Colonia Wanda (captulo 08)
Publicado en Feb 17, 2010
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- VIII
La mina
 
Llovía. Como sólo llueve en el Alto Paraná: a cántaros. Como la última vez, como si la naturaleza hubiera anunciado el fin de las lluvias. Mucha lluvia. Se desplomaba el cielo en raudales de lluvia. Una lluvia misionera, gorda, caliente. La jungla ondulada cubierta detrás de la lluvia. Lluvia fragosa. Sabida. En Colonia Wanda llueve como llueve en la literatura: hasta aburrirse... Lluvia. En el rancho de Don Félix. Camino al muelle. En la lomada de El Bonito. Y llueve. Todo lluvia. Allí (ahora) bajo el cobertizo el viejo Félix y Florencio y Robertino contemplan caer la lluvia. Y llueve...
            La noche llega, y sigue la lluvia.
            Como si nada importara.
 
En la mañana la lluvia es un recuerdo. La selva (ahora) es puro sol. Nervioso. Crispado. El perro de Don Félix ladra, ladra diciendo que alguien llega. Florencio abre un ojo, y el viejo Félix ya está alzándose bajo el cobertizo. Robertino acaricia la Spencer. Un indio (de la gavilla al servicio de Saturnino) llega trayendo noticias. El perro lo chumba; el indio está agitado, se recompone a la loca carrera, se encuclilla y toma aire, respira, el pecho le suda. Don Félix calla al perro en un grito y el indio de la gavilla habla algo en guaraní. Don Félix levanta los hombros, su cara denota sorpresa. El indio vuelve a hablar en guaraní, seco y firme, puja la voz. El rostro del viejo Félix ahora es de estupor. El indio repite la misma letra, tosiendo y cansado. Florencio clava entonces la vista en el viejo y el viejo le devuelve un gesto asombroso: Dice qu´encontraron el cerro qu´brilla, tradujo el viejo Félix. Ansí dice: la-piedra-preciosa.
            Saturnino (Florencio Espiro) saltó en el cobertizo y caminó hasta toparse la cara del indio, que lo miraba y sonreía y zangoloteaba la cabeza y se esforzaba en exponer ansias y lealtad a Saturnino. Y Florencio (Saturnino) estalló en un grito sonoro: ¡La mina!, dijo. ¡La mina de Wanda!, gritó de nuevo. Don Félix lo abrazó, lo apretó en su cuerpo. Robertino dejó la recortada y salió al encuentro de su primo. Se abrazaron los tres, rústico, y Florencio sumó al indio a la ceñida.
            El perro ladraba, brincaba en torno al barullo de hombres...
 
La mina de Wanda era (fue) una célebre leyenda del Alto Paraná, una en tantas páginas de la mitología popular del norte misionero. Esta (esa) leyenda reputaba el caso de un yacimiento de "piedras preciosas" de tiempos del Imperio lusitano, cuando los portugueses gobernaban éstas tierras. La leyenda hablaba de la enorme cantera abierta por el Reino de Portugal donde brotaban a borbollones esmeraldas zafiros rubíes, gemas multicolores, "piedras preciosas", en todas formas y tamaños. Esto (eso) decía la leyenda. Y concluía el relato diciendo que la mina hubo sido abandonada por el Imperio cuando la gran peste azotó la región... Esa antigua (ésta) leyenda sobaba (ahora) Florencio. Florencio Espiro. 
            Y su gavilla de indios. 
 
 ... Llegaron a la mina al mediodía, bajo un sol criminal; el miasma de la selva se colaba hasta los huesos. Florencio, Robertino, Don Félix, el Chelo Luján, el Tano Ghio, y la gavilla de indios completa: en los matorrales. El yacimiento se escondía sobre la ladera de un cerro en terrible anchura, inmenso, entre la jungla inmensa; a la vera el río Paraná. Escalaban. Trepaban el sendero: a machete y hoz la indiada lo ensanchaba a cada paso. Subían. Como verdaderas fieras. En el moconá... De pronto, el indio de-la-buena-noticia se adelantó al grupo de hombres, y en pomposo gesto señaló el portal de la mina, el oscuro socavón de los portugueses.
             Y entraron.
            Florencio encabezó la cuadrilla de hombres. Los indios encendieron las lámparas y el hedor a kerosén se alimentó en la humedad de la cantera. Marchaban, en silencio, envueltos en la oscuridad y el rocío, como ánimas en su cueva. Calaban las entrañas del cerro. El socavón se internaba, profundo. Marchaban. Florencio paladeaba un gran momento. Lo sabía. Y avanzaba: cautela, se decía. Cautela. Marchaban, los hombres, en la mina de Wanda: confirmando la leyenda. Y avanzaban. Silenciosos. El aura en las lámparas irradiaba una luz mortecina. A paso firme. Gotas que caen en la cantera, tamborileando, retumban; el eco se sostiene. Marchaban. Y a unos pocos pasos, el resplandor; Florencio avistó un brillo, como una fluorescencia. Y se detuvo. Ayíi, susurró. Todas las miradas se amontonaron en la negrura del socavón. Y avanzaron. En puro silencio. Casi no se oía un respiro. Sólo las gotas cayendo. La lámpara de Florencio se meneaba. El brillo al final de la veta se hizo agudo, patente, una luminosidad como salida de la Biblia. Ayíi, repitió. Y dio otro paso. Y el resplandor se descubrió en toda su plenitud: un extraordinario socavón de coloridos muros: paredes verdes rojas azules amarillas: en variada fosforescencia: en infinitas tonalidades: en loca policromía: las piedras preciosas.
            En la mina de Wanda.
            ... Florencio se sintió parte de una nueva leyenda. Se brotó en griego. Y allí mismo dejó de ser Saturnino Larsen
 
Ya en el rancho de Don Félix bajo el cobertizo Florencio repasa en su cabeza las herramientas e instrumentos necesarios para trabajar en la mina. Las primas toman nota y Robertino escucha. El camión va´venir bien, dice Florencio. Y piensa en el gasoil necesario. Habla de galones y saca cuentas. La tarde es apacible, el sol sobre las nubes, y una suave brisa del sur. De pronto LaBoga dice cosas sobre leyes Federales y embutes del Mercado, dice que la cosa no es tan sencilla. Florencio le rinde atención, y dice: Vo´encargate d´eso, entónce. Entonces la muchacha sonríe. Y eso estaba diciendo, retruca. Todos sonríen... Y entonces comienza a llover.
            Florencio maldice, feo.       
            El perro gruñe al cielo.
               
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Wanda Fedele

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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