Ráfaga de suspiros: iris
Publicado en Apr 14, 2022
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XV.
Distante el camino, el humo del asfalto subiendo por la densidad del tráfico lo guiaba, ensordecido por el ruido de la ambulancia, concentrado en lo que iba a ser, decir o hacer. Lo último que quería era intimidar, porque sabía que con paciencia podría justificar su cobardía. Lo detiene un atril blanco y dos puertas, un ángel prevalece entre ellas y lo deja pasar poniéndose a la altura de sus aureolas. Pero ese no era el destino, sino aquel donde su alma se encontraría. El camino se hace largo pero se siente corto, puesto el ángel le cuenta de que trata su travesía.
Y es allí cuando la luz se atenúa, el día pasa dejando toda una noche fría y fluorescente, avisado por palmas que se movían a varios lados y lo ayudaban a pensar subido en cada una de sus ramas. La verdadera excusa para su estado era el frío y un abrigo que no existió, cuando por dentro su cuerpo, anonadado, reaccionaba a las palabras de tal ángel, se hundía en su cabeza y se dejaba enseñar, guiar y preveer, proteger, preservar, amparar, defender, escudar, resguardar, respaldar, apoyar, favorecer, acoger, custodiar, guardar. Números y palabras, palabras y números, y el tiempo pasando.
El tiempo pasando donde se trataba que una hora pareciera un minuto y un minuto pareciera una hora. Qué ganas, que ganas de verle a los ojos, verle a los ojos y decirle: “Yo nunca viví una mentira, y tampoco tomé ninguna vida; pero seguramente, he salvado una”. Pero el ángel miraba para otro lado, solo escuchaba, buscaba una casualidad (o destino).
Las cabezas subían y bajaban, como una pequeña ave que espera de su madre alimento, como una pequeña ave que ve a su madre con preciado maná, ven al cielo y abren la boca. Pero al contrario que las aves, él conservaba su raciocinio y no se dejaba llevar.
El ambiente pesaba, esperando que la noche dejara de ser fría y fluorescente. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta que había un ángel a mi lado? Si siempre ahí estuvo, hablando, escuchando y juzgando. La convicción era fuerte, pero necesitaba una prueba. Qué belleza, y el brillo de la luna no le superaba.
Vacante y roto, baja la mirada. Por primera vez sus impulsos están a favor y se hunde, se hunde en un mar de sentimientos infinitos. Correspondido, continúa explorando la playa y cada una de sus olas. Oleajes suaves y moderados, donde solo se le mojan los pies. Cual salmón nacido en río migra al océano y nada conoce, vuelve a casa por razón de su vida y su instinto. Hallelujah, y sucedió llegando a la cuarta, a la quinta. Cayendo y subiendo, componiendo letras y palabras. Le trajiste de nuevo a casa.
No le veían, pero podía sentir la presencia incluso cuando estaba solo consigo mismo.
“¿Todo esto está bien?” se preguntaba. La respuesta, repetidas veces, era sí.
 
II.
 La prueba era sencilla, volver al atril con grandes puertas blancas y seguir en su búsqueda de la verdad. Tierna y cálida morada de donde salir era más difícil que entrar.
 
Al parecer, esto no es más que un laberinto y la salida no la quiero encontrar. Y corre, y se afana, pero encuentra y reacciona. ¿Estar aquí, no me convierte también en un ángel? O tal vez, uno que se cayó y se destrozó en piezas.
Oh discordia, llamada a encarar dos seres divinos y a no dejarse llevar por el brillo de sus hijos, sino a crear una forma de que los dos estén de acuerdo. Ángeles cerca, desubicados y confundidos. No son conscientes de que el jardín del Edén solo debe ser uno, y su responsabilidad es dividirlo en dos. Tratando de competir por parte del territorio y uno acepta, cómo han llegado hasta este punto es un misterio, pero están. Él sabe, no sería capaz de la oportunidad de hacerle levantar la mirada al cielo.
Y se hunde, se hunde de nuevo probando el oleaje, solo que ahora es más brusco, ¡y con justa razón! ¿Quién se atreve a desafiar tal momento de esa forma y con esos medios? Desafiar al cielo, desafiar al mar, desafiar la vida y desafiar al ángel a comprometerse con su promesa.
Y se encuentran, y se miran, y se hunden en las vástigas oportunidades del árbol destino. Inexplorado, sin comprometer, sin ataduras y abierto, y mira los ojos de su congruente una luz, y luego, inmóvil. Recorriendo cada una de las playas, de las olas y del pequeño espacio de arena mojada que queda luego de que se encalla el agua. Ángeles a la distancia, desconcentrados y entretenidos, disfrutando del libre albedrío. Qué difícil fue verle con ese destello de miradas hacia el cielo y hacia mi vista, porque la cabeza debía voltear en pro de saber lo que sentía.
Hizo lo mejor posible, no fue mucho, pero era lo que podía hacer. Una vista en falso lo llevaban al abismo y lo que menos quería era dejar este espacio, este lecho de suelo frío y con el manto, profundo pero superficial, poco proporcional a las vistas del ser humano, antropocentrista y ególatra. Mundo sin explorar, encontrado; mundo sin explorar, y creciendo; mundo sin explorar y descubriendo que falta mucho más.
Alto el camino, pero sus ojos estaban a la par, en diferentes niveles. Cada uno, boca abajo y boca arriba, contando los segundos. Volteando a tu rostro, volteando a bajar. Pedazo de cielo, se siente como en casa. Se siente el calor de la morada, se siente el calor de los vidrios empapados, se siente que afuera hace frío y de nuevo con la noche fluorescente, esta vez de una fuente conocida. Eran, y fueron. Era la luz y era el camino. Se dieron cuenta de cada una de los caminos inmersos en el laberinto imaginado, cada una de las piezas. Lo sé, lo saben: las piezas encajan porque ya las vieron caer. Playa húmeda y humeante, con intenciones yuxtapuestas, que ponen en movimientos sus almas, que se desintegran a medida que la prueba avanza, comunicándose. La oscuridad era la luz que avivaba el fuego, y no veían un fin. Las piezas encajan, y que culpa, significa que desea. Se vio como las piezas caían, el templo se derrumba, vuelven a juntar las piezas. Qué gran poema nace de este enfrentamiento y que pena valen todas las vueltas, qué bello es encontrar la disonancia. Qué silencio entre supuestos amantes, que fortaleza le dan a la comunicación.
Dale también unas alas.
 
XIII.
Cuarenta y cuatro mil minutos. Ángeles a la distancia, desorientados y confundidos. Este silencio me tendía a atrofiar cualquier sentido de compasión. Qué pesado me sentía, pero solo porque me di cuenta. ¿Qué hago? Solo tiemblo. En mi cabeza no está sino el sinfín de sucesos desacreditados porque quise, que me desacreditaron sin querer. Como la playa a partir del ocaso y hasta el alba, las olas que navegaban eran altas y densas y no podía controlarlas.
Y me ahogaba en pensamientos, también altos y densos, desconcertantes y humillantes. No hables más, les decía; no hables más, les suplicaba. Una sombra tras de mí y cubriendo cada paso que doy, apuntándome con el dedo. Jesús, ¿No vas a decirme algo? Solo te voy a costar, te voy a masticar y me voy a ir, trabajaré para elevarme lo suficiente y derribarme. María, ¿qué susurras? ¿Por qué? Que desafortunado evento fue no poder controlar mis emociones y dejar que el exterior notara que, no era más que un trozo de carne envuelto en una falla.
Un trozo de carne envuelto en una falla, recuperado y sin recuperarme, cansado pero tranquilo, pesado pero sin gravedad. Qué gran rosa de pétalos sueltos que se caen con un soplo, que vil ráfaga de suspiros que me hace doler mi pecho, y que vergüenza sentir que ven mi rostro. Qué pena que no supe, qué pena que no pude. Qué mal que no concebí, que mal que no encontré.
Y con lo que el tiempo se llevó encontré tu voz, y tu regazo con un alivio, un dolor remediable, un cántico de colibríes en la mañana, un borrador azul para la tinta y que no rasga mi hoja. Playas onduladas donde estuve y donde volvería, envueltas en mis brazos. Cálida mano que se hunde con mi sien. Encontré el centro en esto por ti. Y solo quiero empezar de nuevo, con pasos atrás, quiero lo que quiero.
Y tú, trocito de lo divino, viniste a mí. Viniste a mí sin saber, viniste a mí sin entender. Tráeme a mí el espíritu, el hijo y el padre, y dile directamente que mi paciencia y mi fé se acabaron. Tú, trocito de lo divino, qué difícil fue verte en esa luz, que difícil fue verte a la cara incluso sin saber, que difícil fue verte con la luz baja en la noche fluorescente.
 Si alguna vez ves a tu creador, míralo a los ojos, míralo a los ojos y perdóname, porque aunque nada fue mentira y ninguna vida tomaste, seguramente salvaste una. Y aunque todo salió mal, en pie permaneceré ante el ángel, sin nada en mi lengua.
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Foto del autor Diego Andres Poveda González
Textos Publicados: 26
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Descripción

Me pasó algo y quise tener esta catarsis

Palabras Clave: iris

Categoría: Poesía

Subcategoría: Filosófica



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