Unos borbotones de lágrimas rebosan los redondos ojos de Antoñito. El dolor le corre por las mejillas y gotea en su pantalón. Está profundamente apenado. Se pasa el día sentado frente a la tele, sin verla. A sus cuarenta años, sigue siendo como un niño de cuatro.
Y está triste porque Chi ya no está en el Centro. Los padres de ella se mudaron a otro lugar, y se la llevaron. Entre sus manos mantiene una foto de Chi. Redonda la cara, y la mirada vuelta hacia el cielo. Es bella. Habla solo, se rasca la mejilla y se toca la nariz. Aprieta la foto contra su pecho, se la lleva a los labios y la besa con profundo cariño. Se suena las lágrimas con dolor.
Hace unos días paseaba con Chi, cogidos de la mano. Él reía y hacía payasadas porque a Chi le gustaba reír. La carcajada se le quedaba atravesada en la garganta y se convertía en un gracioso ronquido que la hacía desternillarse de risa. ¡Cómo reían! Reían tanto que les lloraban los ojos y les dolían la barriga. Se apretaban las manos regordetas, y se besaban en la boca con apenas un roce de labios. Estaban locamente enamorados. Antoñito y Chi eran la pareja de moda en el Centro Especial para Personas con Síndrome de Dawn.
-¿Por qué se la han llevado?  --No le entraba en la mente.
Una enfermera le dijo, cariñosamente:
-Antoñito, vamos al jardín.
-¿Pá qué...? Sssi ya... ya... ya no está Chi...