Se apagan las luces sobre aquel mar que antes fuese azul, pero que ahora es negro y turbio.
Él, que yace tirado en el suelo de la playa mientras las olas rompen bajo sus pies, abre los ojos, sabe que ya no esta más en su hogar y que quizá, nunca más volverá a el. Él se pregunta si habrá más gente viva aparte de él. Mientras trata de levantarse de la arena, siente que algo le falta, algo importante, pues ni siquiera es capaz de levantarse del suelo. Es a la tercera vez que trata de levantarse cuando cae en la cuenta de que un dolor punzante le recorre desde el tobillo hasta la rodilla, algo le dice que no debe mirar hacia atrás, que no debe voltear la cabeza para tratar de mirar su pie, y aún así, lo hace.
Un aullido de dolor estalla sobre aquella turbia oscuridad.
Ahora se arrastra, no le queda más, sólo arrastrarse. Cuando ya se ha alejado de la playa, cuando por fin toca las primeras piedras del límite de la misma suelta un segundo alarido de dolor. Mira hacia atrás, el rastro de sangre sobre la arena puede observarse, aún en aquella oscuridad. Luego, dirige un segundo vistazo hacia su pie o, mejor dicho, donde aquel solía estar. Mientras la sangre gotea por debajo de su tobillo izquierdo, Abraham Foster se pregunta si habrá más personas con vida dentro de aquella playa o el mar. Sus ojos se llenan de lágrimas mientras observa como, a lo lejos, el barco donde había viajado es consumido por el agua turbia y fría del mar.