Cartas para ti CCCXLI
Publicado en Mar 26, 2020
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Hombre de hojalataCómo no te diste cuenta que aquella tarde no volví. Mi cuerpo que había llegado herido. Desarmado. Pero miraste al otro lado y, en la ignorancia, nos perdimos.Te di señales para que pudieses entender que no se trataba solo de sueños malos en los que caía sin que alguien que pudiera atraparme. Te grité con mis emociones descontroladas y elegiste seguir con tus rutinas, consolarme con golpes desesperados y yo me callé. No quería seguir doliendo.Entonces, construí una gran muralla que nos mantendría distantes. A salvo de ti y de mí. Y aunque la vida se seguía desmoronando frente a nuestros ojos, me sentí orgulloso que mi ausencia te brindase calma.Imaginé, horas y horas, cómo sería la vida si yo no existiera. Y todo se veía tan bonito. Porque parecía que había sido en alguna tarde de otoño, el crimen perfecto.Alguien saqueó mi cuerpo y corazón, y cuando las estrellas cayeron sobre el cielo y mamá me llamó para que volviese a casa, solo volvieron mis huesos anestesiados, porque yo me perdí en el camino. Qué conveniente, ¿no?A veces me preguntabas por qué era tan callado, por qué no saludaba ni mantenía la mirada en alto, pero era parte de la mecánica de esta coraza que me mantuvo prisionero. A salvo de ti y de mí. Y estaba dispuesto a pagar un alto precio para perdonar tal traición.Cuando era de madrugada y el silencio de mis pensamientos volvía a reproducir el más horrible de los asaltos, te miraba de lejitos implorando consuelo. Pasé largas noches en vela, solo rogándole al cielo que me perdonase si había hecho algo malo, porque me sentía podrido, y prometía que ahora sí iba a ser un niño bueno. Y no solo imploré, también maldije del alto cielo, sollozando silenciosamente para que no perdieras el temperamento. Le pedí al vacío de la noche que me leyera el karma, que pudiese predecir este destino, porque parecía que este mal duraría más de cien años de soledad.Este muro que me mantuvo distante del dolor, frágilmente se me fue escurriendo bajo la piel, entre los poros, como polen que las abejas fueron recolectando con su coqueteo, hasta convertirse en la armadura que me mantendría a salvo, de ti y de mí.
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