EL PUEBLO DE LOS DESPLAZADOS
 
Es un pueblo maltratado y solo
donde no se mueve nada. De vez en cuando
talvez una estrella fugaz o alguna mosca
que cruza inmune bajo el cielo nocturno
como una bruja desterrada y ciega.
 
Por sus caminos polvorientos y ásperos
entran y salen cautelosamente
desconfiados fantasmas trashumantes,
porque temen quedarse para siempre
en un lugar sin carisma y sin futuro.
 
Como testigo silencioso, el tiempo
va confirmando la miseria humana
que guarda en sus entrañas ese pueblo
donde muerte y soledad baten sus alas.
 
Nada se oye, y el entorno es sordo
frente al eco del fragor que un día
recorrió sus callejuelas empinadas
con polainas relucientes de ludibrios
y amenazas de guerra preventiva.
 
En ese pueblo abandonado y triste
habitaron las pasiones y la envidia,
los anhelos y quimeras de unos seres
que sucumbieron a su propio invento.
 
Solamente pervive algún recuerdo
de los pocos que pudieron refugiarse
en ciudades o montañas alejadas
sin meditar en la palabra olvido.
 
En ese pueblo envilecido y mudo
ya no cantan los niños ni los pájaros,
no adivinan la suerte las gitanas
ni se besan los enamorados.
 
Porque la historia de ese pueblo aciago
-roja y violenta como tantas otras-
fue escrita finalmente por bastardos
de uniforme y de sotana, por políticos
que arruinaron el proyecto libertario
de unos hombres honestos y sencillos,
que luchaban por justicia, pan y tierra.