La cacera de Florencio Espiro (captulo 07)
Publicado en May 08, 2009
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- VII
El escuadrón
 
El comisario Ordóñez comenzó a moverse rápido: enfático y perentorio organizaba la cacería de Florencio Espiro: el plan: conciso aplomado impasible el comisario daba órdenes trotando en sus nuevos galones. Estaba al mando y lo hacía sentir. Ruggierito siempre latente a su lado... Ordóñez formaba un escuadrón especial para ir hasta Diamante a traer al fugitivo, "a patadas en el culo", repetía a sus subordinados. Estaba reclutando a lo mejor de la Fuerza, los mejores tiradores, los mejores jinetes, los más feroces temerarios impiadosos hombres de la repartición. Buscaba doce, exactamente doce oficiales fieros: doce "hombres de acción" dispuestos y determinados a todo. Todo... Ordóñez se jugaba una patriada, era conciente que su pellejo estaba a prueba, que no podía fallar, que Barceló no toleraría un fracaso ni nada parecido a un fracaso. Nada de excusas, pensaba el comisario en la soledad de su compromiso...
           Ordóñez había recibido el suspirado telegrama. En la mañana: la respuesta del camarada oficial de la Fuerza en la provincia de Entre Ríos. Un sargento (también) bien informado y amigo de los favores. Y el telegrama había traído la sospecha intuida: estaba todo confirmado: un tal primo Florencio andaba paseándose por Diamante a lomo de un alazán: pernoctaba en distintas casas y ranchos de la familia Espiro maliciando un comportamiento enamoradizo y bebedor.
           Ordóñez formaba su escuadrón especial y relamía la cacería. Ruggierito cerraba oficios con el Ejército para el alquiler de una unidad móvil que los trasladara hasta las afueras de Diamante. Los caballos, las armas, las municiones, todo aparecía en el patio de la repartición, provisiones, planos, baqueanos, todo se sucedía armónico y sin complicaciones. El plan del comisario avanzaba según lo previsto.
           Mañana mismo estaban en condiciones de partir, calculaba Ordóñez. Estaba todo preparado. Sin reveses ni infortunios. Listos... Pero también estaba el asunto ese de la putita escondida por La Gallega. Esa negrita. Pulserita. Una buena forma de entretener a la tropa antes de la misión. Un incentivo extra, pensaba el comisario. Esta misma noche, planeaba, antes de salir para Entre Rios... un secuestro.       
  
                          
Los varones de la familia Ribezzo competían irascibles en el amor de Pulserita. Batallaban en la conquista amorosa, la pasión, la desmesura, vertían uno tras otro lo mejor y más exclusivo y rimbombante en el romancero helénico, trágicos e iluminados, ancestrales, revolvían el pulso ardiendo en sus venas. Erectos en la alegoría. Mitológicos... Y la hermana Laura y la madre Ángela (y ahora también la tía Doratta y la prima Marietta) gozaban el hedor hormonal que desprendían sus machos; y azuzaban féminas el encanto de Pulserita, fogosa, negrita, linda, buena, ojitos chispeantes, tetitas frescas. 
           A pura galantería y delicadeza, sensibles, los varones Ribezzo inundaban a Pulserita en versos y prosas y prendas y ramos de flores y yerbas buenas y promesas imposibles y helados y jugos y canciones y paseos por la costanera... Y Pulserita rendía su cuerpito negro a los brazos y besos y vivezas secretas de los enamorados desfilando tiernos en la piecita del fondo: amantes cabríos: fabulosos: hormonales.
           ¡Hijos de Rodas!
           Los varones Ribezzo estiraban cuerda para rato.
 

Ruidos. Ruidos tremendos. Golpes. Gritos. Puertas destrozadas. Vidrios cayendo agudos y secos. Estampidos. Hombres con armas largas y linternas. Doce hombres uniformados de negro. Y una sola pregunta: "¿Dónde está la negrita de La Gallega?". Amenazas de muerte. Bravuconadas. Pistolas en la cabeza de la hermana Laura. Y una misma única pregunta: "¿Dónde está la negrita de La Gallega?". Llantos. Pánico. Terror a la metralla.
           La negrita estaba en la piecita del fondo... Venían a llevarla.
 

           Ordóñez y Ruggierito esperaban en la esquina, en la unidad móvil del Ejército. Un pequeño bautismo de fuego para los muchachos, cavilaba el comisario. La noche era abierta; luna gorda, muchas estrellas. Rocío. Mosquitos. Ladridos retumbando como en un concierto. Y los doce hombres del escuadrón especial apareciendo bajo la arboleda de sauces, ligeros cruzando el zanjón: hombres nublados, clandestinos, inhumanos: hombres uniformados de negro...
           "¡Ahora, a Diamante!" ordenó Ruggierito al chofer.
           Encapuchada y atada Pulserita rezaba en silencio.
           
  
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espiro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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