Colonia Wanda (captulo 05)
Publicado en Sep 24, 2009
- V
Saturnino y los tesoros Saturnino se rascaba la cabeza, se lo notaba inquieto. La gavilla de indios revolvía en los matorrales. A machete y hoz hendían la selva; el sol lustraba sus cuerpos, un calor sofocante. En el Alto Paraná... Saturnino (éste Saturnino) no es otro que Florencio Espiro, fugitivo desde (hace ya diez) años; encubierto en la estampa de un gringo medio-loco, clandestino en la jungla misionera... Pero allí en Colonia Wanda el "Florencio" no es Florencio ni es Espiro; en estos pagos de la impostura el prófugo es Saturnino Larsen, Saturnino a secas, como un saludo invariable. Y de apellido suizo, casi alemán: Larsen. Florencio palpita el atardecer entre el susurro del río Paraná colándose en la selva. Está caliente; la indiada revolvía y revolvía en los matorrales, el acero de hoces, machetes relumbrando contra el sol, todo azulado, vaporoso, el bicherío pica y fastidia, y en la mente de Florencio tintinea (ahora) como nunca la fábula: esas piedras preciosas: esmeraldas zafiros rubíes: laten cuentos en la indiada, y las sospechas de la Compañía, y el conocimiento de los polacos, y el rumor en Colonia Wanda: lo dicen, todos; y lo callan: piedras preciosas... Florencio palpita el atardecer. La gavilla guaycururú apenas se oye sumida en los matorrales. El crepúsculo es (ahora) un miasma. Florencio lleva su mano a la boca, forma un aro con sus dedos, y le chifla a la indiada: Neike, grita. ¡Neike! Y se van... En el rancho de Don Félix el guisado está a punto, espeso resuena en la olla, sacude el olfato: borí-borí. Es (ahora) noche; húmeda, hervida en la jungla, como si el sol (aun) latiera a plomo. Es Misiones... Florencio se aparece blanco en el rancho; trae un botellón de caña. Ya llega medio picado, no saluda, y se sienta. El perro de Don Félix lo mira. Olisquea. Saturnino está de mal humor. Comen en silencio Florencio y el viejo Félix bajo el cobertizo; la caña camina. Todo es calor y ruido a selva... Cuando la cena hubo acabado Florencio se apostó en el peñasco del arroyo; allí encendió un cigarro paraguayo y contempló el devenir del agua, largo rato, en cuclillas junto al perro: luna nueva y estrellas, fulgentes... Yasy-Mörötï Mba´e´ pochy tepynó, balbucea Florencio en su cabeza, Mbegué-katú Jhëé, se dice, Ñandurié-Pukú, Jhëé... En el canto triste del urutaguá Florencio sale de su letargo: el ensueño: piedras preciosas: esmeraldas zafiros rubíes. El urutaguá vuelve a aullar. Florencio trepa al cobertizo; y susurra el adiós a Don Félix: Hasta mañana, dice. Y se va... Saturnino; a su rancho en la costa. A la mañana siguiente lo despierta Zapata, el compinche del astillero de Iguazú trae novedades de ElPrimo el de Buenos Aires: el último telegrama: Dice qu´está viniendo pa´acá, dice Zapata... Florencio sale del sopor, abombado, se restriega la barba; en un ademán toma el telegrama. Zapata lo mira ansioso. Díce qu´lo ispera en San Ignacio, dice. Florencio otea el telegrama; la mañana quema, cielo amarillo. Zapata sigue hablando: Díce qu´está camuflao e´gitano en un circo, ansí díce: véalo, véalo, ansí lo díce... Florencio levanta la vista y escupe: Estoy viendo, dice. Estoy viendo. Y vuelve a fijar la vista en el telegrama. Zapata ya no vuelve a hablar. ... En el recodo la bruma es densa; el Alto Paraná es como un tigre encajonado, lleno de rabia y lamento, un afluente mayúsculo en aquel estrecho zanjón, finito, como ceñido en paredes. La bruma es densa. Florencio levanta la vista, y se pierde en la distancia; el recodo arde agitado, bulle, en la furia del río. Un aire violento cruza la jungla. El calor parece de acero... Zapata vuelve a hablar: ¿Se ha enteráo, usté, amigo Saturnino? Florencio no responde. ¿Se ha enteráo pué e´la novedá? Zapata la sigue El ruido del río lo cubre todo. ¿Se ha enteráo? ¿Qué? Florencio al fin le da cabida. El General... ¿Qué? El General istá huyendo e´una Cañonera paraguaya, dice. ¿Qué cosa? El General istá disparando al Paraguay e´un barco e´guerra. Florencio se rasca los sobacos y pregunta: ¿Cuándo llegó éste telegrama? Y... hace´un... dó, tré... ¡cinco día! Florencio se rasca los sobacos, queda en la nada... Y Zapata entonces emprende a los gritos: ¡Aí la tiene! ¡Aí la tiene!, grita como un loco, y da saltitos. Y señala al río, ¡Aí la tiene! ¡Aí la tiene! Y allí estaba, imponente, la Cañonera paraguaya asomando en el acantilado, rompiendo el paisaje, negra. ¡Aí la tiene, Saturnino! ¡Aí la tiene! Zapata se quita el sombrero y comienza a batir al cielo: ¡General, Compañero, Pocho Querido, Hermano, Compañero! grita, como un devoto, y sacude el sombrero. El navío maniobra atolondrado en la corriente del Alto Paraná, zigzaguea, entre quejidos, y echa humo de toro, silbante y espléndido. ¡General, Compañero! el compañero Zapata parece un nene. Y se trepa a un peñasco, y grita, más y más brioso. La máquina avanza... Florencio observa el espectáculo, el significativo hecho náutico en la flota. Escupe al suelo, tose, y farfulla entre dientes: Viejo cagón, pollerudo... Un bramido en las chimeneas emociona a Zapata. El recodo es un infierno
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