Colonia Wanda (captulo 06)
Publicado en Dec 29, 2009
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- VI
En San Ignacio
 
El viejo Ford temblando bajo la maleza, colorado; la tierra arcillosa lo come. El Paraná es un eco sordo. La jungla uniforme y catódica, cromada en un verde (ahora) repleto, caliente, como un fondo raso ensimismado entre nubes y tierra roja. El sol reverbera. Todo perlado en gotas de sudor. Todo. Todo húmedo y excesivo y extremo... En San Ignacio, al norte de Posadas.
            Como en un cuento de Quiroga.
            ... Hace (ya) tres lunas Róbin Espiro y LaBoga y la prima Danielle y la prima Natalia y el Chelo Luján y el Tano Ghio montan el cuadro del circo gitano a la vera del puerto misionero. En la noche: olor a incienso, traperio, colores, el espectáculo exótico, la música, el baile, el halo de misterio, y la lujuria, los naipes, la suerte, maldiciones y mitos de los Balcanes, leyendas griegas, cuentos criollos, licores, láudanos, azahares, en la clandestinidad de la jungla: el Chelo Luján rasca la guitarra y el Tano Ghio la acordeón, y LaBoga baila casi desnuda, apenas cubierta en velos y sudores, y Danielle y Natalia canturrean y panderetean y lanzan arengas y guasas a nativos y mensúes enjambrados bajo el toldo, aplauden, vitorean, se golpean en la boca, y Róbin hace gala en su excelsa puntería, fanfarrón, marcial relumbra calibre doce la Remington 870, y brama el estampido, y estallan latas y botellas y botellones y sandías enteras, y la muchedumbre festeja, celebra alborozada, pontifica al pistolero... En la noche, en el calor sofocante. En Misiones.
            El circo de los Gitanos, dicen.
 
Florencio (Saturnino) Espiro navega el Paraná, en la canoa de Zapata, a toda vela; llega a San Ignacio henchido, como paladeando un gran momento. El sol abraza, sobresaltado en el poniente, todo rojo, azulado, reverbera como un demonio, imposible. Zapata señala el meandro en el río y advierte la maniobra; el viento es fabuloso. El atardecer (ahora) tiñe a lo anaranjado. Como el de las paredes acantiladas. Florencio infla el pecho, sonríe, ansioso. Zapata lo observa. De la costa arrima un olor rancio a sancocho hervido. Un tufo empalagoso. El meandro es turbulento; la canoa se zangolotea, quejosa entre resoplidos de agua. En la ribera el rancherío (ya) asoma bajo la selva abovedada. Y a la zaga el "circo" del primo Robertino... el toldo, el viejo Ford... la Familia prófuga...
            Florencio irrumpe en el campamento de la ralea a grito pelado, chacotero, encubierto en su aspecto salvaje, temible, todo melenudo, barba espesa y tupida, sombrío, como un lobisón expulsado del bosque. "Dónd´está es´Espiro, carajo", gritó en la aparición. "Ande anda es´malandra e´mierda", gritaba... El susto de la familia duró un instante, cruel, hasta asimilar la parodia y vislumbrar entre aquella pelambre el rostro hirsuto del primo Florencio. "¡Primo!", estallaron Danielle y Natalia, y corrieron a colgarse al cuello de Florencio: "¡Primo querido! ¡Primo´el alma!", repetían, histéricas, besando la roñosa barba del primo. (Lo adoraban.) Florencio reía a carcajadas, pura emoción y alegría, dientes blancos brillando en la penumbra. El sol (ya) se diluía en el horizonte. Robertino bajó el percutor de la escopeta, "Cototo", dijo, y brincó feliz al encuentro con su primo: un abrazo interminable, recio, machuno: un abrazo bien Espiro...
            ... comieron y bebieron como animales, hasta saciarse; el Tano Ghio se encargó de la parrilla, pacú, sábalo, un dorado, el Chelo Luján manejó la destilería, y Florencio y Robertino se contaron cosas, la noche entera, diez largos años sumidos en el ostracismo calaron llaga en los primos Espiro, el clan griego vuelto en llamas, en la selva misionera, y contaron nuevas anécdotas, y refirieron viejas glorias, y esa noche no hubo espectáculo, el "circo" permaneció cerrado, y Danielle y Natalia rieron y rieron, y LaBoga se mamó como un muchachito polaco, y fue arrimándose a Florencio, mimosa, y las primas la cebaron, y la guitarra y el acordeón empapó el ambiente, bajo el toldo, el fuego ardía a un costado, y el baile se hizo sólo, chamarrita, milonga oriental, saltitos entrerrianos en el Alto Paraná de las Misiones, como extraños visitantes, bailaron y cantaron y cifraron rimas obscenas, atávicos, frenéticos, bailaron a la lumbre de una luna inmensa, toda la noche, bebieron hasta la última gota de vino, y cayeron rendidos...
 
El amanecer los halló insultando el crispado sol de la selva. Ya pronto juntaron sus cacharros en el Ford, y partieron al norte, a Colonia Wanda, medio-aturdidos en el alcohol y la fiebre. El camino era un tajo angosto, torpe, nimio entre el follaje de la jungla, como una letanía. El camión avanzaba envuelto en tierra colorada. Y el calor fastidioso, cada minuto, lamiendo rayos del trópico, rezumando un miasma (siempre) húmedo y excesivo y extremo. El sendero se hace un suplicio, interminable, los cerros más y más empinados, pendencieros: el viejo Ford ruge en bufidos de cansancio. Robertino al volante, alerta, la frente perlada en sudor; a su lado Florencio templa la guitarra, canturrea suave y mustio, lastimoso. Y pregunta a su primo:
            ¿Usté Róbin ha oído la última zamba de la prima MariaElena, María Elena Espiro?
            El gesto del primo niega con la cabeza.
            ¿Y le agradaría oírla?, incita el otro.
            Robertino maniobra sobre un badén, y asiente en otro gesto de la cabeza: Sí, dice.
            Entonces el primo de la guitarra introduce los primeros acordes. Y canta:


sangre del ceibal
que se vuelve flor
yo no sé por qué
hoy me hiere más
tu señal de amor
 

zamba quiero oir
al atardecer
capullo de luz
que quiere ser sol
y no puede ser

¡Ay tristecita
tristecita igual
que es llovizna azul
murmurándole
al cañaveral!
 
 
el viento la trae
se la lleva el sol
sueño en el trigal
y sobre el sauzal
lamento de amor
 
 
ya siento llegar
del cerro su voz
pañuelo ha de ser
y lo he de prender
sobre el corazón
           
... Florencio concluyó la canción, lagrimeando; y dejó la guitarra a un costado. El primo al volante aprobó en gesto duro y solemne:
            Ta´linda, sí. Dijo.
            Bien linda, sí: bella, devolvió Florencio. Se llama La Tristecita. Es una zamba, insistió.
            En la carga del camión el resto de la familia dormía su resaca. Todos amontonados, entre eructos y pedos.
            La´prima Maria Elena compone cosa´lindas, dijo Robertino.
            Es cierto, dijo el otro: Cosas lindas como el mismo cielo...
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Wanda Fedele

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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