MI FELONIA
Publicado en May 07, 2025
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Mi felonía
 
          Acabo de cometer una felonía. A lo largo de los milenios he leído y escuchado sobre mí, se ha dicho mucho. Lo más aceptado es lo que está plasmado en las Escrituras. Que mi acto, por ser tesorero de los Apóstoles del Señor, fue por pura mezquindad. Unos treinta tetradracmas de Tiro. Pero nadie sabe, hasta este momento, que mi trato fue con el mismísimo Maligno. El Señor prometía que Él volvería, que tendría vida eterna, sería inmortal. Yo deseaba eso. Despreciaba la idea de un cuerpo añejo, con enfermedades, cercano a la muerte. Ese fue mi trato. Lo logré entregando a Jesús de Nazaret, todo lo demás es historia conocida. Comienzo de la era Cristiana. También se mencionó en las  Escrituras dos teorías de mi supuesta muerte. Cuando tuve oportunidad de leerlas sentí ironía. Era la forma en que el Omnipotente supuso que sería un castigo ejemplar para mí.
          Tampoco puedo decir que no he vivido bajo la mezquindad, eso me ha servido de manutención en los siglos que lleva mi inmortalidad. En ella hay dos aspectos, el material y el espiritual. En el material puedo decir que he planeado bien mi sustento. Los primeros años me refugié en un pueblo muy lejano como pescador, que es mi oficio, atesorando las treinta monedas. Cuando las personas comenzaron a notar mi falta de envejecimiento recolectaba lo que sabía que con los años tendría valor y me movía a otro destino, dejando amores y amistades. Allí se mezcla un poco la parte espiritual. Siempre fui muy poco apegado, muy cínico y osco. Cosechaba amistades y amantes, incluso hijos, y no me costaba dejarlos atrás sin ninguna explicación.
          He visto crecer países, conquistas, en esos tiempos he sido guerrero, obtuve mucho dinero de ello, pues llegaba victorioso en las batallas. Todo lo iba acumulando. Mis ingresos provienen de un anticuario con reliquias exquisitas que he ido coleccionando a lo largo de los años. Con ello hoy soy propietario de  una gran fortuna. Durante años me han sobrado mujeres y amistades, hasta que tenía que partir a otra ciudad, para que no sospecharan de lo obvio.
          También recuerdo haber oído hablar de un nuevo continente. Lleno de oro y riquezas. Aunque mi avaricia era grande, estaba cómodo en Alemania y no quise moverme de allí.
          Cabe destacar la cultura con la que estoy posicionado y las lenguas que manejo. Siempre he sido centro de las reuniones más elegantes. Se me ha tratado como un Sr., en ocasiones como un Sir. Yo despreciaba a la gente vulgar. Olvidando mis orígenes de pescador. Con respecto a los idiomas, he preferido en los últimos 50 años conservar mi lengua natal, el hebreo.
          Todo lo que cuento en esta misiva llegó a su final. Como habrán leído, me posicioné sobre la humanidad mortal con superioridad. Pero esto llegó a su fin. A continuación relataré los hechos.
Eran  las 10:00 horas del Yom Hashoá – de 1929 – cuando en mi ciudad comenzaron a sonar sirenas y todo se colapsó.
Ese fue el fin de lo que consideraba mi vida, aunque seguiría viviendo. Entre el pánico y la confusión, me encontré desnudo con otros hombres, algunos colegas comerciantes o profesionales, frente a soldados de Hitler que nos gritaban, castigaban y mojaban en el frio invierno, con mangueras con agua helada. Estaba en Auschwitz.
          Mi mente que se había mantenido sosegada decena de años, disfrutando la inmortalidad, comenzó a sentir una inquietud como nunca antes. Mi mente, siempre templada y arbitraria, comenzó a jugarme una mala pasada. Me preguntaba si será que quizás mi cuerpo era inmortal pero mi mente, ¿alma? había empezado a sucumbir y a sentir. No sentía pena por los demás, en iguales condiciones que yo. Sentía pena por mí. Y por primera vez sentía que no tenía salida. La  guerra apenas había empezado y no sabía cuándo finalizaría. En síntesis, mi calvario era indeterminado.
          Las penurias que fui pasando por semanas y meses eran eternas, y aun me mantenía sano, pero mi cuerpo lentamente se deterioraba, aunque no iba a sucumbir nunca. Comencé a pensar en el suicidio. Muchos de los que estábamos en el campo lo hacíamos. Algunos lo llevaron a cabo.
Yo sabía que no moriría. Pero mi mente estaba enloqueciendo. Cerraba los ojos y veía al demonio recordándome el trato. Despertaba con sollozos. ¿Cómo explicarlo a los demás?
          Un atardecer gris y frio, cuando volvíamos de cavar unos túneles de minería, dije: basta! Tomé coraje y me lancé, trepé al muro y me tomé con fuerza a las cercas electrificadas. Sentí la corriente recorrer mi cuerpo. Caí.
          Abrí los ojos, un oficial nazi me miraba azorado. Él no entendía como había sobrevivido a ciento cincuenta voltios en mi cuerpo, debería estar humeando y muerto. Pero no. Yo solo imaginaba el castigo que me esperaría.
          Y efectivamente, fui duramente castigado. Mi cuerpo se lastimaba, pero una noche en las literas lo sanaban. Para admiración de los soldados nazis, al día siguiente estaba presto para seguir trabajando. Notaba como todos susurraban sobre mí. A ellos les era muy útil aunque envidiaban mi fortaleza. A mis colegas judíos les despertaba envidia, admiración, me pedían consejo. Yo los despreciaba. Veía sus cuerpos sucumbir. Pero sus almas no. Comenzaba a preguntarme que era eso del alma. Si es que existía, en mí estaba sucumbiendo, eso deseaba acabar con mi existencia. Al final Jesús de Nazaret tendría razón. Sería esa la vida eterna. La del alma. Yo la quería exterminar. Estaba cansado. Ya había vivido en esta tierra lo suficiente, y ahora encerrado en este campo de concentración, entre tanta miseria. Y mi cuerpo que resurgía.
El Omnipotente sabía que ese, al fin, sería el castigo ejemplar para mí.
Sandra Brinkworth 1 de junio de 2024
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Descripción

HISTORIA FICTICIA

Palabras Clave: JUDAS

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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