La  laguna
 
      Cinco años llevaba en coma, cuando despertó en un hospital al sur de la provincia de Santa Fe.  Lisandro Gómez Castro, siempre fue  un hombre de campo. Se levantaba  e iba a dormir acompañando la salida y caída del sol. Su propiedad era de tamaño mediano y era muy fértil pues en medio de ella se ubicaba una pequeña laguna  pero de gran profundidad.  Los maizales, los girasoles, las vacas y el espejo de agua  representaban un espectáculo bello y colorido. 
      De a poco fue recobrando sus facultades mentales primero reconoció a sus hijos y a su mujer. No tardó mucho en recordar su campo. Sus hijos estaban felices de tener a su padre de vuelta pero no sabían cómo ponerlo al tanto de las novedades.
    Cuando preguntó por el campo y los negocios de derivaban de él, sus hijos se limitaban a responder  que todo iba bien.  Lisandro no tenía motivos para desconfiar pues se los veía felices y pujantes.     Luego de unas semanas de recuperación, ya  estaba en condiciones de reencontrarse con su querido  “campo”.
    Organizaron  una visita.  Cuando llegaron supo la verdad: la prosperidad de su familia no se debía ni a la agricultura ni a la ganadería sino a la piscicultura. Durante el tiempo de su largo sueño se había acentuado el cambio de régimen de lluvias y la laguna termino apropiándose de casi toda la propiedad.  Su familia  había logrado cultivar y comercializar pejerreyes de gran calidad.
       Del casco de su estancia aún podía divisarse a la lejanía la punta de una chimenea nostálgica de fuego y  humo.