LA MALDICIN DE SHAKESPEARE
Publicado en Jun 14, 2020
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LA MALDICIÓN DE SHAKESPEARE
 
 
 
 

 
                                                                                                                                              
 
 
 
 
 
 
 
 
        
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
   A quienes me hayan traicionado, humillado, difamado, acosado y maltratado con la esperanza de que no levantara cabeza…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
             “Para lograr el éxito en cualquier asusto, se necesita una cierta dosis de locura”
                                                                                                               W. Shakespeare
 
 
 
 
 
 
                                        
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EPITAFIO DE LA TUMBA DE W. SHAKESPEARE
 
 
 
Good friend for Jesus sake forbeare,
To dig the dust enclosed here.
Blessed be the man that spares these stones,
And cursed be he that moves my bones.
(Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras
y maldito el que remueva mis huesos)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA MALDICIÓN DE SHAKESPEARE
 
      Cogí la llave del cofre de madera que me regaló mi abuela. Me la llevaría como recuerdo antes de partir a Inglaterra. No sé el motivo de esa elección, quizás porque siempre cierran o abren cosas, y quería cerrar la etapa que había vivido en España, la de una juventud buena, pero algo marchitada. Deseaba empezar mi madurez en ese País lleno de fantasmas, que siempre engrandecía a quien talento demostraba. Me la colgué en el cuello, con un cordón de cuero. Era bonita, no muy grande, y decidí que sería mi amuleto. Durante segundos imaginé que quizás me sirviese para otra cerradura, pues era la típica antigua que todo el mundo tiene para algún cajón o secreter. Quería creer que no solo guardaba mis recuerdos de la infancia: castañuelas, una pequeña muñeca de trapo, cinta de casete, un llamador de ángeles…cosas sin importancia, pero que una ama, y más cuando lo miras con distancia. Lo que más valor sentimental tenía era un poema antiguo escrito por mi abuela en una edad temprana, casi roído, pero que aún se podía leer. Y mientras observaba por última vez el contenido, pensé que cabía la posibilidad de que mi talismán me enseñara los secretos de otra persona, cosas de una mujer soñadora, porque en el fondo sabía que solo era un regalo, que no ocupaba mucho espacio, y que me ayudaría a coger fuerzas, porque si la cosa no iba como una esperaba, podría volver a mi casa, sabiendo que aquí aún seguía siendo amada, no una extraña. Así que la puse entre mis voluptuosos pechos, y empecé a guardar la ropa en la maleta, junto al libro de Romeo y Julieta, el de cabecera, por la semejanza de mi nombre, y porque si algo me había demostrado mi licenciatura en Lengua Hispánica, es que los clásicos siempre enseñan, y no solo nuevas palabras, sino como en el mundo se repiten las Historias, sobre todo el Drama. Entonces agarré mi amuleto, y me dije a mí misma que partía lejos, pero llena de esperanza, pues si algo me habían enseñado las novelas leídas, es que si uno va con buena actitud y con una sonrisa, la vida se presenta más grata, más sencilla para conseguir lo que deseas, lo que amas. Todo el mundo tiene objetivos en la vida, si no te quedas estancada, y el mío era conocer mejor a Shakespeare, no para imitarlo, algo imposible, sino para terminar un encargo de la Facultad, donde debía demostrar mis aptitudes para poder quedarme, y seguir investigando a los grandes, cuando hubiera hecho todo lo que tenía pendiente en esa  misteriosa Tierra Encantada, donde todavía había escarcha, donde los Reyes y Príncipes aún existían, como en los Cuentos de Hadas de mi infancia…
 
El catorce de Febrero aterricé en Heathrow,  era un bonito día para empezar una historia de amor con dicho País, además su nombre llevaba escrito corazón, y quise ver algún significado a todo, pensé que esa coincidencia me iba a dar la mencionada suerte que todo emigrante necesita, más cuando vas sola, porque por muy fuerte que una sea, siempre da miedo lo desconocido. En España sabía distinguir la sonrisa maliciosa, pero en Inglaterra no comprendía bien los gestos, necesitaría tiempo para descubrir al espíritu que tenían sus cuerpos, cruzaría los dedos para que la maldad no fuese mi enemiga, y mis pasos me llevasen por un buen sendero. Cuando fui a por la maleta, hubo un escándalo muy grande en los pasillos, creí que algún miembro de la realeza iba a coger un avión, o algo parecido. Mi estatura era media alta, pero me tuve que poner de puntillas para poder ver lo que pasaba. Allí estaba: era Obama, había venido a Londres con su bonita familia. Sonreí y me dije: “quizás sea un aviso de la posibilidad de encontrar allí el sueño americano”, no sé, me dio confianza cuando lo tuve frente a mí, saludando a quienes se acercaban. Los perdí de vista rápido, pero ya estaba más animada. Quizás no era un hombre de reverencias, pero a veces el respeto no se hereda, sino se gana, y quise verlo como una buena señal,  porque hasta él había ido a recibirme, aunque solo hubiéramos cruzado una mirada. Volví a por la maleta, esperaba que no se la hubieran llevado, y por suerte todavía estaba junto a la de un joven, quien me sonrió al coger las dos. Se colgó la suya, porque no llevaba ruedas, era una bolsa deportiva grande, y  me acercó la mía, con delicadeza, pero mostrando su músculo, porque a pesar del frío, llevaba solo una camiseta. Siempre había valorado más la inteligencia en un hombre que su físico, pero tengo que admitir, que me gustó, que me pareció muy atractivo, y ya se sabe que “el amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos”. Y él rozaba la perfección: sin tatuajes, rubio, de ojos azules, bronceado, con ropa informal, alto, sin ser demasiado, lo suficiente, fuerte pero delgado, con el pelo recogido con una cola, barba de días. Me recordó a Thor o a un Vikingo, porque parecía sacado de una película de cine. No lo escuché hablar, solo dijo adiós con la mano. Cuantas emociones en solo un momento, sin haber salido del aeropuerto. Entonces crucé la puerta para ir donde se supone que me recibirían, y allí se encontraba el profesor David Stone, quien sería mi guía hasta que me situase en una residencia en Oxford. Antes iba a pasar unos días en Londres, además había quedado allí con Camila, mi amiga francesa, porque quería enseñarme un libro que había hecho su abuela sobre la ropa de otras épocas. Nos conocimos cuando fue a mi Costa del Sol de vacaciones, y coincidimos en la barra del Hotel, donde ella estaba hospedada, y yo trabajaba. Llevaba años sin verla, y necesitaba que me contase como le había ido la vida, sería mi familia en Inglaterra, alguien con quien contar, porque a pesar de casi no comprendernos, nos gustaban las mismas cosas, y disfrutábamos de una buena amistad entre mujeres, algo bastante complicado, por la rivalidad y los celos permanentes.
El profesor me abrazó nada más verme, una cosa extraña en un inglés, para quienes los modales era lo más importante, y las muestras de afecto les parecía una ordinariez. Supongo que como había visitado España, y conocía sus costumbres, sabía que aquí nos besamos y abrazamos, aunque no nos conozcamos de nada, haciendo sentir como en casa a cualquiera que cruzara la frontera, para pasar a mejor vida, ya que no hay ningún lugar como mi País para aprender a divertirse, para disfrutar de una buena comida, para descansar en sus siestas, para visitar pueblos con belleza, para admirar su arte envejecido, para aprovechar su luz, sus playas, sus montañas, y hasta para amar casi por primera vez,  pues ya lo dice la canción:” para hacer bien el amor, hay que venir al sur”. Así que acepté sus muestras de cariño como si fuese de un español más, aunque lo hacía de una forma forzada, nada  improvisada, pero lo admití porque los buenos sentimientos cuentan, y ahí estaban.
-          ¿Cómo ha ido el viaje?
-          Bien, sin nada en particular que contar, deseando llegar
-          Espero que los meses que vayas a estar con nosotros, sean de los mejores de tu vida
-          Muchas gracias, ando un poco nerviosa, no querría irme con un mal recuerdo, pocas cosas en la vida son peores que eso.
-          Haremos que no pase, para ello espero que no seas una mujer de esas difíciles, y sepas acatar nuestras normas, obedeciendo a los superiores. Recuerda, soy uno de ellos
No me gustó el tono de su última frase, ni el contenido, pero sonreí, dicen que es la mejor carta de presentación, a pesar de que me daba miedo creer que todo se complicaría. Fueron unas palabras poco acertadas, parecía que me advertía de algo que no sabía. Apreté mi llave mágica, quien seguro me mostraría la mejor forma de llevar los problemas, si es que los había. Cuando te rodeas de personas buenas, no ocurren desgracias, pero el mundo estaba lleno de maldad, y no conocía al profesor, no sabía sus verdaderas intenciones al insistir que fuera unos cuantos meses para conocer la Inglaterra de Shakespeare, incluso su tumba en Stratford upon Avon, no sabía realmente si había sido la excusa de algo. Tragué saliva, y me dije “Julieta no seas gafe, solo es una frase sin importancia, no el aviso de un desastre”
Nos dirigimos al Hotel, uno situado en el centro de Londres “Strand  Palace”, de cuatro estrellas. Me gustó, se ajustaba a mis necesidades y presupuesto, porque la residencia de Oxford estaba pagada por la Universidad, con la comida incluida, pero todo lo que no fuera eso, me lo debía costear. Estaría una semana más o menos en la capital, el tiempo que necesitase para conocer lo más importante. El profesor vivía allí, por eso tuvo el detalle de venir a buscarme. Algo que no pasa en las grandes ciudades, donde te bajas y andas sola, sin que nadie te acompañe. Lo bueno que tenía Londres era su estación de tren, había decido moverme por ahí, y por el autobús. El metro me daba un poco de miedo, bueno más que eso, inseguridad. Había visto tantas películas, y en todas pasaba algo en su oscuridad. Solo cogería el metro en ocasiones especiales, lo había decidido así, sin consultar, porque después de la maldita frase, no me fiaba de nadie.
El Profesor subió hasta la habitación, y mientras andábamos, sentía desconfianza, tendría que pasar tiempo, tendría que demostrarme que me confundía, para dejar de pensar mal, es lo que tiene ser insegura en las relaciones, y más si aparecía cuando había algo que no me cuadraba. Además estaba sola en una gran ciudad, por mucha suerte que tuviera, lo normal sería que pasaran cosas a las que no estaba acostumbrada. Así que antes de abrir la puerta, extendí mi mano para despedirme, para volver a su mundo, y guardar las distancias. También le comenté que dentro de unos días lo llamaría, cuando estuviera en Oxford acomodada, por si quería venir conmigo a la Universidad, donde comenzaría mi proyecto de trabajo. Se suponía que iba a adivinar algo que nadie se hubiera dado cuenta en la vida de Shakespeare, por ahora seguía siendo ingenua, y pensaba que lograría la hazaña, a pesar de que eso significaría que había triunfado, sin tener muy claro lo que conllevaría, los peligros por la envidia que desata, pero había que correr el riesgo, había que hacer algo en la vida, para que cuando mirase atrás, pudiera sentirme orgullosa, o al  menos de haberlo intentado, como decía mi abuela” las cosas se intentan, no se dejan a un lado”.
La habitación era muy mona y sencilla. Por supuesto tenía moqueta roja, algo gastada, paredes de color beige, dos camas pegadas con colchas estampadas con flores de esos mismos colores, su tetera encima de la coqueta, unos sobres de diferentes tés. El baño al lado, con todo lo necesario, con sales y jabones de lavanda, que tanto me gustaban. No deshice la maleta, y la coloqué en un taburete a los pies de la cama. No me apetecía quitar nada, cogería las cosas que me fueran hacer falta. Estaba tan bien hecha, que daba pena estropearla. Tomé una ducha, y me dirigí al salón, iba a pedir un café con alguna pasta, llamaría a Camila para cenar, esperaba que pudiera, que no tuviera planes, porque quería empezar mi vida allí acompañada.
-          Hola Camila, ¿ Cómo estás?, soy Julieta, de España, te comenté que venía a Londres por una temporada
-          ¡Qué alegría!. Por aquí todo bien, que ganas de verte, y contarte, ando un poco despistada aún, pero espero poder ayudarte. Me alegro que estés en la ciudad, nos vemos cuando quieras. ¿Cómo fue el vuelo?
-          Bien, se me hizo corto. Si quieres podemos quedar esta noche para cenar. No conozco nada, pero si me pasas la ubicación del sitio podríamos charlar, y así me enseñas también el libro
-          De acuerdo, pero lo que conozco está lejos del Hotel donde me dijiste que te hospedabas. Hacemos una cosa, quedamos en la puerta a las seis, y damos un paseo. El primer sitio que nos guste, nos sentamos. Aquí hay muchos restaurantes de todos los lugares, quizás algo más indios. Una comida exótica, sería un buen comienzo. Recuerda que se cena pronto, nada de las nueve o diez como en España.
-          Por mí de acuerdo. Te espero, pero intenta ser puntual, hace frío.
-          Vete acostumbrando, te deseo una buena estancia
-          Gracias. Nos vemos
Me puse algo informal. Hacía tiempo que me di cuenta que las personas de otros países no se arreglan tanto como en España. Lo dejan para ocasiones especiales. Así que me coloqué unos vaqueros ceñidos, aún tenía buen cuerpo, un jersey de cachemir beige de pico, algo escotado, y unas botas. Creo que sería suficiente, no hacía falta falda y tacones para una cita de amigas. Me acordé de coger los guantes, y cuando bajé estaba ella, perfecta como siempre, y con alguien al lado dando la espalda.
-          ¿Camila?
-          ¡Hola!, te veo muy bien. Mira te presento a mi nuevo amigo alemán, Enzo.
¡Sorpresa!, el chico del aeropuerto estaba allí, a su lado. Más abrigado, pero también de forma informal. Me saludó casi besándome la mano. Me quedé sin palabras, asombrada, mientras sonreía, supongo que sabía que su físico era envidiable. Solo le faltaba que tuviera una voz  varonil, para derretirme delante de su mirada. Y la tenía, tanto como la de los príncipes de Inglaterra, a quienes me encantaba escuchar, porque desprendían testosterona con cada palabra. Me entró la timidez, que cansada estaba de que siempre me acompañara. Pero no quería hacer cualquier gesto que llevase a la desaprobación, quería gustarle desde que lo vi con la bolsa en el hombro. Después de darme el abrazo con mi amiga, me explicó que era un conocido de su compañero de piso, y quiso venir con nosotras. Aclaró que su español era un poco escaso, y que debíamos hablar en inglés. Acepté, aunque no sabía si me saldría bien. Anduvimos una media hora, y por supuesto dimos con un restaurante indio. Nos sentamos en la mesa de la esquina, los dos juntos, yo frente a ellos. Cuando me quité el abrigo, casi pienso que me iba a tocar un pecho, pero no, fue a coger la llave
-          ¿Tu amuleto?
-          Sí, a veces necesitas cosas
-          Me gusta, es original. ¿Sabes lo que abre?
-          Claro, mi caja de recuerdo
-          Disculpa, pensé que se trataba solo de una llave suelta. Aunque Shakespeare dijo:” Si tengo que guardarme un objeto tuyo para recordarte, significa que te voy a olvidar”
-          No creo que suceda
-          Bueno, habría que esperar
No hablamos más. Él me miraba, sonreía, dejaba que tuviera una conversación con Camila sobre mi proyecto, y el libro de su abuela, que me lo había traído como regalo, dedicándomelo allí mismo. Era tan educada, tan correcta, que a veces me parecía imposible que pudiera haber una relación así entra mujeres. Y miré a Enzo, llegando a la conclusión de que quizás fuese a ser él quien la estropease. Siempre pasa lo mismo, todo es perfecto, pero en temas de amor o simplemente sexo, todo se olvida, los regalos, los momentos de felicidad, los buenos sentimientos,  ya solo ves al hombre, sin quererlo compartir ni con un lienzo. Lo malo, que a veces eres correspondida, a veces incluso amada, pero otras solo eres un pasatiempo, que se esfuma más rápido que el tiempo, llegando a perder a un compañero, y a la vez a una amiga en el infierno. Me despisté pensando esas cosas, pero por el momento, cuanto más lo miraba, más estaba dispuesta a pisar si fuese necesario el fuego.
La cena fue muy divertida, Camila no paró de contar sus anécdotas de cuando llegó sola a Londres, hasta conseguir instalarse. Me reía mucho con todo lo sucedido, pero por dentro cruzaba los dedos, porque la mayoría de las cosas eran desprecios graciosos, pero desprecios, y la verdad, si me los podía ahorrar, presumiría de ello.  Enzo no habló casi nada, solo me preguntaba cosas sueltas, como cuánto tiempo iba a estar allí, para qué había venido a Londres... Antes de levantarnos, después de tomar el té negro que nos sirvieron al final de la comida, me hizo una última pregunta “¿puedo acompañarte en tu visita a Londres?, también soy nuevo en la ciudad, podríamos conocernos, hacer que el turismo en Inglaterra sea más ameno”. Acepté encantada, hacía tiempo que no tenía novio, y estaba un poco incómoda, no sabía si actuaría bien, si estaría a la altura, pero lo intentaría. Le di mi número de teléfono, y desee que esa misma noche me llamara, o me escribiera algún mensaje, creo que me sentía como una colegiala enamorada. Camila se dio cuenta, sonreía, diciéndome, cuando él daba la espalda, que sabía que me gustaría, que era perfecto para soñar con Romeo y Julieta, aunque no estuviera en Verona, ni fuese a tener una muerte trágica. Me acompañaron al Hotel, sentí celos porque él se iba a su casa, pero Camila  había comentado que salía con otro chico del piso, un galante italiano, que le dejaba pasar primero, y le regalaba flores, aunque fuese después de ponerle los cuernos. Se reía al recordarlo, porque era una mujer inteligente, sabía con quién estaba, no era una mujer engañada, eso es lo que no toleraba, pero le hacía sentir bien, ya se le había pasado la ingenuidad de creer que te vas a casar, y vas a ser la única en la vida de quien compartes cama. A veces eso pasa, pero pocas pueden contar con esa ventaja, aún menos si el hombre es guapo, y no digamos si tiene dinero o poder. No todos, pero con algunos, hasta tenías que dar las gracias por estar con ellos, por ser la elegida, pues cuando no estuviera contigo, había otra cruzando la esquina. Por eso había que tener la propia vida bien atada, sin dependencias, libre para aceptar solo lo bueno que pasara. Y así era Camila, se podía permitir disfrutar el romance sin miedos ni angustias, lo que le durase, sería bien recibido. Decía que era un buen amante, y si lo dejaban, por lo menos habría vivido una bella aventura apasionada, porque en el momento que sufriese, se apartaba, lo tenía claro, no iba a aguantar nada. Era francesa, no una mujer chapada a la antigua, una mujer de esas de su casa, que la mantienen limpia para cuando llegue el hombre a tumbarse, después de una juerga con muchachas. Iba a vivir la vida, disfrutándola en igualdad, no como una sumisa casi acomplejada. Así que me despedí algo más tranquila, estrechándole la mano, suspirando al volverme, cogiendo mi llave, y pidiendo a algún Dios que esa noche me hablara.
No llamó, y no pude dormir pensando cómo debía actuar cuando lo viese, porque eso de la improvisación no sale bien, lo había probado. No iba a pensar frase por frase, pero si memoricé lo que no debía mencionar, los temas que debía sacar si surgía un silencio, incluso ensayé miradas en el espejo. Al final sonreí, pensando lo lejos que estaban los quince años, y como habían vuelto. Me despertó el mensaje más bonito que había recibido en mi vida “aquí el Sol ha vuelto a brillar, supongo que será por ti. ¿Cómo dormiste?”. Me ruboricé, y cerré los ojos, mientras mantuvimos una conversación correcta, era alemán, no esperaba menos. Tampoco me quería ilusionar, porque dicen que cuanto más esperas de alguien, mayor es el fracaso, y ya había tenido mi dosis de desastre, pero me gustaba, me iba a dejar llevar, como cualquier chica enamorada, aún tenía algo de confianza. Nos vimos ese día, y los cinco siguientes, dimos paseos de enamorados, cogidos incluso de la mano, e incluso dormimos la siesta en el Hotel, después de hacer el amor, nada de sexo pagado. Todo fue bien, me daba pena marcharme a Oxford, quería que mi historia de amor no terminase tan temprano, porque una vez que se coge distancia, nada vuelve a ser igual para quien ama y es amado, muy fuerte debe ser el sentimiento, para que no aparezcan piedras en el camino, porque ambos mucho andábamos. La última tarde fuimos al Hotel, como siempre, no quería ponerme triste, quería que tuviera el mejor de los recuerdos, para que me buscase, aunque fuera una vez más antes de volver a Berlín. Eso hice, cerré los ojos y pensé en él, era  a quien deseaba, quería tocar esa piel color canela, quería fundirme con su cuerpo sobre la cama, gemir si fuera preciso, irme a la vez que él se marchaba, y mis deseos se cumplieron, casi llorando por el amor que sentía en las sábanas. Si era mentira, quería vivirla con ganas.
Después de dormir una hora, me levanté para ducharme, íbamos a ir a un restaurante italiano con Camila, para despedirnos hasta que volviera a Londres cualquier fin de semana. El dueño era el amigo de su novio, y nos habían reservado la mejor mesa. “Hay que tener amigos hasta en el infierno”, decía mi abuela. Todo parecía perfecto, pero cuando salí del baño sin hacer ruido, con mi albornoz y la toalla en el pelo, vi a Enzo hurgando en mi maleta, y me dolió el pecho por dentro. Me volví sin hacer ruido, porque iba descalza, no dije nada, y se me saltaron las lágrimas. Por supuesto, era muy bonita la historia para ser cierta, a saber quién era, si era un vulgar ladronzuelo, eso era lo menos peligroso que se me ocurría pensar, y era un tormento. Entonces, en esta ocasión fui yo quien recordé una frase de W.S. “Uno puede sonreír, y sonreír y ser un villano”. Cuando cogí aliento, hice ruido, y salí como si no lo hubiera visto, aunque algo triste, desde luego. Casi me iba a hacer el amor otra vez, pero lo rehusé, no le salía deseo a mi cuerpo. La mujer no solo necesita sexo, cuando ha habido sentimientos, falsos pero honestos. Se duchó, se puso la misma ropa, y fuimos al restaurante, estaba cerca. Nos sentamos cada uno con su pareja, porque Enzo era la mía, aunque a mí ya no me inspirase confianza. No sabía si se había dado cuenta de mi cambio de comportamiento, porque el resto de la noche guardó las formas conmigo, quizás quería que me relajase, que olvidase lo sucedido, pero la vida me había enseñado que quien falla, lo vuelve a hacer más adelante, aunque ese no fuese un fallo, podía ser que solo se tratase de un hombre curioso. Y cada vez que me hablaba, más quería convencerme de que todo fue un error, que no era un villano. Parecía que leía mis pensamientos, porque no me besó, ni cogió la mano, solo en la despedida rozaría mis labios. Camila notó algo, y fue prudente, como siempre. Tuvimos una cena algo copiosa y entretenida, contando cosas de nuestra visita a Londres, incluso Enzo mencionó que me había regalado una pluma antigua, de imitación en el British Museum, y  yo le había comprado una brújula, cuando me enteré que hacía montañismo, el motivo de su color de piel, y de esos músculos tan marcados. Entonces caí que no me había comentado a que se dedicaba, porque de algún sitio tenía que sacar el dinero, no parecía un universitario, sino un joven con aires de bohemio, y sin responsabilidades a su cargo. Más dudas me entraron, de todas formas al día siguiente me marcharía a Oxford, y todo quedaría en un romance británico, aunque también “ Es casi Ley, que los amores eternos son los más breves”. Por poco me derrumbo al recordarlo. Cogí fuerzas para la despedida, había pasado una buena velada, también fría, sin la pasión que en España le ponemos a una comida. En la puerta del restaurante Enzo se ofreció a acompañarme al Hotel, después del mencionado beso. No quería, deseaba que todo terminara ahí, quizás era demasiado tajante por solo haber curioseado la maleta, pero mis fracasos me habían hecho ser desconfiada, más cuando todo era tan bonito, casi irreal. Quería dejarlo, porque realmente no lo conocía, y ya había nacido en mí la duda de su mentira. Antes de cruzar la carretera, me volví para decirle GRACIAS a Camila, por su lealtad, sin saber cómo eran realmente nuestras almas. Enzo mantenía la misma sonrisa, y mientras me alejaba gritó “te llamaré”. A mí me dolieron sus palabras, porque rechazarlo sería difícil, pero amarlo intuía que  me traería alguna desgracia.
 
Volví a hacer la maleta del todo, casi no dormí. No me gustaba como había empezado mi historia en Inglaterra, aunque no importa como empiezan las cosas, sino como acaban. Es lo que me dije cuando solté alguna lágrima. Desde luego Enzo se había dado cuenta de algo, porque no mandó un mensaje. Eso o era muy listo sentimentalmente, y se estaba haciendo el fuerte. Por una parte lo echaba de menos, pero por otra no quería verlo. Tenía la intuición de que buscaba algo, y no era solo mi cuerpo. Me daba pena, porque me veía con él como pareja, pero decidí introducirlo en mi lista de fracasos, antes de que se convirtiera en mi lista de depresiones.
 Amaneció, y en esta ocasión no salió el sol, supongo que sería porque mi estado de ánimo no era el más adecuado. Firmé en la recepción del Hotel, al dar la llave, y miré con detenimiento. Durante un tiempo pensé que sería mi cuartel para el sexo, pero se quedó en un recuerdo, no malo, pero tampoco bueno. Cogí el tren para Oxford sobre las doce, y tardó más o menos una hora en llegar. La estación no estaba muy lejos de la residencia” Wavy Gate”, me hubiera gustado que fuese un edificio antiguo, pero no debía protestar ante un  regalo. Fui dando un paseo por sus calles, haría turismo más adelante, y descubriría la ciudad de Alicia en el País de las Maravillas, puesto que su creador fue profesor allí, y habían montado una tienda con todo tipo de objetos relacionados con el cuento. Encontré la residencia sin problemas, y di mi nombre, en mi casi perfecto inglés. Mi abuela era inglesa, pero casada con un español de campo, con dinero, pero nada refinado, así que estaba todo un poco mezclado. Me dieron el número de habitación, las costumbres de la residencia en un papel, y un adiós. Ni media sonrisa, ahora si estaba en Inglaterra, todo sería perfecto, pero no habría mimos sin motivos, ni miramientos. Subí a la habitación, y si deshice la maleta, porque al día siguiente tenía la primera reunión en la facultad, quería que todo estuviese estirado, y ahorrarme planchar. Ya había pensado que ponerme, quizás bien arreglada para causar buena impresión. La correcta apariencia es una excelente carta de presentación”el aspecto exterior pregona muchas veces la condición interior del hombre”, y más en los lugares donde no sabes si tu apellido español era una buena señal, o te marcaría casi como un traidor. Me pondría unos vaqueros buenos, con una chaqueta de pata de gallo, jersey de cuello vuelto fino, pero que me abrigaba en ese frío Febrero, tacones negros, pelo suelto pero muy arreglado, los aros de siempre, la colonia Chanson d`eau, y mi barra “Mon Rouge” de Paloma Picasso, cada vez  más difícil de encontrar, así que la tenía reservada para momentos puntuales, y ese era uno. Creí que lo decidido sería suficiente, para dejar claro que no era una vulgar damisela, sino alguien con clase, y con la educación suficiente para no quedarme atrás en las conversaciones que se llevasen. Marché fuera a comer, vi donde tenía que acudir al día siguiente, y me compré una taza de Alicia en el País de las Maravillas, por si me daba suerte, porque la inseguridad la tenía presente, y más cuando Enzo no hacía ni por volver a verme.
Antes de acomodarme plenamente en el dormitorio, coloqué la llave de mi cuello en la mesita de noche, era mi amuleto, pero quería dar una imagen perfecta en el trabajo, y hacía demasiado bulto con la ropa. Además estaría conmigo, aunque no la llevara encima, así que pensé que era un buen plan darle las buenas noches todos los días, y estaba segura que aunque no colgase de mi cuello, nada malo me pasaría, porque ella, desde la distancia, me protegería. Después de convencerme de la decisión, me di cuenta de que  había televisión en el cuarto, y puse una película. Dominaba el idioma, y siempre me gustó verlas en versión original, así que eso no costaría trabajo. Estaban echando “Memorias de África”, que paisajes, que banda sonora, que amor tan fracasado. Era de mis preferidas, y por supuesto siempre que la veía llegaba a la conclusión que todo merecía la pena, si te daba la posibilidad de conocer el amor y la felicidad, aunque durase poco tiempo. Y ella lo conoció, no creo que existan muchos hombres con tanto que dar, sin pedir nada a cambio. Me quedé dormida, no bajé a la cena,  había comprado algo de comida, y un sándwich, por si no me daba tiempo desayunar al día siguiente. Así que me lo comí, puse el despertador antes, para poder bajar a tomar algo, pero nada de huevos con beicon, demasiado, unos cereales serían suficientes.
Llegó el momento, estaba perfecta, o eso me parecía. Caminé demasiado con mis tacones, debería haber cogido cualquier transporte, pero no llegue sofocada, solo con los pies algo doloridos, eran demasiado altos. Pasé sin que nadie me dijera nada, era un edificio encantado, con ladrillo visto, incluso algo macabro. Pregunté por el despacho de la Profesora Inés Martín, me dijeron como encontrarlo. Mientras avanzaba por las escaleras, pensaba como había llegado una española a tener ese puesto en Oxford, y de los clásicos, cuando habría expertos de todo tipo sobre cada palabra de Shakespeare, pero lo había logrado. Fui mala en pensar con quien se habría acostado, pero por otro lado sabía que no todas están dispuestas, ni todos lo buscan por algo. Después concluí  que sería fea, basándome en el dicho de que las mujeres inteligentes no se arreglan para esconder su belleza, y ser valoradas por su talento, un orgullo poco práctico para mi parecer, pero decían que era cierto. También creía que tendría carácter porque “A mayor talento, en la mujer, mayor indocilidad”. Subí muchas escaleras mientras reflexionaba sobre esas cosas tan profundas, hasta llegar a la puerta, cuando dejé de pensar tonterías, y llamé con dos toques. Me dijeron que pasase en inglés, pero cuando me vio, supo quién era, estaba clara mi nacionalidad por ese pelo moreno y rizado, aunque tuviera sangre de esas tierras.
-          Bienvenida Julieta
-          Gracias, encantada ( nos estrechamos las manos)
-          El profesor David Stone se disculpa por no estar, pero en breve lo verás. ( me ruboricé, porque se me había olvidado llamarle)
-          Eso espero, creo que será mi especie de mentor Shakesperiano
-          Exacto. Comentarte que no debemos hablar en español, a no ser que sea estrictamente necesario. Aquí son muy delicados con ese tema, y quieren saber que se dice en todo momento
-          Entendido.
-          Sabes por donde vas a empezar
-          Sí el profesor me dijo que en breve iremos a Stratford upon Avon, para ver donde nació y murió Shakespeare, escuchar todas las leyendas que hay por allí. Sé de algunas, pero no es lo mismo que visitarlo en persona, y hablar con sus gentes
-          Muy bien, pero mientras estés en Oxford serás un pequeño ratón de biblioteca, y buscarás toda la información que puedas. Luego te mostraré donde está. De nueve a dos, con un descanso, podrás comentarme lo que quieras, preguntarme lo que necesites. David será tu guía, por así decirlo, pero yo estaré aquí para lo que desees, y no solo de libros.
-          Gracias
-          Una cosa más. Portante bien, no suelen perdonar errores.
-          A mí jamás, así que no se preocupe
-          ¡Espera!, la rosa amarilla de esa mesa es para ti. No tiene nota de procedencia, pero supongo que será de David, solo dice para Julieta
-          Gracias, la olí y las dos dijimos algo a la vez:” la rosa huele a rosa, aunque se le de otro nombre”
Marché contenta, Inés me había caído muy bien, y lo del dicho parecía falso, porque era una mujer guapa, e incluso algo sofisticada, no escondía su belleza, creo que incluso utilizaba lentillas en vez de gafas. Ojalá pudiera irme de Inglaterra con una amiga más, porque a pesar de no tener la misma edad, teníamos cosas comunes, como el amor a la literatura. Solo me extrañó su subida de hombros, cuando me dijo lo de la rosa. Entonces caí en el significado de cada color: Roja (amor y pasión) Blanca (amor y pureza) Rosa (bondad y belleza) Azul (sinceridad y fidelidad) y la Amarilla, la amarilla tenía un sentido contrapuesto, por un lado decían que traía suerte, porque era la flor de la alegría, de la amistad y de las celebraciones. Gabriel García Márquez siempre tenía un ramo de rosas amarillas en su escritorio, y solía llevar una en su solapa. Pero también conocía el significado que daba  Wikipedia. Ahí se avisaba que para las personas supersticiosas recibir flores amarillas de gente no muy cercana, podía significar que iba con doble intenciones, porque se las relacionaba con la traición, con los celos  y con la envidia. No sabía que pensar, pero me lo tomaría de una forma positiva.
Visité el edificio lentamente, sintiéndome observada, como si no supieran de quien se trataba. Cogí los horarios de las diferentes  salas, y me fui a la Residencia, me quedaría en ella, habría tiempo para el turismo, necesitaba ordenar mis apuntes, hacer esquemas de lo que debía buscar. Y así se pasó el día, medio estresada, medio bostezando, hasta que sonó el móvil
-          ¿Hola?
-          Hola Julieta
-          ¿Quién eres? ( por un momento me ilusioné pensando que era Enzo, pero sabía que no era su tono de voz)
-          Soy el Profesor David Stone
-          Disculpa, tenía que haberte llamado
-          No pasa nada. ¿Estás instalada?
-          Sí, y todo ordenado para comenzar con el trabajo
-          No deshagas mucho la maleta, porque nos vamos a Stratford pronto, el Jueves
-          ¿Ya?
-          Para que esperar. Coge el tren necesario para estar en la Estación sobre las doce, una hora perfecta para el lunch. Te estaré esperando en la estación
-          De acuerdo, ¿cuantos días estaremos allí?
-          No muchos, no hay que levantar sospechas
-          ¿A qué te refieres?
-          Nada en particular, haremos las visitas normales que hacen todos los que quieren conocer a Shakespeare, es lo que quería decir
-          Perfecto entonces, llevare ropa para tres días
-          Está bien, creo que te sobrará
-          Gracias por la rosa
-          No sé de qué me hablas
-          Pensé que habías sido tú, si no te importa que te tutee, quien me había dejado una como bienvenida
-          Pues no, lo siento, no soy tan detallista, y menos con personas del trabajo
-          Normal, espero enterarme de quien fue pronto
-          Seguro, Oxford es pequeño, las noticias vuelan
-          Hasta el Jueves
-          Hasta el Jueves, Julieta
El par de días que estuve en Oxford, totalmente sola, lo dediqué a coger confianza con Inés, quien me presentó a muchos profesores y alumnos. Yo tenía una edad intermedia: joven para ser profesora, pero mayor para ser alumna. Así que deambulé por esos dos círculos, sin pertenecer del todo a uno. Inés fue muy atenta, incluso puso una mesa auxiliar en su despacho para mí, decía que si no me tenía cerca, no sabía si me desmadraría con tanta salida con estudiantes. Porque la fiesta en exceso, lleva al vicio y al derrumbe de los cuerpos. Así que se hizo responsable de mí, sin  haberle pedido nada. Y me gustó, me hacía sentir apreciada, porque tenía la edad para saber que hay que agradecer los detalles que tengan con una, aunque parezca que la quieren controlar como una madre preocupada. Vestía muy bien, no parecía que llevase ropa de marca cara, pero iba perfectamente conjuntada, y con un atuendo algo diferente al que llevaban los demás profesores, supongo que su personalidad ahí se reflejaba. Un día llevó gafas de gato, las que llevan casi todas las amantes de los libros, y decidí que sería esa la elegida, si algún día las necesitaba. Teníamos buenas conversaciones cuando almorzábamos, pero por el momento no nos habíamos visto fuera del centro. No sabía si tenía pareja, o hijos, era muy discreta con su vida personal, y no me daba pie a preguntas, así que obedecí a su respeto.
Pasaron los días, y ahí estaba el Jueves, me daba un poco de pereza marcharme, me sentía bien en Oxford, y el profesor me incomodó nada más bajar del avión, mucho deseo de verlo no había. Cogí el tren de las diez, me sobraría tiempo. Cuando llegué a la estación, el profesor aún no había aparecido, así que me fui a la cafetería, le mandé un mensaje diciéndoselo. Me senté con mi maleta azul al lado, y mi bolso a juego casi en el suelo. Lo cogí, porque dicen que atrae la ruina, si lo apoyas en el piso, así que lo colgué de la silla. Esperé más de lo que pensaba, porque no fue puntual, y no sabía si eso sería bueno.
-          ¡Julieta!
-          Hola, ¿cómo estás? (por supuesto nada de dos besos, con la mano ya le demostraba suficiente aprecio)
-          Bien, vamos tirando, aunque los huesos desde hace un tiempo no son un fiel compañero. ¿Quieres tomar algo más o te muestro el Hostal, para que puedas ponerte cómoda?. Hoy no trabajaremos, como mucho iremos a la Taberna última donde estuvo Shakespeare antes de morir, y te cuento la historia.
-          Sí, vámonos.
-          Invito yo
-          Gracias
Llegamos a la Posada u Hostal, no estaba claro, y la verdad que tenía muy buen aspecto. Lo suficiente limpio e incluso con olor a nuevo, a pesar de querer parecer viejo. Coloqué la ropa en el armario, me puse unos zapatos más cómodos, por si andábamos, bajé al salón. No habíamos quedado a una hora, solo quien terminase primero, esperaría al otro. Tardó un poco, según él porque necesitaba una ducha, citando una de las frases “el que demasiado aprisa llega tan tarde como el que va muy despacio”. Sonreí mientras pensaba que para mí el agua se tomaba por la noche, era mi costumbre. Cada uno ve normal su vida, su forma de vivirla, siendo lo acertado o no, por lo menos hasta que te abres al mundo, y vas adaptándote a aquellos usos  que son más adecuados, para que no te tomen por rara. Aunque mi abuela me dijo, una vez que me lo llamaron, “para personas corrientes y vulgares, ya están ellos, lo especial siempre es raro”. No sé si me quiso consolar, haciéndome ver que era un adjetivo positivo, porque sabía que para  las personas que abundan, las corrientes, se trataba de uno negativo. Así que acepté su comentario, porque lo importante es que te valoren quienes estén a tu lado, los demás tienden a tirar a quien destaca en algo, si es que ellos además solo pisan el fango.
La taberna no estaba lejos, David se acercó a la barra mientras me sentaba, y pidió, sin preguntar, dos jarras de cerveza
-          ¿Te gusta el sitio?
-          Tiene el mismo estilo de la Posada, supongo que han querido conservar el de la época de Shakespeare
-          Por supuesto, quizás estuvo sentado aquí mismo
-          ¿Te imaginas?
-          El motivo de su muerte no está claro. No se sabe si fue sífilis, porque frecuentaba los burdeles, e incluso se ha llegado a decir que era propietario de uno. Una remota posibilidad es que fue asesinado por los celos del triunfo, y otra opción es que cuando pasó una noche aquí con unos amigos, una buena noche según cuentan, cogió el Tifus, pero realmente no se tiene claro. Lo que si figura es un registro parroquial con  la fecha de su bautizo, escrito en latín (26/04/1564) y el de su muerte (25/04/1616 William Shakespeare, Caballero), a los 52 años,  pero la causa: un misterio, cada uno acepta una diferente, según sus convicciones, como con cualquier chisme.
-          Bueno por lo menos se conoce la fecha en que murió, el motivo, la mayoría de las veces no se sabía en aquella época.
-          Eso es cierto
Tomamos la cerveza tranquilos, contándome cosas que quería hacer cuando volviese a Londres, si descubría lo que estaba esperando desde hacía tiempo. Me pareció más agradable que en la primera cita que tuvimos, muy cercano. Aunque mi interior me decía, que debía tener cuidado, porque “ hay sonrisas que hieren como puñales”, así que me dije “ Julieta, mantén la guardia con quien incluso te ha avisado”
Cuando salimos de la Taberna, me preguntó si quería ir a la tumba de Shakespeare. Acepté, no tenía un motivo para esperar. Y llegamos pronto a Holy Trinity Church, la típica iglesia de Inglaterra, quien tenía a su principal cadáver dentro, no fuera. Aún era la hora de las visitas, y entramos a pesar de saber que teníamos una cita más importante al día siguiente, con una guía profesional. Me santigüé, no sabía si era una buena idea, ya que no eran católicos. Dimos un donativo, y vimos la tumba de Shakespeare, mientras la observábamos, sin decir nada, me di cuenta que él sonreía con maldad, pero sonreía, y aunque me parecía de mala educación no quise juzgarlo “juzgar a otros, es juzgarse a uno mismo”.
-          Conozco la leyenda sobre su  cráneo
-          ¿ Si?, cuenta, quiero saber si es la correcta
-          Según mi abuela, la tumba está como partida en dos porque unos piratas de la época robaron su cráneo, ya que era algo muy preciado por entonces.
-          Si es la Leyenda de 1879, que se contó en la Revista “The Argosy”,  decía que el médico Frank Chambers ofreció trescientas guineas por la calavera, y unos ladrones de tumba lo llevaron a cabo. En aquel momento se tenían como trofeos, y lo mismo le pasó a personalidades como Sir Tomas Browne, Mozart, Haydn, Jon Swift. Se pensaba que con el estudio de sus huesos, se podía descubrir el motivo de su genialidad, aunque nunca se ha sabido con exactitud, porque nunca han dejado abrir la tumba. Imagínate las historias que se han contado. Una de ellas, que después se demostró que era falsa, relataba que el cráneo fue encontrado en un osario en la iglesia cercana de Beoley, pero se concluyó que pertenecía a una mujer de unos setenta años. Se dijo eso porque estaba escondido junto a cuatro esqueletos completos, y ese cráneo solo (volvió a sonreír con un poco de desprecio). ¿En tu Universidad se le da importancia a la leyenda?
-          En mi Universidad no, pero para mi abuela sí, porque siempre dijo que uno de esos ladrones de tumbas fue un antepasado suyo, quien escavó con las manos para no estropear nada, y poder conseguir lo pactado
-          ¡Que imaginación tenía tu abuela!
-          Sí, no sé porque nunca escribió, todas las noches nos contaba historias de misterio, que a veces no nos dejaba descansar bien, y mi madre se enfadaba
-          ¿De la Maldición te contó alguna?, ¿le pasó algo a tu antepasado?
-          No, de eso no nos contó nada ( hubo un silencio mientras mirábamos el sepulcro)
-          ¿Tienes algún epitafio para tu tumba?
-          Pues no, porque espero llegar a los cien, pero desde luego “ Si alguien provocara mi muerte temprana, que de alguna forma su vida también se terminara”
-          Buena, yo tengo otra para la mía “ Ámame u Ódiame. Ambas están a mi favor. Si me amas siempre estaré en tu corazón, y si me odias siempre estaré en tu mente"
-          Como no ibas a citar a Shakespeare... 
Estuvimos unos minutos en silencio, observando la tumba, leyendo su Maldición hasta que dijeron que era la hora de salir de la Iglesia, se terminaron las visitas al público. El profesor se quedó mudo, no quise interrumpir su silencio, porque dicen que de ellos salen las mejores obras de arte, y quizás su proyecto consistía en eso, en una auténtica obra de arte. El camino se hizo interminable, porque la conversación siguió siendo muda. Llegamos a la Posada, y me dijo que sobre las diez me esperaría en la puerta, que desayunara cuando quisiese. Me pareció muy frío, pero después pensé “esto es Inglaterra”, no un pueblo de mi tierra, donde te llevarían el desayuno a la habitación, para que no sintieras tristeza.
La noche fue tranquila, pude dormir, no se me representó ningún fantasma, y amaneció bonito, no había mar, pero si un cielo azul limpio, que me cautivó, jamás había visto uno así, como de cuento, con sus nubes blancas con forma hasta de hombres con barba, con pájaros blancos, suspiré, porque siempre se ha dicho que los blancos representaban a los ángeles buenos, y los negros a los demonios, así que quizás fuese otra señal de que todo lo que venía en Inglaterra sería placentero. Justamente después de pensar eso, miré el móvil, había un mensaje de Enzo” aún me acuerdo, y añoro volver a estar sobre tus pechos”. Me sonrojé de lo directo que fue, pero a la vez lo eché de menos, porque nunca me habían hecho al amor, solo había tenido un buen sexo, y él me lo hizo casi rozando la perfección, por tanto sería difícil de olvidar, pues a veces, hasta por eso se perdonan los malos tratos, por lo menos al principio, mientras tu cuerpo resiste, tu cerebro permite que te siga amando. No contesté, quería centrarme en mi trabajo, y quería intentar pasar página, antes que fuese otro fracaso. Me vestí y perfumé, bajé a la puerta tomándome una manzana, quería mantener mi silueta por si otro vikingo aparecía, y ojalá fuese sin una espada envenenada. David, como me dejaba que le llamase, estaba en la puerta esperando, y me pidió que cogiera nota de la guía, sobre todo de la situación de la tumba, que no se me escapase nada. Por supuesto llevaba mi libreta de tela, la que me hice para mis futuros trabajos.
Llegamos a la Iglesia, pasamos y en la entrada estaba la guía, llevaba una placa con su nombre Heidi, y una rosa amarilla en su solapa, no le quise dar importancia, pero si tenía ocasión, le preguntaría por ella. Nos estrechamos las manos en las presentaciones, y rápidamente pasó a la acción, ese día habían retrasado la hora de las visitas, para podernos dar la información adecuada, lo que agradecimos, por supuesto era amiga de Inés, si no es difícil conseguir favores de ese tipo. Ella era la clásica inglesa, rubia, de piel blanca, y lo que la diferenciaba es que siempre sonreía, raro en estas tierras donde la prudencia era como un aviso de deber ser cauta. Y empezó a contarnos la historia de esa tumba abierta, aunque algunos no lo creyeran. Nos mostró el busto que había cerca de la tumba, al que no presté atención en la anterior visita. Mencionó a su mujer Anne Hathaway, quien estaba enterrada al lado, y quien le dio tres hijos, dos mujeres y un varón, Hamnet mellizo de Judith, quien murió de niño, algo frecuente en aquella época. Su otra hija se llamaba Susana, y nos comentó que solo llegó a tener una nieta, la que murió sin descendencia. Una pena, porque muchas veces la inteligencia se heredaba. También nos contó que la causa por la que dicen que hubo un tiempo que los abandonó, fue por motivos de la persecución religiosa, porque se pensaba que acudía a las reuniones de los católicos. Hubo otro mencionado silencio, y entonces nos mostró la curiosidad de la lápida, de un metro de largo,  la cual solo tenía la maldición, no tenía nombre, también me pasó desapercibido. Por supuesto nos contó la historia de los cazadores de tumbas, explicando así su rotura por la parte de la cabeza,  la cual atendimos como si fuera nueva para nosotros, y pasó a explicarnos que solo era una leyenda, aunque el hecho de que estuviera rota era un misterio, porque no se había abierto nunca, ni la Iglesia lo permitiría en un futuro. Por otro lado con las nuevas investigaciones arqueológicas se había podido estudiar la tumba desde fuera, con la tecnología GPR, mandando hondas al suelo, que rebotaban, y daban una imagen como una fotografía. Descubriendo así, que fue enterrado en una simple mortaja, a unos noventa centímetros más o menos. Y la explicación científica aseguraba, que una vez que se descompone el cuerpo, se asienta la tierra y se forman bolsas de aire, por lo que quizás se rompió la piedra, aunque nada se sabe a ciencia cierta, quizás sea otra leyenda secundada por profesionales, quienes no aceptaban los cuentos de otras épocas. Yo seguía creyendo a mi abuela
Heidi hizo un pequeño descanso y bebió agua, era directa, supongo que tenía algo de prisa, porque realmente ese no era su trabajo. Nos preguntó si teníamos alguna curiosidad, ojeó mis notas, y siguió. Entonces apareció algo importante. Nos mostró una escalera secreta, que daba a una cámara funeraria subterránea,  era una especie de Cripta familiar, y antes de bajar advirtió que seguiría con la narración pero que “no vamos a buscar a alguien que no desea ser hallado”. Por aquel tiempo eran muy importantes los Osarios, donde se podía tocar los huesos de los difuntos para estar en contacto con ellos, y donde se rezaba, para que pasasen poco tiempo en el purgatorio, lo que provocaba muchas maldiciones y temores, como por ejemplo en Romeo y Julieta, donde existe un fragmento en el que Julieta teme descansar para siempre en un Osario, y quedar ahí atrapada. Lo recordé, porque mi abuela, en la adolescencia, me leía su obra preferida, ya dije de donde vino mi nombre, y me acordé de ese acto. Entonces nos comentó algo interesante, nos dijo que todas las Iglesias de por entonces tenían su Osario, y por supuesto su cementerio, y mencionó de donde procedía la palabra, venía del griego Koimetirion, que significa dormitorio, algo que se debía haber deducido, pero que nunca me había parado a pensar.  Respiramos a la vez cuando acabaron los peldaños, y allí estaba todo lo mencionado. David me pidió que lo observara despacio, y eso hice, miré cada esquina, cada rincón y descubrí un pequeño agujero, el cual no me atreví a tocar, pero no dudé de su existencia. Iba a preguntar, pero David también se dio cuenta, y me tapó la boca con la mano, literalmente fue lo que pasó, y me quedé quieta, esperando que Heidi no se hubiera fijado. Después de relatar cosas sin mucha relevancia, nos miró algo cansada, mientras volvía a beber agua, guiándonos para que subiéramos. Obedecimos. Heidi parecía mucho más relajada, pensando que ya había soltado todo lo que necesitábamos. Y así fue, aunque mi interior me decía que David no iba a hacer caso a ninguna de sus palabras.
-          ¿Os ha gustado?
-          Si mucho, (dije agradecida, aunque casi nada me hubiera revelado)
-          Siento haber sido tan rápida, pero debo volver a mi trabajo, a la rutina, esto ha sido un favor a Inés, nos hicimos amigas cuando trabajó un tiempo conmigo en el Ayuntamiento
-          Muchísimas gracias (contestamos los dos)
-          No sé el tiempo que estaréis por aquí, pero si volvéis a necesitar algo, solo tenéis que llamarme, creo que David tiene mi número, ¿no?
-          Exacto
-          Pues, discúlpenme
-          Solo una cosa, ¿son típicas de aquí las rosas amarillas?
-          No, esta mañana me la encontré en mi taquilla, y decidí ponerla en la solapa. No sé quién la dejó ahí, pero me ha halagado, y decidí colocarla, por si me veía, y se acercaba. ¿Te gustan?
-          Sí, perdona por la indiscreción, es que las he visto en varios sitios, y quería saber si tenía algún significado
-          No lo sé, como te  digo ha sido solo una bonita sorpresa ( nos estrechó las manos)
-          Espero volver a verte
-          Quizás cuando vaya a visitar a Inés y a su familia
-          Muchas GRACIAS  por la información
-          Espero que os haya servido de ayuda ( y marchó con la mejor de sus sonrisas)
No comprendí muy bien la reacción del Profesor, así que decidí preguntar
       - ¿Cómo estás David?, te he notado un poco distante en la conversación
       -  Solo estoy pensando
       - ¿Por qué no me has dejado preguntar por lo del agujero?
       -  Creo que desconoces otras de sus leyendas
       - Solo conocía la de los ladrones de tumbas, poco más. Mis estudios se han centrado en su obra, no en su vida
       - Te voy a contar. Sabes que hay muchas dudas sobre la veracidad de que fuese William Shakespeare el autor de las obras, y por diferentes motivos. No dejó nada escritos sobre ellas en su testamento, y no hay ni una sola página firmada por él, de su puño y letra, que haga posible identificarlo como tal. Muchos aseguran que fueron escritas por personas que él contrataba, ya que era un importante empresario teatral de la época, además de actor, otros que fue un pseudónimo utilizado por algún otro escritor como Francis Bacon, e incluso hay quien sostiene que nunca existió tal persona, sino que se trata de una figura ficticia bajo la que se aglutinaron distintos escritores. Hay muchas teorías, pero la que tiene más fuerza es la que fue él el creador de tan bella biblioteca, y de ahí surgió otra leyenda aún no contrastada: con él se enterraron algunas de sus obras, escritas de puño y letra, que harían tumbar la más leve duda de su inteligencia.
         - Estoy intrigada con tantas historias, pero sigo sin comprender lo del agujero
         - Solo decirte que me mencionaron que existía, y pronto sabrás el porqué de mi silencio, de la intriga
No pregunté más, a veces forzar las cosas lleva a malos resultados, y decidí aceptar lo que él me quisiese contar, era su discípula, no estaba al mismo nivel para poder exigir que me dijera todo lo que tenían planeado, pero salimos y los pájaros, quienes siempre cuentan algo, eran negros, avisando de ese oscuro futuro, quizás por él idealizado.
 
Pasé la noche en mi cuarto, tomando chocolate, y viendo alguna película de las malas pero entretenidas, no recuerdo el título, soy un desastre para eso y para los nombres. Sobre las cuatro llamaron a la puerta, era el Profesor
-          ¡Vístete, rápido!
-          ¿Para qué?
-          No hagas preguntas, y hazlo sin demora ( se metió en la habitación)
Me arreglé en el baño, cogió mi bufanda para que me la pusiera. Salimos por la puerta trasera, me pidió que fuera discreta, antes de empezar a relatarme la verdadera mentira de su visita. Contó que tenía el plan de introducirse por el hueco que habíamos visto en la tumba de Shakespeare, y que buscaría, si fuese posible algún documento dentro de su tumba, que demostrase lo que todo el mundo desea. Yo no comprendía nada, ni siquiera porque me había metido en su plan, ya que era una extranjera, quien no tendría privilegios, si me pillaran con las manos en esa tierra. De la existencia del agujero se enteró por su abogado, quien casi ideó todo. La construcción de él, no se sabía con exactitud, quizás fuese solo para reforzar las paredes, pero lo importante es que estaba hecho, y que su longitud llegaba hasta el lecho. El problema es que era muy estrecho, se necesitaba una mano delgada que llegase a la mortaja, para romperla, y una vez abierta, introduciría la cámara, con un brazo flexible, que llevaba a la vez unas delicadas pinzas, con que atrapar el papel o papiro que allí se encontrara. Me parecía peligroso, seguía sin comprender nada, porque estaba segura de que si hubiese existido algo allí abajo, lo habrían descubierto otras personas, no iba a ser él el más astuto de todos los tiempos. David me leyó la mente, y me dijo, “nadie se ha atrevido, te lo aseguro, y más después de lo de la Leyenda, hay cámaras por todos los lados”. Menos entendía, pues ¿cómo íbamos a pasar nosotros sin ser vistos?, a lo que contestó que todo lo tenía arreglado, que su abogado se hacía amigo de la mafia, si fuera necesario, no era precisamente un hombre con valores, más bien lo contario a un caballero con honor. Me pidió que no me preocupase, no sonaría la alarma, estaba todo perfectamente planeado, tenían contactos con la policía, quienes también se llevarían un buen fajo, si el documento fuese hallado. Me asusté, me daba miedo pensar en donde me estaba metiendo, no estaba dentro de mis planes, solo quería rellenar folios con su obra, no robar a un hombre, quien seguro sería poco más que polvo. Seguimos andando, siguió dándome detalles, y también aclaró que la vida te corrompe tarde o temprano, así que más vale que fuese por una buena causa, que por algo que solo ensuciaría el currículum, o quizás el nombre porque “ fuertes razones, hacen fuertes acciones”. Mi abuela también me había comentado eso de que la vida, muchas veces, te llevaba por caminos equivocados, pero yo no pensaba que me fuese a confundir de sendero, entrando en una Facultad para estudiar a un clásico, no sabía en qué  momento había fallado, no sabía qué mala decisión había tomado, porque me encontraba por la noche paseando, ocultando mi cara con la bufanda, con la intención de molestar a un cadáver,  ya casi blasfemado.
Entramos en la Iglesia, por supuesto no sonó nada, y no había nadie esperando, que también me cabía la posibilidad que fuera todo un engaño. Me apretó el brazo, como dándome fuerzas, como diciendo que todo era por una buena causa, y con eso estaba justificado. No sé porque me había rendido, pero había cedido ante el engaño, comprendí en ese momento cuales eran sus verdaderas intenciones con su insistencia en que viniera a Inglaterra, quizás no se atrevía a pedírselo a una inglesa, porque sabía que era una de las riquezas de su Tierra, y una extranjera, joven e ingenua, no tendría la suficiente fuerza para enfrentarse a un hombre con más que canas en su cabeza. Colocó todos los utensilios en el suelo, una vez que bajamos, y de repente se empezó a tocar todo sus bolsillos, se le había olvidado la ganzúa para abrir la puerta que cerraba el agujero. “¿Tienes algo que me pueda valer para forzar la cerradura sin dañarla?”, y por supuesto que lo tenía, para hacer el viaje me había vuelto a colgar mi llave mágica. La cogió contento, y sin tener que hacer muchos movimientos, pudo abrir la pequeña puerta que cerraba el camino al infierno. Y en un instante me vi metiendo la mano en el agujero, con una linterna enfocando, e intentando llegar a alguna tela, porque si aún existía, se rompería al tocarla, no creía que hubiese sobrevivido al tiempo, al igual que el pergamino, aunque ese quizás fuese más fuerte, si estaba bien protegido. Llegué, la rajé, no se había estropeado del todo, o eso parecía en mis manos sucias, y no solo de tierra. Me quitó de un empujón cuando se lo dije, preparó la cámara para entrar a profanar la tumba, porque es lo que era, aunque no fuese desde arriba, ni quitase el mármol o la arena. Mientras lo hacía, yo no paraba de pensar, y concluí que su ocurrente plan  lo habrían hecho otras personas, incluso oficialmente, aunque no se hubiese dicho nada a la prensa, porque puede ser que no encontrasen algo de importancia, y quisiesen continuar con la existencia de todas sus leyendas. Pero David quizás era de esas personas que se creen más listos que nadie, y que todo el mundo de su alrededor era tonto en comparación a su inteligencia. Podía hasta entender que lo quisiese intentar, pero que fuese tan ingenuo pensando que era el único que lo hubiese meditado, me parecía una osadía, y cuanto más tiempo pasaba allí, más claro tenía que se había construido para eso, y que no habían encontrado nada, quizás para los científicos no era suficiente el estudio arqueológico desde arriba, o se creó antes de que existiera esa posibilidad, pero no me quedaban dudas de que antes lo habían realizado. Estaba hasta relajada esperando, pero no quise mirar la cámara, era como mirar a un anciano cuando se desnudaba en la intimidad, solo quería que se terminara rápido. Allí pasamos un buen rato, no sabría calcular, pero lo dejó cuando casi amanecía, y estaba agotado. No comentó mucho, ni siquiera como se encontraba el cuerpo, si es que quedaba algo, pero si dijo: “No hay nada”, sonreí pensando de lo que es capaz la mente de creer por dinero, por ambición o simplemente porque desea que ocurra algo, aunque fuese casi imposible de lograr, ni por el más malvado de los adversarios. Me coloqué la bufanda, y cuando salí de la Cripta, miré atrás casi pidiendo perdón, y asegurándome que no había nada de lo que preocuparse, por si hubiéramos dejado algo. Dentro de la Iglesia me santigüe otra vez, y asentí cuando me dijo que ya era un pasado que no se debía recordar, como los traumas malos. No hablé nada, lo veía tan decepcionado, a saber el dinero que se había gastado en esa cámara, pero es lo que tiene ser malo, a veces te sales con la tuya, otras no obtienes lo que buscas y en muchas ocasiones hasta puedes ser encarcelado, así que más vale guardar las formas, hasta con muertos enterrados. Por una parte estaba contenta, porque como iban a explicar lo sucedido, si algo hubiesen encontrado. Me temblaron un poco las piernas al pensarlo, pero por otra parte me puse alegre, porque con suerte nadie se enteraría de nada, quedaría en una anécdota que contar a mis nietos, cuando lo uniera a la leyenda de ladrones de tumbas de mis antepasados. Entonces me asusté, porque quizás esas cosas también se heredaban, y estaba actuando igual que ellos: mi subconsciente también querría alguna reliquia de quien tanto dio al público inglés deseoso de teatro, deseoso de pasar un tiempo relajado, sumergido en otras historias diferentes  a la suyas, que quizás les hacían olvidar no tener ni pan bajo el brazo, donde sonreían o lloraban, pero por algo hermoso que soltaban los actores por sus labios, ya que la literatura crea un mundo irreal, pero que  muchos, por un momento, sueñan alcanzarlo.
Llegamos a la  Posada con el sol dándonos en la cara, me pidió que durmiera poco, y que sobre las once bajara para que tomásemos el último lunch en la Taberna, nos vieran bien, y marcharnos sin que nadie sospechase nada. Por supuesto no dormí, y obedecí, como una buena alumna, intentando pensar que cuando llegase a Oxford, con la rutina de los libros, y que a mí me divertía, pasaría página, más aún si hacía por no volver a ver a David, diría que me dijo todo lo necesario cuando estuvimos en Stratford upon Avon, el pueblo de Shakespeare, de donde huyó, y a donde volvió para quizás dar vida, a lo que ya estaba casi marchitado. El día lo pasamos bastante aburrido, no hablaba, era como si quisiese hacer pensar que no había ocurrido, y así  no dejar que en la cabeza se crease el remordimiento, convirtiéndose en un mal sueño, que no en pesadilla, ya que no fuimos descubiertos. Seguimos con el silencio, pero ya se sabe que “el silencio no es una señal de insensibilidad. Truena solo aquello que está vacío por dentro” Paseamos por el río, vimos a los animales sueltos, e intentamos relajarnos, creyendo que nada de lo sucedido marcaría nuestras vidas, y en uno de esos vacíos fue cuando recordé la Maldición, pensé en ella y me quedé también muda, porque aunque no hubiéramos movido la lápida, habíamos profanado su tumba, y no quería pensar que me fuera a traer consecuencias con eso de la magia oculta. Me dio miedo, pero no comenté nada, no sé porque no me había frenado las palabras de Shakespeare, porque si lo había escrito, es porque quizás sabía que se llevaría a cabo, a saber que sortilegios hizo antes de morir, quizás era un hombre de esos negros, y le gustaba el ocultismo. Seguía asustada, pero cuando David inició una sencilla conversación, por supuesto del tiempo, intenté relajarme, porque no me atreví ni a mencionar lo que podría pasar, no quería ni a imaginarlo, ni recordarlo, iba a intentar que todo se quedase en ese mencionado mal sueño, a no obsesionarme con que  pasarían cosas malas, después de lo hecho. Además él también dijo que “Las Maldiciones no van nunca más allá de los labios que las profieren”, y me agarré a ello.
 
La vuelta fue muy tranquila, David cogió un tren anterior,  lo quise así, porque también me iba a dirigir a Londres, pasaría el fin de semana allí, pero sin que él me molestase. Quizás mi subconsciente quería volver a ver a mi Vikingo, o simplemente quería relajarme antes de ver a Inés, tenía la sensación que me iba a leer la mente, que me iba a descubrir, y la verdad prefería que fuese mi gran secreto hasta la vejez. Llegué sobre las cinco de la tarde, me dirigí al mismo hotel, no a la misma habitación, era una simple, pero que cabían dos, siempre podía estar uno encima. Sonreí pensándolo, tomé algo en la cafetería del hotel, y dormí tranquila, parecía que había pasado un año de la pesadilla, y no solo un día. Mandé un mensaje a Camila:
-          Vuelvo a estar en Londres( al cabo de unos minutos contestó)
-          Hola Julieta, ¿todo bien?. Enzo no para de preguntar por ti, fuiste tan distante el último día
-           ¿Cómo está él?
-          Bien, aún no se ha echado novia, no deberías hacerte mucho de rogar, hay cola
-          Ya
-          ¿Quedamos para comer mañana?
-          De acuerdo, sobre la una en el restaurante de tu amigo, me apetece pizza
-          Bien, allí nos vemos. Cuídate Julieta, confía.
Colgué sin saber muy bien que significaba esa última palabra, si se refería a Enzo, quería pensar que sí, así que me puse exageradamente guapa para volver a verlo, porque mi intuición me decía que mañana también iría a la cita, y si no lo hacía, casi mejor sería guardarlo en mi caja bonita, como un recuerdo más de un maravilloso invierno. En la cama pensé que quizás debería mandarle un mensaje, pero debía ser prudente, e incluso algo interesante, muchas veces si mostrabas demasiado entusiasmo por un hombre, salían espantados, creo que le quedaba algo de los primitivos, y les gustaba su promiscuidad, sin tener que dar muchas explicaciones, no a todos, pero casi siempre a los más atractivos. Así que cerré los ojos, abrazándome a la almohada, y susurrando su nombre, llamándolo, como si le fuese a llegar la señal de que había vuelto a casa, porque esa fue nuestra morada, y quería pensar, que solo fue un error, que no se trataba de alguien con oscuras intenciones, si no alguien curioso, porque no conocía mucho de quien dormía con él, a pesar de amarnos, como si lo hubiéramos hecho toda la vida.
A la mañana siguiente me coloqué mis vaqueros buenos, una blusa un poco transparente en un azul apagado, ropa interior a juego, y me ricé el pelo, nada de las planchas, quería volverme a acostar con él, retomar la historia, se me había pasado la desconfianza, y quería que me viera como una leona en celo. Llegué un poco tarde a la cita, seguía con la idea de hacerme la interesante, porque la inocencia la dejé atrás en algún pueblo lleno de maldades, lo único bueno de aquello, que algunas personas se hacen fuertes cuando han visitado el infierno, porque “El infierno está vacío. Todos los demonios están aquí”, mi amigo escritor lo veía así, quizás porque también estuvo en él. Cuando abrí la puerta, entré con el pie derecho, una tontería pero me había funcionado en otras ocasiones, que insegura era para las relaciones, eso no lo había superado. Me daba miedo mirar, pero lo hice, giré la cabeza hacia la mesa en la que nos sentamos el último día, y allí estaba, sin barba, con el pelo suelto, un poco menos moreno, diferente, y al quitarse la cazadora, esta vez  me recordó a Sting, mi cantante favorito, en un concierto que vi en Facebook de 1988 cuando cantó “Don´t Stand So Close To Me”, con ritmo en cada gesto, oliendo como un animal salvaje, con las hormonas volando por los aires, lleno de sexualidad en cada movimiento. Me tranquilicé con un suspiro, y le sonreí. Fui despacio, no quería tropezar, quería que me observase los andares, que le entrasen ganas de besarme. Y lo hizo, se levantó, me besó, rindiéndome ante el deseo, cuando se echó para atrás el pelo de forma masculina. Comentó que Camila había decidido no venir, mientras me retiraba la silla. Se lo agradecí, no era ella el motivo de mi visita. Nos quedamos unos segundo mirándonos, con  mi amigo el silencio, hasta que el camarero interrumpió dándonos la carta, para que fuéramos pidiendo. Entonces me di cuenta de una cosa, había una rosa amarilla en un pequeño florero en cada mesa, y sonreí, casi con miedo por tanta coincidencia. Lo comenté cuando preguntó, aunque creo que pensaba que estaba nerviosa por él, porque su ego no era uno humilde, ni tenía razón para ello. Pedimos ensalada y pizza para compartir, típico pero bueno, nada de pan de ajo, mis planes eran otros diferentes que tener que ir al baño. Pasamos una velada agradable, no preguntó nada sobre mi viaje, ni comenté la pesadilla, solo me habló de sus planes de volver a Alemania dentro de unos días, su visita a Inglaterra había finalizado. Me dio pena, porque pensé que con ello también nuestra aventura, pero lo negó con solo una frase ” Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama”, sonreí y esperé expectante a que me volviera a dar alguna señal de que ese día iba a ser amada, aunque fuese por última vez, pero iba a sentir su cuerpo en mi cama, haciéndome el amor, quizás fingiendo, pero agarrando el éxtasis con ganas, sin remordimientos de ser tan feliz, a pesar de que muchos jamás lo conocieran, ni alcanzaran. Y así pasó, salimos del hotel y sin tener que decir nada, los dos cogimos el mismo camino, y jodimos como amantes escondidos de alguna malvada trama. Dormimos, e incluso se perdió algo de romanticismo con las respiraciones forzadas, pero estaba tan agotada, que no me quedaban fuerzas para guardar las formas dentro de la cama, además mi cuerpo aún me permitía mostrarlo, sin tener que tapar nada. Volvimos a hacerlo varias veces, durmiendo cada vez que nos daba la gana, es lo que tiene la juventud, no hay responsabilidades que te quiten un momento de paz, cuando el clímax alcanzas. Y así fue hasta que amaneció, cuando se levantó directo a la ducha, y me miró de lejos sonriendo con añoranza. Quité la mirada, no quería pensar que ese fuese un final, precioso, pero no quería creer que todo iba a terminar sin más, solo por la distancia. Así que me di la vuelta, mirando por la ventana, mientras escuchaba el agua caer, y sola volvía a estar en esa Inglaterra nostálgica.
-          Me tengo que ir
-          Lo sé, ¿nos veremos antes de que cojas el avión?
-          No puede ser, no tengo tiempo ni para hacer la maleta
-          Entiendo ( casi se me caen las lágrimas)
-          No es un adiós, hay aviones económicos hoy en día, nos podremos conocer más y decidir
-          Claro, si es que los trabajos no nos obligan. Por cierto, ¿a qué te dedicas?
-          Es pronto para eso ( me dio un beso, mientras cogía su cazadora), nos vemos aquí o en España, donde prefieras, no me importará viajar, si es que el destino me lleva a tu cama
-          Te voy a echar mucho de menos
-          No te dará tiempo ( me sonrió, y cerró la puerta)
Me di la vuelta, y dejé que el tiempo pasara, decidí tomar el tren para Oxford esa misma tarde, no el de mañana, como había pensado antes. Dormí, solo hice eso, hasta que llegaron las dos de la tarde, cuando recogí mis cosas. Y sobre las seis estaba en mi Residencia, preparando las cosas para el día siguiente. Eso de vivir tan al límite, te hace estar tan excitada que no te paras a pensar si quizás no vuelvas a amar como esperabas, o si los fantasmas te atacarían por la noche, por haber visitado una tumba a oscuras y de mala gana. No pegué ojo, esperando un mensaje de Enzo, pero no fue así, solo tuve uno del profesor interesándose por mí, y ofreciendo su ayuda, si la necesitase. Se lo agradecí, porque cuando fue a recibirme al aeropuerto pensé que aún sería peor mi experiencia con él, por supuesto tenían sentido sus frases, pero no fue un acosador ni un maltratador como creí intuir por entonces. Solo consistió en un profesor ingenuo, al creer que encontraría algo, como si nadie con anterioridad no lo hubiese hecho. Lo bueno de todo es que se había quedado en una anécdota, que no había señal que nos delatase, porque el castigo por las travesuras también existe, más cuando puedes romper algo importante,  pues los fantasmas descubren al traidor, aunque no conozcan su dirección ni uniforme. Sonreí pensando que había tenido suerte, pero no jugaría con ella, sería lo más prudente posible, y el tiempo que fuese a estar con Inés, sería el ratón de biblioteca que me pidió que inventara, porque tenía la sensación de que el Profesor no me iba a molestar más, a no ser que lo llamase, y eso no iba a pasar, con los libros y con Inés tendría lo suficiente. La vida te da una oportunidad, no todas las que necesitases, así que había decidido estar un solo mes allí, no tantos como había dicho en un principio, porque no iba a dar ocasión a que la Maldición se despertase.
 
 
Llegué temprano al despacho de Inés, no antes que ella, pero si más que otros profesores. Nos saludamos amistosamente, y me pidió que retomara lo más pronto posible el trabajo. Mientras lo hacía, le hablé de Heidi, de mi visita a la Iglesia, de cómo me había gustado todo, y lo que me había enseñado (aunque no fuese lo que ella esperaba, me había mostrado que el lado oscuro de las cosas existe, y como te roza si estás cerca, aunque sea sin desearlo). Ella se sonrió cuando mencioné a Heidi, y le pregunté si la echaba de menos. A lo que contestó afirmativamente, y diciendo que fue más que una amiga de un momento. Me había informado de que Inés tenía familia, que estaba casada, pero esas palabras me dieron a entender que algo había pasado entre ellas, o quizás no, solo que fue muy buena cuando llegó a Inglaterra, pero al dejar la frase a medias, se abría la posibilidad de que cada uno entendiera lo que quisiera, “no hay nada bueno o malo, el pensamiento lo hace así”. Supongo que tenía la edad suficiente para no tenerse que justificar de nada, ni de un sentimiento, porque la amistad es algo hermoso, sin que haya que tener sexo. A veces la familia te falla, o no está cerca, y ese amigo da todo lo que necesita un corazón, para que no sufra por la soledad y por la falta de cariño. El sexo es hermoso, necesario en las relaciones sentimentales, pero en la amistad existe un sentimiento de pureza, sin desear nada de su entrepierna. Hablamos de Stratford, lo bonito que era para pasar un buen fin de semana, sin marcharse lejos, lo diferente a Londres, y lo mucho que tenía que mostrar Inglaterra, aunque el clima no acompañase como una quisiera. Le enseñé mis esquemas para seguir trabajando en la biblioteca, y me dio su visto nuevo, sería completar lo que se sabía, pero que no se había comprobado con los documentos necesarios, para contrastar lo que en mi País se conocía como “el mundo de Shakespeare”, donde había más que leyendas. Me enseñó fotos de su familia, incluso de su suegra Aurora, una mujer alegre y positiva, de quien aprendió el amor por la docencia, y más cosas de la vida, porque quien vive sufre, a pesar de su fuerza. Me comentó que siempre presumía de su hijo, lo educó sola, su marido había fallecido, sin dejar claro el motivo, y lo llevó por el buen camino, a pesar de que muchas cosas se pueden heredar, no solo las pesetas. Me agradaba Inés, era una mujer sencilla, sin las tonterías que algunas personas tienen, creo que por falta de inteligencia, y también creo que ella podría mostrarme el sendero adecuado en mi aventura por Inglaterra. Me dijo que si me dejaban sacar los libros, podría escribir en la mesa adjunta que me había colocado, para poder ayudarme, aunque lo veía complicado, porque eran únicos, y esos hay que guardarlos con sensatez.
Ese mismo día visité la Biblioteca, era preciosa, antigua, llena de libros y de madera. Me identifiqué con el responsable, pedí que me diera el libro que Inés me había mostrado, como interesante de estudiar. Estaba en una estantería con llave, con una que le colgaba, como la mía, aunque la había vuelto a colocar en la mesita de noche. Puse mis útiles sobre una mesa de cuatro, la más pequeña que había, y me introduje en el mundo, que cualquier lector ama, porque si algo daba Shakespeare, era despertar la fantasía de tu cerebro y de tu alma. Se puso un profesor frente a mí, por lo menos tenía edad para ello, me sonrió, pensé que algo quería, yo y mis malos pensamientos, por la desconfianza de otros tiempos, pero no, siguió cogiendo notas de otro libro, marchándose al rato sin decir adiós. Pero me quedé con su cara, porque no lo había visto antes por el edificio,  no me lo habían presentado y no era mi Vikingo, pero también tenía un aire de bohemio, que siempre gusta a una mujer, porque son más difíciles de conseguir, más complicado y eso cuando eres joven, cuando aún no estás cansada de entregarte sin que te correspondan, es lo que más te gusta llevar a la cama.
El día lo pasé entre libros, comentando cosas con Inés, quien me corregía porque a veces una lee algo, y la realidad, después de estudios, es otra. Cuando me dirigí a la Residencia dando un paseo, me volvieron las dudas de Enzo, ¿por qué no me había llamado?. Una vez en la habitación, cogí el móvil, y quise ver en la parte de Alemania que se encontraba, quería saber  un poco de su vida, a pesar de la distancia. Así que miré su ubicación, como una enamorada obsesionada, y mi sorpresa fue que aún estaba en Londres, y en la casa de Camila. Me enfadé, lo imaginaba haciendo otra vida, lejos de allí, porque no pudo ni despedirse, sin decirme ni un adiós en un aeropuerto, como hacen los enamorados. Me propuse mirar todas las noches su ubicación, hasta saber que había pasado. Además si no me llamaba, le preguntaría a Camila, se suponía que era mi amiga, si algo escondía, o todo había terminado por otra persona, ella debería portarse como siempre, y hacerme ver que solo fue una buena aventura, pero eso, no algo que en el futuro pudiera estar en mi vida. No dormí bien, casi puedo asegurar que tuve pesadillas. Quise subirme el ego, y me prometí que haría el mejor trabajo con Shakespeare, que él no me fallaría, ya que no le quedaban fuerzas, por estar enterrado bajo esa tumba maldita. Me dije a mí misma que ganaría la batalla, porque no me iba a hundir, sacaría mi lado profesional, donde se encuentran satisfacciones, los libros no te defraudan, ni te engañan, ni te enamoras de una forma enfermiza, como mucho te despierta sentimientos buenos, y te ayuda a volver a soñar, te da esperanzas, quizás falsas, pero no fracasas en la hazaña. Y día tras día fui a la Universidad, me sumergí en la literatura, y rápidamente estaba terminando con un trabajo, que me daba pie a que mi orgullo no cayera en desdicha. Cada noche miraba su ubicación, y seguía en casa de Camila.
Una mañana cualquiera, de esas que vas con los ojos pegados a la especie de escuela, vi a Inés desayunando en un bar con el hombre de la Biblioteca. Me desperté de repente, luego le preguntaría por él, quería saber quién era, porque si mi Vikingo estaba en Londres, divirtiéndose con Camila, yo no iba a acostarme con cualquiera que doblase la esquina, pero tampoco me iba a meter a monja, aunque alguna vez lo pensase de niña al ver alguna película. Durante un momento dudé, porque quizás podía ser el amante de Inés, y ya se sabe lo que se dice “ no ensucies la fuente donde has apagado tu sed”, e Inés había apagado mi sed de sabiduría, así que la respetaría pues “ la lealtad tiene el corazón tranquilo”, y ya había sufrido lo suficiente por un hombre, en mi pasado y en el presente, casi no creía  en el amor y en la fidelidad, pero si en poder tener una bonita aventura, aún mi cuerpo lo permitía, aún me quedaba algo de la belleza de la juventud, porque quizás no fuese una chiquilla, pero tampoco estaba entrada en años, así que iba a disfrutar lo que la vida me mostrase, porque eso del futuro, nunca se sabe, además “ los viejos desconfían de la juventud, porque han sido jóvenes”, y yo ya cometí mi buena dosis de locura, después de lo de Enzo, me había propuesto ser una mujer sentimentalmente madura, aceptar lo que me quisiesen dar, siempre que no sufriera mi alma, aún un poco perdida, y yo fuera la que gozase, sin importarme lo que hiciera al doblar la esquina.
Después de mi monólogo particular, fui al despacho, a esperar la conversación de chicas, así que ojeé mis notas. A la hora más o menos apareció Inés con su sonrisa. Por un momento pensé callarme, que debía pasar página también con ese tema, vaya que la importunase. Pero al ratito de llegar, me sentí valiente, y lo hice
-          ¿ Te he visto desayunando con un hombre muy atractivo?, ¿ es tu marido? ( lo dije disimulando, porque no me dio esa sensación)
-          Es Hamlet
-          ¿En serio?
-          Estás en el país de Shakespeare, encontrarás muchas personas con sus nombres. Deberías saberlo, tú tienes uno
-          Es verdad, no sé porque me he extrañado. ¿Es un  profesor?
-          No, pero si un aspirante. Su padre se jubila este año, y quiere entrar ocupando su vacante
-          No sabía que se heredasen los puestos
-          No se heredan, pero está muy insistente con el tema. Cada mañana come el coco a un profesor, como si dependiese de nosotros, está medio loco con el tema, porque ha dejado su puesto en Londres en una Biblioteca, con el deseo de ser profesor en Oxford, y la verdad, tiene que ver, pero no es suficiente rango como para heredar un puesto de catedrático porque”en nuestros locos instantes, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser”, y es un error de principiante en el mundo profesional. ¿Te ha gustado?, es un hombre atractivo, casi igual que un Príncipe de Dinamarca, como en la obra.
-          No te engaño, me parece interesante
-          Yo de ti lo mantenía un poco lejos, porque no me parece de fiar
-          Gracias, lo tendré en cuenta
-          De nada
Me gustó la conversación, porque me di cuenta de que teníamos confianza, que no íbamos a ser solo profesora y discípula. El resto del día estuve con los libros, y sin volver a sacar el tema,  pero Hamlet me había atraído, no era como Enzo, pero tenía algo que me gustaba, quizás quería pensar que sería posible que me quitara de la cabeza a un Vikingo, uno bello, inteligente, pero carente de honestidad en sus actos,  con quien pensé que me quedaría para siempre, porque además de amarme como nadie, hablaba conmigo, se preocupaba por mí, no era de esos hombres guapos que se están mirando constantemente el ombligo, pero no era sincero, y una relación sin eso, no lleva a buen puerto. Necesitaba otra distracción, otro, que sin quererlo como padre de mis hijos, me hiciera dejar de mirar la ubicación de mi pasado Vikingo. No hice caso a las palabras de Inés, supongo que sería un error, suelo confundirme en las decisiones que tomo, suelo obedecer  a quien no debo, e ignorar las sabias palabras de quienes bien me quiere, supongo que aún era joven para diferenciar a los malos y a los buenos, pero solo quería un poco de juego, para olvidar a quien me había robado el sueño.
Al final de la tarde Inés me tenía una sorpresa: me había nombrado como candidata a profesora adjunta en lengua hispánica. No podía creerlo, pero me molestó un poco que no hubiese contado con mi opinión, quizás quisiese volver a España, quizás quisiese volver a mi Tierra, pero valoraría la oportunidad, si es que me admitían, porque sería una de las mejores cosas que me podrían pasar, me ayudaría a engrandecer mi Currículum. Así que me acerqué a ella, para darle un abrazo, me respondió con agrado, pero advirtiendo que aún quedaba mucho por hacer, muchas conversaciones que tener, mucho que comprar y vender. Asentí con un poco de miedo, no sabía lo que significaría estar allí tanto tiempo, por un momento pensé que Inés había sido egoísta, creí que buscaba tener una amiga española en Oxford, para tomar un café, para hablar de Madrid, porque era de allí, para no sentir tanta nostalgia, pues porque muy bien que te encuentres en tierras extranjeras, nunca será como el lugar donde creciste, y fuiste feliz en la infancia.
Esa noche estuve un poco excitada, pero seguí mirando la ubicación, y continuaba en casa de Camila. Mi imaginación se disparaba, los veía en la misma cama, haciéndole las mismas caricias, mostrando su escultural cuerpo, y diciéndole mentiras, por lo que no pude dormir bien, demasiado movimiento para una muchacha tranquila, que no había venido a buscar nada, y que se estaba encontrando con muchas sorpresas, unas buenas y otras no tantas. Al día siguientes volví a la rutina, trabajaría en la mesa al lado de Inés, quería que me diera consejos de cómo debía comportarme, qué tipo de conversaciones debía llevar con un inglés, esas cosas que se preguntan para no meter la pata en un país extranjero, donde no solo hay lluvia y modales, donde había vida con muchas nacionalidades. Fue muy cortés conmigo, me enseñó toda clase de cosas de Inglaterra, no solo las más típicas que salen en las películas, sino aquellas que se aprenden con los años, al estar en un país que te acoge, sin pedir mucho a cambio, solo que le sirvas como cualquier ciudadano, que no visites los antros, ni te hagas amigo del que vive en la equivocación, sino que sepas valorar lo bueno que existe, y que te ofrecen los sabios. Lo vi normal, como sucede en cualquier país, porque en el mío pasaría igual: si te acercas al lado oscuro, no te querrán. Dudé si debía conocer a Hamlet, porque me había avisado, pero no lo vi un tipo peligroso, parecía más bien otro ratón de biblioteca que estaba buscando un lugar mejor en el planeta. Le daría una oportunidad, porque Inés se podía confundir, y quien sabe lo que me podía aportar con su sabiduría sacada de los libros. Quizás fuese un hombre con ambición, y estuviera manejando las cuerdas de su marioneta, según quería, como todo el mundo hace, cuando tiene objetivos en la vida. Así que decidí no hacer mucho caso a las palabras de Inés, pero solo en ese sentido, además las mujeres, por lo general, no nos ayudamos con las conquistas, nos entran los celos de que a otra la puedan querer más, y no digamos si tienes una relación pésima o estás sola en la vida. Tomaría mi propia decisión, sin recordar lo que Inés decía.
Saqué mi astucia de la manga, que sería buena, porque cuando no estás enamorada, salen mejor las cosas, no temes equivocarte, y si ocurre, no pasaría nada. Así que marché a desayunar al bar donde lo vi con Inés, y allí estaba, me senté cerca, me había puesto guapa, quizás no me hiciera caso, o quizás conociera mi posición cerca de Inés, y me quisiese embaucar, algo difícil, porque seguía enamorada de Enzo. Se acercó, y como había pensado, me preguntó si era la alumna que trabajaba con Inés, le contesté con mi mejor inglés
-          ¿Tu nombre es?
-          Julieta, ¿y el tuyo?
-          Hamlet ( nos sonreímos los dos)
-          Imagino que Shakespeare dejó un buen legado. ¿Eres profesor?
-          “Ser o no ser, esa es la cuestión”. Lo estoy intentando, a ver si me echas una mano con Inés, y deja de verme como un adversario, para que haya menos obstáculos
-          Lo intentaré
-          Muchas gracias, ¿trabajas ahora?
-          Sí, pero podemos quedar en otro momento. No conozco a mucha gente por aquí
-          Por mí, encantado. Te parece bien que quedemos a las cinco frente a la tienda de Alicia, cenaremos por algún sitio cerca, Oxford no solo tiene el campus.
-          Perfecto, allí estaré
-          Se puntual, esto es Inglaterra
-          Por supuesto, siempre
No le comenté nada a Inés, tampoco le diría a Hamlet sobre mi posible candidatura a profesora adjunta, porque si era tan ambicioso, me cogería manía, y era una extranjera, no podía andarme con chiquitas. En el silencio de la Biblioteca, pensé lo rápido, y fácil que fue obtener una cita,  pero éramos adultos, no había que esperar a nada, ni a que nos dieran el visto bueno, ambos encontraríamos compañía, una culta e inteligente, que no siempre se consigue. Pasé el día sin complicaciones, incluso se me iba la imaginación pensando que me iba a poner, decidí que un vestido camisero que tenía en negro, apropiado para la noche, formal, pero nada de galas, ni tampoco como el día a día. Abriría algún botón, seguro que le gustaría. Por supuesto iría abrigada con bufanda, pero luego en el restaurante enseñaría los atributos de Venus, los que tienen todas las mujeres de muchas formas escondidas, y que muestran cuando quieren ser queridas. Buscaba otra aventura y “ ¿quién ha de detenernos?. Nadie en el mundo sino mi voluntad”, y estaba decidida a volver a amar, quizás así dejara de mirar como Alemania se hacía de rogar.
Inés no preguntó nada, por lo que no tuve que mentir, sobre las dos marché a mi habitación, toqué mi llave, al abrir  la mesita, y me preparé como siempre hacía, como si no fuese a tener otra cita, nunca se sabe, porque la vida te da sorpresas, y a veces no las que querías. Llegué muy pronto, pero no lo suficiente, él estaba esperando, como buen inglés. No llevaba una rosa amarilla, ¡menos mal!, porque ya me estaba preocupando tanta coincidencia, quizás quisiese decir algo, y no lo sabía. Me dio un solo beso en la mejilla, y nos dirigimos a un restaurante  “The Porterhouse”, con paredes azules, mesas de madera, y parqué, mucho mejor para mi gusto, porque las moquetas se ensucian, y no son tan fáciles de quitar, las veía más propias para los dormitorios en lugares fríos, la madera para el resto de la casa, daba calor y era más limpia. Por un momento me puse nerviosa, y no quería, porque los nervios son muy traicioneros, y más en una primera cita.
-          ¿Te gusta el lugar?
-          Sí, es íntimo pero no demasiado formal
-          ¿Cómo va tu visita a Inglaterra?
-          Ha habido de todo, pero contenta, por el momento no me han visitado fantasmas, ni monstruos enfadados por levantar tierra
-          No sé qué quieres decir
-          Nada, tonterías, olvídalo
-          Cuéntame ¿cómo va tu trabajo con Inés?, ¿has descubierto cosas nuevas?
-          Pues muchas, más de las que quisiera, pero aún queda, Shakespeare tiene para toda una vida, si sabes leer su obra tan selecta
-          Exacto, si necesitas mi ayuda, aquí estoy, soy lo que se dice un experto en la materia. ¿Conoces Stratford, y su procesión?
-          Conozco el pueblo, la tumba, y poco más.
-          Pues habría que repetir la visita, porque cada año el Sábado más próximo al día de San Jorge, miles de personas se unen en una procesión que recorre Stratford, todos vestidos con ropa de época, terminando en la Iglesia, donde los que la encabezan, principalmente los chicos de la Escuela Germánica del Rey Eduardo VI, donde se educó Shakespeare,  colocan flores en su tumba. Es un acto bonito, porque el pueblo vuelve al pasado, no solo en la ropa, sino en todas las costumbres de la época, y por supuesto hay que ver esa noche una representación de la Royal Shakespeare Company, en uno de sus teatros, para rematar la faena. Si te animas, estoy dispuesto a ir contigo, pertenezco a una asociación, una especia de club de fans, por llamarlo de una forma coloquial, que todos los años nos reunimos allí, y pasamos una velada muy agradable. Hace algún tiempo que no voy, pero repetiría si te convenzo, merece la pena, piénsalo, podemos pasarlo muy bien, y conocerías a más personas de Inglaterra, hay que saberse relacionar
Dudé porque no quería alimentar la Maldición, pero pensaba que era una tontería, que debía ir a esa fiesta, porque había venido a conocer todo lo posible sobre Shakespeare, y eso quizás me ayudase a entender más su prosa, y sus particulares leyes. Lo que no comprendía era como el Profesor David no me había comentado nada, podíamos haber ido al teatro, en vez de irnos tan pronto a la cama. Decidí no darle importancia, pensar que él tenía claro cuáles eran sus objetivos en aquel lugar, y no quería actuar como profesor, más bien como un profanador de tumbas. Y sin mucho meditar le dije que sí, mientras pedíamos la carta. Me convencí a mí misma que iba a ser una agradable velada, que aún no me iría con él  a la cama, pero sería el clavo que quita otro clavo, porque aunque no fuese tan atractivo como mi Vikingo, quizás fuese más sincero, me haría sentir mejor, sin tener tantas dudas y miedos. Tuvimos una inteligente conversación sobre Shakespeare, sobre Londres, y sobre Inés, porque no disimulaba su interés en saber qué tipo de relación tenía con ella, como si pudiera influenciarla en que diese su visto bueno. Ahí me di cuenta de su objetivo, quería llegar de una forma positiva a Inés, ya se sabe, si no puedes con tu enemigo, únete a él. Le seguí la corriente, si el buscaba eso en mí, yo buscaba otras cosas en él, porque perdimos la juventud hacía años, y con ella la inocencia. Los dos sabíamos que nadie da nada por nada, y que antes de que surja el amor, se va a buscar más cosas que un revolcón en la cama. Fui correcta, tomé agua con gas, hielo y limón, mientras le sonreía, dándole a entender que formaría parte de su juego, si es que no se arrepentía, cuando se diera cuenta de que no iba a servir de mucho, porque Inés no iría jamás a ceder ante mi consejo. Pagamos a medias, y me acompañó hasta la residencia, sin pedir entrar dentro. Antes de despedirse me dijo que se tenía que marchar a Londres, para arreglar cosas del trabajo que había dejado, y del apartamento, pero que volvería días antes del Festival, porque merecía la pena vivir esa especie de Déjà vu en el tiempo. Se acercó despacio, mirándome a los ojos, y me dio un cauto beso, en mis labios, dejando la marca de que aquello fue solo el comienzo. No me despertó la pasión de Enzo, pero si la curiosidad de saber qué me esperaría junto a quien me veía como parte de su sueño. Subí a la habitación para acostarme directamente, estaba agotada, sin saber porque, suponía que el querer parecer todo el tiempo  perfecta, tenía su trabajo, pues se debe “asumir una virtud, si no la tienes”. Me metí en la cama y entonces recordé “Morir es dormir…y tal vez soñar”, y es lo que iba a hacer en ese momento.
Al día siguiente me incorporé al trabajo como si no hubiese tenido esa cita, me hubiera gustado comentar algo de Hamlet, pero no lo veía apropiado, a Inés no le gustaba, y las relaciones, la mayoría de las veces, había que llevarlas como en secreto, puesto que la felicidad no era algo de lo que se debía presumir, porque al celoso se le despierta su ira, y haría por destruirla, sin miramientos. Así que sería otro secreto más en Inglaterra, cuantos, no sabía si sería bueno, además solo había sido una cita, si iba al Festival, entonces sería un adecuado momento para que Inés supiera quien quería que la sedujera por un precio. Además seguía con su insistencia de presentarme como profesora adjunta en la Universidad, quería que tuviera el trabajo terminado en poco tiempo, para poder fundamentar su interés. Me gustaba la idea, podría estar unos cuantos años, daría más valor a mi currículum, y luego volvería a mi País. Inglaterra era grande y hermosa, pero uno es de donde nace, a no ser que seas echado, entonces eres del lugar que te acoge. Fui organizada, cada día me iban saliendo muy bien las cosas, quizás estaba un poco sola, pero tenía la ilusión del Festival, y Hamlet mandaba menajes de vez en cuando, fríos, no como los de Enzo, pero con ello manteníamos el contacto. Y llegó el día, como lluvia de Mayo en un desierto. Lo único que no me gustó, es que me di cuenta de que llevaba una semana en Oxford, y no había hecho por verme, aunque concretó el día y la hora en que me recogería para visitar la Tierra Maldita. Solo estaríamos una noche, en la que no habíamos cogido ni habitación, “algo cutre” pensé, llegaríamos por tren antes de que empezase, y cogeríamos el último cuando todo hubiera acabado, y si se alargaba la fiesta, el primero de la mañana. No me sobraba el dinero, pero tenía para pasar una noche fuera de la residencia. No insistí cuando quiso aclarar la situación diciendo que esa noche los precios se disparaban, ni habría ya camas. Entonces me quedé más tranquila, no estaba deseosa de sexo, seguía pensando en Enzo, pero si quería llegar a más, algo más que una cena, sin caricias ni besos.
 
Llegó el día, me puse mis mejores vaqueros, y marché llena de ilusión. Una vez en la estación lo noté algo distinto, menos relajado que con anterioridad, pensé que  estaba excitado por volver a ver a algunos de sus antiguos amigos, o quizás se había arrepentido de llevarme, pero lo que tenía claro es que algo pasaba, porque estaba diferente de cuando tuvimos esa cita rápida e improvisada. El tren fue puntual, y nos incorporamos al desfile como uno más, no llevábamos ropa de la época, pero él había comprado en la estación dos sombreros apropiados, y llevaba un anillo, un sello, típico del momento en el que estábamos. Saludaba a personas, no como en España, pero de forma cordial, mientras cantábamos, y reíamos, porque a pesar de que era una especie de funeral, todo tenía aspecto de festejo, supongo que sabían lo que Shakespeare había hecho por su pueblo, y las personas inteligente no quieren lágrimas en su entierro, sino una reunión de amigos, donde lo recordasen como lo que era, un erudito de la palabra, y un genio para crear historias bellas y enredadas. Entonces tuve una intuición, las mujeres las tienen, pensé en la historia de Hamlet, una llena de traiciones, venganzas, incesto y corrupción, e imaginé que quizás mi futura conquista hubiese absorbido esas maldades, me dio miedo, me dio miedo pensar que supiera que yo también me presentaba como profesora adjunta, y que solo había un puesto libre con la jubilación de su padre. Ambos lucharíamos por dicho trono, aunque no fuera el de Dinamarca, pero si era el Reino que muchas personas ansían, un buen trabajo, que le daba prestigio y nombre. Seguí paseando junto a él, mezclándome con la gente, pero empecé a guardar las distancias, más que nada porque no lo veía como en aquella cena, se había pasado el tiempo evitándome, pero sin dejar que me marchara. Sonreía, pero no cantaba, no me salía ninguna melodía, pues iba a estar a su lado doce horas, y no me parecía que fueran a ser sinceras, ni calmadas. Me puse a observar  alrededor, y cuál fue mi asombro, me pareció ver a Enzo, con la piel casi blanca, pero era él, lo podía asegurar. Grité su nombre, me miró, pero rápidamente lo perdí entre el tumulto. Podía jurar que era mi Vikingo, un poco cambiado por el disfraz, pero sabía con quien había tenido una aventura, sabía con quién quería vivir una relación de amor, aunque me hubiera dado cuenta de que no era correspondida. Hamlet me cogió del hombro, alguien me dio un ukelele, y no sé si lo sabía o no, pero mi abuela me obligó a dar clases de niña, decía que todas las personas debían tocar un instrumento, aunque luego no fuese su afición favorita. Aprendí después de la comunión, su intención era que me encantase, y cuando terminase la primaria, comprarme una guitarra, pero se quedó ahí, me gustaba saberlo tocar, muchas noches nostálgicas, en mi habitación, las pasaba entonando melodías, pero no me llamó tanto la atención, como para continuar, era una aficionada, suficiente, no necesitaba ser profesional para que tuviera momentos de paz, cantando canciones en la intimidad, cuando amanecía. Y lo empecé a tocar, de repente todos se pusieron alrededor mía, dando las palmas, animándome para que continuase, y me despisté tanto, que perdí de vista a ese Enzo disfrazado de Romeo. No volví a buscarle, quizás fuese por miedo a que me rechazase si me acercaba, pues se hizo el despistado,  como mucho miraría luego la ubicación, y si me llevaba otra sorpresa, tendría claro que lo iba a dejar a un lado, porque era lo que me repetía continuamente, pero a mí me seguía gustando. Llegamos a la Iglesia, y me dejaron entrar con los que encabezaban la especie de manifestación. Hamlet no hablaba, solo miraba todo, la verdad, que un poco emocionado, y hubo más sorpresas: las flores que depositaron en la tumba, eran ramos de rosas amarillas, me asusté, lo reconozco, no podía creer que fueran todo una coincidencia, pero quien iba a hablar con ese grupo de personas para convencerles que pusieran esas, no creo que nadie supiera mi temor a que fuese un mensaje que no sabía leer, pero ahí estaban, incluso más hermosas que las anteriores. Durante el tiempo que duró la especie de ceremonia, todo el mundo estuvo en silencio, y alguien me quitó el ukelele de las manos, no pude verle ni el rostro, había tanta gente a mi alrededor, que solo continué haciendo lo que todos hacían, rezar en memoria de ese pequeño Rey, porque un séquito inmortal tenía. En el rato en el que todos permanecían callados, recordé mi anterior visita, y pedí perdón, excusándome de que no tenía otra salida. Justo cuando me santigüé, sin tener muy claro si seguía siendo una buena idea, los presentes tiraron por los aires sus sombreros, diciendo “Aleluya”. Hamlet me cogió de la mano, y salimos como pudimos de esa muchedumbre. En la calle me volvió a parecer ese hombre amable, aunque tuviera una idea fija, siguió con mi mano cogida, sonriendo, y yo intentando creer que nada escondía.  Nos dirigimos a la Taberna, estaba atiborrada de gente, pero en una mesa parecía que nos estaban esperando, quizás fuese su grupo de amigos, esa especie de club de fans que él decía.
-¿Cómo estás Hamlet?, cuanto tiempo sin vernos, creo que tres años
- Perdonarme, he estado muy muy liado, os comenté que quiero coger el puesto de mi padre en Oxford, y me he estado preparando (me ruboricé, sentía que lo estaba engañando). Ésta es Julieta, una compañera de la Universidad.
Quería irme, porque se había presentado como un compañero mío, cuando él no había entrado. Estaba dando cosas por hecho, me asusté, porque temía la reacción, cuando supiera que quizás sería la elegida. Intenté disimular e introducirme en el grupo, para que viera que no pasaba nada, cuando volviéramos a Oxford quedaríamos, y le explicaría la situación, ahora no era el momento de decir nada. Me presentó uno por uno a sus amigos, me pareció encantador, todos habían adquirido un nombre de un personaje de Shakespeare: Otelo, Macbeth, Demetrio, Malcolm…y a pesar de ser la única mujer entre los presentes, me sentía bien, porque seguro que tendrían una conversación culta. Pasamos una velada muy agradable, aunque Otelo me miraba de una forma un poco extraña, a veces me decían que era guapa, pero yo no lo veía como una cualidad que en mi resaltara. Creí que a él le había parecido algo exótico mi aspecto hispano, y no le di mayor importancia. Reímos, bebimos cerveza, y comimos pollo asado con patatas, como se hacía en aquella época. Y a las dos horas se despidieron, porque iban a refrescarse antes de la actuación, ya que ellos si habían cogido habitación en el pueblo, mientras nosotros tendríamos que estar dando vueltas hasta que llegase la hora del teatro. Hamlet y yo paseamos por las calles, aún continuaba el festival, y me agarré a su brazo, se me olvidó que era su rival, me sentí amiga, y necesitaba algo de calor, quizás el alcohol provocó el amor que siempre desata, además “Eso que quisiéramos hacer, deberíamos hacerlo en el mismo momento de quererlo”, y en ese momento buscaba afecto. Hamlet me correspondió, mirándome con agrado, pero en una de esas miradas sentí miedo por su represalia, y me quité, guardando otra vez las distancias. Estuvimos largo rato andando, comentando todo lo que allí había, hasta que vio una cafetería, y me preguntó si me apetecía sentarme, hasta que llegase el momento de ver la obra “ El Sueño de una noche de verano”, recordé frases de amor de uno de sus seis actos, recordé a sus hadas, de los líos por la pócima, en fin pensé que quizás había llegado el momento de comentarle todo, pero me preguntó qué me apetecía tomar, porque iba a pedirlo en la barra, había demasiadas personas. Me relajé, no iba a estropear la estupenda velada. Me pedí una tónica, y esperé a que la trajese para no perder el sitio, más tarde iría al servicio. Cuando vino, se me pasaron las ganas, y estuvimos hablando de sus amigos, me contó anécdotas de otros años. Fui a sacar de la máquina unos frutos secos, y al girarme lo vi, echando desde su anillo, algo en mi bebida, unos polvos. No supe que hacer, porque en ese mismo instante entendí que sabía cuál era mi situación, mi rivalidad por conseguir lo que quería. Recordé otra vez la obra de Hamlet, y concluí que sin ser Príncipe, quería su trono, no por venganza, sino por ambición, como les pasa a muchas personas en la vida. No tenía claro si huir inmediatamente, pero reflexioné, como iba a luchar contra todos siendo una extranjera. Podía asegurar que Inés me apoyaría, pero muchas personas evitan los problemas, y aunque Hamlet no le gustaba, quizás no se viese lo suficientemente fuerte, como  para acusarle de un intento de homicidio. Me paré un segundo frente a la máquina, mientras analizaba la situación, sacando mi astucia femenina. No había ido al servicio, me dirigiría a él,  y haría lo que hacen todos los que beben Gin-tonic, y no quieren emborracharse. Me llevaría la copa, y fácilmente la podría cambiar por agua, con suerte no se daría cuenta, pudiendo pensar que su veneno no había funcionado. De repente apareció Macbeth, Hamlet se levantó y aproveché para ir al baño, con la tónica, sin que él pudiera decirme nada, sin que evitara que me la llevara. Así lo hice, aunque no pude guardarlo en un frasco para demostrar qué era lo que buscaba, porque estaba claro de que se trataba,  por su hedor a almendras amargas. Me senté en la mesa con mi vaso cambiado, teniendo a Hamlet dándome aún la espalda, y sin haberse dado cuenta de lo que pasaba. Creo que le comentó algo a Macbeth, porque me miraba de mala gana, no de la forma con la que antes me agradaba. Había decidido actuar como si nada, creí que era lo mejor, me quedaba poco tiempo con ellos, la representación y el tren, que estaría lleno de gente, por lo que sería difícil que pasase algo. Lo malo sería llegar a Oxford, pero había decidido disimular, y cuando estuviese en el andén, correría, no se lo esperaría, porque mientras iba a ser simpática, no bebería, para no tenerme que ausentar, y lucharía si fuese necesario, aunque mi intuición también me decía, que eso no lo tendría que temer, porque él no era tan ruin como para pegar a una mujer, más bien utilizaría otro truco, sin tenerse que ensuciar las manos, y quedar como un mago del asesinato. Macbeth se sentó, y continuaron hablando, solo me miraban cuando daba un sorbo a la bebida, mientras actuaba de forma tranquila, a pesar de que por dentro los nervios me dominaban. Cogí el móvil para disimular, y vi la ubicación de Enzo, estaba en Stratford, entonces reflexioné otra vez. No me quería, pero estaba segura de que me ayudaría llegado el caso. Le mandé un mensaje de auxilio, pidiéndole que por favor fuese a las diez a la Estación, necesitaba ayuda. Si iba me marcharía con él, con cualquier excusa, que me mintiera sobre Alemania era una tontería con lo que estaba viviendo sola, y en tierras extrañas. Le di a enviar, pero no aparecía como recibido, no lo comprendía, creo que se me notaron los nervios, lo volví a intentar, pero no, no funcionaba, quizás no tenía cobertura, ya se sabe lo que pasa con  los móviles cuando cambias de país. Suspiré y me miraron, tomé un sorbo grande de agua, y se extrañaron, mantuvieron la mirada, fría, helada, y yo sonreía, sin saber si lograría engañar al Príncipe de las Rosas Amarillas, porque tenía claro que me avisaban de algo malo, sin saber porque lo hacían. Desistí en lo referente al mensaje, pero decidí abrir bien los ojos, porque si lo veía, aunque él no quisiese, me echaría encima y no me despegaría, a mi Vikingo no lo temía, a pesar de sus mentiras. Me tomé todo el vaso de agua, no dejé ni una gota para que no sospechasen que lo había cambiado. Llegaron los demás, supongo que los avisarían, y volvió a ser la reunión amena de antes, aunque Hamlet me llegó a preguntar si estaba mareada o algo cansada para continuar, si quería me acompañaba a la estación, para coger un tren antes. Dudé, quería marcharme, pero si me iba, quizás sospechase de que me había dado cuenta, y hasta que no estuviera en casa, hasta que no pudiera contar con alguien, no me sentiría algo segura, a salvo  nunca, es lo que pasa cuando alguien con maldad suficiente como para matar, te coge manía, no descansa hasta que lo consigue, o lo cogen en un intento y entonces, no termina, se agranda, porque no suelen tener miedo, se fijan un objetivo, que a veces no es el primero, y no paran hasta lograr lo que casi aman, lo que les da algo de poder, porque en el fondo, suele ocurrir, que no tienen cualidades por las que pelear en esta vida, y las de otros les provoca una envidia mala, a la vez que destructiva. Hamlet estaba cegado de ambición, llegando casi a supurar la herida del orgullo, y a ese tipo de personas, una pequeño arañazo, le desata su ira, su rabia,  aunque consigan lo que quieren, no se olvidan de quien les hizo caer casi en desdicha, a pesar de que no tuviera la culpa, porque eso era lo de menos,  para justificar lo que una mente y una alma enferma ansía.
Nos dirigimos al Teatro, me hacía la aturdida, para que pensasen que aunque no me había hecho efecto del todo, me había quedado mal herida. Quizás querían fingir que me había emborrachado, y había tenido un accidente, quizás querían dejarme sin fuerzas y matarme con sus manos, nunca se sabe que piensa un malvado, pero echándome eso, nada bueno o sano. Llegamos al Teatro, me senté en medio de Hamlet y Macbeth, pensé ¡Madre Mía!, comenzó la función, no les quitaba ojo, vaya que en la oscuridad de la sala, provocasen mi muerte como en las novelas de Agatha. De repente me sorprendí, porque no vi a Enzo, pero reconocí a dos alumnas españolas de Oxford,  Nieves y Anabel. Suspiré, los españoles nos ayudamos, o eso es lo normal cuando vives lejos de la familia. En el descanso fui tras de ellas al servicio, ellos no me acosaban, no sé, me dejaban tranquila, quizás la droga haría su efecto más adelante, hay de esas, de todas las clases, y por eso no se extrañaban que no cayera redonda entre las cortinas. Cuando me levanté Hamlet también quiso ir al servicio, por supuesto, pero no entraría en el de mujer, me daría tiempo a medio explicar qué era lo que me sucedía
-          ¿Nieves?, ¿Anabel?, ¿ me reconocéis?
-          Claro profesora
-          No me llaméis así, necesito vuestra ayuda. No me preguntéis el motivo, porque no puedo concretar nada, pero si me quisieseis hacer el favor de que cuando acabase la obra, no despegaros de mí. ¿Os quedáis a dormir en Stratford o volvéis a Oxford?
-          Volvemos en el tren de las diez a Oxford
-          ¡Qué alegría!, acercaros a la salida, iré seguramente con un hombre o dos, y hablarme todo el camino, sin marcharos de mi lado hasta llegar al tren. Luego no puedo sentarme con vosotras, porque están enumerados los asientos, pero cuando bajemos, buscarme, estoy en el segundo vagón. Decir que estáis en la misma residencia que yo, e iremos todas juntas para que no pase nada malo en la noche. No me dejéis sola con ese hombre, por lo menos hasta que llegue a la residencia, y sepa que hacer. ¡Por favor!
-          Claro, somos mujeres y creemos en la sororidad, pero ¿por qué no llamas a la Policía?, ¿lo hacemos nosotras?
-          No, no sé lo peligroso que pueden ser, ni los contactos que tienen, y no tengo pruebas de nada. Hacedme caso, mi intuición nunca me falla, solo os pido que me acompañéis.
-          Así será
-          Gracias, intentaré salir después que vosotras del teatro, del baño salgo  primero, así no se darán cuenta quien estaba dentro
Por supuesto Hamlet me estaba esperando, sonreí, cuantas mentiras, y marché a su lado. Me miró mal, pero cuando creía que no era observado. Nos volvimos a sentar, solo quedaban dos actos. Al terminar aplaudí emocionada, pero tengo que reconocer que no me enteré de nada, estaba abstraída en mis pensamientos. Esperé que Nieves y Anabel se marchasen, quienes disimularon, pasando al lado sin mirarme, y fuera, cuando me dolía el corazón de pensar que quizás tuviera que hacer el camino con el enemigo, allí estaban ellas, quienes me saludaron efusivamente, rodeándome y hablando de la obra, de Shakespeare, del teatro y de la fiesta. Hamlet me cogió del brazo, y me dijo que debíamos marcharnos, el tren era puntual, y nos quedaba un camino hasta llegar a la estación. Ellas, muy listas, dijeron que también iban para allá, se pusieron una a cada lado, y caminamos delante. Miré hacia atrás para despedirme del grupo de amigos, les dije adiós con la mano, diciendo que esperaba volverlos a ver otro año. Menos mal, porque en España tendría que haber dado dos besos, y a saber lo que me podían clavar en el cuello. Hamlet le dio la mano a cada uno, disculpándome diciendo que era Española, sonreí porque me menospreció, cuando tenía más educación que lo que ellos esperan de una dama refinada, pero las circunstancias mandaban, y lo que quería era estar lejos. Macbeth me miró asintiendo, le dio un beso a Hamlet, a diferencia del resto. Otelo me seguía mirando, parecía que con pensamientos obscenos, pero marché adelante, con mis dos amigas, con mis salvadoras, pensando la suerte que había tenido, y estando segura que fue porque antes de salir toqué mi amuleto.
En la estación esperamos a Hamlet, tenía mi billete, no se marcharon hasta que me senté y las saludé por la ventanilla, me tocó pasillo, por lo que podría salir si es que algo malo temía. Ellas estaban en el tercer vagón, cerca. Todo estaba lleno, así que me relajé bastante, tenía un libro en el móvil, que sacaría, si veía que la conversación no era agradable. Hamlet me miraba serio, no mal, pero no afable. Yo seguía sonriendo, sin saber qué hacer realmente, porque quizás si mantenía una larga conversación, me delataría, así que le comenté:” voy a mirar la obra en el móvil, a ver cuántos errores encuentro”, el asintió como diciendo “ ya”, creía que me había descubierto, pero cogió también el teléfono y empezó a ver las noticias, más bien los sucesos, y más miedo me entró, al pensar que quizás estaría ahí pronto, no por el sueño de una noche de verano, sino por una pesadilla, quizás provocada por una Maldición, porque no obedecí lo que un genio dejó escrito advirtiendo.
Llegamos a Oxford a la hora esperada, y él no parecía agresivo, ni con malos pensamientos, incluso se durmió durante el trayecto, pero no me fiaba. Cuando bajé del vagón, Anabel y Nieves me estaban esperando, que bien se estaban portando. Me despedí de Hamlet con un abrazo y con un beso, diciéndole que me había encantado ir, que  nos veríamos por la Universidad. Se le cambió la cara, y me volvió a entrar el miedo. Marché con mis amigas, no discípulas, sintiéndome segura, a pesar del nefasto encuentro. No preguntaron, solo cuando estábamos en la puerta de la residencia me dijeron que debería llamar a la policía, les pedí que me dieran tiempo, tenía que analizar la situación despacio, ahora no era el momento. Les agradecí la ayuda, se marcharon preocupadas, les pedí que se relajaran, no estaban cerca, y yo estaba en casa. Subieron los hombros, y quedamos que cualquier día me pasaría por el club de estudiantes, ellas solían estar todos los Martes y Jueves, de cuatro a seis, por si me apetecía jugar a las cartas o a cualquier otra cosas, y por supuesto para que supieran que todo estaba bien, que no me pasaba nada. Volví a agradecer sus palabras, y lo prometí, iría, por lo menos antes de volver a casa, porque empecé a tener claro, que no era mi sitio estar sola ante los peligros que una tierra nueva desata, y enseña cuando es amenazada parte de su manada. Subí las escaleras de la residencia agotada, por tanta fiesta, por tanta excitación, por tanto dolor en la espalda del estrés, siempre me pasaba. Abrí la puerta, y como en casa, esas cuatro paredes eran mi guarida, a pesar de que él sabía dónde estaba. Me tumbé en la cama, vestida pero descalza, abrí la mesita, estaba mi llave y la apreté cerca del corazón, quizás me calmara, y lo hizo porque dormí hasta las cinco, cuando me desvelé del frío, no estaba tapada. La volví a colocar en el cajón, no quería que se me perdiera, y si la llevaba encima cabía la posibilidad de que pensasen que tenía valor, dándome un tirón por poseerla, si es que no veían que era de hierro, no de ninguna piedra preciosa. Sobre la cama empecé a reflexionar sobre todo: ¿qué hacía mi Vikingo por allí?, en el Club de Fans, en Hamlet por supuesto, en el profesor, en la Maldición, en todo que Inglaterra me había mostrado, cuando yo solo pensaba completar una beca. Recordé a Shakespeare, y en muchas de sus obras las personas por sentimientos humanos se vuelven locas y sangrientas, por odio o por amor, cualquiera valía para matar al hombre que las despierta “¡Oh amor poderoso! que a veces haces de una bestia hombre, y otras, de un hombre una bestia”. El motivo acaba siendo lo de menos, si lo que buscas es alimentar a tu monstruo. Me daba temor todo lo que estaba viviendo, no sabía qué hacer, si disimular siendo cautelosa, y cuando terminase mi trabajo salir corriendo a España, donde también existían demonios, pero había también quien me amaba, o irme al día siguiente, sin excusas, dejando todo atrás, aunque sospechasen de mí. Cerré los ojos, sentí el aire en la habitación, casi tenía vida propia, era caliente, y olía, movía las cortinas como los fantasmas de las películas. Miré mis libros, mi trabajo medio terminar, y mi maleta vacía. Suspiré fuerte unas cuantas veces, y concluí que debía acabar lo que había venido a hacer, de todas formas no tenía por qué ver más a Hamlet, estaría con Inés, en la Biblioteca, y cuando pudiese, regresaría a la tierra donde los molinos se convierten en gigantes, pero no matan a nadie. Cogí mi bolígrafo de plata con mi nombre grabado, y me puse a enumerar lo que haría los diez días siguientes, serían suficientes para tenerlo todo esbozado, y rematar el trabajo en Málaga. A veces los hombres se defienden con una espada, y mi bolígrafo sería mi Tizona particular, quien haría que se rindiese el enemigo, con quien reconquistaría el lugar que me quitaron, el motivo, tantos, pero lo importante era el daño, volver a estar donde siempre debí, y que las enfermedades con las maldades humanas me robaron. Stratford también me había hecho sufrir, y aunque muchos jamás comprendiesen mis miedos e inseguridades, todo lo que me crearon, quería ser la de antes, a pesar de los comentarios,  pues “se ríe de las cicatrices, quien nunca ha sentido una herida”, eso dijo el sabio.
Me levanté de la cama, después de terminar con el plan literario. Tomé una ducha, aún quedaban horas para incorporarme al trabajo, porque iba a ir con una de mis mejores sonrisas, la de una actriz más de toda esta obra de teatro que se había creado. No me pinté, no tenía ganas, sí me arreglé el pelo, y esperaba que mi sufrimiento todavía no se viera reflejado en mi imagen, que no se convirtiera en recuerdo. Marché despacio, pero teniendo claro cuál era mi deseo, y una vez dentro de la Universidad, me sentí segura, creyendo que nada pasaría ahí dentro. Llegó Inés, cargada de libros,  como siempre, me saludó como si nada, y suspiré fuerte, entonces preguntó: “¿Qué pasa?, cuando uno hace eso, o bosteza de forma forzada, tengo la edad suficiente para saber que algo malo ocurre”. Negué con la cabeza, diciendo que solo estaba cansada “Es mejor ser rey de tu silencio, que esclavo de tus palabras”. No estaba segura de comentarle nada, me sentía débil ante tanto inglés, no sabía si me ayudarían o me lo harían pasar mal, porque me habían demostrado que sus deseos eran muchas veces órdenes para los que veían como discípulos, y ante la duda, me quería quitar de en medio. No conocía lo suficiente a Inés, era española, parecía buena persona, pero como iba a saber que me ayudaría, y que no liaría más las cosas. Había concluido que era mejor pasar desapercibida unos cuantos días, no sé si aguantaría los diez, y luego marcharme a casa, como si no hubiera ocurrido nada “Ten más de lo que muestras, y habla menos de lo que sabes” o “ presta oído a todos, y a pocos la voz”, si Shakespeare lo había dicho, esta vez le haría caso.
 
Durante unos días me informé mucho, y mi trabajo iba muy bien, avancé lo suficiente, para darlo casi por terminado. No volví a ver a Hamlet, e Inés no me había vuelto a nombrar nada sobre la elección del próximo profesor adjunto, mientras medio rezaba pensando que se llevase a cabo cuando me encontrase  totalmente asentada en España. En ese tiempo seguí mirando la ubicación de Enzo, había vuelto a Londres, a casa de Camila, tenía claro que estaban juntos, quien iba a aguantar tanto tiempo a un invitado, por muy guapo que fuera. El mensaje se perdió, lo borré cuando llegué a la habitación, pero me hubiera encantado que me hubiese rescatado en Stratford, sería como un Vikingo real, salvando a una dama de los piratas, el sueño de cualquier niñata, pero ya era una mujer, y no creía en los cuentos de hadas. Las personas me habían defraudado tanto que no esperaba nada, ni siquiera del que entrara en mi cama, así que borré el número, no tenía sentido continuar martirizándome en busca de su ubicación, cuando él no me había mandado ni un mensaje. Inmediatamente me arrepentí, porque eliminé a quien me había dado tanto placer, el orgullo había marcado mi vida, y  a veces había perdido más de una partida, pero era tan vulnerable, que pensaba que me iban a hacer más daño siguiendo enamorada de alguien que no me tenía en cuenta, estando casi al lado. Quizás no tenía la madurez suficiente para concluir que todo tiene una explicación, porque una cosa es ser infiel a una mujer, y otra muy diferente es traicionarla. Podría tratarse solo de una infidelidad larga por las circunstancias, pero sin dejar marca. Apagué el móvil, no tenía remedio, pero si mandaba algún día un mensaje, estaba dispuesta a apuntarlo, y a no volverlo a desechar, porque casi todo lo cura el tiempo, casi todo, menos las cicatrices del alma, “porque las heridas que no se ven, son las más profundas”, y las mías ya hasta se reflejaban en la cara.
Todo fue correcto, pasé unos días casi sin miedo, volviendo a esa calma que es aburrida, pero tan querida, cuando la ves perdida. Un día bajé a la cafetería de la Universidad, y allí estaba Hamlet con el Decano, supongo que al final lo lograría por pesado, lo más gracioso es que me veía como su adversaria, sin haber propuesto nada, y deseando dejar todo a un lado. Me miró de lejos, lo saludé, pero no me contestó, me puse nerviosa, a veces la arrogancia es la señal de que algo malo tramas. Y a mí lo único que me importaba era llegar sana a Málaga. Tomé el café rápidamente, regresé  al despacho de Inés, quien me miró de forma extraña, “¿qué es lo que pasa?”, era una mujer inteligente, no iba a meter la pata, pero mi boca había decidido seguir cerrada. Ese día volví a la residencia pronto, sin tomar el lunch, picaría algo, y cenaría pronto. Tomé un chocolate caliente, lo hice en la tetera eléctrica, y miré el horizonte, nostálgica, porque casi lo había olvidado todo, pero es lo que ocurre, cuando un gran sufrimiento parece que termina, cualquier maldad lo reviva. Me puse un zapato cómodo, y fui a la tienda de Alicia, iba a comprar algunos regalos, lo metería en la maleta, la tenía casi lista. Por el camino saludé a muchos estudiantes, y pensé lo inocente que eres cuando aún no sabes las maldades de la vida, que ilusión se tiene, porque aún estas en la edad en que      ”sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser”, cuanta ambición en esa etapa, por suerte la superé, y me gustaba en lo que me había convertido, luchando mucho, como cualquier mujer, porque a pesar de que la igualdad y el feminismo estaban muy instalados en la sociedad, en muchos lugares era solo una fantasía, la realidad decía que la mujer debía estar atrás, incluso de un hombre sin estudios, ni inteligencia para respetar los cánones de la vida. Conocía el orgullo machista, y tenía la madurez suficiente para quedarme donde bien me quisieran, alejándome de quien casi golpea, aunque no dejase una herida física. Había  mucho por lo que luchar, pero yo no iba a ser la heroína de esa injusticia.
El camino se me hizo largo, creo que por la inseguridad que tenía, la que creció cuando sentí que alguien me perseguía. Entré en la tienda de Alicia, eran dos hombres, quienes también lo hicieron, y me puse a mirar cosas, tenía que comprar varias,  no me debían ocupar mucho espacio, pero me gustaban tanto las tazas, que por lo menos dos cogería, algunas libretas, un dedal, lápices de colores llenos de fantasía, y camisetas, esa también cabían. Los hombres seguían en la tienda, no se iban, uno estiró un brazo para coger un vaso con pajita, y pude ver su pistola, no estaba muy bien escondida. Aún era bien pensada, aún creía en la bondad y en sus mentiras, llegando a imaginar que quizás fuesen policías, pero ¿por qué no se identificaban?, quizás eran malos, y mal me querían. Recordé la obra de Macbeth donde se descubre un drama sobre los efectos físicos y psicológicos de la ambición política, junto al sentimiento de culpa, pero quizás esta vez eso se hubiera obviado, y eran los asesinos contratados por Macbeth, porque quizás el beso que le dio a Hamlet no era el de un amigo, sino esos que se da la mafia, a quienes siempre ayuda. No sabía las verdaderas intenciones, pero sabía que entre ellos dos había una especial conexión, quizás eran socios, amantes, no sé, no intentó nada, incluso pudiendo dormir conmigo en cualquier hotel, prefirió volver a Oxford la misma noche, o quizás a quien deseas la muerte, no quieres meterlo en la cama. Daba igual, la cosa es que no me parecían que fuesen unas buenas personas, no me gustaba su mirada, la que suele decir mucho, sin que la analices, sin que sepas leer lo que por su mente pasa. Pagué mis regalos, y adelanté el paso. Seguían detrás, y no me atrevía a preguntar qué era lo que pasaba. Cogí un camino diferente, y ahí estaba “El Club de los Estudiantes”, mi salvación porque era Jueves y más de las cuatro de la tarde, seguían detrás. Entré, todo era lo típico de un club inglés, con su moqueta y luces tenues rojas, sus chesters color marrón, y sus mesas llenas de juegos, el trivial, por supuesto, pero también había el parchís, y mi preferido, el juego de la oca, al que me encantaba jugar de niña, y en el que esperaba no caer en el pozo ni en la cárcel, para salir de donde me había metido, sin saber cuándo, cómo y ni por qué de tal desdicha. En la barra estaban Nieves y Anabel, cerré los ojos al verlas, porque pensé que quizás el Decano le había confirmado a Hamlet que yo era otra candidata, y esta vez quería dejar todo atado, quería que un disparo no dejase dudas sobre su intento de lograr, lo que creía que debía ser heredado. Me dirigí a ellas, y sabían lo que me pasaba, no había que ser muy inteligentes para concluir que todo lo malo vuelve, si no cierras bien la baraja. Me pidieron que me sentara, pensé que a ellos no le dejarían entrar, puesto que su edad no les permitía pasar por estudiantes, a mí todavía sí. Les conté mi situación, y volvieron a ayudarme, me sacaron por la puerta de atrás, pero advirtiéndome que no debía de jugar con la suerte, porque a veces se gastan las vidas. Me dijeron que iban a ir a la policía, pero les pedí que fueran prudentes, no tenía pruebas de nada, y no siempre se cree al emigrante inocente. Les dije que ese fin de semana me iba a marchar, y si me seguían, entonces llamaría a la policía, pero creía que una vez que supieran que me había ido, todo volvería a la normalidad. Me dieron un abrazo, y me dijeron que por ahí andaban, si es que quería volver. Marché rápido para que pensaran que seguía dentro, caminé a buen paso, no quería que tampoco la gente me mirase, quería pasar, como siempre, desapercibida. Llegué sana a la Residencia, sabía que había dicho que me iría ese fin de semana, pero por el camino decidí  marchar a la estación sin prisas, pero sin pausa. Metí los regalos, guardé en el maletín el trabajo, estaba prácticamente terminado, y me despediría de Inés, de nadie más,  cuando estuviera en casa, pondría la excusa de siempre, la enfermedad de un familiar, si quedaba ante los demás como mal educada, no era lo que me importaba, además ¿quién pensaba regresar?, aunque en el fondo esperaba que Inés me justificase, porque nunca se sabe si debes acudir a pedir ayuda, para salvarte de un criminal, aunque vista bien, y huela como pocos hombres en la vida. Tuve suerte, un tren hacia Londres saldría en quince minutos, y ahí me senté, con mi maleta llena de peligrosas aventuras. Recé deseando imaginar que no les había dado tiempo a reaccionar, y no me seguían, que aún seguían dando vueltas por Oxford, esperando la situación adecuada. Lo bueno de mi paseo con guardaespaldas, que fue a una hora donde las calles estaban llenas, porque era la salida de muchos estudiantes, y creo que no vieron, lo que se dice, la ocasión perfecta. De repente me acordé de mi llave, me había dejado todo lo de la mesita de noche: mi amuleto, la libreta de apuntes, unas galletas, ropa interior, el cargador del móvil, en fin cosas importantes, pero ya no tenía remedio, no iba a volver. Salió el tren, y se me saltaron las lágrimas de la emoción. No podía creerlo, pero estaba casi convencida de que cuando vieran que me había marchado, todo se quedaría en un mal sueño, y se olvidarían de la española, una que realmente no había hecho nada, pero ya aprendí que eso no significaba que una persona, por otros motivos, se pudiera sentir amenazada. Miré el móvil, tenía más de setenta por ciento de batería, debía comprar el billete sin demora, y cruzar los dedos para que no se me agotara antes de coger el vuelo a Málaga, como era un destino muy común para los ingleses, había regularmente. Salía uno a las seis de la mañana, perfecto, dormiría en el aeropuerto, seguía pensando que no me habían seguido, y además allí había seguridad con eso de los atentados. Recordé cuando llegué, cuando vi a Enzo, cuando vi a Obama, y como se había trucado el destino, todo por una elección ni siquiera mía, pero en la que me había visto envuelta. Me dije a mi misma que la causa no importaba, lo que realmente debía conseguir era regresar a España salva, contar lo ocurrido a las personas adecuadas, rezar para que todo volviera a la normalidad, y que Hamlet ocupase, no el puesto que quizás le correspondía, sino el que deseaba, que era más importante, cuando hay rabia, envidia, celos, y más cosas malas.
Desde la estación de tren de Londres, cogí el metro hacia el aeropuerto, iba a hacer un viaje largo, pero a quien le importaba, cada vez quedaba menos para estar en casa. Tomé algo en la estación, no quería desmayarme, y llegué, no recuerdo la hora exactamente, pero aún quedaba mucho tiempo hasta lograr entrar en el embarque. Me senté nerviosa, mi cuerpo permanecía en calma, pero mis pies parecía que bailaban una sardana. Cerré los ojos, y me quedé dormida, bueno como en trance, no de una forma relajada, solo esperando que las horas pasaran. De repente me dieron en el hombro. No lo podía creer, era Otelo, bueno no sé cómo se llamaba, pero ahí estaba, sonriendo con su aire pícaro, lleno de lujuria, a veces me daba la impresión de que se había metido mucho en el papel, y pensaba que yo era Desdémona. A pesar de eso no le tenía miedo, porque lo veía con esas intenciones amorosas, pero realmente no temía ser víctima, porque no me conocía, y solo los locos son capaces de locuras. Se sentó al lado, por supuesto muy pegado, me preguntó cosas: si iba a ver a mi novio, si volvería pronto a Inglaterra, si me apetecía volverle a ver, que le encantaba mi mirada, mis labios de corazón, hasta que le dije “basta”. Me levanté, y me marché al otro lado, sin contestarle nada. Me siguió mirando de lejos, de mala gana, pero dijeron por la megafonía que su vuelo a Dublín salía, y marchó diciéndome adiós con la mano, tirándome un beso, lo rehusé con gestos. Luego me arrepentí, porque muchas personas son muy sensibles, y en vez de ver que era solo un rechazo para no dar pie a nada, lo veían como el comienzo de una guerra, que ellos mismos empiezan y acaban. Suspiré, cerré los ojos, y me dije “ya mismo estás en casa”. El móvil no se apagó, y embarqué con casi las piernas torcidas de los nervios que tenía, pero estaba en el avión, ya poco podían hacerme, dejaría todo atrás, pensando que había sido una mala aventura. Llegué a Málaga muy temprano para ir a la Facultad, iría a mi apartamento en la costa, a casa de mis padres a comer, para dejar algunos regalos, y por la tarde quedaría con alguna amiga. Llamaría a Inés a las diez, hora de Londres, para que no se preocupase, y me disculpase, prometiéndole que cuando tuviera el trabajo terminado, se lo enviaría, le agradecería su proposición para quedarme en Inglaterra, pero debía estar al lado de los que me querían, y unas cuantas mentiras más, para despedirme adecuadamente, pensando que alguien me quiso bien, en ese lugar donde los muertos aún juegan con sus víctimas. Esperaría a ver si Camila me llamaba, para darme alguna explicación, no sería yo quien se la pediría, dejaría el tiempo pasar, volvería a mi rutina, y olvidaría solo lo amargo de la rencillas. No sé si lograría terminar con la Maldición, quizás fue el motivo de todo, o solo parte de unas coincidencias de la vida, pero si ella me dejaba en Paz, yo jamás la mencionaría.
 
 
Mi vida en Málaga volvió a la normalidad, pasaron los meses, y no tuve señal de quienes me perseguían. Conseguí dormir bien, creo que lo logró el mar, y sus paseos por la orilla. Mi trabajo había sido entregado, recibí felicitaciones, de Inés por supuesto, de los que bien me querían, ya me di cuenta que era capaza de hacer la envidia. Comencé a escribir mi primer libro, donde contaría esta historia tan rara y a la vez tan bonita, reconociendo que no tendría la calidad de las novelas de Ken Follett ni de Dan Brown, pero quizás mi voz llegase a la persona adecuada, la que sabría leer entre líneas. Y un sábado por la tarde recibí la temida rosa amarilla, esta vez con un mensaje, diciendo que llegaría sobre las nueve para devolverme mi llave, y aclarar lo que había pasado, porque aún me quería. Me ruboricé de amor, pensando “el pasado es un prólogo”, nada más que eso, y me preparé para la llegada, porque tenía claro que era Enzo.  Arreglé mi casa, la puse acogedora, velas por todas las partes, incienso con olor a madera humedecida, sábanas de raso, quería que fuera algo especial, algo que no pudiera olvidar mientras viva. Preparé mi cuerpo para el amor y sus caricias, me introduje en un vestido blanco ibicenco, casi ceremonial, pero que dejaba la silueta a la vista. Mi Vikingo había vuelto, y yo estaba dispuesta a escuchar, por si algo me servía, para perdonar lo que me pareció una huida.
Llamó a la puerta, iba con la misma bolsa deportiva, me abrazó, dándome el mejor de los besos, ese que toda amada ansía. Nos sentamos en el salón, le pregunté cosas triviales, y le puse una cerveza alemana en una jarra bien fría. Me coloqué a su lado, cruzando las piernas, como una señorita, quitando la tensión del momento, al preguntar cómo me había encontrado, aunque sabía que había sido por Camila
 
-          Telefonearon de tu residencia para decir que te habías dejado unas cuantas cosas, porque te marchaste muy rápido.
-          Es largo de explicar, quizás en otra ocasión. Es verdad que también les di el número de Camila
-          Sí, y las fui a recoger, aún estaba en Londres (me hice la sorprendida). ¿Te acuerdas de que me preguntaste a qué me dedicaba?, pues soy policía, amigo de uno de los compañeros de piso de Camila, no te mentí en eso. Se alargó el servicio que tenía que hacer allí, y preferí quedarme en su casa.
-          (Eso aclaro mucho todo). ¿Entonces fue por trabajo por lo que no volviste a llamar?. No lo comprendía, porque incluso me pareció verte en Stratford
-          También te vi, eso no fue por deber, pero no quería que me reconociesen, porque estaba de servicio, y me había medio escapado. Todos los años suelo ir con mi padre, él también tiene raíces inglesas, y relacionadas con Shakespeare
-          No entiendo
-          Sigo siendo sincero. Mi padre me contó la leyenda de los saqueadores de tumbas, mencionando que un antepasado suyo fue uno de los que robó el cráneo, y más cosas que allí encontraron, pero como era el más inocente, todos se escaparon con los trofeos, y a él lo captaron, pasando el resto de su vida en la cárcel. ¿Te suena de algo?
-          Sí, mi abuela me solía contar una historia parecida, pero no conocía eso de que cogieron a uno
-          Pues ocurrió, y te he buscado, conocía los nombres de los piratas, un secreto que ha permanecido durante siglos en mi familia.
-          ¿Por qué lo has hecho?( lo dije decepcionada, no creía que fuese porque  realmente quisiese volver a verme)
-          No sé, crecí con la curiosidad de conocer otra versión, no somos ni Montesco ni Capuleto, pero algo de rencor había sembrado (nos miramos con los ojos llenos de deseo, hasta que lo interrumpió con una frase “mi único amor surgido de mi único odio”).
-          Me has buscado a mí, o a alguna reliquia
-          A ti, ¿pero acaso tienes?
-          No
-          Quizás solo haya sido una leyenda que ha pasado de generación en generación
-          Supongo, nunca le di importancia
-          Te he echado de menos Julieta
-          Yo pensé que se había terminado, porque “ nada dura para siempre”
-          “Solo la muerte lo acaba todo”, y no es el caso
-          Por poco, “los placeres violentos terminan en violencia”
-          ¿Qué quieres decir?
-          Habrá tiempo, espero
-          Todo el que sea necesario, tengo quince días de vacaciones, juntos los que sea de tu agrado.
-          ¿Y la rosa amarilla?
-          Pensé que eran las que te gustaban, por tu comentario en el restaurante
-          Me gustan, pero también me dan algo de miedo, ya te explicaré despacio
-          Te he traído tus cosas (sacó todas, y me colocó la llave en el cuello). Deberías enseñarme tu caja de recuerdos
-          Claro (lo vi un buen momento para dejar los reproches atrás, y cambiar de tema). Mira (la abrí). Estas son las castañuelas que tocaba de pequeña en el baile, una muñeca de trapo de la infancia, algunas cosas religiosas que no quiero poner, pero tampoco tirar, una foto de mi abuela en blanco y negro (al cogerla, hizo sonar el llamador de ángeles que también se encontraba en la caja, y entonces la rosa de la solapa de mi abuela empezó a coger color, por supuesto amarillo, como por arte de magia. Él también se fijó, me apretó la mano, un poco asustado, pero seguí con la explicación como si no hubiera ocurrido).  Este es el poema que mi abuela escribió, creo que en su juventud. Me dijo que lo guardara y diera a mis hijos, como algo sagrado. Ten cuidado está casi destrozado, parece que se va a romper del todo, quizás lo debería llevar a algún sitio, para conservarlo mejor.
-          A ver (empezó a leerlo, y sus ojos parecían cada vez más asombrados) ¿cómo se llamaba tu abuela?
-          Está firmado con sus iniciales, Wilda Saller
-          Las mismas iniciales que William Shakespeare ( W.S)
 
Los dos no supimos que pensar, ¿sería realmente la reliquia que mi antepasado sacó de la tumba, cuando la profanó?, o ¿ sería un poema de mi abuela mal conservado?. Enzo, mi Vikingo, no daba crédito a lo que estaba viendo, y nos miramos largo rato sin decir palabra, surgiendo ese silencio que daba respeto a las cosas, y que, sin querer, casi siempre me acompañaba. Muchas maldades pasaron por nuestras cabezas, al poseer ese gran tesoro que el mundo ignoraba; pero mi alma buena ganó, porque yo no soy mala, fundiéndome en un abrazo con mi Romeo, mientras mi vello se erizaba, y mi corazón pálpitos daba…            
                                                                                                   
 
                                                                                        MARISA MONTE
         
                                                             
 
 
 
NOTA DE AUTORA
 
Dicen que en toda la Historia ha gobernado un solo Rey en Inglaterra, pero hubo un tiempo que existió un segundo, porque Shakespeare, con su Julieta, también reinó, creando un séquito inmortal, invencible y con gran devoción por su creador.
Quiero agradecer al documental “La Tumba de Shakespeare” toda la información recibida, a la vez que mi inspiración para crear este bello libro. Sin olvidar a Google y a Wikipedia por la ayuda siempre prestada. Gracias también por su tiempo.
Última frase: “Dad palabra al dolor: el dolor que no habla, gime en el corazón hasta que lo rompe”.
 
 
 
 
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Foto del autor Sandra Mara Prez Blzquez
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Descripción

Libro de bolsillo sobre la maldicin de la tumba de Shakespeare

Palabras Clave: Maldicin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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