La cacera de Florencio Espiro (captulo 08)
Publicado en May 08, 2009
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- VIII
Tertulia en la tapera

Era un mediodía espléndido. El sol envuelto en una suave brisa que brotaba del este. Iban ya tres días con sus noches y Florencio seguía acompañando al Viejo en la tapera. El Viejo duraba en el buen humor y la conversación entretenida así que el visitante estiraba las horas en la isla... Hablaban de cuchillos, de escopetas, de redes de pesca, de canoas viejas y nuevas, de trampas para carpinchos, de las últimas inundaciones. Hablaban del gobierno radical, de los conservadores, de las masas obreras organizadas, del anarquismo, del comunismo. Recitaban sonetos del primo Diego Fernández Espiro. Hablaban de hembras, de timbas, de tabas, de la música orillera, del tango y la milonga oriental. Hablaban de poetas, de Rubén Darío, de Espronceda, de Almafuerte, de Vargas Vila, de Escobar Uribe, del Martín Fierro y las Campanas de Allan Poe. Hablaban y hablaban. Y a veces discutían, defendían gustos y pareceres, peleaban a los gritos. Y se ofendían por un rato... Florencio y el Viejo. En la tapera.
            Era un mediodía espléndido. Calor. Cielo cromado. El Viejo asaba lonjas de carpincho. El perrerío chapoteaba en los pastizales, cazaban cuices. La canción de los pájaros dominaba el ambiente. Unas nutrias cuereadas colgaban del cobertizo. Moscas. Moscardones. Todo flotando en un charco de sol... Abombado por el vino y la risa Florencio refrescaba su cabeza en el remanso del río: se zambullía desnudo en las aguas sedosas y verdes: una y otra vez. Y gritaba como un demonio, "¡cróva, cróva!, ¡cróva, cróva!", respingaba, "¡grúva, grúva!, ¡grúva, grúva!", maldecía brillante feliz pleno en la hondonada.
            Era un mediodía espléndido.
            Comían silenciosos abuelo y nieto en cuclillas junto al fuego. El botellón de vino boyaba acordonado en el río. "Sabroso pero sin sal" repetía el Viejo cada tanto. Y Florencio asentía con leves movimientos de sus cejas. Era un mediodía espléndido. Como un espejismo alucinado.
 

... Los perros brincaron en su letargo y emprendieron a ladrar enfurecidos: anunciaban el arribo de una canoa que trepaba corriente abajo: eran Damián Cisneros y Romeo Miño: más conocidos como Chinche y Romerete: dos compinches del Viejo Espiro.
Comieron y bebieron y bromearon y chacotearon antiguas anécdotas de contrabandistas hasta que la siesta los abrazó en un calor sofocante. Atroz. Las chicharras como único sonido. El sopor de la siesta en toda su obstinación. Chinche y Romerete discutían inflamados, malos. Florencio y el Viejo escuchaban indolentes, como embotados en la callosidad del sol.  
          La discusión avanzaba entre alaridos:

─¡Pe'o usté no'ntiende amigo qu'Dioss estái'n'el cielo! ─insistía Chinche colérico y enrojecido─. Dioss estái'n'el cielo y disde'ai'nos vigila a tóo y castiga a lo' ma' pecadore.
─¿Disde ‘e cielo castiga, pué? ─devolvió Romerete.
─Sí señó: disde el mesmo cielo castiga Dioss ­─reafirmó el otro.
─Pué qu'rebenque largo ‘e tiene Dió...
─¡Pe'o no'seai inorante m'iamigo! ─estalló Chinche─: Dios no castiga cou'n rebenque: Dios castiga con lo'mandamiento, co'nla palabra, ¿entiende?, ¡co'nla palabra!
─Pué qu'hocico largo ‘e tiene Dió ─remató Romerete.
La discusión amagaba transformarse en un delirio teológico, un remolino de manías sin gollete. Chinche y Romerete aumentaban el tenor de sus palabras. Entre insultos y bravatas. El perrerío seguía alerta la porfía de los visitantes... Entonces el Viejo Espiro puso fin a la comedia y terció en el entuerto:
─¡Gueno basta, carajo! ─gruñó─. ¡Qu'tanto alborotoi'pa' discutí ‘e Dió y toa'sa mierda‘e la'biblia y Cristo! ¡Basta! ─Concluyó. Y comenzó (dócil) a recitar unos versos:
 
por qué Dios ha permitido
tremenda monstruosidad
sólo llego a concebir
que si Dios llega a existir
simboliza la maldad

... era una célebre elegía anarquista que el Viejo apenas recordaba... un poema popular que huía y volvía en su memoria... una oda a las angustias y sufrimientos de los desposeídos de la Tierra... decía...

yo soy como la mariposa
que vuela de flor en flor
mi inocencia y mi candor
son el jazmín y la rosa
soy amigo con aquel
que es desgraciado
hijo del proletariado
conozco bien las razones
las penas los sinsabores
en su hogar desmantelado
 
... Florencio, Chinche, Romerete, los perros, las chicharras, todos guardaron respetuoso silencio cuando el Viejo consumó sentido su recitado...
            Hasta el mismísimo río parecía callado.
  

Ya el cielo pintaba naranja cuando el Viejo retomó la discusión acerca de Dios y Su bendito universo. La última hora larga la habían entregado en cruentos debates sobre carnadas y anzuelos. Pero el atardecer tristón y el abundante vino helado estimularon al Viejo.
            ─Ai'ayiba no'ai ningún'Dió, amigo Chinche ─dijo de pronto─. Ai'ayiba sólo ta'l sol i'la luna i'la estreya. Ta'la nube, pué. Y ta'la yuvia. Y algún'qu'otro planeta. Y na'ma', amigo; créame qu'ai no'ai luga'pa' otra cosa.
            ─¿Y el'alma'e la' persona, Viejo?, ¿qu'meise d'eso? ─devolvió el fervoroso Chinche.
            ─Pura'ediondece, amigo ─replicó el Viejo─, charlatanería, las macana'e lo' viviyo'e siempre; los duenio'e tóo. ─El Viejo hizo una pausa, lenta, tragó saliva y continuó─: el'alma'l Hombre si pudre co'nla muerte, sel'a comen lo'mesmo busano' qu'le comene'l cuero, la'carne, lo'ojo, lo'güevo, tóo; tóo sevá co'nel Hombre... Y seva'a ningún'lao.
            ─Entonce pué e'la vida no tiee'sentío, ¡un diá nos'morimo' y báh!
            ─El sentío e'la vida ta'n'la mesma muerte, amigo: nacemo po'qu'un día tenemo'e morí: ¡ai'ta el'sentío qu'usté tan'to busca!
            Florencio escuchaba ensimismado, profundo, orgulloso de su abuelo. Y el Viejo blandía impulso (de sobra) para aguijonear a sus compinches:
            ─La vida suya, la mía, la'e cualquiera, e'un suspiro perdío n'la enormida'e la Historia: no somo ta'importante, vea: somoe'sa mierdita insinificante qu'camina po'este mundo cacareando'l cuento el hombre y la humanidá: la patraña e'larte'i'la'sensia... náa... na' na' qu'sirva cuando aparece la muerte'a cagarse'e risa e'nue'tra mesma jeta.
            Silencio.
            Hondo.
            El remanso apenas audible...
           Florencio pasmaba en cada palabra de todo lo oído, absorto. Romerete lagrimeaba. Chinche languidecía contemplando el fuego. Un hermetismo sepulcral, solemne. Como en etiqueta... Entonces el Viejo rompió la tertulia en un bramido:
            ─¡Güeno basta'e habla'l pedo, carajo! ─gruñó riendo─. Bájese amigo Chinche uno'e'so pacú qu'ensiguro usté tie'n su canoa... ¡Y usté pare'e llorá como marica! ─reclamó el Viejo a su amigo Romerete─. ¡Culo ‘ediondo! ¡Ya se me'a mamao, pué!
            Florencio se levantó en un saltó y salió a buscar leña.
            ... allanado en el monte de espinillos también él lagrimeaba emocionado.  
      
           
             
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espiro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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