Para salvar la distancia que nos separa
tuve que imaginar que era un camino,
un camino que anda valles y montañas,
zonas áridas y uno que otro río.
Pasé por en medio de los todos los paisajes,
excepto por  la selva que llevaba conmigo.
En mi pecho había un gran corazón verde
lleno de enredaderas, de ceibas, de vástagos
y de plantas de hojas anchas;
mis brazos eran dos brotes
que se extendían hasta tocar tu ombligo.
Al llegar a ti,  
después de que el camino se ensanchaba como una avenida
o se achicaba como la hebra de un hilo,
no dudé en llenarte de hojas,  de frutas y de rocío.
Cantarían para ti las aves del paraíso,
caería sobre tu cuerpo una lluvia de besos
que se desparramarían por toda tu casa
y se saldrían a la calle como si fueran un río.
Esta selva que crece dentro de mí sería también tu selva.
Tus ojos y tus manos blancas
se abrirían como las puertas de mi ventana
por donde nació el camino que soy y que he sido contigo:
un camino breve que se extiende hasta el infinito.