Se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Amado Nervo
Publicado en Aug 27, 2020
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Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
La noche del 31 de agosto de 1901, mientras se desempeñaba como corresponsal del periódico El Imparcial en París, Amado Nervo conoció a una mujer francesa llamada Ana Cecilia Luisa Dailliez Largillier. Días después, ambos se enredaron en una intensa relación amorosa.
 
En marzo del año siguiente, el poeta y escritor mexicano –nacido el 27 de agosto de 1870 en Tepic, hoy Nayarit– regresó a México, donde por intermediación de Justo Sierra obtuvo una plaza de profesor de lengua castellana en la Escuela Nacional Preparatoria.
 
En 1904, Ana Cecilia, quien tenía una hija llamada Margarita, viajó a México para encontrarse con Nervo. En julio de 1905, ya como miembro del Servicio Exterior del gobierno de Porfirio Díaz, el poeta fue nombrado segundo secretario de la legación mexicana en España y Portugal, por lo que, en compañía de Ana Cecilia, se trasladó a Europa.
 
La pareja recogió a Margarita en París, donde vivía con la hermana de Ana Cecilia. A continuación, los tres viajaron a Madrid para residir en un departamento de la calle Bailén. Fue ahí donde, obligados por la rígida moral de la época, Nervo y Ana Cecilia continuaron su idilio, pero en secreto.
 
Acerca de este “amor prohibido” y las circunstancias que lo rodeaban, el poeta escribió: “Como aquel nuestro cariño inmenso no estaba sancionado por ninguna ley; como ningún sacerdote nos había recitado maquinalmente, uniendo nuestras manos, algunas frases latinas; como ningún juez civil nos había gangueado algunos artículos del Código, no teníamos derecho de amarnos a la luz del día, y nos habíamos amado en la penumbra de un sigilo y de una intimidad tales, que casi nadie en el mundo sabía nuestro secreto. Aparentemente, yo vivía solo, y muy raro debió ser el amigo cuya perspicacia adivinara, al visitarme, que allí, a dos pasos de él, latía por mí, por mí solo, el corazón más noble, más desinteresado y más afectuoso de la tierra.”
 
Con todo, cuando tenían la oportunidad de dejar Madrid y visitar otras ciudades europeas, Nervo y Ana Cecilia se desquitaban ampliamente y disfrutaban su amor en libertad, sin ninguna atadura.
 
Así pasaron los años, hasta que el 17 de diciembre de 1911, Ana Cecilia cayó gravemente enferma de tifoidea. Nervo despachaba lo más pronto posible sus asuntos en la Cancillería para correr a su lado y atenderla. Sin embargo, la salud de aquella mujer no dejó de deteriorarse y falleció el 7 de enero de 1912.  
 
El poeta, entonces, cogió su pluma y comenzó a escribir un libro en el que vertió todo el dolor y toda la angustia que le causaba aquella pérdica: La amada inmóvil.
 
En “Ofertorio”, el primer poema de esta obra, se lee:
 
Dios mío, yo te ofrezco mi dolor.
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
 
                        Me lo robó la muerte
… y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...
 
Al cabo de unos meses, Nervo se convirtió en tutor de Margarita. Conforme aquella niña de once años creció, el poeta se sintió cada vez más atraído por ella. Con todo, Margarita nunca permitió que la pasión de Nervo la tocara.
 
En 1914, el Servicio Exterior fue interrumpido por la Revolución mexicana y Nervo, ya sin empleo, entró en un periodo de gran precariedad económica. En 1919, luego de pasar una breve temporada en el país, volvió a ser reconocido como diplomático y recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay.
 
Ya en Argentina conoció a la que sería su última musa: Carmen de la Serna, cuya hermana Celia sería, años después, la madre de Ernesto Che Guevara, una de las figuras más emblemáticas de América Latina.
 
Nervo murió, a los cuarenta y ocho años, el 24 de mayo de 1919, en Montevideo, Uruguay, a consecuencia de una uremia. Su cadáver fue traído a México a bordo de la corbeta argentina ARA Uruguay. A su funeral asistieron poco más de doscientas mil personas, entre ellas el presidente Venustiano Carranza y los miembros de su gabinete. Está enterrado en la Rotonda de los Personas Ilustres, en el Panteón Civil de Dolores.
 
¿Quién no recuerda, por lo menos, los dos últimos versos de “En paz”, acaso su poema más famoso?:
 
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
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Foto del autor Roberto Gutiérrez Alcalá
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