Colonia Wanda (captulo 01)
Publicado en Sep 23, 2009
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- I
En el Búho Verde
 
El camión de Robertino Espiro pastaba manso a la sombra del algarrobo. Indolente en la siesta. Robertino lo observa, el radiador todavía temblando; una yunta de teros picotea las cubiertas del Ford. Que chorrea aceite. El sol era algo tibio en medio del frío, suave y quieto, en los primeros calores de la primavera; primavera, sosegada y serena. Robertino paladea el vaso de vino, bajo el toldo en la parrilla del Búho, envuelto en su gabán, calmoso, el sombrero echado hacia delante... El camión blanqueando en el rellano. El viejo Ford. Como una figuración en la llanura: lánguido. En Villa del Plata. Bajo el cobertizo en la parrilla del Búho. Robertino vació el vaso de vino, en un sorbo; la yunta de teros comenzó a chillar... Y entonces el desastre.
            Ya nada (nunca) volvió a ser como antes.
            El chillido de los teros... Y la chata de Gendarmería asomando en la ruta. Como un mal augurio. En la siesta en la parrilla del Búho. La patrulla de caminos. Robertino se acomodó en su capote, y levantó apenas el ala del sombrero. Volvió a llenar el vaso de vino, solemne, tosiendo. La patrulla de caminos arrimaba; los teros aletearon y levantaron vuelo, se perdieron en gritos. Robertino vació el vaso de vino. Se acomodó en su gabán, carraspeó, inclinó otra vez el ala del sombrero. Y se sirvió más vino.
            La patrulla se detuvo envuelta en polvareda. Estacionó a los tropezones. Y del cascajo se apeó el sargento chorro (ese) corneta de la gendarmería. Soréte, pensó Robertino. El sargento ese que lo tenía montado en un huevo, entre ceja y ceja, pensó... El sargento (ya) pisaba el boliche. Lo acompañaban dos gendarmes, pibitos de mirada asustada. Mocosos, se decía... cuando el sargento lo rozó, pendenciero, acodándose en el escaño del local. En el Búho Verde. Clima espeso. 
            Los mocosos se quedaron en la puerta...
            Chicho Burro encanecía al mostrador, y ya servía una caña. Sabía que algo estaba por ocurrir, un suceso. Bien lo sabía.
            Robertino (ahora) parece un retrato, la estatua de sí mismo. 
            Entre saludos de buenas tardes a los gritos el sargento comenzó a despacharse en indirectas:
            ─Y qu´me dice amigo Chicho, pué... ¡Qu´me dice de´el Generalito éste huyendo en una cañonera paraguaya como rata por tirante: asustáo! ¡Qué m´dice, usté! ¡¿Eéeh?! ¡¿Aáah?! ─gritaba el sargento cordobés.
            Chicho Burro alegaba en gestos torpes y frases entrecortadas: Qué-le-va-cer, decía, Qué-le-va-cer...
            Y el sargento la seguía:
            ─Cobarde, como un cobarde... ¡En una cañonera paraguaya! ¡Já, já! ¡Jú, jú! General de lo´smaricone, General de lo´smaricone... ─repetía el sargento de la Gendarmería. Y Chicho Burro con cara de otario: A´visto pué, A´visto...
            La arenga del recién llegado (que empina ahora el vaso de caña) urdía en indirectas al otro parroquiano, al culiáu este de Espiro; pero Robertino no acusa el rodeo. Parece un fantasma.
            Y el sargento la seguía:
            ─Se´acabó la joda, amigo Chicho: ¡Se´acabó! ─el sargento degustó el vaso de caña y retomó la ofensa contra la estatua de Róbin Espiro─... Aura tooodos éstos vagos van´a tené qu´volvé a trabajá, amigo Chicho, ¡a trabajá! ¿me entiende? ¡a trabajá! ¡Já, já! ¡Jú, jú!... ─El sargento cordobés espetó el vaso vacío contra el mostrador de Chicho Burro y se puso en pié y siguió chuseando sin mirar al parroquiano de gabán y sombrero alado... ─Vágos, vágos, son tóo´unos vágo; y ladróne; y pendenciéro. ¡Pero se le´sacabó la joda! ─gritó─ ¡Aura el "General" tá rajando e´un barco al Paraguay! ¡Já, já! ¡Jú, jú!... Aorita tooodos van´ir cayendo de a´uno...
            Chicho Burro sabía que estaba por suceder algo. Algo grave.
            Y el sargento la seguía:
            ─Tooodos de a´uno van´ir cayendo, como vaca´en matadero. ¡A lo´s tiro! ¡A lo´s tiro! 
            Entonces sucedió lo que estaba por suceder: Robertino (el aludido) Espiro abrió la boca. Y dijo:
            ─Puée güeno, amigo, déle: empiece po´ralguno, ¡chée!
            Oídas (todas) estas palabras el sargento se dio media vuelta y enfrentó la figura de Espiro arrellanado en el gabán de siempre. Lo miraba recio:
            ─¿Qué ai´dicho vó? ─preguntó el sargento. Los gendarmes otearon el cuadro alertas bajo el cobertizo.
            ─Digo qu´si va´andá usté matando vago´a lo´stiro, entonce´ déle, nomá, ¡ésta mesma tarde!
            El sargento guardó silencio un instante, y sostuvo la mirada de Robertino. Chicho Burro apretó las sienes.
            ─¡¿Aáah?! ─El sargento no cabía en su asombro─. ¿Tá camorrero, vó?
            ─Un cachito, nomá... ─devolvió el otro.
            Entonces el sargento habló marcial y perentorio, su vozarrón estremeció el cobertizo:
            ─¡Bajá el copete, culiáu! ¡Bajálo! ¡Mirá qu´te tengo gana en´desde hace rato, eh!
            ─Dése el gusto, compañero...
            Los gendarmes del sargento se removieron en sus lugares, inquietos. El sargento los calmó en un ademán.
            Clima tenso.
            Chicho Burro supo (entonces) cómo terminaba todo aquello...
            ─Levantáte, Espiro ─dijo el sargento─: ¡Ta´arrestáo pué!
            Robertino sonrió una sonrisa socarrona. Casi aciaga.
            ─¡Levantáte te´digo! ¡Levantáte, mierda!
            Entonces ocurrió...
            El sargento llevó su mano derecha a la pistola en la pistolera y en el mismo preciso instante el gabán de Robertino se abría abriendo paso a la Spencer corta y entonces la detonación tronó cual escarmiento en la siesta del Búho Verde. El sargento salió despedido como un atado envuelto en sangre y tripas cuando el gendarme a la zaga intentó hacer valer su carabina y otro escopetazo de la Spencer le voló la mano izquierda. Y el mocoso se derramó en un grito dolorido. Entonces un calibre .32 asomó recio bajo el gabán de Robertino y apuntó a la cabeza del otro gendarme que tallaba estático al otro rincón del cobertizo. Temblaba.
            ─Largá es´e fusil ya mesmo ─ordenó el pistolero que lo apuntaba con el .32 largo.
            El joven gendarme arrojó la carabina a un costado, pálido, temblando, y alzó ambas manos en un sigilo. El otro mocoso lloraba y se quejaba, se apretaba la mano herida. Chicho Burro gozaba la escena, se doblaba en carcajadas. El cuerpo del sargento yacía sobre el tablado: sangre y tripas, fermento... Un monumental agujero le decoraba el vientre...
            Afuera se oyó chillar a los teros.
 
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Fedele Colonia Wanda

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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