros. Tiros. Tiros. Una balacera. Fuego cruzado. Invisible. Tiros. Tiros. Tiros. Rugidos y pánico. Corridas desesperadas entre el monte anegado, impenetrable. Tiros. Tiros. Tiros. Milicos desprevenidos, rematados a machetazos, envueltos en redes de pesca, humillados. Tiros. Tiros. Tiros. Y Ordóñez trepando al bote, huyendo por el riacho, ordenando a sus dos Hombres resistencia y valor en la orilla, temblando, abandonados. Tiros. Tiros. Tiros. Y los dos (últimos) custodios de Ordóñez caían fulminados. Alaridos victoriosos brotando del monte: los Espiro florecían en la costa, bajo la lluvia, gigantes, endiablados, alzando las cabezas degollados de los invasores. Y el comisario remaba remaba remaba huyendo aturdido consternado remaba remaba remaba escapando a una muerte segura remaba remaba remaba maldiciendo en quejidos su mala fortuna...
            Las huestes de los Espiro trajinaban en jolgorio, entre carcajadas, golpeándose en la boca, intensos, burlando al milico ese que se fugaba en el bote... La sangre bullía dichosa en sus venas: relamían la victoria: la matanza: el elíxir del triunfo. El aguacero iba apagándose lento. Los titanes verdugueaban al comisario atrevido. Ordóñez remaba y remaba. Y remaba... El Viejo Espiro cedió su legendaria escopeta a Florencio:
            ─Es'e cachilote e'too súyo m'hijo ─dijo─. ¡Métale plomo a'se cobarde!
            Florencio tomó la escopeta doble caño y apuntó: PUM tronó el estampido... Ordóñez cayó (mustio) dentro del bote: "¡Cagaste, mierda!" gritaron los Espiro en coro cerrado.
            ─Y aúra mándele cartucho a'sa chalana... ─sugirió el Viejo.
            Entonces el tío Pelado rompió filas y extrajo de su atado un soberbio cartucho de dinamita y lo entregó a Florencio.
            ─Apunte bien Cototo ─advirtió el Viejo─: no mi'vaya a'eya'l viscachaso.
            ─¡Apunte'le' ai' como a la gringa Anabella! ─bromeó el primo Juancito.
            Todos aprobaron en roncas risas.
            Florencio encendió la mecha y calculó impulsos y distancias...
            ─¡Ahí va! ─dijo
El bote reventó en mil pedazos.
 
 
A media legua del lugar Ruggierito escuchó confuso la nueva detonación. Un estallido hueco, quebrado. Esperaba en la barranca, tieso, en el promontorio desde dónde no podía ver nada. Ajustaba el larga-vista pero todo oscurecía encapotado. Ruggierito estaba nervioso, tenía mala espina: dos detonaciones: como dinamita. Y la balacera. Olor a pólvora. Estaba impresionado. Coloreaba mal augurio. No veía nada... Hasta que el cielo despejó y en los binoculares alcanzó a distinguir el remanso, la isla, entreverada en espeso humo. Y ajustó (en) foco y encuadró la costa, el riacho, la montonera triunfal, embalada, el bandidaje de los Espiro; y avistó los cadáveres del escuadrón especial, degollados, sangrientos; y en primer plano el bote de Ordóñez desecho en el agua. Todo eso vio Ruggierito en los binoculares. "Crápulas de mierda" murmuró el infeliz. "Crápulas de mierda" barbullaba turbado.
            En un instante Ruggierito estaba subido al camión del Ejército y ordenaba (a su chofer) regresar ya volando inmediato al campamento. Gritaba furioso, loco, feo, se cagaba en Florencio Espiro, puteaba, maldecía a los cuatro cielos. "Una emboscada, hijos de puta, una emboscada" repetía... Ordóñez estaba muerto; el escuadrón liquidado. Y Ruggierito temblaba, como pasmado... una emboscada, hijos de puta, una emboscada... crápulas de mierda... una emboscada...
            El campamento erguía en la estancia de un amigo de Barceló, en los pagos de montiel. Allí llegó el camión del Ejército y rabioso Ruggierito se lanzó del estribo. Corrió (retacón) hasta el granero donde recluían a Pulserita. Y la sacó a empellones, arrastrándola de los pelos. "Negra de mierda", gruñía Ruggierito, "ahora vas a ver lo que es bueno".   
            Pulserita lloraba, suplicaba, se hacía un ovillo entre los charcos.
            Ya no llovía. El cielo estaba limpio.   
 
             
Un calor crudo, vehemente, como encerrado en sí mismo. Un calor catódico, insobornable. Y el clan Espiro celebrando la victoria. Empinaban alcohol puro, desenfrenados, semidesnudos, cantaban y brincaban, se golpeaban en la boca, revoleaban al aire las cabezas degolladas, las pateaban, orinaban en sus bocas muertas.
           Héroes del vino; bebedores entrenados.
           Malevaje fiero encendido en su amor propio.
           Celebraban...
           En la tarde el clan diablo devoraba su resaca. Echados en el suelo, tronando en eructos y pedos, chacoteaban, borrachos, herejeando las cabezas degolladas, hacían puntería con sus cuchillos, las mordisqueaban, violentos, como lobos. Estaban de festejo. Inflamados en orgullo y bravura.
Y entonces el gurí ese en la canoa.
 
            ... Una canoa arribando tímida sobre el estuario. Un gurí del delta trayendo el encargo para un tal Florencio Espiro. Un atadito de lona y una cajita de madera. Y un pedacito de carne negra, una uña; como un dedo de mujer. Y una pulserita enroscada. Y la nota de Ruggiero que advertía:

                ESTE  DEDO  HERA  DE  ELLA.  IMAJINATE  HAORA  LO  QUELE  ESPERA
  
          Florencio quedó en silencio, mudo, seco, como atontado.
          Y el arrullo del agua en el río.
 
 
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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