Galera de oscuridades
Publicado en Nov 15, 2016
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Ayer el tiempo se detuvo y me pesó como plomo derretido sobre los pies, hacia tanto frío, el aire exhalaba copos de nieve y la gente nada acostumbrada a ese espectáculo se divertía comprobando cómo su propio aliento se congelaba tan solo con abrir la boca. Entonces al doblar la esquina me topé con él, ahí sí que el frío me caló hasta las tuétanos, sentí las piernas temblar bajo las mallas de lana y por un momento pensé que iba a desvanecerme, pero justo a la salida de la estación de Mendoza dejé de evitar lo que a todas luces era inevitable; toparlo de frente.
Esperaba un volcán en mi interior, esperaba que las lágrimas me golpearán desde adentro y luego quebrarme como una figura de vidrio barato y que él recogiera los añicos y los guardara en la bolsa de su saco como otras veces tantas, pero nada de eso sucedió ni siquiera me estremecí con el abrazo vibrante y el beso tan cerca de los labios, ni sus ojos grises en otro tiempo amados hasta la ofuscación, ni la apariencia de príncipe que como un halo lo abrigaba; el cabello rubio, los trajes cortados a medida, la actitud serena y displicente con la que siempre miró a mi amor de reojo.
Quería sentir y no experimenté nada, salvo el frío de la insólita nevada de esta tarde y el lapso de miseria al ver de lejos a Arístides Falcon, antes de topármelo de frente.
Pregunté y fue en serio cuando le dije a mi amigo el Poeta: ¿A dónde va el amor que se ha sentido igual que una fiebre, dónde se almacenan esas emociones cuando salen del cuerpo? Su voz se hizo más oscura y cerca de mi oído musitó: ─Hay un lugar en donde los amores mal logrados, dolorosos, imposibles, descansan, todos los amores acongojados de la humanidad se guardan ahí. ─¿Están custodiados?- le increpé. Frío y siniestro como suele ser esbozó una sonrisa y a bocajarro me lanzó la pregunta: ─¿Te parece bien si paso por ti en la noche?
Puntual, a las once, estuvo en la puerta, ataviado con una suerte de túnica blanca y otra para mí que puse sobre los hombros de mi vestido de seda azul apropiado para una fiesta de gran gala, no todos los días puede uno visitar a sus fracasos amorosos como si se tratara de piezas de museo, no es común encontrar a alguien que tenga conocimiento de este extraño repositorio y más aún que sepa cómo acceder a él. En mi mente esperaba un sitio lúgubre, pero al entrar asida al brazo del Poeta, pude percatarme que la luz resplandecía cegadora, en este espacio tan impoluto no éramos los únicos visitantes, había unas cuantas personas arrodilladas frente a sus amores malogrados; unos lloraban, otros parecían rezar y solo uno escupía sobre el suyo pero el capelo de vidrio no permitió que las hebras de saliva lo tocaran, tampoco parecía escuchar los improperios que le lanzaba el dolido amante, dentro de esa caja de cristal era solo un cúmulo de sentimientos, ajeno al odio de su creador.  
Todos los amores eran de una materia indefinida y de una textura con apariencia de nubes, de repente hacían movimientos ligeros, parecían algodones de azúcar, los había en diversos colores. El Poeta me dijo que el color era un atributo de intensidad, así los de tono pastel habían sido amores platónicos de los que sin embargo se conservaba un recuerdo gentil y edificante; los rojos eran el sinónimo de un amor atormentado y cruel y los blancos eran aquellos que se habían extinto, pero dentro conservaban toda la esencia de las emociones vertidas durante el enamoramiento; entre esos estaba el mío etiquetado con nuestros nombres: Nana Vradibedik-Arístides Falcon, luego me percaté que no era el único, ahí estaban todos mis fiascos sentimentales frente a mis narices, hasta ese momento me di cuenta de mi severo problema emocional, pues me encantan las relaciones complicadas con un pie en el abismo y otro entre algodones, si mi forma de enamorarme fuera un oficio sería limpiaventanas de rascacielos sin arnés y entre más cerca del precipicio mejor, no obstante mi reflexión de tono tan oscuro solo se me ocurrió sonreír porque pese a cualquier calamidad mis amores infaustos estaban pintados en tono pastel lo cual significaban buenos recuerdos y así era, excepto el de color blanco que pertenecía a Arístides por quien no sentía, como ya lo he explicado, ningún tipo de emoción. En ese momento intercambié una mirada de complicidad con el Poeta, me observaba con una mezcla de humanidad y ternura que nunca le había visto antes, su contemplación sobre mí era como la de un padre ante una hija frágil y candorosa, pero ignorante de su condición.
En voz baja, como hablaba siempre, me dijo que era tiempo de irnos, estuve de acuerdo, había satisfecho mi curiosidad acerca de ese extraño basurero del desamor. Nos enfilábamos hacía la salida cuando la vi de lejos, almacenada en uno de los pasillos más distantes de la puerta estaba la caja de vidrio rotulada como: Nana Vradibedik-Mohacid Araujo de Lima.
Sentí las piernas atascadas en un lodazal, de pronto ya no pude moverme, todo giraba y una ventolera de recuerdos me envolvió; parecía como si hubiera entrado en una bóveda con los candados vencidos, había cortinas de gasa por todas partes y detrás de ellas los pasajes de la historia de amor más dolorosa que he vivido, dentro de la caja la materia de color rojo carmesí se volvió más oscura y en el pecho me dolió un aguijonazo; me paralicé del mismo modo que lo haría un niño mimado lejos del arropo de su madre.
Pasado el estupor de aquel encuentro, mis recuerdos volaron en desbandada, parecían mariposas escapando de un entomólogo; ahora entiendo por qué la analogía con los candados, había sellado mi mente para mantenerme a salvo de ese retorcido episodio y protegerme de los monstruos nocturnos que incluso me atacaban de día. Sepulté ese recuerdo porque era cuestión de supervivencia.
Pero ya no podía mirar hacia otro lado, enfrenté a la criatura protegida en el capelo de cristal, el Poeta trató de detenerme y bruscamente lo hice a un lado, olvidando incluso que él era el único amigo que tengo. A veces los amigos son las personas que más te hieren, la amistad es un bálsamo pero también (quizá sin saberlo o desearlo) se convierte en un veneno.  
Con la caja en mis manos sentí una felicidad inaudita, casi un poder divino para exterminar ese absurdo de Nana Vradibedik-Mohacid Araujo de Lima. Sobre una repisa había un picahielos, ignoraba qué hacía ahí, pero me fue de gran utilidad para romper el cristal. Ahora la materia carmesí se encrespaba sobre mis manos, la apreté, la estruje vertiendo en esa acción toda la amargura del desamor, entonces comenzó a sofocarse, como una especie de gusano se retorcía, el color rojo intenso escurría entre mis dedos igual que hilos de sangre, finalmente no soportó la presión y reventó. Reí como desquiciada ensalzando mi triunfo; al fin fui capaz de destruir lo que tanto había amado y a su vez me había arruinado. Pese a lo teatral del momento no comprendí la mirada en los ojos del Poeta y sus lágrimas copiosas. ¿Por qué lloraba de semejante manera?
Hasta entonces me percaté de la mácula bermellón  que se extendía sobre mi vestido de seda, justo a la altura del pecho, por un momento pensé que al explotar la materia carmesí me había manchado, lástima, aquel era un vestido de verdad muy bonito, luego me di cuenta que esa sangre manaba de mí, me lo dijo el dolor insoportable y me lo confirmó la mirada del Poeta que sostenía el picahielos con su mano izquierda mientras con la derecha me salvaba de caer al piso. Al igual que yo, él había ido esa noche a destruir lo que tanto amaba. 
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Foto del autor Laura Vegocco
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Descripción

No hay resplandor sin oscuridad, ah reside la belleza del ser humano; en la complejidad de las emociones algunos nos reconocemos mientras a otros les pasa la vida de largo.

Palabras Clave: xtasis sacrificio oscuridad exotismo barbarie sacralidad sensualidad vida voluptuosidad entrega.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Laura Vegocco

Derechos de Autor: Laura Vernica Gmez Contreras


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